Robles, formal como siempre,
acudió a la cita antes incluso de lo que Esteban esperaba. Parecía como si el
administrador estuviera, por una vez, realmente preocupado. Eran las ocho y
media de la mañana y al hombre le asomaban unas tremendas ojeras. ¿Quizá no
había dormido bien a causa de los nervios? Sin duda las preocupaciones pasan
factura a partir de cierta edad.
Esteban estaba ansioso por
entrar en materia, pero no podían faltar las formalidades, las buenas costumbres.
Así que, una vez confortablemente acomodados, hizo sonar una campanilla para que
una doncella les sirviera el desayuno que previamente había mandado preparar.
Robles, intrigado, devoró el abundante
almuerzo matutino en un santiamén. Aun siendo de buen comer, era notorio que
deseaba terminar esa comilona protocolaria cuanto antes para que Esteban le revelara
su descubrimiento. Este aparentó estar disfrutando de las viandas y de la bollería
de confección casera, para su propio deleite y para incomodidad de su hombre de
confianza. Esteban estaba, hasta cierto punto, regocijándose de la situación, se
sentía como Sherlock Holmes ante su amigo, el doctor Watson, momentos antes de desvelarle
sus conclusiones de lo que, hasta hacía bien poco, le había resultado un misterio
inescrutable.
Tras apurar su taza de té y limpiarse
delicadamente los labios y el bigote con una servilleta de lino bordada con sus
iniciales, Esteban inició su exposición.
No supo justificar lo que le
dio la solución al enigma, si fue su perspicacia o su amada Isabel quien, desde
el otro mundo, se la reveló. Esa fue la introducción antes de empezar a conjeturar,
en voz alta, cómo creía él que se habían desarrollado los hechos.
***
Robles, era conocedor de que
Esteban, llegado el momento de abandonar sus negocios, tenía previsto deshacerse de ellos, poniéndolos a la venta, y crear una Fundación para la investigación de las
enfermedades pulmonares. Este se lo debió comentar a don Hilario, el notario, con
el que le unía una buena amistad, y al doctor Hinojosa, quien, como especialista
en neumología, se vería, sin duda, complacido por esa iniciativa. Pero para el
doctor solo había un pequeño inconveniente en ese apreciado plan: Esteban era
todavía muy joven, de modo que deberían pasar muchos años para que pudiera
cumplir con su deseo. ¿Por qué, pues, no darle un “empujoncito” para adelantar
los acontecimientos?
» ¿Qué
quiere decir con un “empujoncito”? ¿No estará acaso insinuando que…? ¡¿Cómo
puede sugerir tal cosa?! ¿Qué yo me beneficiaría? ¿Cómo? ¿Administrador de la
Fundación? Sí, desde luego, un puesto mejor remunerado y mucho más cómodo,
pero...
Y entonces fue cuando debió intervenir
el notario, sugiriendo una opción menos drástica y más realista. No hacía falta
llegar a ese extremo. Además, no serviría de nada pues el joven empresario
todavía no había testado, de lo contrario él lo sabría. En todo caso deberían
empezar por ahí, obligándole a dejar sus intenciones por escrito. Solo debían
asustarle, haciéndole creer, por ejemplo, que, si no hacía cualquier cosa, como
por ejemplo venderlo todo, alguien acabaría con él. Si duda una magnífica idea.
» ¿No
me ha dicho en más de una ocasión, señor Robles, que está usted harto de este
trabajo y de sus esfuerzos, y que a don López de Hoyos le traen al pairo sus
negocios? Pues ahí lo tiene. El “emujoncito” al que sin duda se debía referir
el doctor, aquí presente, consiste en persuadirle de que lo venda todo antes de
que un loco lo asesine. ¿No es así, doctor? Sin duda, sin duda. A eso me
refería, ejem… Pero podría sospechar algo raro si lo que se le exige es
únicamente la venta de sus posesiones. Él solo ha compartido conmigo sus planes
para el día de mañana y podría atar cabos. No si el supuesto asesino le exige,
además, gastarse todo el dinero obtenido con las ventas en un plazo irrisorio,
imposible de cumplir, digamos… ¡cuarenta y ocho horas! Pero esa exigencia es
absurda. ¿Quién puede querer algo así? Pues alguien que quiera verle arruinado.
