lunes, 8 de enero de 2018

Cuarenta y ocho horas (y 2)



Robles, formal como siempre, acudió a la cita antes incluso de lo que Esteban esperaba. Parecía como si el administrador estuviera, por una vez, realmente preocupado. Eran las ocho y media de la mañana y al hombre le asomaban unas tremendas ojeras. ¿Quizá no había dormido bien a causa de los nervios? Sin duda las preocupaciones pasan factura a partir de cierta edad.

Esteban estaba ansioso por entrar en materia, pero no podían faltar las formalidades, las buenas costumbres. Así que, una vez confortablemente acomodados, hizo sonar una campanilla para que una doncella les sirviera el desayuno que previamente había mandado preparar.

Robles, intrigado, devoró el abundante almuerzo matutino en un santiamén. Aun siendo de buen comer, era notorio que deseaba terminar esa comilona protocolaria cuanto antes para que Esteban le revelara su descubrimiento. Este aparentó estar disfrutando de las viandas y de la bollería de confección casera, para su propio deleite y para incomodidad de su hombre de confianza. Esteban estaba, hasta cierto punto, regocijándose de la situación, se sentía como Sherlock Holmes ante su amigo, el doctor Watson, momentos antes de desvelarle sus conclusiones de lo que, hasta hacía bien poco, le había resultado un misterio inescrutable.

Tras apurar su taza de té y limpiarse delicadamente los labios y el bigote con una servilleta de lino bordada con sus iniciales, Esteban inició su exposición.

No supo justificar lo que le dio la solución al enigma, si fue su perspicacia o su amada Isabel quien, desde el otro mundo, se la reveló. Esa fue la introducción antes de empezar a conjeturar, en voz alta, cómo creía él que se habían desarrollado los hechos.

***

Robles, era conocedor de que Esteban, llegado el momento de abandonar sus negocios, tenía previsto deshacerse de ellos, poniéndolos a la venta, y crear una Fundación para la investigación de las enfermedades pulmonares. Este se lo debió comentar a don Hilario, el notario, con el que le unía una buena amistad, y al doctor Hinojosa, quien, como especialista en neumología, se vería, sin duda, complacido por esa iniciativa. Pero para el doctor solo había un pequeño inconveniente en ese apreciado plan: Esteban era todavía muy joven, de modo que deberían pasar muchos años para que pudiera cumplir con su deseo. ¿Por qué, pues, no darle un “empujoncito” para adelantar los acontecimientos?

» ¿Qué quiere decir con un “empujoncito”? ¿No estará acaso insinuando que…? ¡¿Cómo puede sugerir tal cosa?! ¿Qué yo me beneficiaría? ¿Cómo? ¿Administrador de la Fundación? Sí, desde luego, un puesto mejor remunerado y mucho más cómodo, pero...

Y entonces fue cuando debió intervenir el notario, sugiriendo una opción menos drástica y más realista. No hacía falta llegar a ese extremo. Además, no serviría de nada pues el joven empresario todavía no había testado, de lo contrario él lo sabría. En todo caso deberían empezar por ahí, obligándole a dejar sus intenciones por escrito. Solo debían asustarle, haciéndole creer, por ejemplo, que, si no hacía cualquier cosa, como por ejemplo venderlo todo, alguien acabaría con él. Si duda una magnífica idea.

