jueves, 28 de febrero de 2019

La vida con remordimientos no es vida



La tormenta arrecia, inclemente, acompañada de un frio glacial. Está anocheciendo.

─Quédate conmigo. No me dejes solo, por favor ─grita Javier para hacerse oír.
─Tranquilo, que no me voy a ninguna parte. Juan y Esteban pronto volverán con ayuda ─le responde Rosa, aparentando una serenidad que no siente.
─Me estoy helando. Como no lleguen pronto con ayuda, moriré congelado.
─Ya verás como no. Piensa en positivo. Ya deben estar de vuelta.
─Pero hace ya muchas horas que se marcharon.
─Hará unas tres horas, no más. Ten en cuenta que el camino debe estar muy mal; con la nevada que está cayendo habrá quedado casi intransitable. Pero ellos lo lograrán, ya verás. Tú estate ahora tranquilo, relájate.
─¡¿Cómo quieres que me relaje?! Me estoy congelando, Rosa. Ya no siento las extremidades. Estoy muy débil. Creo que voy a morir en este agujero.
─No digas tonterías, Javier. No te vas a morir. Lo que sientes es debido a la hipotermia. No has tenido tiempo de congelarte. En cuanto entres en calor, te recuperarás, ya verás.

Por fortuna, Rosa se ha quedado para hacerme compañía, pero la espera se hace interminable. ¿Llegarán a tiempo? ¿Encontrarán a alguien dispuesto a venir en mi ayuda con esta tormenta de nieve? Es una zona muy escarpada y de difícil acceso, solo un montañero muy experimentado y bien pertrechado lograría llegar hasta aquí a tiempo, sacarme de esta grieta y trasladarme sin demora al hospital más próximo.

─¿Sigues ahí, Rosa? No te veo.
─Sigo aquí, Javier, no te apures. Me he tendido para protegerme de la ventisca. La nieve helada se clava en la cara como dardos.

Si salgo de esta, les estaré eternamente agradecido. Se lo recompensaré de algún modo. Ahí está Rosa, dándome ánimos, aunque me habla como al moribundo a quien se quiere distraer para que no piense en la muerte. Y tanto Juan como Esteban están poniendo en peligro su vida para salvar la mía.

─¿Ves algo, Rosa? ¿Todavía no has podido contactar con ellos?
─No, Javier, no se ve nada y no hay cobertura. Pero seguro que ya no tardarán en llegar. Ten un poco más de paciencia.
─Me duele mucho la espalda. Seguro que me he roto algo, quizá alguna vértebra. Estoy totalmente encajonado. No puedo moverme. Si no me sacáis pronto, me quedaré aquí, enterrado en el hielo.
─Que no, hombre. Todo saldrá bien, ya lo verás. Pronto te sacaremos de ahí, te lo prometo.
─Ojalá sea así. Y ¿sabes qué?
─Dime.
─Que casi preferiría morirme en este agujero que quedar inválido el resto de mi vida.
─Pero ¡qué cosas tienes! No pienses en ello, haz el favor.

Rosa, Juan y Esteban. Somos amigos prácticamente desde la infancia. ¡Cuántas experiencias vivimos juntos de adolescentes! Aunque como esta ninguna, desde luego. Tiene mucho mérito que hayamos mantenido la amistad durante tantos años. Más de veinticinco. Siempre han estado a mi lado. Yo, en cambio, últimamente me he ido distanciando. La falta de tiempo y esas cosas. Si no me llamaran ellos, creo que no encontraría nunca el momento de hacerlo yo. Reconozco que he sido un mal amigo. Y también un mal hijo. Y un mal marido. ¡Qué mal me he portado con todos! A mis padres los visito de uvas a peras y siempre más por obligación que por devoción. Y como marido todavía peor. Le fui infiel a Julia con una de sus amigas. No le reprocho que no me haya perdonado, aunque debo admitir que yo no he hecho nada para merecer su perdón. Y en mi trabajo me he granjeado más de un enemigo. He sido una mierda de persona. Si salgo de esta, prometo cambiar, me tomaré la vida de otro modo y trataré a los demás de una forma más justa. Menos trabajar y más tiempo para mí y para los míos. Se acabó trabajar los fines de semana y en vacaciones. Tengo que quitarme la adicción al trabajo y vivir la vida. Quizá, incluso, me tome un año sabático.