Seguro que un hombre tan rico como él debe de tener muchos enemigos. ¿Y si hace
caso omiso a la advertencia? Corremos ese riesgo, pero me inclino a pensar que,
viendo la imposibilidad de cumplir el plazo exigido, antes de verse asesinado
por nuestro loco imaginario, dejará sus últimas voluntades por escrito. Antepondrá
la Fundación a cualquier otra cosa. Ya lo verán. ¿Y quién podría escribir esa
carta? ¿Y quién se la podría hacer llegar sin ser descubierto? Bueno… yo mismo
podría escribirla, pues no conoce mi letra. Con tantos documentos que redacto a
mano tengo una caligrafía excelente. ¿Y para qué hace falta una caligrafía tan
refinada y escrita con pluma estilográfica si solo se trata de la amenaza de un
loco? Bueno, pues para despistar, no vaya a pensar que es obra de un vulgar
delincuente y no le dé la importancia que el asunto merece. De todos modos, intentaré
no esforzarme tanto. Pero lo de la pluma es innegociable. Ahora bien, todo ello
a cambio de algo, por supuesto, ya me entienden. ¿Algo? ¿Cómo qué? Bueno, ambos
van a manejar mucho dinero con la Fundación, así que… Y en cuanto a cómo
hacerle llegar la misiva, pues ¿no se reúne usted con él, como administrador,
todos los viernes por la tarde? Pues uno de esos viernes prolonga la reunión
más de la cuenta, hasta eso de las siete, por ejemplo, que en esta época del
año ya es de noche. Así, cuando salga usted de la casa, podrá dejarla en la
entrada sin que nadie se percate de ello. De ese modo, no la encontrarán hasta
la mañana siguiente y nadie sospechará de usted. Don Hilario tiene razón, pensarán
que ha sido alguien que, oculto en la oscuridad de la noche, ha saltado la
verja para cometer esa fechoría. Pero si, transcurridas las cuarenta y ocho
horas, aunque haya hecho testamento, nadie intenta perpetrar el asesinato,
podría echarse atrás. Bueno… claro… como es de suponer que todo el mundo estará
al corriente de lo que dirá el anónimo, la amenaza tendría que llevarse a la
práctica de todos modos. Para darle más credibilidad a todo el asunto. Además,
no podríamos hacernos con el control de la Fundación estando él con vida. ¡¡¿Qué?!!
¡¿Está usted loco?! ¿Y cómo? Pues, pensándolo bien, yo podría hacerme con una
pequeña cantidad de arsénico. En nuestro hospital se utiliza, en algunos casos,
para el tratamiento de la sífilis y de algunas enfermedades cutáneas. En el
laboratorio no llevan un control demasiado rígido. ¿Y qué pretenden, que se lo
administre yo? ¡Ni hablar! ¡Yo no soy un asesino! Piénselo bien, hombre. Usted
ya no tiene edad para calentarse la cabeza intentando mantener a flote unos
negocios que a su propietario le traen sin cuidado. Esteban es un alma en pena,
un muerto viviente. ¿No lo ha descrito usted mismo así en más de una ocasión? Sí,
pero… Así matamos dos pájaros de un tiro. Él se reúne con su estimada esposa, y
miles de enfermos al año se podrían beneficiar de las investigaciones que aquí
el doctor dirigirá con el dinero de esa Fundación. Bueno, en realidad serian
más de dos pájaros los que mataríamos, si nos contamos a nosotros mismos,
jajaja. ¡No mencione la palabra matar! Pero no sea remilgado, hombre. Lo que no
habrá hecho usted por dinero... Oiga, oiga, sin faltar. ¿Que no? No me extrañaría que se estuviera
embolsando una buena cantidad de dinero de las fábricas, aprovechando
que su jefe está en la inopia. Pero ¿quién se ha creído que soy? No se enfade, hombre, que es malo para la salud, se lo dice un médico. A ver, mírelo de otro modo, todos ganaremos una buena suma de
dinero. ¿Qué le parecería un salario de… pongamos… treinta mil pesetas
mensuales como director financiero de la Fundación?
