Desde siempre
quise ser pintor, pero acabé estudiando medicina por tradición familiar. Aun
guardo las acuarelas que pinté, de niño, sentado en la arena de aquella playa,
desde la que se divisaba un islote que, según contaban los lugareños, encerraba
una triste historia, tan triste como antigua. Se decía que un pirata había tenido
retenida allí a una bellísima princesa como botín de uno de sus asaltos. Se
decía que esa joven de alta cuna vivió desde entonces recluida en un hermoso palacete
que el pirata hizo construir, donde la visitaba con cierta frecuencia para
agasajarla, esperando con ello que aceptara de buen grado su cautiverio.
También se decía que, aprovechando las ausencias de su raptor, la muchacha
encendía de noche una fogata para llamar la atención, de modo que alguien
pudiera acudir en su ayuda. A pesar de que la luz de las llamas era visible a
millas de distancia, jamás nadie se atrevió a contrariar al cruel pirata despojándole
de su preciado tesoro. Hasta que, un aciago día, la desesperada princesa,
viéndose de por vida en manos de su captor, acabó con su vida lanzándose al
vacío desde un risco. Su cuerpo fue hallado, desmadejado entre las rocas, por
el pirata a la vuelta de una de sus viles incursiones en alta mar. Como un acto
más de entre sus infamias, y como venganza por su orgullo dañado, el malvado
corsario lanzó el cadáver de la joven al mar. Desde entonces, algunos pescadores
aseguraban haber visto en lo alto del islote a una mujer que, vestida con
lujosos ropajes, les saludaba a su paso.
Aun
siendo probablemente una leyenda centenaria, la visión de aquel islote, conocido
por las gentes del lugar como la isla del pirata, me inspiraba mil y una
historias, que trasladaba a mi cuaderno y a mis lienzos. A mis doce años, yo era
un muchacho muy romántico e imaginativo que solía inventarse historias de amor
que escribía y guardaba a buen recaudo por temor a las burlas de mis dos hermanos,
que disfrutaban ridiculizándome desde que descubrieran mi afición. Por fortuna,
en la casa donde nos albergamos aquel verano, yo tenía mi propia habitación,
que cerraba con llave para evitar sus intrusiones, siempre dispuestos a meter
las narices ─y las manos─ en lo ajeno.
Así
las cosas, cada noche, al amparo de miradas indiscretas ─esos dos mastuerzos que
tenía como parientes consanguíneos hubieran hecho también burla de mis dibujos─,
sacaba las pinturas a la mortecina luz de un flexo, para recrearme con la
visión de aquellas acuarelas de las que me sentía tan orgulloso.
Una de
esas tardes en la playa, mis ensoñaciones me llevaron mar adentro, hasta la isla
del pirata y, viajando en el tiempo, me imaginé que rescataba a la dulce y
bella princesa cautiva y vivíamos un apasionado romance, para acabar convirtiéndose
en mi esposa. Me vi también buscándola, tras su trágica desaparición, y hallándola,
exánime, en el fondo del mar, para devolverla a la vida y convertirme así en su
héroe salvador. Solo con pensar que la historia que corría de boca en boca
pudiera haber sido cierta, me embargaba una terrible tristeza. Si realmente su
maltrecho cuerpo fue lanzado al mar, como carnaza para los peces, ¿qué había
sido de él? ¿Y si se conservaba intacto en alguna cueva submarina, esperando ser
encontrado para darle su merecida sepultura? ¿Y si lo que decían ver los
pescadores era realmente su espíritu, que vagaba, como alma en pena, por la
isla incapaz de hallar su camino hacia el más allá? ¡Qué ridículo me sonó todo
aquello cuando volví a recobrar la razón!
Sea
como fuere, mi innato romanticismo y mi inagotable fantasía me empujaron a
hacer algo puramente simbólico pero que, de pronto, sentí como un deber imperioso
en memoria de aquella joven que bien podría haber existido y fallecido tal como
me lo habían contado. Le escribí un poema, que luego metí en una botella que
lancé al mar. Desde entonces, todos los días, cuando acudía a la playa,
escudriñaba la orilla por si acaso mi botella había sido devuelta a tierra firme
por el ingrato oleaje, por si el mar hubiera rechazado hacer de mensajero o por
si alguna criatura marina quisiera darme a entender lo inútil e irracional de
mi acción. Pero nunca apareció.
