viernes, 13 de abril de 2018

El visitador médico (y II)




Al terminar de leer aquella carta, levanté la vista y me encontré con la mirada de angustia de la viuda de su autor y no pude más que sentir una terrible aflicción y vergüenza. Aquella mujer parecía esperar una explicación que no supe darle. Estaba tan aturdido que no sabía qué hacer ni qué decir. Todo me parecía tan irreal…

Al levantarme, las piernas apenas me sostenían. Le tendí, con manos temblorosas, las hojas de papel. Sentía como si me quemaran.

─Quédeselas. Usted sabrá mejor que yo qué hacer con ellas. Esto tendría que hacerse público.

Balbuceé algo que incluso a mí me resultó ininteligible y me marché sin despedirme. La cabeza me daba vueltas. Por fin entendía lo que Emilio quiso decirme con aquellas enigmáticas palabras la última vez que nos vimos.



El nuevo medicamento se había aprobado gracias a un soborno que el laboratorio había llevado a cabo. Altos responsables del Ministerio de Sanidad se habían embolsado una cuantiosa cantidad de dinero a cambio de agilizar los trámites para el lanzamiento del medicamento y asegurar su financiación pública. El doctor Millán, jefe de Oncología, y el director médico del hospital, estaban al tanto y habían accedido a promocionar el producto mediante su uso en su hospital, a sabiendas de que ello produciría un efecto dominó en otros Centros Hospitalarios del país. Emilio desconocía la cuantía del soborno, pero debía de haber sido millonario.

Mi ex jefe no especificaba cómo descubrió la trama, pero, tan pronto como lo hizo, se negó a colaborar. El mensaje estuvo bien claro desde un principio: o se introducía ese fármaco en aquel hospital de referencia en oncología o muchos serían los empleados que quedarían en la calle, empezando por la red de ventas, que se vería mermada drásticamente. Además, no podíamos ser menos que las filiales del laboratorio en otros países, donde el producto ya se utilizaba con éxito en la gran mayoría de hospitales, con pingües beneficios para la Central. Así pues, una vez conseguida la autorización para comercializar el medicamento, alguien debía dar el siguiente paso: dar un toque a uno de los oncólogos más prestigiosos del país y a su jefe, el director médico, para que, a cambio de una más que generosa recompensa, actuaran como cabeza de puente en la expansión comercial del producto en todo el país. No fue necesario presionarles más de lo que el dinero fue capaz de hacer, al saberse respaldados por unas autoridades sanitarias corruptas.

Emilio no quiso colaborar en aquella pantomima y, por lo tanto, se negó a ser el portador del cheque millonario, incluso se opuso a que alguno de sus colaboradores interviniera en aquel turbio asunto. Quién finalmente lo hizo era un misterio, pero alguien tenía que hacer la presentación formal del fármaco a quien luego lo prescribiría. Y ese fui yo. Me seleccionaron por mi audacia, me dijeron, que no fue tal. Todo estaba amañado cuando fui a visitar por segunda vez al prestigioso oncólogo. Así que todas mis dotes de persuasión no fueron reales, ya que estuvieron precedidas de un empujoncito económico. Ahora entendía el cambio radical de actitud del doctor Millán, que pasó de la mayor frialdad y escepticismo ante las maravillas que le contaba sobre el fármaco la primera vez que le visité al entusiasmo por utilizarlo en sus pacientes aquejados de cáncer de próstata, en mi segunda intentona, tan solo una semana después. Yo no hice nada más que interpretar un papel de reparto, con las cuatro líneas aprendidas de memoria y sin mérito alguno en la consecución de ese éxito teatral tan formidable.

Emilio pasó, por lo tanto, a ser un elemento indeseable y peligroso. Sabía demasiado. De ahí que lo apartaran de su empleo y de la Empresa, de la que percibió una generosa indemnización. A ojos de los demás, se le había rescindido el contrato por su falta de compromiso y entusiasmo en la consecución de los objetivos de la Compañía.

Todo fue sobre ruedas, según lo esperado, hasta que apareció un efecto secundario grave en algunos pacientes que estaban siendo tratados con el medicamento innovador. Las alarmas se dispararon dentro y fuera del hospital. A pesar de los esfuerzos del doctor Millán para tranquilizar a los pacientes y acallar al personal sanitario implicado ─médicos adjuntos y enfermeras─, los rumores acabaron extendiéndose hasta convertirse en noticia pública. Si se relacionaba ese hallazgo inesperado con el medicamento, la empresa se vería abocada a un nuevo descalabro económico, pero este de consecuencias imprevisibles. Había que evitarlo a toda costa.

Alertadas las autoridades sanitarias de la sospecha más que razonable de la relación existente entre el fármaco y el efecto secundario, algo que debería haberse evidenciado en los estudios clínicos previos a su autorización, temieron verse involucradas en el escándalo, que por algún extraño vericueto saliera a la luz su delito de cohecho, y exigieron al laboratorio que tomara las medidas oportunas para que nadie de los que tuvieran conocimiento de su mediación se fuera de la lengua. Para ellos, el laboratorio podía irse al garete, pero el asunto no podía salpicarles. Incluso podía ser que el propio Ministro de Sanidad estuviera en el ajo. No quedaba, pues, otra salida que eliminar todo rastro que les inculpara.