¡¿Treinta mil pesetas?! ¡¿Mensuales?! ¿Le parece poco? No, no, qué va. ¡Oiga,
pues yo quiero cien mil pesetas! Todo a su debido tiempo, don Hilario. No
vayamos a vender la piel del oso antes de cazarlo. Pero eso de… envenenar a
Esteban me parece, no sé, cuanto menos una traición, con lo que confía en mí.
Así es la vida, mi querido Robles. Piénselo bien. No sé, no sé. Y cuando esté…
muerto., qué digo a los sirvientes. Nada. Usted me manda llamar y como médico amigo
de la familia extenderé el certificado de defunción. Paro cardíaco y punto. ¡Ha
sufrido tanto el pobre!
***
Esteban, simulando una
tranquilidad que no sentía, volvió a llamar a la doncella para que les trajera
un nuevo servicio de té. Tenía la garganta seca, no sabía si de tanto hablar o
del nerviosismo que le embargaba. Mientras acababa su diatriba cada vez más alterado,
la cara de Robles era todo un poema, o una acuarela, mostrando, poco a poco,
todos los colores del arco iris. Del blanco más pálido inicial acabó con un
rojo escarlata, pasando por el amarillo, verde, azul y ultraviolado. Y tras finalizar
Esteban su exposición de los hechos, según los había imaginado, el hasta
entonces su hombre de confianza mantuvo un silencio sepulcral. Quien calla,
otorga, pensó Esteban. Todo apuntaba a que había dado en el clavo. Mientras
esperaba la confesión de su ex amigo, ex administrador y ex todo, o, por lo
menos, una explicación o réplica, hizo entrada la doncella. Esta, tras
servirles el té, hizo una pequeña reverencia, a modo de despedida, y se marchó
cerrando la puerta a sus espaldas, dejándolos nuevamente a solas. ¿Y ahora
qué?, pensó Esteban. ¿Qué hará? ¿Habría acertado en el modus operandi? Podría haberse equivocado en ese punto, pensó, y realmente
solo pretendían asustarle haciéndole creer que su vida estaba en peligro. O
bien podría llevar un revolver en el maletín. Pero si lo mataba de un disparo,
¿cómo justificaría su muerte? No, tenía que ser por envenenamiento con algún
preparado que le habría facilitado el doctor Hinojosa. Pero ¿cómo iba a
envenenarle sin que se percatara de ello? Solo podía salir de dudas poniéndole
a prueba. Se lo pondría fácil. No tenía otra opción. Llegado a este punto ya
nada le importaba. Todo lo tenía atado y bien atado. Alea jacta est.
Esteban se levantó del sillón,
ante la atenta mirada de Robles, y se dirigió a su escritorio con la excusa de necesitar
sus gafas. Mientras simulaba buscarlas entre los papeles que en él tenía
acumulados, observó la figura de Robles reflejada en el cristal del gran retrato
enmarcado de su padre, que presidía el despacho. Y vio, con una mezcla de
estupefacción, impotencia y resignación, cómo su amigo y fiel administrador
vertía unas gotas de un líquido en su taza de té y se guardaba, raudo, un
frasquito en el bolsillo de su americana. Durante unos segundos todo le dio
vueltas, se sintió realmente mareado al pensar que solo le quedaba la salida
que había previsto.
Al volver a su asiento, sin
las gafas, por supuesto, cosa que a Robles le pasó desapercibida, y antes de
que este diera un sorbo a su té, Esteban le detuvo el gesto con la mano en alto.