» ¿No me ha dicho en más de una ocasión, señor Robles, que está usted harto de este trabajo y de sus esfuerzos, y que a don López de Hoyos le traen al pairo sus negocios? Pues ahí lo tiene. El “emujoncito” al que sin duda se debía referir el doctor, aquí presente, consiste en persuadirle de que lo venda todo antes de que un loco lo asesine. ¿No es así, doctor? Sin duda, sin duda. A eso me refería, ejem… Pero podría sospechar algo raro si lo que se le exige es únicamente la venta de sus posesiones. Él solo ha compartido conmigo sus planes para el día de mañana y podría atar cabos. No si el supuesto asesino le exige, además, gastarse todo el dinero obtenido con las ventas en un plazo irrisorio, imposible de cumplir, digamos… ¡cuarenta y ocho horas! Pero esa exigencia es absurda. ¿Quién puede querer algo así? Pues alguien que quiera verle arruinado. Seguro que un hombre tan rico como él debe de tener muchos enemigos. ¿Y si hace caso omiso a la advertencia? Corremos ese riesgo, pero me inclino a pensar que, viendo la imposibilidad de cumplir el plazo exigido, antes de verse asesinado por nuestro loco imaginario, dejará sus últimas voluntades por escrito. Antepondrá la Fundación a cualquier otra cosa. Ya lo verán. ¿Y quién podría escribir esa carta? ¿Y quién se la podría hacer llegar sin ser descubierto? Bueno… yo mismo podría escribirla, pues no conoce mi letra. Con tantos documentos que redacto a mano tengo una caligrafía excelente. ¿Y para qué hace falta una caligrafía tan refinada y escrita con pluma estilográfica si solo se trata de la amenaza de un loco? Bueno, pues para despistar, no vaya a pensar que es obra de un vulgar delincuente y no le dé la importancia que el asunto merece. De todos modos, intentaré no esforzarme tanto. Pero lo de la pluma es innegociable. Ahora bien, todo ello a cambio de algo, por supuesto, ya me entienden. ¿Algo? ¿Cómo qué? Bueno, ambos van a manejar mucho dinero con la Fundación, así que… Y en cuanto a cómo hacerle llegar la misiva, pues ¿no se reúne usted con él, como administrador, todos los viernes por la tarde? Pues uno de esos viernes prolonga la reunión más de la cuenta, hasta eso de las siete, por ejemplo, que en esta época del año ya es de noche. Así, cuando salga usted de la casa, podrá dejarla en la entrada sin que nadie se percate de ello. De ese modo, no la encontrarán hasta la mañana siguiente y nadie sospechará de usted. Don Hilario tiene razón, pensarán que ha sido alguien que, oculto en la oscuridad de la noche, ha saltado la verja para cometer esa fechoría. Pero si, transcurridas las cuarenta y ocho horas, aunque haya hecho testamento, nadie intenta perpetrar el asesinato, podría echarse atrás. Bueno… claro… como es de suponer que todo el mundo estará al corriente de lo que dirá el anónimo, la amenaza tendría que llevarse a la práctica de todos modos. Para darle más credibilidad a todo el asunto. Además, no podríamos hacernos con el control de la Fundación estando él con vida. ¡¡¿Qué?!! ¡¿Está usted loco?! ¿Y cómo? Pues, pensándolo bien, yo podría hacerme con una pequeña cantidad de arsénico. En nuestro hospital se utiliza, en algunos casos, para el tratamiento de la sífilis y de algunas enfermedades cutáneas. En el laboratorio no llevan un control demasiado rígido. ¿Y qué pretenden, que se lo administre yo? ¡Ni hablar! ¡Yo no soy un asesino! Piénselo bien, hombre. Usted ya no tiene edad para calentarse la cabeza intentando mantener a flote unos negocios que a su propietario le traen sin cuidado. Esteban es un alma en pena, un muerto viviente. ¿No lo ha descrito usted mismo así en más de una ocasión? Sí, pero… Así matamos dos pájaros de un tiro. Él se reúne con su estimada esposa, y miles de enfermos al año se podrían beneficiar de las investigaciones que aquí el doctor dirigirá con el dinero de esa Fundación. Bueno, en realidad serian más de dos pájaros los que mataríamos, si nos contamos a nosotros mismos, jajaja. ¡No mencione la palabra matar! Pero no sea remilgado, hombre. Lo que no habrá hecho usted por dinero... Oiga, oiga, sin faltar. ¿Que no? No me extrañaría que se estuviera embolsando una buena cantidad de dinero de las fábricas, aprovechando que su jefe está en la inopia. Pero ¿quién se ha creído que soy? No se enfade, hombre, que es malo para la salud, se lo dice un médico. A ver, mírelo de otro modo, todos ganaremos una buena suma de dinero. ¿Qué le parecería un salario de… pongamos… treinta mil pesetas mensuales como director financiero de la Fundación? ¡¿Treinta mil pesetas?! ¡¿Mensuales?! ¿Le parece poco? No, no, qué va. ¡Oiga, pues yo quiero cien mil pesetas! Todo a su debido tiempo, don Hilario. No vayamos a vender la piel del oso antes de cazarlo. Pero eso de… envenenar a Esteban me parece, no sé, cuanto menos una traición, con lo que confía en mí. Así es la vida, mi querido Robles. Piénselo bien. No sé, no sé. Y cuando esté… muerto., qué digo a los sirvientes. Nada. Usted me manda llamar y como médico amigo de la familia extenderé el certificado de defunción. Paro cardíaco y punto. ¡Ha sufrido tanto el pobre!