Me fui a casa mucho más preocupado de lo que estaba cuando salí. Entonces lo vi claro. El laboratorio debía sospechar que yo también estaba al corriente de todo. Posiblemente alguien nos había visto charlando en aquel bar y dedujo que Emilio me lo había contado. Pero de momento solo se habían deshecho de él, el testigo principal. Pensé que quizá no debían estar seguros de mi “inocencia” y me estaban poniendo a prueba. Si no sabía nada, creería que esos anónimos eran obra de un lunático y, a lo sumo, iría a la policía. Y sin pruebas de la autoría, el caso quedaría archivado y me dejarían en paz. Pero si estaba al corriente, me acojonaría y mantendría la boca cerrada. Y ahí terminaría todo. Con un muerto era suficiente.

¿Qué podía hacer yo con la carta que me había entregado la viuda de Emilio? Me dijo que hiciera con ella lo que creyera más conveniente para destapar la trama y el asesinato de su marido, que ella no se atrevía a hacerlo por temor a que también la asesinaran, pues estaba segura de que la espiaban. ¿Y por qué yo había de hacerlo? Si la tenían bajo vigilancia, también me tendrían vigilado a mí. Y si me habían sorprendido hablando con Emilio semanas atrás y ahora me habían visto salir de la casa de su viuda, atarían cabos y vendrían a por mí. Ya no valdrían los anónimos, ahora pasarían a la acción. De esto estaba seguro.

La prueba de ello solo tardó en hacerse visible el tiempo que tardé en llegar a casa. El nuevo anónimo que me encontré no dejaba lugar a dudas: “Si te vas de la lengua, eres hombre muerto”.

Comprendí que tenía los días contados. Tanto si iba a la policía como si no, tenía un pie en la tumba. Podía ir a hablar con el director general de la Empresa ─quien sin duda era el artífice de toda esa locura─ y jurarle que mantendría silencio. Pero ¿me creería? Además, si es que todavía no lo sabía, querría saber quién me había informado y la pobre viuda sería la próxima en desaparecer. No sabía qué hacer. Desaparecer sería lo más prudente. Nadie me echaría en falta, solo los compañeros de trabajo.

Hice el equipaje como siempre se ha visto en el cine de acción, embutiendo lo indispensable en una bolsa, para pasar más inadvertida mi fuga. Debía huir antes de que vinieran a por mí. El plan consistía en esconderme donde no pudieran encontrarme y, desde mi refugio, contarlo todo a la policía.

Tras dar mil vueltas por la ciudad para asegurarme de que nadie me seguía, acabé en ese hotel de mala muerte donde pensaba pasarme el tiempo que fuera necesario hasta que todo hubiera saltado por los aires y me sintiera seguro y protegido. A la mañana siguiente llamaría a mi secretaria diciéndole que faltaría al trabajo algunos días para atender un asunto personal urgente. Aquella noche casi no pegué ojo. En los escasos momentos de sueño, dormí sobresaltado. Me asaltaban todo tipo de pesadillas. En una de ellas, unos individuos me perseguían y mi cuerpo acababa sepultado bajo los escombros de un vertedero.

Por la mañana llamé, como tenía previsto, a mi secretaria y le dije que no contaran conmigo durante unos días. Se extrañó, pero no puso ningún tipo de objeción ni preguntó acerca de ese tema tan urgente que debía resolver. Siempre había sido una secretaria eficiente y discreta. Al despedirnos, antes de colgar, me dijo algo que me dejó helado.

─Por cierto, ¿se ha enterado de lo de Engracia?
─¿Engracia? ¿Qué Engracia? ─pregunté, sospechando que nada bueno se escondía detrás de ese nombre.
─Pues Engracia, la mujer…, bueno, la viuda de Emilio Fuentes.
─¿Qué le ha ocurrido? ─volví a preguntar, temiéndome lo peor.
─Pues que la han encontrado muerta en su domicilio. Según hemos sabido, alguien entró ayer por la tarde en su casa con la intención de robar y, al descubrirlo, la mató. ¡Pobre mujer! Primero el marido se suicida y ahora esto ─y tras un profundo suspiro, colgó.

Pobre mujer y pobre de mí, pensé, tras colgar el auricular del teléfono de la mesilla de noche.

Pasé todo el día en la cama, recapacitando. Rechacé el servicio de habitaciones, no fuera a colarse un asesino a sueldo vestido de personal de la limpieza. Todo lo que comí fueron unos sandwiches que adquirí de la máquina expendedora que había en el pasillo de mi planta, frente al ascensor. Ir de mi habitación hasta la máquina y volver resultó toda una proeza. Esos veinte metros escasos se me hicieron eternos y peligrosos. En cualquier momento podía hacer su aparición un matón y pillarme desprevenido. Parecía más un ladrón que un huésped.

Cuando por fin me sentí con fuerzas suficientes, llamé a la policía. Me pasaron, tal como solicité, con el investigador encargado del caso de la muerte de Engracia Romero, viuda de Emilio Fuentes. Le conté todo lo que sabía. Le aturrullé de tal modo que tuvo que interrumpirme en varias ocasiones para que me tranquilizara y se lo contara todo más despacio. Me dio la sensación de que me creía. Por lo menos no me tomó por un chiflado. Me pidió que acudiera a la comisaria para poner una denuncia. Ante mi renuencia a salir del hotel, temiendo ser abordado por un sicario, se ofreció a venir a buscarme.