¡Qué fallo tan imperdonable! La taza que le habían ofrecido estaba ligeramente
descantillada, una pequeña pero intolerable mella, justo en el borde, que no
solo afeaba la delicada pieza de porcelana, sino que podía provocarle un corte
en el labio. Sin atender a las amables protestas de aquel, le cambió la taza
por la suya. Qué menos podía hacer ante tamaño descuido de la servidumbre. Ante
la negativa de Robles a beber de ella, Esteban sacó de un bolsillo de su
chaqueta una pequeña pistola con empuñadura de nácar, que había pertenecido a
su mujer ─un entrañable recuerdo de familia─ y, apuntándole al entrecejo, le conminó
a hacerlo.
Nunca Robles había sido tan
locuaz. Por su boca salió, de corrido, sin apenas respirar, toda la verdad, la
que Esteban ya había supuesto ─el quién y el por qué─, más la que acababa de confirmar
─el cómo─. Una confesión en toda regla. Solo que, en este caso, no había lugar
para la absolución. Nunca les perdonaría aquel acto tan execrable. La mano que
sujetaba la pistola le temblaba a Esteban cada vez más, mientras que la cara de
Robles pasaba del pánico inicial a la de súplica y finalmente a la de
resignación a medida que pasaban los segundos. En el último momento, sin
embargo, al joven la duda le asaltó tan a traición como lo acababan de hacer
aquellos a los que había tenido por personas honorables. Pero tenía que
hacerlo, no le quedaba otra salida. Ya nada le importaba.
Tras la puerta cerrada del
despacho de Esteban se oyó una detonación. Un disparo que resonó por toda la
mansión. El eco de la muerte. Cuando la servidumbre en pleno, alertada por
aquel estruendo, se presentó en la sala, encontró al señor de la casa, su joven
amo, recostado en su sillón, sin vida. Se ha suicidado, se ha volado la tapa de
los sesos, fueron las únicas palabras que articuló, tartamudeando, el avejentado
administrador, a quien le resbalaron dos lágrimas por sus arrugadas mejillas.
Dicho esto, vieron cómo este tomaba su taza de té y bebía de
ella hasta la última gota sin pestañear, como si no le afectara en absoluto la muerte de quien había sido hasta entonces su patrón y amigo.
FIN
El desenlace no ha defraudado en absoluto las expectativas generadas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro, pues no ha sido fácil tejer esta historia y darle un final adecuado, según mi loca imaginación, claro, jeje.
EliminarUn abrazo, Macondo.
He tenido que leer dos veces el final porque me ha sorprendido sobremanera como has acabado esta historia. Quizás no me acuerdo bien de la primera parte, pero me quedé pensando porque razón se quita la vida Esteban.
ResponderEliminarDe cualquier manera, el final inesperado.
Un abrazo.
No me extraña, Elda, pues reconozco que es una historia un tanto rocambolesca, jeje.
EliminarQuizá la parte más compleja, o atípica, es la de los diálogos entremezclados de los tres conspiradores en un mismo párrafo.
De esta historia se podría extraer varias moralejas, pero, para mí, la más importante es que la codicia puede volver malvadas a las personas. Hasta los aparentemente más fiables pueden convertirse en tus peores enemigos. Lamento ser tan negativo, pero esta no es una historia feliz, jeje.
Esteban vive una vida que no le apetece vivir desde que enviudó. Es como un muerto viviente, y lo único que le mantiene vivo es la ilusión de que algún día toda su fortuna servirá para crear esa Fundación. Cuando ve que su mejor amigo le ha traicionado y tiene planeado acabar con él para lucrarse, es tal la decepción y la rabia que duda entre matarlo o suicidarse. Y al final opta por lo segundo, pues ya no le importa nada seguir viviendo.
El único punto sin cerrar y que, por lo tanto, ha quedado hasta cierto punto abierto (aunque para mí es lo de menos) es qué pasará con sus bienes y la Fundación. ¿Quién se encargará de vender sus propiedades? Pero seguro que el avaricioso notario sabrá cómo hacerlo y el único que saldrá ganando con ello será el interesado doctor sin escrúpulos. Y colorín, colorado...
