Quizá fuera cosa de la edad,
pero, de pronto, me convertí en un tipo raro, y las rarezas a veces traen malas
consecuencias. Y el caso que os voy a referir así lo corrobora.
Mi
rareza, si puede llamarse así, consistía en leer todos los días la sección de
necrológicas de varios periódicos. Debo decir que esa costumbre ya la tenía mi
padre, que buscaba algún conocido entre los finados de cierta categoría, pues
es obvio que no todo hijo de vecino hace público en un medio de comunicación el
fallecimiento de un familiar de primer grado.
¡Caramba,
si se ha muerto fulano!, exclamaba mi padre muy de vez en cuando, por fortuna,
pues la marcha de alguien a quien había conocido, sobre todo si era de su misma
quinta, le trastornaba profundamente. Solo se reponía de ese mal trago con otro
trago, el de una generosa copa de coñac que, de paso, le protegía de los
efectos de un mal resfriado, argumentaba.
Cuando
ello acontecía, no perdía la ocasión para ir a dar su más sentido pésame a la
viuda. Una vez me vi obligado a ir con él, pues quien había pasado a mejor vida
era nuestro médico de familia de la época de mi infancia, cuando las visitas las
efectuaba el facultativo en su domicilio. De aquello hacía más de veinte años y
lo único que recordaba del doctor Baldrich, que así se llamaba, era su aspecto tétrico
─me recordaba a Boris Karloff─, su despacho, igualmente lúgubre, con grandes
ventanales que daban a la Gran Vía barcelonesa, y la escalera del inmueble, de
estilo modernista, que olía a rancio.
Han
pasado ahora más de treinta años desde aquel acontecimiento y todavía recuerdo
lo desagradable que me resultó tener que desfilar a lo largo de una cola
interminable de parientes para darles el consabido pésame con un contundente
apretón de manos. Hasta llegar a la viuda, de luto riguroso y con una mantilla
que le cubría la cara, que me tendió una mano tan fláccida que parecía que era
ella la finada.
Fue el
día de mi sexagésimo cumpleaños cuando empezó mi hábito, hace ya cinco años.
Todavía no sé por qué me detuve en esa página llena de esquelas y me puse a
leerlas todas, emulando así a mi progenitor. Ya tienes una edad, me dije, en
la que podrías un día hallar entre todos esos nombres uno conocido: un
profesor, un jefe, un colega, un amigo al que perdiste de vista y que, a su
vez, ha perdido la vida. Menuda forma de dar con él, pensé. Y, casualidades de
la vida, o de la muerte, así fue. Un conocido presidió, un día, esa funesta sección,
pues su esquela destacaba de forma ostensible sobre las demás. Se trataba del
doctor Cayetano Sigüenza, de noventa y un años de edad, catedrático emérito de Zoología
de la UB, a quien tuve que soportar en segundo de Biológicas. Un carca de armas
tomar, con todos mis respetos. Tras mi sorpresa inicial, no pude reprimir las
ganas de asistir al acto fúnebre. Una curiosidad morbosa ─lo reconozco─ me
llevó hasta el tanatorio. Quería ver si era capaz de recordarlo, aunque
presentía que, con el tiempo transcurrido, eso sería tarea imposible. Cerraba
los ojos y le veía en el entarimado, frente a la pizarra, que siempre
hallábamos repleta de hermosos dibujos coloreados de cualquier especie animal
de dimensiones adecuadas al tamaño del encerado, como él lo llamaba: un
celentéreo, un gusano, un artrópodo o lo que se terciara; unos bocetos
pictóricos dificilísimos de trasladar con un mínimo de acierto a nuestros
apuntes. Era un gran dibujante, pero un pésimo enseñante.
“Siempre
se van los mejores”, oí cómo decía un anciano que se acercó al ataúd abierto en
el que reposaba el cuerpo sin vida del doctor Sigüenza, moviendo la cabeza en
señal de incomprensión, de impotencia, o de Parkinson.
Por
mucho que me esforcé y tal como suponía, no pude reconocer al difunto. La
imagen que me ofrecía ese cuerpo inerte nada tenía que ver con la de aquel
hombre rechoncho y con cara de malas pulgas que tres días a la semana empezaba
la clase pasando lista, como en el colegio, y para quien una huelga era un acto
intolerable, execrable, que representaba la pérdida de los valores fundamentales
y el hundimiento del sistema.
“No
somos nadie” ─me oí decir antes de dar media vuelta y disponerme a regresar a
casa─. “Y que usted lo diga” ─añadió el mismo anciano, balanceando nuevamente
la cabeza en señal de asentimiento. ¿O sería a causa del Parkinson? De ser esto
último, al pobre le quedaba poco tiempo para seguirle los pasos a su supuesto
amigo. Me despedí de él con una leve sonrisa, no sin antes escrutarle de arriba
abajo por si daba la casualidad de que, detrás de su aspecto simiesco,
descubría a algún otro profesor de la facultad. Todo inútil. El tiempo todo lo deteriora,
no solo el físico sino también la memoria.