***

Esteban, simulando una tranquilidad que no sentía, volvió a llamar a la doncella para que les trajera un nuevo servicio de té. Tenía la garganta seca, no sabía si de tanto hablar o del nerviosismo que le embargaba. Mientras acababa su diatriba cada vez más alterado, la cara de Robles era todo un poema, o una acuarela, mostrando, poco a poco, todos los colores del arco iris. Del blanco más pálido inicial acabó con un rojo escarlata, pasando por el amarillo, verde, azul y ultraviolado. Y tras finalizar Esteban su exposición de los hechos, según los había imaginado, el hasta entonces su hombre de confianza mantuvo un silencio sepulcral. Quien calla, otorga, pensó Esteban. Todo apuntaba a que había dado en el clavo. Mientras esperaba la confesión de su ex amigo, ex administrador y ex todo, o, por lo menos, una explicación o réplica, hizo entrada la doncella. Esta, tras servirles el té, hizo una pequeña reverencia, a modo de despedida, y se marchó cerrando la puerta a sus espaldas, dejándolos nuevamente a solas. ¿Y ahora qué?, pensó Esteban. ¿Qué hará? ¿Habría acertado en el modus operandi? Podría haberse equivocado en ese punto, pensó, y realmente solo pretendían asustarle haciéndole creer que su vida estaba en peligro. O bien podría llevar un revolver en el maletín. Pero si lo mataba de un disparo, ¿cómo justificaría su muerte? No, tenía que ser por envenenamiento con algún preparado que le habría facilitado el doctor Hinojosa. Pero ¿cómo iba a envenenarle sin que se percatara de ello? Solo podía salir de dudas poniéndole a prueba. Se lo pondría fácil. No tenía otra opción. Llegado a este punto ya nada le importaba. Todo lo tenía atado y bien atado. Alea jacta est.

Esteban se levantó del sillón, ante la atenta mirada de Robles, y se dirigió a su escritorio con la excusa de necesitar sus gafas. Mientras simulaba buscarlas entre los papeles que en él tenía acumulados, observó la figura de Robles reflejada en el cristal del gran retrato enmarcado de su padre, que presidía el despacho. Y vio, con una mezcla de estupefacción, impotencia y resignación, cómo su amigo y fiel administrador vertía unas gotas de un líquido en su taza de té y se guardaba, raudo, un frasquito en el bolsillo de su americana. Durante unos segundos todo le dio vueltas, se sintió realmente mareado al pensar que solo le quedaba la salida que había previsto.

Al volver a su asiento, sin las gafas, por supuesto, cosa que a Robles le pasó desapercibida, y antes de que este diera un sorbo a su té, Esteban le detuvo el gesto con la mano en alto. ¡Qué fallo tan imperdonable! La taza que le habían ofrecido estaba ligeramente descantillada, una pequeña pero intolerable mella, justo en el borde, que no solo afeaba la delicada pieza de porcelana, sino que podía provocarle un corte en el labio. Sin atender a las amables protestas de aquel, le cambió la taza por la suya. Qué menos podía hacer ante tamaño descuido de la servidumbre. Ante la negativa de Robles a beber de ella, Esteban sacó de un bolsillo de su chaqueta una pequeña pistola con empuñadura de nácar, que había pertenecido a su mujer ─un entrañable recuerdo de familia─ y, apuntándole al entrecejo, le conminó a hacerlo.