Al
término de las vacaciones, cuando fui a despedirme de aquella playa y de aquel
mar que me habían acompañado tantas tardes, observé que en el islote había
movimiento humano, se veía gente subiendo y bajando de unas barcazas que
parecían cargadas de algo más que de personal. Cuando pregunté, me dijeron que alguien
había comprado el islote y que se disponía a construir allí un hotelito, pues
el interés turístico de la zona estaba en alza y tenía un futuro prometedor.
Ello me produjo una tristeza añadida a la de mi marcha, pues la isla del pirata
ya no volvería a ser la misma.
Al verano
siguiente no volví a aquel pueblo de la costa a pasar las vacaciones de verano,
ni al otro, ni en los sucesivos veinte años. Mis acuarelas, mis escritos y mis
recuerdos de aquel verano quedaron arrinconados en el fondo de mi memoria y de
mi armario durante toda mi adolescencia y solo emergían muy de tarde en tarde,
cuando mi recalcitrante nostalgia salía a flote, entre libros y libros de texto.
Pero el
azar o el destino hizo que dos décadas después, convertido en médico a la
fuerza, volviera a aquella franja de mar, transformada ya en un lugar muy
preciado por el turismo. Solo serían dos semanas, las que mis exiguas
vacaciones me permitían. Llevaba muchísimo tiempo queriendo volver, pero no
acababa de decidirme. Nunca segundas partes fueron buenas, dice el refrán. De
niño me había parecido un lugar de ensueño, pero tras el boom turístico, seguro
que todo su atractivo se había esfumado. Hasta que un día, navegando por
internet en busca de lugares con encanto donde pasar esas dos semanas de
descanso, reparé que entre las muchas ofertas para elegir había una que llevaba
por nombre “La isla del pirata”. No podía creerlo, esa era “mi isla del
pirata”, la fotografía no inducía a error, y ese pequeño hotel remodelado que
se anunciaba no podía ser otro que aquel hotelito del que me hablaran antes de
marcharme de allí.
Necesitaba
sosiego, abstraerme de todo y reencontrarme con aquel niño que fui, romántico,
imaginativo y, sobre todo, feliz. Después de tantos años de ausencia, volvería
al lugar que tantos gratos recuerdos me traía. Escribiría. Y pintaría. Seria
libre de hacer lo que se me antojara sin tener que dar explicaciones a nadie,
ni a mis padres, contrarios a todo lo que no fuera algo serio y de provecho, ni
a mis hermanos, que seguían siendo unos insensibles majaderos.
Una lancha
cubría el traslado entre el flamante puerto deportivo del pueblo y el islote,
que seguía siendo aquel promontorio a una milla escasa de tierra firme que yo
recordaba. Logré una habitación con vistas al pueblo y a la playa que me vio
escribir y pintar tantas tardes de un verano ya muy lejano.
Me
sentía inspirado. Escribía y pintaba sin apenas descanso. ¿Qué hacía yo
ejerciendo de médico si mi verdadera vocación me reclamaba tomar otros
derroteros? Pero no todos podemos elegir libremente nuestro futuro. A veces se
interponen obstáculos insalvables. El hombre propone y Dios dispone, dice otro
refrán. Y entonces recordé lo que, según la leyenda, había tenido lugar justo donde
me encontraba. También aquella joven princesa vio su felicidad truncada contra
su voluntad. Y de nuevo volví a ser aquel niño soñador de doce años y me
imaginé qué habría sido de mí si no hubiera accedido a las presiones familiares
y hubiera acabado siendo escritor, o pintor, o ambas cosas. Y volvió a mi mente
aquella botella lanzada al mar en busca de una destinataria anónima y tal vez inexistente.
Una
noche, tumbado en la cama, viendo el cielo estrellado a través de la ventana
abierta de par en par, me imaginé a una joven, princesa o no, viviendo en el
fondo del mar, cual sirena, encontrando mi botella y leyendo mi poético mensaje.
Y me imaginé que me respondía con otro. Un mensaje no de amor sino de ilusión y
de esperanza. Un mensaje que me dijera cómo ser feliz el resto de mi vida. Y
con este nuevo ensueño infantil caí profundamente dormido.