─Rosa, ¿me oyes?
─Claro que te oigo. Dime.
─¿Tú crees que he sido un mal amigo?
─¿A qué viene esto ahora?
─Contéstame. Es importante. ¿He sido un mal amigo? Y sé sincera, por favor.
─Pues ya que lo preguntas, un poco sí, la verdad.
─¿En qué os he fallado? Dímelo, quiero saberlo.
─Pues, chico, no sabría por dónde empezar, sinceramente.
─Me lo imaginaba. Da igual. Me arrepiento de todo, aunque no sepa todo de lo que deba arrepentirme. Si salgo de esta, seré el mejor amigo del mundo.
─No me hagas reír, Javier, que no estoy para bromas. Ya te lo recordaré más adelante.
─No hará falta que me recuerdes nada. Para empezar, tenemos que quedar con más frecuencia. Por lo menos una vez al mes, eso es. Y siempre que necesitéis algo, contad conmigo.
─Caramba, Javier, ahora sí que empiezo a pensar que estás grave.
─Te lo digo en serio. He tenido que encontrarme en esta desagradable situación para replantearme muchas cosas. No solo como amigo, sino también como hijo y como marido.
─Eso me parece muy bien. Harías bien en preocuparte más por tu familia, y como familia incluyo también a Julia. La pobre lo ha pasado, y sigue pasándolo, muy mal. No estaría de más que le pidieras perdón. Ella todavía te quiere, a pesar de lo que le hiciste. Lo vuestro todavía puede tener arreglo.
─Lo reconozco, me porté fatal con ella. Y no solo con ella. A mis padres los tengo muy abandonados. En cuanto pueda…
─¡Ya vienen, ya vienen! Creo que son ellos. ¡Sí, son ellos, y vienen con ayuda! ¿Lo ves, Javier, como tenía razón? ¿Javier? ¿Javier, me oyes?


Javier yace en una cama de hospital. Han transcurrido tres días desde que lo rescataron. Por extraño que parezca, solo se fracturó un brazo y una pierna. El resto fueron contusiones, heridas superficiales y un inicio de congelación de los dedos de las manos y de los pies. Cuando llegó el equipo de rescate había perdido el conocimiento, su pulso era débil y deliraba. Un helicóptero lo trasladó al hospital en el que ahora se recupera. Durante el vuelo balbuceaba cosas ininteligibles para la gran mayoría de los presentes, excepto para Rosa, la única que pudo entender el significado de las frases entrecortadas que salían de sus labios resecos y cortados por el frío.

Al cabo de las veinticuatro horas que estuvo prácticamente inconsciente, despertó sin recordar lo ocurrido, hasta que vio a su alrededor varias caras conocidas. Entonces comprendió dónde estaba y recordó lo sucedido. Mientras Juan y Esteban se tomaban un café aguado de la máquina expendedora situada al fondo del pasillo, junto a la sala de espera, a los pies de su cama se agolparon Rosa, Julia y sus padres, ansiosos por ver si todo estaba en orden en la cabeza de Javier. Cuando este esbozó una sonrisa, todos suspiraron aliviados. Rosa fue de inmediato en busca de sus dos amigos para darles la noticia. Todos los allí reunidos tenían un motivo de alegría, empezando por el propio accidentado, que comprobó que había sobrevivido y que, por las escayolas, solo se había fracturado dos de sus extremidades. Solo un pertinaz dolor de cabeza enturbiaba su bienestar. Todos le abrazaron, incluso la dolida Julia, que había acudido, tan pronto la avisaron, para interesarse por su estado.