Al cabo de dos horas, cuando ya anochecía, recibí una llamada desde recepción anunciándome que un caballero, que decía ser policía, había preguntado por mí y que subía hacia mi habitación.

─¿Está usted seguro de que es policía? ─inquirí al recepcionista.
─Sí señor. Me ha mostrado su placa. Inspector… no-sé-qué.

Justo al colgar el aparato, llamaron a la puerta con los nudillos. Era una llamada impaciente. Me acerqué a la puerta y pregunté, por precaución, quién era.

─Abra. Policía.

Por un momento dudé de su veracidad. Solo habían transcurrido unos pocos segundos cuando el individuo añadió:

─¿Es usted Ramiro Beneitez? ─preguntó con un tono imperativo.
─Sí, soy yo ─acerté a decir con un hilo de voz, como si no quisiera que nadie más se enterara.
─Pues haga el favor de abrir. Hace apenas dos horas que hablamos por teléfono. Usted nos llamó y, por lo que me dijo, tiene información muy… delicada que quiere compartir con nosotros. Como le dije, tiene que acompañarme a comisaría para hacer una declaración en toda regla.

Esto último lo oí cuando ya había entreabierto la puerta dejando la cadena puesta. Lo primero que vi ante mis ojos fue un documento de identificación policial, tras el cual una cara de pocos amigos me insinuaba que le dejara pasar o que saliera de una vez.

¿Por qué los policías infunden siempre temor o desconfianza? Parecen gente amargada. ¿Será por el sueldo que perciben o por el trabajo que se ven obligados a hacer? El caso es que le seguí hasta el ascensor y bajamos a recepción. En el corto trayecto ─solo eran tres pisos─ ninguno de los dos dijo esta boca es mía. El tipo olía a tabaco y a alcohol. Esto último me desconcertó. ¿Acaso no tienen prohibido beber mientras están de servicio? De pronto me asaltaron las dudas. ¿Y si no era policía sino un matón y el documento que me había mostrado era falso? Las piernas me temblaban solo al pensar que había podido caer en una trampa. Pero al salir a la calle me tranquilicé al observar que un coche patrulla nos estaba esperando.

El policía me invitó a subir con él en la parte de atrás. Una vez en el interior del vehículo, vi que además del conductor había otro individuo en el asiento del copiloto. ¿Tres policías para llevarme hasta la comisaría?

El tipo debió notar mi nerviosismo.

─Tranquilo ─me dijo dándome unas palmaditas en la rodilla─. Es por su seguridad. Si lo que me ha contado por teléfono es cierto, corre usted un serio peligro.

Respiré hondo e intenté relajarme durante el camino hacia nuestro destino. Pero este se hacía esperar más de lo debido. ¿Dónde está esa maldita comisaría?, me pregunté. Al poco comprendí que no era la comisaría adonde nos dirigíamos.


El seguro de la puerta estaba puesto y no he podido liberarlo. He intentado forzarla inútilmente. Mi acompañante me ha sujetado por el brazo. “Tranquilo”, me ha repetido.

Ya en las afueras de la ciudad y en plena noche, las dudas se han disipado al instante.

Hasta aquí hemos llegado, donde nadie me encontrará, en un vertedero municipal. Y el tipo que dijo ser, o que es, policía ─esto nunca lo sabré─, me está apuntando con un arma. Alguien ha accionado la apertura automática de la puerta.

─Sal del coche. Andando. Y no intentes escapar. Será inútil.

Y pensar que todo empezó con un simple y amistoso apretón de manos.


FIN



47 comentarios:

  1. Ahora ya me he quedado tranquilo. Muy interesante. Me ha gustado mucho.
    Un abrazo.

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  2. Bueno, cuando el enemigo a abatir es tan poderoso y con tanta influencia, la cosa pinta mal. Y el pobre Ramiro estaba sentenciado desde el principio.
    Agradezco tu realismo a la hora de contar esta historia, aunque el final no sea feliz, pero el dinero lo gobierna todo, o casi todo, y los héroes de andar por casa no tienen mucho futuro.
    Por cierto, la única vez que yo tuve que tratar con un policía de la secreta no fue muy agradable, pero ni olía a alcohol ni tenía un gesto amenazante, aunque el rifirrafe que tuve con él bien me pudo costar un disgusto (otro día lo cuento).
    Estupenda historia, Josep Mª, como nos tienes acostumbrados.
    Un abrazo.

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    1. Ramiro estaba, literalmente, solo ante el peligro, y no supo ni pudo afrontarlo para lograr salir indemne del atolladero. Como bien dices, cuando el enemigo es tan poderoso, estamos totalmente a su merced.
      De toda esta historia, creo que el mayor realismo está, precisamente, en su final, jeje.
      Por suerte, nunca he tenido que vérmelas con la policía, pero sí que he tenido que soportar, en más de una ocasión, su actitud prepotente y hasta chulesca. Un uniforme y un arma dan para mucho. Y no digo más, no sea que me lea algún infiltrado o pariente de un policía y me denuncie por incitación al odio.
      Muchas gracias, Paloma, por tu comentario.
      Un abrazo.