El día
siguiente amaneció con un color tan vivo y brillante que invitaba a tomar, sin
demora, mi caballete y sentarme a pintar junto a las rocas, con la espuma de
las olas rompientes salpicándome la cara. El mar estaba muy agitado. El viento
soplaba con fuerza, de ahí que las nubes hubieran emigrado a otras latitudes. Una
joven de largos y negros cabellos me advirtió del peligro que corría estando
tan cerca del mar embravecido, que más de uno se había precipitado y caído al agua
y su cuerpo nunca había sido hallado. Sonriendo, ante un consejo que me pareció
innecesario y casi maternal, se lo agradecí dándole a entender, cortésmente,
que sabía cuidar de mí y que tendría cuidado. Por toda respuesta, me recomendó
que, aun así, no dejara de mirar el mar y, tras devolverme una enigmática
sonrisa, como si supiera algo que no me había querido revelar, desapareció. ¿De
dónde había salido aquella muchacha? No la había visto en todos esos días de
estancia en el hotel, de lo contrario me acordaría de aquella cara, de esos
ojos tan azules y su larga cabellera azabache. Debía de haber llegado
recientemente y no había tenido ocasión de verla.
Desde
aquel preciso instante, me sentí turbado por las palabras de la joven y no podía
evitar, entre pincelada y pincelada, echar un vistazo al mar que parecía enfurecerse
por momentos. En una de esas ocasiones, vi cómo una ola rompía violentamente
contra las rocas y, al retirarse, dejaba recostaba sobre una de ellas lo que,
por su forma y brillo, me pareció una botella. No pude reprimir dar un brinco.
¡Una botella! Y estaba cerrada con un tapón de corcho, como la que yo había
lanzado de niño. Y parecía contener algo. ¿Un mensaje, quizás? ¿Y si fuera mi
botella y el mar me la devolvía? ¡Qué pensamiento más absurdo! ¡¿Cómo iba a
recuperarla después de veinte años?! Por ridículo que os parezca, me precipité
hacia las rocas, aprovechando que se habían retirado dándome una breve tregua, sin
atender a los gritos de advertencia de algunos huéspedes que estaban tomando el
sol. No hice caso ni de gritos ni de advertencias. Quería esa botella y quería ver
lo que contenía. Y una vez logrado mi arriesgado objetivo, comprobé que,
lógicamente, no era la mía. Todos los allí presentes debieron tomarme por loco
al comprobar que recogía mis bártulos y me marchaba raudo tras hacerme con un
frasco de vidrio que se había estrellado, sin romperse, contra las rocas.
Una
vez en mi habitación, con el corazón desbocado por la emoción del niño que cree
haber hallado un tesoro largo tiempo escondido, abrí, no sin cierto esfuerzo, el
misterioso recipiente. Contenía lo que parecía una lámina abarquillada. La
saqué y desenrollé con sumo cuidado, no fuera a desgarrarse. Lo que vieron mis
ojos me dejó boquiabierto. No lo podía creer. Era una especie de mensaje, o
mejor debería decir un regalo. Y era suyo, no había lugar a dudas. Y era muy
especial. Era una bellísima acuarela que solo ella podía haber hecho para mí.
Todavía
hoy, reconvertido en pintor, la conservo como oro en paño. La titulé, como no
podía ser de otro modo, “La isla del pirata”, aunque solo yo conozco el
significado. ¿Queréis verla? No se la enseño a nadie porque no deseo tener que
explicar de quién es, qué significa y cómo la conseguí, pero hoy haré una
excepción con vosotros. Aquí la tenéis. ¿A qué es maravillosa?
Pintura
a la acuarela, o garabata, como la define su autora, mi compañera de letras conocida
con el seudónimo “Te cuento de viajesCVT”, cuyo blog os animo encarecidamente a
visitar: https://tecuentodeviajes.wordpress.com/
Este
relato ha sido fruto de la invitación recibida de esta bloguera viajera y
artista, consistente en hallar la inspiración en una de sus bellísimas
pinturas. Si deseáis leer su última entrada, aquí tenéis el enlace: https://tecuentodeviajes.wordpress.com/2018/01/24/un-mar-sin-dudas/
Me ha parecido una historia maravillosa con todos los ingredientes para soñar, sacando ese niño que todos, afortunadamente, llevamos dentro y con mucho cariño lo mimamos de vez en cuando.