A Javier, se le escaparon unas lágrimas rebeldes de gratitud. A pesar de su comportamiento para con todos ellos, estaban ahí, no le habían querido dejar solo en esas lamentables circunstancias. Eso significaba que le querían. Más de lo que él los había querido. De pronto recordó su examen de conciencia y su propósito de enmienda. Pero la vergüenza le impidió verbalizarlo. Ni siquiera les dio las gracias en voz alta.

Tras los oportunos exámenes y comprobar que el paciente estaba estable, le dieron el alta hospitalaria y solo le recetaron un analgésico, que debía tomar a demanda. Por lo demás, podía hacer vida normal, todo lo normal que un brazo y una pierna escayolados le permitieran.


A las pocas horas de haberle dejado en casa sus amigos, a media tarde, recibió una llamada telefónica.

─Hola hijo. ¿Cómo estás?
─Muy bien, mamá, no te preocupes.
─¿Cómo no voy a preocuparme, estando como estás solo? ¿Quieres que venga a hacerte la cena?
─No, mamá, la cena me la está haciendo Eva.
─¿Eva? ¿Quién es Eva?
─Es la señora de la limpieza. Viene a horas, pero le he propuesto que, de momento, venga cada día a hacerme el almuerzo y la cena. Así que no hay problema.
─Ah, bueno. Pero si no le va bien, me lo dices y voy yo.
─Que no, mamá. Me ha dicho que puede venir todos los días. No te preocupes por nada, ¿vale?
─¿Y el desayuno? ¿También te lo preparará esa Eva?
─Pero mamá, ¿ya no te acuerdas que casi no desayuno? Un café con leche me lo puedo preparar yo. Estoy lesionado, pero no inválido, ¿de acuerdo?
─De acuerdo, hijo, como quieras. Pero si me necesitas, ya sabes.
─Que sí, mamá. Adiós.

Eva resulta ser una gran cocinera y de muchos recursos, pues la nevera estaba más vacía que la cuenta corriente de un parado de larga duración, así que no sabe de dónde ha salido ese ágape tan generoso.

No han pasado más de unos pocos minutos desde que se ha levantado de la mesa y se ha despedido de Eva, que vuelve a sonar el teléfono, esta vez el móvil. Es Rosa.

─Oye, Javier, que hace un rato, hablando con Juan y Esteban, hemos pensado que, si necesitas algo, como por ejemplo que alguien te lleve a las sesiones de recuperación, al médico o lo que sea, puedes contar con nosotros, que nos podemos….
─Que no, no os preocupéis. Gracias, de todos modos. Ya me las apañaré, siempre puedo llamar a un taxi ─le corta Javier.
─¿Un taxi?
─Sí, un taxi, ¿por qué no?
─Vale, vale, pero que sepas que lo que necesites…
─Que sí, que sí. Disculpa, Rosa, pero estoy muy cansado e iba a acostarme.
─Ay, perdona, Que descanses, pues.

Javier se siente, de pronto, agobiado por tanta amabilidad y, entre tanto alboroto, necesita relajarse y que nadie le moleste.

Cuando, ya en la cama, intenta conciliar el sueño, siente la vibración del móvil, que ha puesto en modo silencio, sobre la mesilla de noche. Está tentado de no contestar, pero ¿y si es algo urgente? Podría ser su jefe, que le llama para interesarse por su estado, pues en todo ese tiempo no ha dado señales de vida, aun habiendo informado a la empresa de su accidente. Pero no, en la pantalla aparece el nombre de Julia y su fotografía. A pesar de la ruptura, nunca llegó a borrarla de sus contactos. Y ahora es ella quien le llama. Supone que también es para preguntarle cómo se encuentra. Ahora no tiene ganas de hablar, así que deja que suene hasta que cuelga. Julia pensará que está durmiendo.

Javier percibe el sonido que denota que hay un mensaje entrante. Deja transcurrir unos segundos y escucha el mensaje de voz.

─Hola, Javier. Soy yo, Julia. Solo te llamaba para saber cómo te encuentras y decirte que puedes contar conmigo para lo que necesites.