Nunca Robles había sido tan locuaz. Por su boca salió, de corrido, sin apenas respirar, toda la verdad, la que Esteban ya había supuesto ─el quién y el por qué─, más la que acababa de confirmar ─el cómo─. Una confesión en toda regla. Solo que, en este caso, no había lugar para la absolución. Nunca les perdonaría aquel acto tan execrable. La mano que sujetaba la pistola le temblaba a Esteban cada vez más, mientras que la cara de Robles pasaba del pánico inicial a la de súplica y finalmente a la de resignación a medida que pasaban los segundos. En el último momento, sin embargo, al joven la duda le asaltó tan a traición como lo acababan de hacer aquellos a los que había tenido por personas honorables. Pero tenía que hacerlo, no le quedaba otra salida. Ya nada le importaba.

Tras la puerta cerrada del despacho de Esteban se oyó una detonación. Un disparo que resonó por toda la mansión. El eco de la muerte. Cuando la servidumbre en pleno, alertada por aquel estruendo, se presentó en la sala, encontró al señor de la casa, su joven amo, recostado en su sillón, sin vida. Se ha suicidado, se ha volado la tapa de los sesos, fueron las únicas palabras que articuló, tartamudeando, el avejentado administrador, a quien le resbalaron dos lágrimas por sus arrugadas mejillas. Dicho esto, vieron cómo este tomaba su taza de té y bebía de ella hasta la última gota sin pestañear, como si no le afectara en absoluto la muerte de quien había sido hasta entonces su patrón y amigo.

FIN




26 comentarios:

  1. El desenlace no ha defraudado en absoluto las expectativas generadas.
    Un abrazo.

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    1. Me alegro, pues no ha sido fácil tejer esta historia y darle un final adecuado, según mi loca imaginación, claro, jeje.
      Un abrazo, Macondo.

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  2. He tenido que leer dos veces el final porque me ha sorprendido sobremanera como has acabado esta historia. Quizás no me acuerdo bien de la primera parte, pero me quedé pensando porque razón se quita la vida Esteban.
    De cualquier manera, el final inesperado.
    Un abrazo.

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    1. No me extraña, Elda, pues reconozco que es una historia un tanto rocambolesca, jeje.
      Quizá la parte más compleja, o atípica, es la de los diálogos entremezclados de los tres conspiradores en un mismo párrafo.
      De esta historia se podría extraer varias moralejas, pero, para mí, la más importante es que la codicia puede volver malvadas a las personas. Hasta los aparentemente más fiables pueden convertirse en tus peores enemigos. Lamento ser tan negativo, pero esta no es una historia feliz, jeje.
      Esteban vive una vida que no le apetece vivir desde que enviudó. Es como un muerto viviente, y lo único que le mantiene vivo es la ilusión de que algún día toda su fortuna servirá para crear esa Fundación. Cuando ve que su mejor amigo le ha traicionado y tiene planeado acabar con él para lucrarse, es tal la decepción y la rabia que duda entre matarlo o suicidarse. Y al final opta por lo segundo, pues ya no le importa nada seguir viviendo.
      El único punto sin cerrar y que, por lo tanto, ha quedado hasta cierto punto abierto (aunque para mí es lo de menos) es qué pasará con sus bienes y la Fundación. ¿Quién se encargará de vender sus propiedades? Pero seguro que el avaricioso notario sabrá cómo hacerlo y el único que saldrá ganando con ello será el interesado doctor sin escrúpulos. Y colorín, colorado...
      Un abrazo.