ResponderEliminarMe ha encantado Josep, y el final aunque un poco predecible (por lo menos así lo quería yo, jajaja), precioso.
Mientras leía, me he fundido en tu relato.
Un placer y un abrazo.
Una vez más, Elda, has inaugurado la lista de comentarios, jeje.
EliminarMe encanta tenerte como lectora de mis historietas, nunca faltas a la cita y encima me halagas con tus palabras. Pero no quiero con ello que te veas obligada a seguir "pegada" a mi blog, jajaja, pero siempre viene bien tener a un crítico tan amable como tú.
Me alegro que este cuento (pues pienso que puede perfectamente calificarse como tal) te haya gustado. Fue, como digo en la nota al pie de texto, lo que surgió de la visión de la pintura facilitada por mi compañera bloguera, que tiene un indiscutible arte a la hora de pintar sus "garabatas" y cuyo blog merece la pena visitar.
Un placer el mío y otro abrazo de vuelta.
¡Ohhh! ¡Que bonito cuento compañero! Cuanto me alegra leer que mi modesta garabata de agua te ha inspirado una romántica historia de sal y mar. Me ha encantado jugar contigo, ha sido todo un placer :D Me ha llamado mucho la atención el punto/nexo vocacional de nuestros muy diferentes relatos ... : o :)
ResponderEliminarY... ¿sabes? cuando pensaba sobre la historia para mi post...precisamente se me ocurrió meter a la original acuarela en una botella y lanzarla al mar...y relatar y fotografiar el proceso... Pero me ha faltado tiempo para tanto infundio de mis activas musas de pacotilla :D jajaja... quizás para un futuro post lance una botella y Te cuento ;)
Un abrazo enorme y muchísimas gracias Josep Mª por escribir este precioso relato para ella, para mi todo un regalo, todo un honor, me ha hecho mucha ilusión. GRACIAS mayúsculas.
PD: A ver si alguno de tus lectores se anima a recoger esta metafórica botella ciberespacial...y le apetece escribir una historia para ella...sería bonito :D Por supuesto están todos invitad@s :D
Ha sido para mi un placer aceptar el reto, aunque debo admitir que, por un momento, temí no estar a la altura de lo que esperabas y que saliera un cuento "sin chicha ni limoná", jeje
EliminarPero finalmente tu preciosa garabata me infundió ánimos y me inspiró esta historia romántica y un tanto peculiar.
Me alegro, pues, que te haya complacido el resultado y desde aquí animo a quien lea estas líneas (pues sé que tengo algunos lectores mucho más avezados que yo en aceptar y sacar provecho de retos de este tipo) a que recoja el testigo y se lance de cabeza al mar de la inspiración.
Muchas gracias por tus amables palabras y un fuerte abrazo, compañera.
Me alegro que haya sido un placer mutuo jugar con la garabata compañero. Por favor, no hablemos de temores, miedos, dragones,... que te gano :D , porque a mis muchas inseguridades con las teclas, hay que sumarle mis muchas inseguridades con los pinceles...llevo poco tiempo mostrando mis garabatas... para mi es un honor que le hayas dado cobijo a esta acuarela con tus bonitas letras. Gracias :D
EliminarOjalá se anime alguno de tus lectores... como decía antes me parecería muy bonito :D tirando a entrañable, emocionante, "ilusionante" :D Mi blog no solo es viajero, tiene rincones con pequeñas historias, un lugar donde colaborar... foto micro relatos... Por "supuestísimo" estáis todos invitados a leer, participar...sumar...hacer viajar a la botella ...
Otro abrazo compañero, y más GRACIAS mayúsculas por TODO.
PD: ¡Uich! Ya tengo una musa espontánea y loca que me habla de que podría molar hacer un mapa de por donde anda la botella y ver su ciber viaje :D jajaja
Es una preciosa historia.
ResponderEliminarTodos, en un momento de nuestra vida, deberíamos recuperar a ese niño/a que llevamos dentro, recordar o evocar momentos que hemos sido felices, es bueno tanto emocionalmente como fisicamente. Un abrazo y le echaré un vistazo al blog cuando pueda sin duda. TERE
Nunca deberíamos perder la espontaneidad y la fantasía de cuando fuimos niños. Por lo menos deberíamos dejarla aflorar de vez en cuando. Soñar no hace daño a nadie y tener sueños es imprescindible para sentirnos vivos. Siempre dentro de lo racional, claro está. Pero como esta historia es más fantástica que racional, todo está permitido, jeje
EliminarUn abrazo, Tere.