Y tras un breve silencio, un carraspeo de vacilación y un suspiro, añade:

─Javier, creo que deberíamos hablar. He estado pensando mucho en lo que hiciste y aunque me dolió muchísimo tu infidelidad, mucho más me dolió que no me pidieras perdón. Con el tiempo te habría perdonado, pero tu frialdad me ha dejado muy tocada. Sé que no has rehecho tu vida con ninguna otra mujer, que aquello fue algo ocasional, por desagradable e injusto que fuera para mí. Lo sé por Rosa, a quien siempre le pregunto por ti. Me habría gustado que tú también hubieras mostrado un mínimo de interés por mi situación, por cómo me va. No te enfades con Rosa, pero me ha confesado que cuando estuviste allí arriba, atrapado en aquel agujero, mostraste estar arrepentido. Quiero pensar que eso significa que todavía no está todo perdido. Sé que, aunque te sientas culpable, eres orgulloso, pero si todavía me quieres un poco podemos aclarar las cosas y quién sabe… Bueno, te dejo. Supongo que debes estar descansando. Y perdona por todo este rollo. Si quieres que hablemos, ya sabes mi número de teléfono. Si lo borraste, ahora te quedará mi llamada registrada.

Tras oír el mensaje, Javier decide apagar el móvil, no sea que alguien más perturbe su descanso. Al cabo de cinco minutos, el silencio de la habitación solo lo rompe sus ronquidos.


 Javier nunca ha sido una persona físicamente fuerte y vigorosa ─todavía no entiende cómo se dejó engatusar por esos tres para pasar un fin de semana en aquella casa rural del Pirineo─ pero el periodo de convalecencia y de recuperación ha resultado mucho más breve de lo que le auguró el traumatólogo. Y todo gracias a su tenacidad con los ejercicios fuera y dentro de casa. Siempre ha sido un luchador y nunca se ha amedrentado ante los obstáculos, por insalvables que parezcan. En su rápido restablecimiento también ha influido mucho sus ansias por volver al trabajo. Aunque habría podido resolver algunos temas por teléfono, como así hizo, no hay nada como estar presente para lograr que todo funcione a la perfección.

A los cuarenta días exactos desde que le escayolaran, una vez libre del engorroso cepo de yeso, ya está de nuevo en su despacho dando órdenes y poniéndose al día. Su trabajo es lo primero, lo que le llena de verdad. Para lo demás ya habrá tiempo. De momento, nadie le importuna ni le distrae de sus quehaceres diarios y sus compromisos profesionales. Un día de estos tendrá que llamar a sus amigos para quedar, piensa. Este fin de semana, si no tiene que llevarse trabajo a casa, hará una visita a sus padres. Y a Julia quizá la llame un día que esté de buen humor. Ahora no es el momento. No tiene porqué sentir remordimientos por nada. No habría llegado donde está si no hubiera priorizado sus obligaciones. Así es la vida y, sea como sea, la vida sigue, lo queramos o no.


31 comentarios:

  1. Pues es un idiota total. Tu protagonista no tiene ni idea de qué tesoro tiene, aun sin haberlo valorado. Una segunda oportunidad poca gente la tiene, una pena que este necio no sepa aprovecharla

    Buen texto. Un abrazo

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  2. Los necios, y sobre todo los egoístas, solo se arrepienten de su mal comportamiento cuando están en apuros y necesitan la ayuda de los demás. Luego, cuando la tormenta ha pasado y todo ha vuelto a su cauce "normal", si te he visto no me acuerdo. Lo más probable es que ese tipo de individuos se den cuenta de lo equivocados que están cuando ya sea tarde para enmendar su forma de ser o para que los que les rodean estén dispuestos a darle una segunda oportunidad.
    Un abrazo.

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  3. "Joder con la tropa mi general",... menudo elemento, como para necesitar algo de él. Imagino que personajes como este han existido, existen y existírán, son un producto de la sociedad. Lamentablemente solo re reconocen cuando las cosas van mal,... y algunos ni eso. Un abrazo!