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  3. Ay, esto no termina muy bien, ¿los corruptos ganan?, bueno como casi siempre, jajaja.
    Me ha encantado y aunque sea una historia inventada, creo que tiene más realidad de la que quisiéramos. Si se entera una amiga mía que la van hacer un tratamiento experimental porque los que suelen poner, no ha resultado...
    Muy intrigante el relato Josep, genial.
    Un abrazo y buen fin de semana.

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    1. Dicen que la verdad acaba triunfando y pone finalmente a todos en su lugar, pero no siempre es así y no lo fue con el pobre Ramiro. Su verdad era demasiado peligrosa para ir contándola por ahí, incluso a la policía.
      ¡La corrupción es tan difícil de erradicar! Ahora estoy viendo la serie de televisión "Fariña", sobre el narcotráfico en Galicia durante los años 80, basada en hechos reales, y uno queda impresionado cuando ve cómo la corrupción estaba metida en todas partes, con políticos y policías comprados, y qué solo e impotente estuvo el sargento investigador del caso ante la trama de corrupción que se extendía por todas partes. Mi historia, basada en hechos imaginarios, va de lo mismo, pero en un ambiente totalmente distinto.
      Mejor no le cuentes nada a tu amiga. Dales a sus médicos el beneficio de la duda, jeje.
      Un abrazo, Elda.

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  4. Farmaceuticas y dinero, un binomio difícil de vencer. Los apretones de manos no siempre cierran los tratos que nosotros creemos. Mejor por escrito, siempre mejor por escrito.

    Un abrazo

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    1. Como decía más arriba, las farmacéuticas tienen que ganar dinero, como cualquier otro tipo de negocio. Lo que las hace distintas es que tienen en sus manos la salud de los pacientes y ello las hace especialmente valiosas. No es lo mismo adquirir un televisor o un automóvil, el uno con un programa de obsolescencia incorporado para que dure menos, y el otro con el software manipulado para que parezca que contamina menos, que un medicamento que no sea eficaz o incluso tóxico. Un medicamento no solo es un bien de consumo, es mucho más que eso. Por lo tanto es clave que la industria farmacéutica combine ética y rentabilidad, un binomio, como apuntas, diría que "delicado".
      Los apretones de manos deberían ser fiables entre los hombres de honor. En la mafia los acuerdos se sellan de este modo, jajaja.
      Un abrazo, David.

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  5. Que bueno.Me gustó el final.Él no sé podía ir de rositas. Un abrazo

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    1. Creo que lo que habría tenido que hacer el protagonista es desaparecer y perderse en un país lejano, donde nadie pudiera dar con él. Quedándose, expuesto a sus enemigos, no podía acabar bien.
      Me alegro, Betty, que te haya gustado esta historia, a pesar de su final infeliz, pero realista.
      Un abrazo.

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  6. No me había dado cuenta que ya estaba colgado el desenlace,... mejor así, odio dejar las cosas a medias jajaja
    Bueno,da un poco de repelús, a pesar de ser ficción, pensar que las cosas puedan llegar a esos extremos. Me ha encantado Josep Mª!

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    1. Pues menos mal que este relato solo tiene dos partes, jeje.
      Esperemos que eta ficción nunca pase a hacerse realidad.
      Muchas gracias por tu lectura y tu comentario.
      Un abrazo.

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  7. Hola Josep, vengo de leer la primera parte del relato del que destacaría ese flashback tan cinéfilo que has introducido con el diálogo entre el protagonista y la viuda. Y desde luego este final de cine negro, apuntala una historia que ojalá nunca se haga real.

    Por los comentarios que leído, observo que has trabajado en el sector y en cierta manera durante un tiempo seguí con interés el periplo de Zeltia y su Yondelis, lo que me han ayudado a ponerme rápidamente en el contexto de la situación en torno a la industria farmacéutica.

    En todo caso, esperemos que cualquier parecido con la realidad se pura coincidencia. Creo recordar haberte leído algo en torno a este tema y las peculiaridades en torno a la investigación de medicamentos y desde luego es un tema muy complejo. Desde luego es fundamental una buena praxis para con ello, no solo conseguir alargar la vida humana, sino para hacerlo en unas condiciones con la mayor calidad posible.

    Un abrazo y buen fin de semana.

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    1. Hola. Miguel.
      Cuando detrás de un proyecto, ya sea una aplicación informática revolucionaria o un fármaco innovador, existe una gran esperanza e interés por obtener unos beneficios multimillonarios que serán cruciales para la supervivencia de una Compañía, la tentación para utilizar todo tipo de recursos, incluso los que rozan la ilegalidad o la inmoralidad, deben de ser muy poderosos. Hemos tenido conocimiento de sobornos y corruptelas entre empresarios y políticos con ese fin en distintos ámbitos. No puedo afirmar con rotundidad que en el mundo farmacéutico no se haya dado este tipo de actuaciones para favorecer o agilizar la comercialización de un fármaco, pero quiero creer que nunca poniendo en peligro la vida de las personas. Eso sería un suicidio empresarial, pues tan pronto como se desvelaran los efectos perniciosos de ese producto, la cotización de la empresa o grupo empresarial en bolsa caería brutalmente y perdería en un día todo lo que se embolsó en un año.
      Como también comentaba, sí he vivido casos que más bien caen en la picaresca, con obsequios a los médicos prescriptores para ganarse su fidelidad, una práctica muy extendida en este país aunque prohibida y controlada desde hace ya muchos años. Pero ya se sabe, hecha la ley, hecha la trampa.
      Muchas gracias, Miguel, por tu amable comentario sobre este relato.
      Un abrazo.