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  3. ¡Vaya! No esperaba este final tan injusto para Esteban. Salen ganando los malos sin mancharse las manos, aunque uno de ellos empujado por su culpa, opta por poner fin a su vida, con una acción inesperada como concluyente.
    Los bienes para la creación de la fundación, pero nunca en manos de esos dos villanos sin conciencia.
    En todo caso un desenlace inesperado.
    Un abrazo Josep.

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    1. En la vida real no todo acaba como desearíamos y los malos no siempre reciben su justo castigo. Esteban se abandonó al peor de los derrotismos y, ante la impotencia de dar ese justo castigo a todos los villanos implicados, optó por lo más fácil, quitarse de en medio. El arrepentimiento in extremis de Robles, al ver que Esteban le perdonaba la vida quitándose, en su lugar, la suya, le impulsó a seguir su ejemplo y expiar así su pecado. Aunque los que controlarán la Fundación no tengan las manos limpias, por lo menos espero que aquella ayude, de algún modo, a los enfermos.
      Me gustaría saber cuántas Fundaciones (y alguna que otra ONG), aparentemente sin ánimo de lucro, son una fuente de dinero para algunos personajes sin escrúpulos.
      Qué rollo te he soltado para justificar ese final inesperado, jajaja.
      Un abrazo, Francisco.

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  4. Bueno, bueno, bueno... vaya super final compañero :D Lo que no me convence es que es injusto como la vida misma y el dinero va a caer en unas manos muy chungas... grrrr. Tus personajes reflejan muy bien dos reacciones extremas de la condición humana a) Esteban iluso total con el tema de la maldición, los humanos "hacemos cosas raras" a causa del miedo b) el resto de personajes capaces de asesinar a causa de la avaricia...y es que los humanos "hacemos también cosas raras" por el oro, petróleo,...dinero. Rocambolesca historia compañero pero... rocambolesca como la condición humana. Fantástico relato. Un abrazo grande.

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    1. ES que en la vida, amiga mía, a veces pasan cosas muy raras, que no sabemos si achacarlas a la casualidad o qué. Fíjate que la vidente a la que fueron a consultar por imperativos de la difunta (entonces viva) les dijo que veía alguna amenaza externa, conspiraciones ocultas y puertas cerradas. Los que conspiraron contra el pobre Esteban se reunían con nocturnidad y alevosía a puerta cerrada. ¿Tenía o no tenía razón la maldita adivinadora? jeje. Otra cosa es que uno vea venir los tiros de lejos y sepa evitarlos con antelación. No somos nada, unos títeres en manos del destino. Caramba, qué pesimista me he puesto, jajaja.
      Dejando la fantasía y volviendo a la realidad, me complace que esta historia tan alocada te haya hecho pasar un rato agradable. Viajar por el mundo de la ficción es gratis, jajaja.
      Un fuerte abrazo, Cristina.

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  5. Al estilo clásico, el protagonista, en este caso detective a la fuerza, relata sus conclusiones, y, al estilo moderno, un par de vueltas de tuerca inesperadas ponen el broche a la historia.
    Muy buena, Josep María. Felicidades.
    Un beso.

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    1. Pues sí, pero aquí el detective solo puede congratularse de haber resuelto el enigma, aunque ello le llevara a un callejón sin salida y le comportara tomar esa drástica decisión final. Estuve tentado de buscar un final feliz, en el que Esteban desbarata los planes de esos tres canallas, pero finalmente me decidí por darle un final dramático (y más fácil, jajaja).
      Muchas gracias, Rosa, por tu lectura y amable comentario.
      Un abrazo.

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  6. Como ha comentado Rosa, el relato tiene una forma clásica de relato de detectives de toda la vida, pero con ese fondo de modernidad en el que no siempre se consigue el final feliz. Esteban es un personaje con carga de profundidad que opta por lo inesperado, mostrándole a Robles, con su suicidio, la infamia cometida. Imaginación al poder y un gran trabajo preparatorio previo para atar los cabos de la historia para así narrarla con tu agilidad y suspense habitual. Me encantó! Un fuerte abrazo!