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    1. Existen, amigo, existen, aunque parezca mentira. Al menos yo conocí uno, que me ha servido de modelo, aunque me haya permitido la licencia de exagerar bastante la situación. Quienes tienen un ego excesivamente elevado o grande (no sé exactamente con qué parámetros se mide) tienden al egoísmo y pueden llegar a comportarse de ese modo. Una vez pasado el apuro, se olvidan de todo, como si les avergonzara haber tenido que depender de otros.
      Un abrazo.

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  4. Vaya personaje más estúpido, tanto arrepentimiento cuando tenía la soga al cuello, y después se queda tan intratable como siempre. Que pena que la gente tenga esas prioridades que solamente proporcionan dinero y engordar el ego.
    Muy antipático me ha resultado tu protagonista, jajaja, espero que los amigos y demás, no le miren a la cara nunca más, :))).
    Un placer la lectura Josep.
    Un abrazo.

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    1. Sí, Elda, esta vez le ha tocado el turno a un ser más bien despreciable. No siempre voy a tener protagonistas buenos y simpáticos en mis historias, jajaja.
      En cuanto a prioridades, son muchos los que se quejan de que el trabajo no les permite conciliar su vida profesional con la personal y familiar, pero no hacen nada, o muy poco, por corregir ese problema. Salvo casos extremos, siempre queda un resquicio para tener el tiempo necesario y suficiente para dedicarlo a la familia y los amigos. En este caso, empero, no hay una verdadera voluntad para corregir el tipo de vida y la forma de ser de mi protagonista.
      Un abrazo.

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  5. Que pena de hombre. A este también le vendría bien un diván para tratar su adicción al trabajo, y de paso darle un repasito al ego... y a su escala de valores.
    La condición humana es raruna compañero...y egoísta hasta decir basta. En este enorme ecosistema llamado mundo, Tierra, hay de todo ...desde zánganos, a gilipollas,...pasando por capullos, mariposas...
    Un abrazo grande.

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    1. Un desecho humano, jeje. Hay quienes, cuando triunfan profesionalmente, se les sube los humos a la cabeza hasta tal punto que se olvidan de los que tienen a su alrededor, empezando por los amigos y terminando por la familia, a la que relegan a un segundo plano. Y de estos, son muchos los que solo se dan cuenta de ello y se arrepienten (¿lágrimas de cocodrilo?) cuando son viejos y ya es demasiado tarde para las reparaciones.
      Otro abrazo grande, Cristina.

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  6. Esta vez el final era el lógico y previsible. Cualquier otro hubiera quedado postizo. La cabra tira al monte.
    Muy interesante.
    Un abrazo.

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    1. Opino como tú. Un amigo, a quien dejé leer este texto antes de publicarlo, me dijo que esperaba un final feliz, en el que el arrepentimieto se hacía realidad y el individuo cambiada su comportamiento y estilo de vida. Pero ello, aparte de insulso literariamente (jeje), no era lo que yo pretendía mostrar: la doble cara de los materialistas que sienten arrepentimientos hipócritas, según su conveniencia. Y esta es, amigo, la vida real, aunque nos duela.
      Un abrazo.

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  7. Hola Josep, nos dejas un relato poderoso en la que podemos ver reflejada la mala condición humana reflejada en el egoísmo personificado en tu personaje principal. Definitivamente Javier ni pudo, ni quiso ganarse las alas cuando se le apareció su "Clarence" particular en forma de accidente.
    Así es la vida, y lamentablemente siempre habrá tipos así (y tipas, ja,ja,ja).
    Estupenda narrativa. Un gran abrazo.

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    1. Hay quien no sabe, ni sabrá jamás, aprovechar las segundas oportunidades, las de rectificación, que les da, de vez en cuando, la vida. Solo piensan en sí mismos y todo a su alrededor es secundario.
      Muchas gracias, Miguel, por tu comentario.
      Un abrazo grande.

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  8. Es como lo del escorpión y la rana. No se puede luchar contra la naturaleza y cuando se es así como Javier, solo los sustos le hacen a uno recapacitar, pero luego todo se soluciona y va saliendo lo que realmente es cada cual.
    Creo que nos pasa a todos un poco. Nos cuesta mucho romper las tendencias naturales. Lo malo es cuando esas tendencias te llevan a hacer daño a los demás y/o a ti mismo, como le pasa a Javier.
    Muy buen relato.
    Un beso.