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  8. Un tópico de moda sin lugar muy bueno tu texto!!!!!
    las medicinas y el dinero que reciben los médicos mientras los pacientes experimentan cosas que quizás los pueden matar
    un placer leerte

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    1. Todo medicamento tiene sus pros y sus contras, es decir sus beneficios y sus riesgos, un tema que ya traté en una entrada en mi otro blog. Ninguno está exento de efectos secundarios. De momento no existe el medicamento "ideal". Y para demostrar esos beneficios y comprobar esos riesgos hay que probarlo en pacientes que dan su consentimiento para ser tratados con él.
      Por supuesto que las medicinas, como cualquier otro producto en el que se ha invertido mucho dinero antes de comercializarlo, tienen que ser rentables para las Compañías que los venden, pero nunca a expensas de poner en riesgo la vida de los consumidores.
      En este relato me he permitido inventar una situación extrema y que quiero pensar que nunca se ha dado, pero como da mucho morbo por ser un tema muy sensible, pues las farmacéuticas siempre han estado en el punto de mira y bajo sospecha (en algún caso con razón), me pareció interesante inventar esta trama más propia del género negro.
      Muchas gracias y un abrazo.

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  9. El asunto tenía mala pinta para Romero...y no podía acabar peor. Finalmente su pesadilla se cumple...y acaba en un vertedero. Muy bueno el relato Josep :) ...aunque el tema elegido me da mucho miedito; esa mezcla de dinero, ambición, avaricia, reconocimiento, luchas de poder, Ministerios, política,...salud...me da mucho más miedo que los "paliduchos" ;) bebedores de sangre. Muchas gracias por compartir y por no tenernos mucho tiempo en ascuas :D jeje . Un abrazo sabático y besitos.

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    1. La pesadilla del pobre Romero fue una premonición. Muchas veces nuestras sospechas y temores se hacen, muy a nuestro pesar, realidad. En esta ocasión he rehuido el esperado final feliz y aleccionador y he optado por un realismo dentro de la ficción. De darse un caso así en el mundo real, seguro que acabaría del mismo modo a como lo describo, jeje.
      Todos los ingredientes que mencionas son, una vez mezclados, un cóctel explosivo y, tal como le vaticinó Emilio a nuestro protagonista, resultó ser un cóctel Molotov, que acabó explotándole en la cara.
      Muchas gracias ti por seguir esta historieta y por tu amable comentario.
      Besos domingueros.

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  10. ¿Sabes lo que me inquieta de tu relato Josep Mª?, que está contado con tal realismo que vete tú a saber cuántas historias habrá como ésta, on muertos o sin muertos.
    A medida que iba avanzando el relato pensaba que ojalá no hubiera ningún giro sacado de la manga, uno de esos finales sorprendentes que no se esperan, porque el final lógico, es éste, justo el que has descrito.
    Por tu culpa compañero, cada vez que tome una aspirina la voy a mirar de reojo… por si acaso :)

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    1. Hola Isabel. Pues por muy realista que te haya resultado este relato, espero y deseo con toda mi alma que solo sea un relato de ficción salido de mi calenturienta imaginación.
      Durante mi experiencia en el mundo farmacéutico he visto, tanto del lado de las autoridades sanitarias como de las empresas, cosas sobre las que valdría la pena escribir a título anecdótico, sin llegar a estos extremos. En mis últimos años como directivo, dije en más de una ocasión, medio en serio medio en broma, que cuando me jubilara y estuviera libre de represalias, jeje, escribiría un libro que podría titularse "Antología del disparate", aunque este título sería un plagio de aquel libro homónimo que escribió en los años 70 un catedrático de instituto de enseñanza media sobre las respuestas disparatadas de sus alumnos en los exámenes finales. En mi caso, los disparates se centrarían más bien en ciertas conductas irrisorias y hasta cierto punto absurdas en torno a esa relación tan especial de amor y odio que existe (o existía) entre administrado (el laboratorio farmacéutico en este caso) y administrador (el Ministerio de Sanidad). Pero en lugar de ello, he preferido recrearme en una situación más dramática, como la de esta historia, jeje.
      Tranquila, la aspirina, aun siendo el antiinflamatorio gástricamente más agresivo que se conoce, estando prohibido en niños por haber producido el Síndrome de Reye (potencialmente mortal), sigue siendo, junto a su efecto antiinflamatorio y analgésico, un antipirético formidable que forma parte de muchos de los cócteles antigripales que existen en el mercado. Por otra parte es de mucha utilidad para prevenir los trombos y se le siguen atribuyendo muchos otros efectos beneficiosos. Es el medicamento que ha resistido mejor el paso del tiempo, siendo casi bicentenario. Es un buen amigo pero hay que tenerlo siempre bajo control, jajaja.
      Un abrazo.