Me ha encantado tu relato Josep, me he transportado a la Isla del Pirata conforme avanzaba en la lectura viéndome de niña y adulta. Gracias por compartir.
ResponderEliminarUn abrazo de Espíritu sin Nombre.
Me alegro haberte hecho viajar, aunque solo sea mentalmente, y que el viaje te haya resultado agradable.
EliminarGracias a ti, Conchi, por venir a leerme.
Un abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHubiera sido 'lo más' que la botella fuese la misma que lanzó él veinte años atrás, pero en un cuento, en la fantasía, en los sueños... todo está permitido. Casi mejor así, queda más acorde con su afición y su vuelta al pasado encontrar una acuarela tan bonita dentro de otra botella.
ResponderEliminarLa historia está muy bien hilada desde su comienzo, me ha parecido preciosa (igual que la imagen de tu compañera de letras Te cuento de viajes CVT).
Un abrazo, Josep Mª.
En la fantasía hay pocas reglas y las que hay son muy tolerantes, jeje.
EliminarHe intentado que la comunión entre texto e imagen diera lugar a una historia fantástica, en la que el mar estuviera presente. Y esta historia es la que me ha inspirado esa bella pintura. Me alegro que te haya gustado.
Un abrazo, Chelo.
Bonita imagen y bonita historia te ha quedado Josep Ma. ¿Quién no ha soñado con envira o encontrar una de esas botellas con mensaje? Aiii ese alma romántica. Me gustan estos relatos que evocan esos sueños de niño.
ResponderEliminarBesos
era ¡¡¡¡enviar!!!
EliminarPerdón por el error
Besos
Yo nunca llegué a enviar un mensaje en una botella, pero no por falta de ganas, sino por falta de alguien a quien enviárselo, jeje.
EliminarNunca deberíamos perder una dosis de romanticismo, ni las ganas de soñar despiertos.
Muchas gracias por tu comentario (y por tu fe de erratas, aunque no era necesario, jeje).
Un beso, Conxita.
Hola Josep, un precioso y romántico cuento el que nos regalas y a la vez te regalas escribiendo. Y todo partiendo, como bien dices, de una bella imagen de tu amiga y compañera de letras. Por otra parte es duro, cuando por razones familiares o económicas te apartan de una vocación y luego desde la distancia lo ves como un tiempo difícil de recuperar. Y bueno, la chica de los ojos azules y el pelo negro daría para otra historia...
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Miguel. Pues mira, esa es otra de las fantasías que encierra este cuento: la de poder hacer realidad un sueño que parecía imposible, como es el de dedicarse a lo que uno realmente ha deseado siempre. Muchos son los que llevan en su interior a un músico, un escritor, un poeta, un pintor, un actor, etc. frustrado. Cuántos (yo, entre ellos) no nos habremos hecho más de una vez esa misma pregunta que se hace el protagonista: ¿qué habría sido de mí si hubiera hecho esto o aquello en lugar de acabar siendo profesionalmente lo que soy? Nunca lo sabremos porque, posiblemente, ya sea demasiado tarde para cambiar de vida.
EliminarMuchas gracias, compañero, por tus palabras.
Un abrazo.
Qué bonita, me has atrapado y además me ha traído muy buenos recuerdos porque cuando era pequeña a veces iba con mis padres a una playa que tenía una islita muy pequeña, con una iglesia, a la que se accedía andando y recuerdo una vez que nos fuimos a pasar allí el día, las risas que pasamos mientras esperábamos a que bajase la marea para que el camino de vuelta quedase despejado...
ResponderEliminarMe ha encantado la historia.
Por cierto, he acabado tu libro, la semana que viene, seguramente el viernes, haré una reseña, y me ha gustado mucho.
Un abrazo.
Me alegro, Gemma, que esta historia te haya atrapado.