Un abrazo.
¡Vaya! No esperaba este final tan injusto para Esteban. Salen ganando los malos sin mancharse las manos, aunque uno de ellos empujado por su culpa, opta por poner fin a su vida, con una acción inesperada como concluyente.
ResponderEliminarLos bienes para la creación de la fundación, pero nunca en manos de esos dos villanos sin conciencia.
En todo caso un desenlace inesperado.
Un abrazo Josep.
En la vida real no todo acaba como desearíamos y los malos no siempre reciben su justo castigo. Esteban se abandonó al peor de los derrotismos y, ante la impotencia de dar ese justo castigo a todos los villanos implicados, optó por lo más fácil, quitarse de en medio. El arrepentimiento in extremis de Robles, al ver que Esteban le perdonaba la vida quitándose, en su lugar, la suya, le impulsó a seguir su ejemplo y expiar así su pecado. Aunque los que controlarán la Fundación no tengan las manos limpias, por lo menos espero que aquella ayude, de algún modo, a los enfermos.
EliminarMe gustaría saber cuántas Fundaciones (y alguna que otra ONG), aparentemente sin ánimo de lucro, son una fuente de dinero para algunos personajes sin escrúpulos.
Qué rollo te he soltado para justificar ese final inesperado, jajaja.
Un abrazo, Francisco.
Bueno, bueno, bueno... vaya super final compañero :D Lo que no me convence es que es injusto como la vida misma y el dinero va a caer en unas manos muy chungas... grrrr. Tus personajes reflejan muy bien dos reacciones extremas de la condición humana a) Esteban iluso total con el tema de la maldición, los humanos "hacemos cosas raras" a causa del miedo b) el resto de personajes capaces de asesinar a causa de la avaricia...y es que los humanos "hacemos también cosas raras" por el oro, petróleo,...dinero. Rocambolesca historia compañero pero... rocambolesca como la condición humana. Fantástico relato. Un abrazo grande.
ResponderEliminarES que en la vida, amiga mía, a veces pasan cosas muy raras, que no sabemos si achacarlas a la casualidad o qué. Fíjate que la vidente a la que fueron a consultar por imperativos de la difunta (entonces viva) les dijo que veía alguna amenaza externa, conspiraciones ocultas y puertas cerradas. Los que conspiraron contra el pobre Esteban se reunían con nocturnidad y alevosía a puerta cerrada. ¿Tenía o no tenía razón la maldita adivinadora? jeje. Otra cosa es que uno vea venir los tiros de lejos y sepa evitarlos con antelación. No somos nada, unos títeres en manos del destino. Caramba, qué pesimista me he puesto, jajaja.
EliminarDejando la fantasía y volviendo a la realidad, me complace que esta historia tan alocada te haya hecho pasar un rato agradable. Viajar por el mundo de la ficción es gratis, jajaja.
Un fuerte abrazo, Cristina.
Al estilo clásico, el protagonista, en este caso detective a la fuerza, relata sus conclusiones, y, al estilo moderno, un par de vueltas de tuerca inesperadas ponen el broche a la historia.
ResponderEliminarMuy buena, Josep María. Felicidades.
Un beso.
Pues sí, pero aquí el detective solo puede congratularse de haber resuelto el enigma, aunque ello le llevara a un callejón sin salida y le comportara tomar esa drástica decisión final. Estuve tentado de buscar un final feliz, en el que Esteban desbarata los planes de esos tres canallas, pero finalmente me decidí por darle un final dramático (y más fácil, jajaja).
EliminarMuchas gracias, Rosa, por tu lectura y amable comentario.
Un abrazo.