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  11. Pobre hombre y qué angustia pensar que don dinero siempre gana.
    La manera en que desarrollas la historia la hace muy creíble y aún más terrorífica.
    Una muy buena segunda parte.
    Besos

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    1. Hola, Conxita. Pues supongo que sí, que cuando algo resulta creíble, tiene un mayor impacto emocional. Si no, fíjate cómo a la gente le suele gustar más las películas que empiezan con el cartelito de "inspirada en hechos reales", jajaja.
      Así pues, me alegro que te haya gustado esta historia a la que he intentado darle un toque de intriga.
      Besos.

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  12. Siento que el final de tu protagonista no haya podido ser feliz, pero era de esperar luchando solo contra un entramado corrupto tan poderoso. Lo siento por él, pero no por nosotros: ¡nos has hecho disfrutar de lo lindo con el relato!

    Muy bueno, Josep. Creo que cada vez con más frecuencia tus historias necesitan más de una entrega, y eso, para mí, es señal de que vas profundizando en los personajes y en las tramas y necesitas más desarrollo. Eso, también pero mí, es crecer como escritor. ¡Enhorabuena!

    Un abrazo y gracias por un rato tan entretenido :))

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    1. Pues me alegro que, a pesar de que he "sacrificado" al pobre Ramiro, la historia te haya resultado entretenida. Estuve tentado de darle un giro final inesperado, como a mí me suele gustar, pero, a parte de que resultaba extremadamente difícil darle la vuelta a una situación como esta, decidí otorgarle visos de realidad con un final más que probable si de una historia real se tratara.
      Muchas gracias por tus halagos, Julia. Cuando empiezo una historia casi nunca sé lo que va a dar de sí. A veces se complica la trama sobre la marcha y necesito explayarme más de lo habitual. Entonces, como a mí me incomoda leer relatos muy largos en la pantalla del ordenador (otra cosa es una novela), pienso que a los demás les resultará del mismo modo y opto por dividirlos en episodios. Sé que no todo el mundo opina igual y no les gusta los relatos por entregas, pero no se puede complacer a todo el mundo por igual, jeje.
      Un fuerte abrazo y gracias a ti por venir a leerme.

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  13. Aunque un final amargo, poco podía hacer el pobre Ramiro contra tal maquinaria de poder. Lo cierto es que el relato deja un poso un tanto desasosegante, ya sabemos que las farmacéuticas no tienen buena fama con ciertos casos que hemos visto. Y esa angustia de saber o que estás con ellos o con nadie...
    Muy buen relato, Josep, te felicito.
    Un fuerte abrazo.

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    1. A una situación tan amarga, no pude -o no supe- edulcorar el final, jeje.
      Lo peor que a uno le puede ocurrir en esta vida es estar del lado equivocado, el de los perdedores. Ramiro está, además, solo y metido en un lío del que no sabe cómo salir. Cuando en la vida real uno se encuentra, sin quererlo, entre la espada y la pared, puede ser muy violento, agobiante e incluso peligroso tomar partido por una de las dos opciones que se nos presentan. La típica situación del "estás conmigo o contra mí". Igual le sucede al pobre Ramiro que, sin comerlo ni beberlo, se halla en medio de un "fregao" del que no sabe cómo salir. Y no sale.
      Me alegro, Ziortza, que te haya gustado este relato.
      Un fuerte abrazo también a ti.

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  14. has intentado escribir un relato de ficción, pero estoy segura de que si le pones eso de "basado en hechos reales" será escrupulosamente cierto. Estoy segura de que ha pasado y pasará. Hay gente que, por dinero, es capaz de todo, pero jugar con la salud de miles de personas parece que debería quedar fuera de ese "todo". Pues no, nada es digno de respeto para cierta gentuza.
    Muy buen relato. Felicidades.
    Un beso.

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    1. Intuyo que no le tienes mucha simpatía a las farmacéuticas, jajaja.
      Desde luego que hay gentuza tanto en esta y como en otras muchas empresas. Hay quien en verdad opina que el dinero está por encima de todo. No obstante, la investigación, el desarrollo y la comercialización de un medicamento es algo que está sobradamente regulado. Me atrevería a decir, sin ningún tipo de duda, que el medicamento es el "producto de consumo" más legislado y controlado, a nivel nacional e internacional, debiendo cumplir severas y complejas exigencias, y unos elevados estándares de seguridad, calidad y eficacia, antes de ponerlo en el mercado. Esto, está claro, es la teoría y a mi experiencia personal me remito. Con ello no quiero ni puedo excluir que hayan dado y se sigan dando comportamientos poco éticos en algunas empresas del sector. Como decía en respuesta a un comentario anterior, no pondría la mano en el fuego por ninguna ni por nadie. Yo solo puedo hablar por lo que he visto y vivido, y, a menos que se me haya ocultado algo, como al pobre Ramiro, y haya ido de "pardillo" por este mundo, nunca he tenido conocimiento de una actividad que pudiera considerarse delictiva en ninguna de las empresas en las que he trabajado. ¿Suerte? Quizá sí, no lo sé. Que han habido casos escandalosos, sin duda. Pero sería injusto poner a todos en un mismo capazo. Del mismo modo que hay gente buena y mala, también hay empresas buenas y malas, pues, a fin de cuentas están formadas por personas. Que el dinero mueve montañas, pues sí. Eso es precisamente lo que he pretendido mostrar en mi relato y me he inspirado en el mundo farmacéutico por resultarme más cercano y a sabiendas de que despierta muchas suspicacias, algunas justificadas y otras no tanto.
      Me alegro que te haya gustado la historia aunque debo aclarar que, al menos esta, no está inspirada en hechos reales de los que haya tenido conocimiento, jeje.
      Creo que mi inspiración ha despertado la conciencia anti industria farmacéutica de muchos y muchas, jajaja.
      Un abrazo, Rosa.