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    1. Sí, realmente lo más "normal" en esta historia habría sido que los culpables acabaran pagando su traición y no que el protagonista, el bueno de Esteban, decidiera inmolarse pegándose un tiro ante quien tenía el cometido de acabar con su vida. Solo un hombre frustrado y desesperado es capaz de hacer algo así. Al menos en el ambiente "romántico" en el que transcurre la acción, jeje
      Muchas gracias, David, por tu apreciación.
      Un fuerte abrazo.

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  7. Final sorprendente, con tanta traición se había quedado en segundo plano la depresión del protagonista y al final resultó que pudo más ésta que sus deseos de venganza.
    Además ese párrafo donde Esteban se imagina lo que ha pasado (sin un punto y aparte) refleja muy bien el estado de conmoción.
    Genial.
    Un abrazo.

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    1. Las sorpresas finales pueden llevar a la satisfacción o al desengaño. Este bien podría ser un ejemplo, dependiendo de lo que el lector esperara. Como bien insinúas, la clave del desenlace está precisamente en la situación anímica del protagonista. A pesar de su empeño y entereza por investigar y aclarar el entuerto, acabó desmoronándose ante la amarga evidencia de una traición tan real como inesperada.
      Me alegro que te haya parecido genial.
      Un abrazo, Paloma.

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  8. Felicidades por el relato Josep!!El final me ha cogido por sorpresa, creo que Esteban estaba más afectado de lo que parecía por la muerte de su esposa.

    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Conchi. El amor es capaz de trastornar al más cuerdo y la pérdida del ser amado puede llevar al más sereno de los mortales al abismo.
      Un abrazo.

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  9. Codicia y deshonor a partes iguales,... verdaderamente un final sorprendente para una historia un tanto rocambolesca. Un abarzo Josep Mª

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    1. Bien hallado de nuevo, compañero. Como me gusta sorprender, me alegro de haberlo conseguido. Y bueno, a veces la vida real también está repleta de historias rocambolescas, jeje
      Un abrazo.

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  10. Aquí estoy de nuevo, Josep Mª. Primero que nada, desearte que estés bien de tu intervención.

    Me he quedado estupefacta. Absolutamente genial la escena de ver a través del cristal del retrato cómo le echa las gotas en su taza el administrador y el intento de cambiarle la taza.
    Faena le iba a quedar al servicio al cabo de un momento ;-)

    Un beso y una pronta recuperación.

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    1. Bienvenida, pues, Chelo.
      Ya estoy en casa y en casi perfectas condiciones físicas, jeje.
      Me alegro que esta historia te haya, cuanto menos, sorprendido. Es lo que pretendo siempre que escribo historias de intriga.

      Un beso y gracias por el comentario y por tu interés.

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  11. Siempre me sorprendes con los finales, pero siempre.
    Un abrazo.

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    1. Hola, Gemma,
      Muchas gracias, espero poder seguir sorprendiendo en un futuro, jeje.
      Un abrazo.

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  12. Desde luego sabes como sorprender Josep Mª con tus relatos.
    Espero que estés plenamente recuperado y en casa.
    Un abrazo compañero

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    1. Muchas gracias, Conxita, por tu amable comentario y por tus buenos deseos. La recuperación está en marcha, sin prisas pero sin pausa, jeje
      Un fuerte abrazo.

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  13. Josep creo que no he leído a 1º parte y lo haré. ASi que no te voy a comentar nada hasta leer todo. Si que he hecho una apreciación de una errata sin importancia en uno de los empujoncitos. Exactamente pone " emujoncitos " . Un abrazo

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    1. Pues muchísimas gracias, Mamen, por haberme hecho notar este gazapo, que ya he corregido oportunamente. Por mucho que uno se esfuerce en evitar este tipo de erratas, muchas veces se escapan a nuestro ojo.
      Un abrazo.

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