EliminarTe diré un secreto, ahora que nadie nos oye: Ese islote existe, es el de la fotografía que encabeza el relato y está en el mar menor de Murcia. Se conoce como "la isla del barón", porque también encierra una leyenda parecida e igualmente trágica, solo que la joven no fue secuestrada. La playa desde la que se divisa la isla, y que yo divisaba de pequeño (mi madre era murciana y teníamos parientes allí con los que pasamos un verano) pertenece a un pueblo llamado Los Nietos. Recuerdo haber hecho alguna excursión en barca hasta el otro extremo del Mar Menor, que ya entonces se conocía como La Manga del Mar Menor, pero que, en aquel entonces (hacia 1958), era tan solo una extensión arenosa de terreno repleto de dunas que se adentraba hacia el mar.
Un abrazo.
P.D.- Me alegro también de que hayas leído mi libro y de que te haya gustado, pero no quiero que te sientas obligada a hacer una reseña solo porque así me lo dijiste.
Un precioso relato inspirado en una no menos bella acuarela. Y escribí mis primeros relatos de ficción inspirados en pinturas también. Me ha encantado el cuento de la isla pirata y la princesa cautiva.
ResponderEliminarUn beso.
Una imagen no solo vale más que mil palabras, sino que tiene el don de la inspiración. Ello depende, claro está, de su belleza, y yo tuve la suerte de contar con esa acuarela tan bonita.
EliminarEn un curso de escritura creativa al que asistí, solían repartir tarjetas con dibujos o pinturas como fuente de inspiración de relatos, y es un sistema que funciona muy bien.
Me alegro que este cuento te haya parecido tan bello como la acuarela.
Un abrazo, Rosa.
Muy bonita historia de fantasía. Cuanto nos evoca la infancia. Has hilado el relato muy bien estructurado. Además he leído todo de un tirón, casi sin pestañear. Que pasaría si en verdad tu mensaje habria sido leído por esa sirena. Has hecho un bonito cuento inspirado es esa acuarela de tu amiga bloguera. Iré a hacer una visita a su blog. Un abrazo
ResponderEliminarDe hecho, este cuento tiene retazos de mis recuerdos infantiles, en lo que se refiere a esa playa y a ese islote. Y es cierto que los recuerdos de nuestra infancia, quizá porque los sobrevaloramos, son una gran fuente de inspiración, como lo ha sido la acuarela que muy amablemente me facilitó mi compañera bloguera.
EliminarMuchas gracias, Mamen, por pasarte y espero que, si visitas su blog, puedas apreciarlo.
Un abrazo.
Precioso relato, esos recuerdos infantiles acompañados de una historia tan romántica. Aunque el poner al pirata de malo es lo que procede, yo siempre los he visto más distorsionados (y atractivos), como el de la canción de Espronceda o como mucho como Jack Sparrow.
ResponderEliminarAdemás, la imagen inspiradora es preciosa, no me extraña que te haya sugerido una historia tan bella.
Por cierto, se supone que yo te había dejado un comentario aquí ayer, de hecho me pasé al blog de Te cuento de viajes y comenté también, pero, ¡una vez más!, blogger o vete a saber quién, me boicotea y no publica mis comentarios. Menos mal que me di cuenta hoy y he subsanado el error.
Bueno, cosas de los informáticos.
Un abrazo, Josep Mª y espero más colaboraciones como esta.
Pues sí, Paloma, en los cuentos y leyendas los piratas siempre salen muy mal parados. Algunos son incluso muy feos, con un parche en el ojo, una pata de palo o un garfio por mano, como el capitán Garfio de Peter Pan, jajaja.
EliminarMe alegro que el relato te haya parecido precioso. Es lo que me inspiró la imagen.
Sí, vi tu comentario en el blog "Te cuento de viajes", así que estaba esperando tu visita, jeje. Uy, la informática, si te contara... :)
Un abrazo.
Una historia realmente preciosa, Josep, ¡y muy romántica! Por un momento estuve segura de que el mar, aprovechando su imprudencia al recojer la botella con semejante oleaje, se lo llevaría para reunirle con ella. Tal y como dice mi marido, todos mis finales son truculentos jajajjaa. Mucho mejor el que tú has elegido.
ResponderEliminarGracias por este cuento para amenizar el sábado :))
¡Un abrazo y feliz finde, compañero!
¡Hola Julia! Jajaja. Yo también estuve tentado de cambiar el desarrollo de los acontecimientos, pero quise darle un toque más romántico y menos trágico, aunque tu enfoque también podría considerarse como una historia con final feliz. Lo que me inspiró este final fue la pintura de mi compañera bloguera y viajera, autora de la misma. Esa imagen podría inspirar a cada uno una cosa distinta, pero a mí me dio por interpretarla como un mensaje subliminal.