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  15. Hola Josep, me he leído los dos capítulos y la verdad no me esperaba este final ya que pensaba que Ramiro conseguiría salir del atolladero y poder descubrir a todos los indeseables que habían sacado a la venta el fármaco, aunque el tuviera también algo de participación, total lo mandaron a criar malvas y el resto llenándose los bolsillos. Tu relato podría pasar por verídico y no me extrañaría nada.

    Un abrazop de Espíritu sin Nombre.

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    1. Supongo que habría sido más edificante y satisfactorio que se hubiera hecho justicia y Ramiro hubiera podido salir triunfante del atolladero en el que se metió sin querer. Pero al contrario de lo que dice el título de mi libro de relatos (Irreal como la vida misma), el final que decidí darle a esta historia es tan real como la vida misma. Por desgracia, suelen ser más los que se van de rositas tras cometer una falta que los que pagan por ella. Por lo menos esta es mi percepción.
      Un abrazo, Conhi.

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  16. Joope.... Un relato muy bien narrado que podría pasar por ser verdad. Don dinero y la corrupción está en todos los niveles del poder. Y quién sabe si hay casos parecidos. El pobre hombre, quizás si se hubiera ido sin llamar a la policía se habría librado de una bala certera y del vertedero. Un abrazo.

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    1. Nunca sabremos qué le habría pasado a nuestro amigo si no hubiera contado nada a la policía. Seguramente la empresa habría recurrido a otra solución igual de drástica, pero quién sabe... Hay corruptos por todas partes dispuestos a ceder al poder del dinero.
      Un abrazo.

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  17. ¿Por qué tendrán tan mala prensa los laboratorios? ...

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    1. Pues porque indeseables como yo se dedican a hablar mal de ellos, jajaja.
      Un abrazo, compañero.

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  18. Siempre he pensado que así como en las novelas suele quedar mejor un final feliz; en los relatos, nada mejor que un final amargo para el protagonista. Desde luego, las farmacéuticas es el único negocio en el que si el cliente queda satisfecho, se pierde. Y eso es algo bien curioso. Solo así se entiende la cantidad de nuevas enfermedades que se diagnostican, el ideal de salud que se nos vende, los vaivenes de los niveles de colesterol, triglicéridos... ¿Dónde estaban estas cosas hace cuarenta años? Por no hablar de los yogures, ¿se podrá estirar más el producto lácteo? Me ha gustado el relato por ese lujo de detalles que lo hacen no solo verosímil, sino que te sirven para crear ese suspense que se te da tan bien. Un abrazo!!

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    1. Yo suelo ser amante de los finales felices, incluso en los relatos, pero en esta ocasión me he dejado llevar por un chispazo de realismo, jeje.
      Yo opino que, aunque un enfermo obtenga lo que se espera de un medicamento y, por lo tanto, lo deje de tomar, por desgracia siempre habrá algo que le aqueje y le obligue a volver al redil consumista de fármacos. Una vez oí decir a un colega farmacéutico algo que me sublevó pero que no estaba exento de verdad: que mientras un medicamento no mate, lo realmente importante para el negocio es que no cure sino que mantenga controlada la enfermedad. De ahí que muchos piensen que el tratamiento de por vida de la hipercolesterolemia (niveles altos de colesterol en sangre) es un cuento chino y lo que se pretende es tener atado a un cliente a un medicamento que en realidad no es necesario. Yo debo discrepar, lo cual no significa que, como ya dije en otra ocasión, existan tratamientos innecesarios. Sin la insulina, los enfermos de diabetes estarían todos muertos. Los niveles elevados de colesterol y de triglicéridos, a pesar de quienes pretenden hacer creer que son inocuos y que todo es una patraña de las farmacéuticas, son peligrosos para la salud cardiovascular. Sí es cierto que hay cosas que se decían que eran malas antes y ahora son buenas, o viceversa, pero ello es debido a que se van conociendo nuevos hechos que antes se desconocían. El pescado azul, por ejemplo, estaba totalmente prohibido en las personas con altos niveles de grasa en sangre, pero luego se comprobó que la grasa de ese tipo de pescado, los ácidos grasos omega 3 y omega 6, eran beneficiosos. El colesterol no es malo, todo lo contrario, es un compuesto que fabrica nuestro hígado y que sirve de materia prima para sintetizar sustancias importantísimas para el organismo, como ciertas hormonas, pero su exceso en sangre produce placas que se fijan a la pared de los vasos sanguíneos, estrechan su diámetro y reducen su flexibilidad natural. De ahí los infartos de miocardio provocados por la oclusión de las arterias coronarias. El cáncer no es una invención de la industria. ¿Dónde estaba el cáncer en el siglo XVIII? Ya existía pero se desconocía su naturaleza. La gente se moría de muchas enfermedades no catalogadas como tales. La vida actual también es un factor de riesgo a tener muy en cuenta. Comemos alimentos precocinados y enlatados, aspiramos un aire contaminado y bebemos agua tratada y bebidas con aditivos. Nuestra alimentación y nuestro estilo de vida no es muy saludable. Y ante ello aparece un gran mercado de productos milagro, entre los cuales, no lo vamos a negar, hay algún que otro medicamento de eficacia dudosa (para la artrosis, por ejemplo).
      Me alegro que te haya gustado este relato, aunque he observado que ha generado un debate anti-industria farmacéutica más allá de lo que esta historia de ficción preveía, jajaja.
      Un abrazo, David.