Como ha comentado Rosa, el relato tiene una forma clásica de relato de detectives de toda la vida, pero con ese fondo de modernidad en el que no siempre se consigue el final feliz. Esteban es un personaje con carga de profundidad que opta por lo inesperado, mostrándole a Robles, con su suicidio, la infamia cometida. Imaginación al poder y un gran trabajo preparatorio previo para atar los cabos de la historia para así narrarla con tu agilidad y suspense habitual. Me encantó! Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarSí, realmente lo más "normal" en esta historia habría sido que los culpables acabaran pagando su traición y no que el protagonista, el bueno de Esteban, decidiera inmolarse pegándose un tiro ante quien tenía el cometido de acabar con su vida. Solo un hombre frustrado y desesperado es capaz de hacer algo así. Al menos en el ambiente "romántico" en el que transcurre la acción, jeje
EliminarMuchas gracias, David, por tu apreciación.
Un fuerte abrazo.
Final sorprendente, con tanta traición se había quedado en segundo plano la depresión del protagonista y al final resultó que pudo más ésta que sus deseos de venganza.
ResponderEliminarAdemás ese párrafo donde Esteban se imagina lo que ha pasado (sin un punto y aparte) refleja muy bien el estado de conmoción.
Genial.
Un abrazo.
Las sorpresas finales pueden llevar a la satisfacción o al desengaño. Este bien podría ser un ejemplo, dependiendo de lo que el lector esperara. Como bien insinúas, la clave del desenlace está precisamente en la situación anímica del protagonista. A pesar de su empeño y entereza por investigar y aclarar el entuerto, acabó desmoronándose ante la amarga evidencia de una traición tan real como inesperada.
EliminarMe alegro que te haya parecido genial.
Un abrazo, Paloma.
Felicidades por el relato Josep!!El final me ha cogido por sorpresa, creo que Esteban estaba más afectado de lo que parecía por la muerte de su esposa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Conchi. El amor es capaz de trastornar al más cuerdo y la pérdida del ser amado puede llevar al más sereno de los mortales al abismo.
EliminarUn abrazo.
Codicia y deshonor a partes iguales,... verdaderamente un final sorprendente para una historia un tanto rocambolesca. Un abarzo Josep Mª
ResponderEliminarBien hallado de nuevo, compañero. Como me gusta sorprender, me alegro de haberlo conseguido. Y bueno, a veces la vida real también está repleta de historias rocambolescas, jeje
EliminarUn abrazo.
Aquí estoy de nuevo, Josep Mª. Primero que nada, desearte que estés bien de tu intervención.
ResponderEliminarMe he quedado estupefacta. Absolutamente genial la escena de ver a través del cristal del retrato cómo le echa las gotas en su taza el administrador y el intento de cambiarle la taza.
Faena le iba a quedar al servicio al cabo de un momento ;-)
Un beso y una pronta recuperación.
Bienvenida, pues, Chelo.
EliminarYa estoy en casa y en casi perfectas condiciones físicas, jeje.
Me alegro que esta historia te haya, cuanto menos, sorprendido. Es lo que pretendo siempre que escribo historias de intriga.
Un beso y gracias por el comentario y por tu interés.
Siempre me sorprendes con los finales, pero siempre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Gemma,
EliminarMuchas gracias, espero poder seguir sorprendiendo en un futuro, jeje.
Un abrazo.
Desde luego sabes como sorprender Josep Mª con tus relatos.
ResponderEliminarEspero que estés plenamente recuperado y en casa.
Un abrazo compañero
Muchas gracias, Conxita, por tu amable comentario y por tus buenos deseos. La recuperación está en marcha, sin prisas pero sin pausa, jeje
EliminarUn fuerte abrazo.
Josep creo que no he leído a 1º parte y lo haré. ASi que no te voy a comentar nada hasta leer todo. Si que he hecho una apreciación de una errata sin importancia en uno de los empujoncitos. Exactamente pone " emujoncitos " . Un abrazo
ResponderEliminarPues muchísimas gracias, Mamen, por haberme hecho notar este gazapo, que ya he corregido oportunamente. Por mucho que uno se esfuerce en evitar este tipo de erratas, muchas veces se escapan a nuestro ojo.
EliminarUn abrazo.