EliminarGracias a ti por tu presencia, siempre tan agradable.
Un fuerte abrazo.
Precioso relato, Josep. Una historia que se lee como si alguien nos contara al oído un cuento de las mil y una noches. Desde luego la ilustración te inspiro una de esos cuentos que en su sencillez logran atrapar la atención del lector. Una antigua leyenda y un soñador basta para que caigamos atrapados en una narración que deja una amable resonancia. Un abrazo!! P.D. me paso a curiosear el blog que nos recomiendas.
ResponderEliminarSiempre me han gustado los cuentos con aire romántico y, a poder ser, con final feliz. Efectivamente, solo hace falta una pizca de imaginación o fantasía y un detonante (como esta imagen tan bonita que me facilitó mi compañera de letras) para urdir una historia de ese tipo.
EliminarMe alegro de verdad que os haya encantado. De este modo puedo decir "misión cumplida", jeje.
Un abrazo, David.
¡Menudo relato! Vengo de leer la historia de Te Cuento de Viajes y me parece maravilloso lo que ambos habéis conseguido con una sola imagen. ¡De qué manera tan curiosa funciona la mente humana! Leyendo tus palabras no he podido evitar transportarme al momento de mi vida en el que también quise ser artista y soñaba con piratas y aventuras y, como no, con una pizca de romanticismo juvenil.
ResponderEliminarNo es la primera vez que te leo y cada vez que lo hago consigues transportarme a otra parte, donde se escucha el sonido de las olas y resuena el eco de las leyendas de antaño. ¡Un saludo muy grande!
¡Hola Mar! Pues sí, cada uno se ha dejado llevar por su imaginación a partir de una misma imagen. A cada uno le ha inspirado cosas muy distintas.
EliminarMe alegro que mis líneas te hayan retrotraído a momentos fantásticos y románticos, momentos que nunca deberíamos dejar escapar y mucho menos olvidar.
Me alegra también que no sea la primera vez que logro transportarte a otro lugar y a otro tiempo, Veremos dónde viajaremos la próxima vez, jajaja.
Un abrazo.
¡¡Hola Josep!!
ResponderEliminarCiertamente, escribes muy bien. no puedo expresar todo lo que he sentido al leerte pero a parte de emoción e ilusión es como haber sido niña otra vez. (Y comprobar lo que los niños pensaban jeje!) Dibujar es bueno, y escribir aun más. No lo dejes por favor. Ahora me da vergüenza decirte que eches un ojo a mi blog. Bueno, con leerte he soñado. Un abrazo!!
¡Hola, Keren!
EliminarMuchas gracias por dedicar tu tiempo a leerme y dejar este amable y elogioso comentario. Volver a ser niño de vez en cuando es un ejercicio muy sano para la mente y el alma. Por un momento, yo también lo fui mientras escribía esta historia pues, como decía más arriba, me inspiré en otra isla de un verano de mi niñez.
Aunque cada vez se hace más difícil acudir a todos los blogs de los que uno tiene noticia o que vamos descubriendo sobre la marcha, por supuesto que me pasaré por el tuyo.
Un abrazo.
Bonito se queda corto. Sueños y leyendas entremezclados... ¡qué más se puede pedir!
ResponderEliminarMe encantó Josep.
Una abraçada.
Me alegro, David, que mi cuento te haya encantado. Los sueños y las leyendas suelen inspirar historias fantásticas. En este caso, además, una imagen ha sido el detonante de toda esa fantasía.
EliminarUna abraçada.
Hola Patxi.
ResponderEliminar¡Qué relato más bonito y el dibujo de la botella me ha encantado! Un chiquillo, ya adulto, romántico, sensible y soñador. Me hace gracia la contraposición de él con sus hermanos (dos mastuerzos como parientes consanguíneos). Tengo la impresión Patxi, que detrás del autor, hay un artista, no sé si frustrado puesto que escribir, escribes (pintor y escritor)
Me ha gustado sobre todo la faceta que has sacado a relucir del niño soñador (casi inventor de situaciones), que no hay que perder la capacidad de imaginar.
Un fuerte abrazo compañero soñador.