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    1. Yo siempre he creído que, salvo contadísimas y honradísimas excepciones, la gente, a partir de una cierta edad, ya no cambia. Genio y figura hasta la sepultura, jeje.
      Muchas gracias, Rosa, por dejar tu comentario.
      Un beso.

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  9. ¡Menudo desagradecido! Se supone que ciertos acontecimientos importantes de la vida nos hacen recapacitar y dar un giro, comprender lo que verdaderamente es importante y replantearnos las prioridades, pero parece que tu protagonista es la excepción a la regla. Seré muy mala, no como la Julia de tu relato, pero creo que ha malgastado la segunda oportunidad que todos le han dado y que de aquí en adelante se merece lo que le espera...

    El relato me ha encantando, Josep, pero me ha puesto de un mal humor... Que sepas que tu prota me cae fatal jajajaa.

    ¡Un abrazo y feliz finde!

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    1. De desagradecidos está el infierno lleno. Pero quiero creer que el tiempo pone a todo el mundo en su lugar, así que en la próxima ocasión que Javier necesite ayuda, seguro que, por lo menos sus amigos, no se la brindarán.
      Bueno, no te apures, Julia, no eres la única a quien este individuo le cae mal. Lo concebí por obra y gracia de mi maliciosa imaginación para ser odiado. No todos mis protagonistas tienen que ser héroes, jajaja.
      Un abrazo y a disfrutar del finde.

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  10. Hola Josep Ma desde luego el tipo es de lo más egoísta pero es justo así, estas personas solo se acuerdan de los otros cuando los necesitan, después vuelven a olvidarse hasta la siguiente vez y siempre tienen a otros que les echan una mano aunque no se la merezcan. Me ha gustado que no lo "endulzaras" y que pudiéramos echar pestes de él.
    Besos y feliz fin de semana

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    1. Pues me alegro que, por una vez, podáis echar pestes de uno de mis protagonistas, jeje.
      Precisamente, con este relato he querido poner de manifiesto lo que comentas: el egoísmo de algunos, que solo se acuerdan de sus amigos cuando están en apuros. Por supuesto, he magnificado la situación como forma de hacer más patente, a modo de moraleja, ese tipo de egoismo.
      Un beso y que pases un feliz y generoso finde, Conxita.

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  11. En un estudio leí que los psicólogos habían llegado a la conclusión que una persona solo cambia si ha estado sometido a una circunstancia de estrés en su último grado donde ha visto peligrar su vida de forma súbita, y ponían el ejemplo de una persona que hubiese sido amenazado de muerte con una pistola en la sien. Según ellos cualquier otro estado al que se hubiese estado sometido, en tres meses era superado y vuelta a su modelo de vida. Parece que has leído el mismo estudio que yo antes de escribir tu texto :) :) :)
    Me ha gustado mucho, invita a la reflexión.
    SAludos.

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    1. Pues no, Manuela, no he leído ese estudio, solo me he guiado por mi imaginaciñon y por algunos ejemplos que he conocido, aunque, como he comentado anterioremente, ninguno con el extremismo que en este relato expongo.
      En lo de rectificar tras una experiencia traumática, puedo describir dos casos totalmente opuestos tras haber estado a las puertas de la muerte (por un tema grave de salud). En uno, la persona cambió radicalmente su estilo de vida, abandonando totalmente el consumo de tabaco y alcohol. En el otro, sin embargo, tras el susto inicial y un tímido intento por hacer una vida sana, volvió a las andadas, pese a la insistencia de sus allegados, y al cabo de un tiempo sufrió un nuevo incidente que acabó con su vida. A diferencia de mi relato, lo único que recibieron de sus amigos y familiares fue el apoyo y el consejo. En caso de estar a punto de morir por un accidente, un atentado o un atraco a mano armada, por poner unos ejemplos, la cosa podría cambiar, Quién sabe.
      Muchas gracias, Manuela, por aportar tu punto de vista.
      Un abrazo.