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  19. ¡¡Pobre Ramiro!! Es una pena que haya triunfado el mal, pero el final es perfecto y muy creíble así. Enfrentarse a organismos tan poderosos sin consecuencias es imposible, y tu protagonista estaba metido en un lío tremendo.
    No importa que el final haya sido más amargo, está genial y me ha gustado mucho esta segunda parte.
    Un beso enorme, Josep

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    1. Hola, Chari. Cuando la corrupción está muy extendida y hay muchos intereses por camuflarla y gente poderosa detrás de ella, poco puede hacerse para denunciarla sin ver peligrar tu seguridad. Así le fue a Ramiro que, sin comerlo ni beberlo, se vio metido de lleno en un montaje que nadie de los involucrados estaba dispuesta a que saliera a la luz. Y así acabó la historia para el pobre hombre.
      Me alegro que, aun acabando mal, te haya gustado la historia.
      Un beso.

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  20. Un final de película, pero no de esas en las que el héroe o el vengador de turno acaba con toda la mafia y todos los implicados en la trama de corruptela. Más bien esto es más rayano a la realidad que nos rodea.
    Se te da bien esto de crear suspenses para tenernos enganchados como lo están algunos pacientes a los fármacos milagro.
    Un abrazo.

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    1. En "Solo ante el peligro" el sheriff Kane, interpretado por Gary Cooper, sale airoso en su enfrentamiento con los (¿cuatro?) malos de la película. Aquí, Ramiro ni es sheriff, ni va armado, ni es un héroe. Es un simple mortal rodeado de maleantes y, como habría ocurrido en la vida real, de ser cierta la historia, ha acabado "fiambre", jeje.
      Es preferible estar enganchados a mis relatos que a un fármaco milagro. Es totalmente inocuo y, además, gratuito, jajaja.
      Un abrazo.

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  21. ¡Qué desinquietud me has transmitido, Josep Mª! El final no podía ser otro, visto el lío en que se metió Ramiro al dar ese apretón de manos.
    Me ha hecho mucha gracia, como siempre, la chispa que contienen algunas de tus frases como lo de "hice el equipaje como siempre se ha visto en el cine de acción, embutiendo lo indispensable en una bolsa", o que alguien del servicio del hotel pudiera ir a por él disfrazado de la guisa correspondiente.

    ¡Buenísimo relato!

    Un beso

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    1. Bienvenida al final, jajaja.
      Sí, me gusta introducir algún de humor dentro del drama, así se desdramatiza un poco la tragedia y relaja el ambiente, jeje.
      Me alegra que te haya gustado.
      Un abrazo, Chelo.

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  22. El asunto pintaba mal desde el principio y según avanzaba la historia, más negro se ponía para el protagonista. Me recordó la "crónica de una muerte anunciada" de G.G. Márquez. Has construido un relato sólido y verídico, casi recuerda una crónica de sucesos, con un estilo narrativo minucioso y elaborado, construyendo una sólida trama, con diálogos muy creíbles, consiguiendo que la tensión narrativa no decaiga hasta ese previsible final. Un abrazo, Josep.

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    1. Sí, Paco, la historia iba tomando un cariz muy negro, como no podía ser de otro modo cuando un inocente se enfrenta a un poder que le supera con creces y es capaz de acabar con él.
      Ciertamente esta es también una crónica de una muerte anunciada, pero en este caso el protagonista sí sabe que van a por él, jeje.
      Muchas gracias por acercarte a leer esta última parte y por tu nuevamente amable crítica. Me alegro que el relato te haya parecido, cuando menos, interesante.
      Un abrazo.

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  23. Vengo de leer la primera parte. La verdad, algo dentro de mí imaginaba que se "haría justicia" y que las Grandes Industrias Farmacéuticas claudicaban, y se haría una investigación exhaustiva, dónde los "malos" morderían el polvo. Nada más lejos de la realidad, me apena el final del protagonista, pero es lo más cercano a la realidad. Estas industrias son muy poderosas, y mueven millones de dólares, o euros. Lástima que hasta que no ocurre algún escándalo, el ciudadano de a pie, no es consciente de lo que ocurre en los entresijos de estas industrias.

    Enhorabuena, has sabido crear una atmósfera de cine negro, bien hilada la historia.

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    1. Este caso sería peor que la trama Gürtel, pues hasta un ministro podría verse implicado en el escándalo. Lo que no sé es si el fiscal y el juez instructor serían ecuánimes o se dejarían comprar también, jeje.
      Me alegro que te haya gustado esta historia cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia, jajaja.
      Un abrazo.

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