Hola Isabel,
EliminarPues el relato salió de la botella, literariamente hablando, jeje.
Ese niño era la oveja negra de la familia, pues era el único lo suficientemente sensible como para apreciar el arte en estas dos vertientes, la escritura y la pintura, mientras que en casa tenía a unos padres insensibles y materialistas, y a unos hermanos un poco cafres, jajaja.
A mi me hubiera gustado ser escritor y músico, pero en casa también me aleccionaron subliminalmente hacia derroteros de "mayor provecho". Así que ese niño tiene cosas de mí, como también el recuerdo de una isla del Mar Menor que conocí de pequeño y sobre la que también recae una leyenda parecida pero sin pirata, jeje.
En todo caso, me alegro de que lo que ha salido de mi imaginación y de esa bella pintura te haya gustado.
Un abrazo.
P.D.- Una pequeña precisión: me llamo Josep Mª; Patxi es otro compañero (supongo que mutuo) de letras, jajaja
Ayayay!!!! Perdón perdón Jose Mª
ResponderEliminarNo volverá a ocurrir Juan, digo Pepe, digo... :)
En serio Jose Mª, disculpa por confundir tu nombre.
Tranqui, no pasa nada, jajaja
EliminarUn lapsus lo puede tener cualquiera.
Con tal que te haya gustado mi relato, ya me basta, jeje
Un abrazo.
Que hermoso relato Josep Mª, os felicito a ambos,... una hermosa simbiosis sin duda.
ResponderEliminarMuchas gracias, compañero viajero.
EliminarMe alegro que te haya gustado y ojalá haya sido capaz de hacerte viajar en el tiempo, jeje.
Un abrazo.
Uauhhh!! Josep Mª me ha parecido un relato maravilloso.
ResponderEliminarTiene toda la magia de un cuento, rescatando recuerdos y fantasías infantiles, con leyendas locales del islotes y de piratas. Me ha recordado a algunas rondallas y leyendas que cuentan de nuestro castillo con "La cara del Moro". Pero lo que más me ha gustado Josep Mª, ha sido la bonita manera de enlazar el pasado y el presente rescatando a "ese niño" que vive latente en cada uno de nosotros, con tus recuerdos, con tus anhelos aparcados y con tus ilusiones nos has creado un universo mágico.
Fantástico el final con esa "contestación" en forma de acuarela, precioso.
Un abrazo grande desde otro rincón del Mediterráneo.
Nuestro país (y todos los países del mundo) está repleto de cuentos y leyendas. Quien más quien menos, todos hemos sido testigos auditivos de muchos y muchas. Algunas son pura invención y otras están inspiradas en hechos que tuvieron lugar siglos atrás. Todas tienen en común un mensaje y una fantasía con encanto, esa que luego nos ha hecho soñar que formábamos parte de ella o incluso que la protagonizábamos. Aunque eso es más propio de chiquillos imaginativos (yo siempre lo fui gracias a la influencia materna), deberíamos procurar, como bien dices, seguir siendo niños de vez en cuando. Es triste un mundo sin fantasía y sin ilusiones. Y si ello no emerge espontáneamente, deberíamos buscar el modo de lograrlo a partir de un recuerdo, de un deseo, o de una imagen que nos inspire, como ha sido este el caso, algo bello.
EliminarMuchas gracias, Xus, por tu amable comentario y me alegra mucho que este cuento te haya resultado maravilloso.
Un fuerte abrazo.
Lo siento Josep, he llegado el último para comentar, pero fui de los primeros en leer este relato. que decir de tu fantasía desbordante para dar a esa ilustración vida literal.
ResponderEliminarSiento estar un poco distante de los blogs, pero las circunstancias ahora mismo no son nada propicias. Espero sepas disculparme.
Un abrazo compañero.
No tienes porqué disculparte, Francisco. Por lo que he podido leer en tu blog, estás pasando por un mal momento y en tales circunstancias uno no está para lecturas.
EliminarPor tal motivo te agradezco de forma muy especial que hayas tenido la gentileza de acercarte hasta aquí para leer y comentar esta historia de fantasía.
Espero que vuelvas a la "normalidad" lo antes posible y podamos seguir disfrutando de tus escritos y de tu compañía.
Un fuerte abrazo.
Sencillamente, precioso!
ResponderEliminarQué suerte haber encontrado esa botella...
Un abrazo