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    2. Era broma lo de haber leído el mismo estudio, ya hubiera sido casualidad. SAludos.

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  12. Ja, ja, ja. Me encanta. Un buen relato es aquel en el que se nos presenta a un ser humano real, con sus imperfecciones; un buen relato es aquel en el que inicio y final suponen un contrapunto que demuestra que el autor ha pensado y trabajado lo que quería decir. El ser humano es maravilloso en la desgracia, pero en la bonanza suele ser egoísta. De hecho, la sociedad en sí lo es. Cuando algo realmente grave nos golpea, también saca lo mejor de nosotros; cuando vivimos en la tranquila comodidad de nuestra acomodada vida aflora nuestro instinto más individualista y quejica.
    Un relato de diez, tanto en su mensaje como en la estructura pensada.
    Un fuerte abrazo, Josep!!

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    1. Nadie es perfecto, desde luego, pero hay quien es más imperfecto que otros, jajaja. Esos contrasentidos, sin embardo, son más frecuentes con uno mismo. ¿Cuántas veces nos hemos propuesto cambiar de estilo de vida o hacer algo provechoso (apuntarse a un gimnasio, estudiar inglés, comer más saludable, etc.) en Nochevieja y, una vez estrenado el año nuevo, todas esas buenas intenciones van cayendo una a una?
      Vamos, que somos muy poco coherentes. Así que imagínate un individuo como el de mi relato, jeje.
      Muchas gracias, David, por tu amable comentario.
      Un fuerte abrazo y feliz domingo.

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  13. Efectivamente, la vida sigue, y cuando pasa el primer momento de angustia y tras ver las orejas al lobo, todos los remordimientos y los cargos de conciencia se borran y uno vuelve a la rutina, vuelve a ser el que siempre fue.
    Conozco unos cuantos casos en que situaciones extremas parecen hacer ver la vida de otra manera, pero pasada la primera impresión, todo vuelve a lo de antes. El ser humano es muy cazurro para cambiar lo que está mal.
    Bonito relato y muy realista.
    Un abrazo.

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    1. Somos animales (unos más que otros, jeje) de costumbres y la cabra siempre tira al monte. Por lo general, cuando uno se encuentra en un verdadero apuro por cómo ha actuado, se promete cambiar, rectificar su conducta, pero cuando el problema se ha superado y todo vuelve a la calma, aquella situación se hace pequeña, se banaliza (no hay para tanto, solo fue un susto sin importancia), por lo que se vuelve a las andadas. Y si se trata de un favor ajeno, hay quien luego intenta quitarle mérito (total yo habría hecho lo mismo por él, es lo mínimo que alguien habría hecho por un amigo), y si te he visto no me acuerdo. Pura y puta (con perdón) hipocresía y egoísmo.
      Un beso, Paloma.

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  14. Sou Sandra May. Encontrei uma garrafa na beira da praia e dentro dela os seus escritos. Muito prazer!

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    1. Hola, Sandra. Pues me alegro mucho que hayas descubierto este relato, aunque sea por casualidad.
      Un saludo de benvenida.

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  15. A mi tocayo le podrían haber echado nieve encima del agujero para taparlo y olvidarse de él. Menudo elemento desagradecido aún sabiendo que donde tienes tu corazón es donde tienes tu tesoro.
    "Mierda de personaje" tan bien delineado por su creador.
    Un abrazo, Josep.

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    1. Este relato, coronado por tu explítico comentario, está dedicado a todos los desagradecidos y "mierdas" del mundo entero, jeje.
      Un abrazo, Javier (el bueno).

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  16. Has pintado un egoísta que no merece tener las personas que le rodean que se preocuparan por él. Habrá gente como esta de verdad, claro que si. Son personas que debemos de tenerlas lejos. Me cabrea un personaje como este. Un abrazo.

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    1. Pues sí que era un egoísta redomado, de los que no cambian en su vida. No sé si habrán muchos como él, pero, sean pocos o muchos, merecen que les demos la espalda.
      Un abrazo, Mamen.

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