Desde
entonces me reafirmé en esa costumbre que me ha acompañado estos últimos años. He
visto esquelas de políticos y servidores públicos, médicos, economistas,
abogados, notarios, registradores de la propiedad y un sinfín de personalidades
y personajes de cierto renombre. Debo decir, sin embargo, que pocas sorpresas
me he llevado tras la lectura de las más de cincuenta esquelas que me he leído
a diario. Incluyendo esa primera experiencia que acabo de mencionar, solo
han sido tres las visitas a un tanatorio por conocer, directa o indirectamente,
al finado. Solo en tres ocasiones, pues, tuve que decir “la acompaño en el
sentimiento” antes de marcharme sin darle opción a la viuda a preguntarme quién
era yo.
A mi
mujer todo esto le daba mucho reparo. Decía que esa “distracción” podía traer
malas consecuencias, que no era sano, ni para el cuerpo ni para la mente. Y
ahora quizá deba darle la razón.
Si al
principio decía que las rarezas ─ahora las calificaría mejor como malas
costumbres─ pueden acaban mal es por lo que me ocurrió hace tan solo un par de
meses. Era lunes y me había quedado en casa por culpa de un fuerte resfriado
que había contraído durante el fin de semana. Llevaba todo el día guardando
cama. Sería alrededor de las cinco de la tarde cuando me levanté. Me sentía
mucho mejor pero todavía me dolía la cabeza. Me tomé otro paracetamol
acompañado de un café bien cargado y me puse a leer los periódicos que encontré
sobre la mesa de centro del salón. Cuando llegué a la sección de las
necrológicas, en la primera página y en lugar bien visible apareció ante mis
ojos el siguiente nombre:
JUAN
PABLO OLIVARES MONTERO
No podía creerlo, todo me empezó
a dar vueltas y se me nubló la vista. No podía ser. Tuve que hacer un esfuerzo
para serenarme y seguir leyendo. Pero lo que leí a continuación me acabó de
convencer de que no andaba errado:
Catedrático
de Microbiología de la Universidad de Barcelona
Ha fallecido
cristianamente, el 4 de marzo de 2019, a la edad de 65 años
Su
viuda, Amalia Ruiz, sus hijos Antonio, Juan y Eulalia, sus nietos…
Ya no
pude seguir leyendo. Cerré los ojos. Al cabo de unos instantes volví a abrirlos
con la esperanza de que todo había sido fruto de mi imaginación. Pero no lo era.
¡Ese era yo! Pero ¿qué significaba esa locura? Hice lo que supongo que hace
quien le ha tocado el premio gordo, que mira y remira el boleto para asegurarse
de que no hay ningún error, que el número premiado es el correcto, que la
fecha es la correcta, que el billete está entero, cualquier cosa que le demuestre
que es real y que él es el agraciado sin lugar a dudas.
Tenía
que tratarse de un error. Pero toda la información coincidía: nombre, edad,
cargo, familia. ¿Una broma pesada, quizá? Me levanté de un salto e instintivamente
llamé a mi mujer. Pero no hubo respuesta. Solía regresar a eso de las cinco y
media. Miré el reloj. Eran las seis menos cuarto.
El
periódico había quedado abierto sobre mi butaca. Volví a leer la esquela. El
cuerpo de ese Juan Pablo Olivares estaría expuesto en el Tanatorio Sancho de
Ávila desde las dieciséis horas de esa misma tarde hasta las once horas del día
siguiente, cuando tendría lugar la ceremonia religiosa y el subsiguiente sepelio.
Pero entonces me percaté de algo todavía más escalofriante y que me había
pasado por alto: la fecha del fallecimiento que se indicaba en la esquela era el
4 de marzo. ¡Pero si estábamos a lunes, 4 de marzo! ¿Cómo podía haberse
producido ese fallecimiento el mismo día en que se hacía público? Miré entonces
la fecha del periódico por si se trataba de un error tipográfico, pero la que aparecía
en la primera plana era la de 5 de marzo de 2019. ¿Qué significaba toda esa
locura? ¡No podía haberme pasado un día entero en la cama sin enterarme!
Llamé
a mi mujer al móvil, pero estaba apagado o fuera de cobertura. Llamé a mis
hijos, pero ninguno contestaba. Saltaba el maldito contestador. Finalmente
llamé al lugar de trabajo de mi mujer, por si se había retrasado más de lo
normal, pero al preguntar por Amalia Ruiz, una voz grave, titubeante, me
contestó: “Lo siento, pero la señora Ruiz no está, su marido ha fallecido y no
vendrá en un par de días. ¿Quiere que le deje un recado?”
Seguía
sin poder creerlo. Si quería comprender lo que estaba sucediendo, si quería aclarar
el entuerto, acabar con esa broma de mal gusto, no me quedaba otra alternativa
que ir al tanatorio, descubrir quién estaba detrás de toda aquella farsa o
pedir explicaciones a quien fuera que hubiera metido la pata.
Y me
presenté en el tanatorio. Eran las siete de la tarde.
Una
vez en el vestíbulo, me dirigí al tablón donde se indican las salas de
velatorio. En el décimo lugar figuraba mi nombre. Cuando llegué a la zona indicada,
casi no podía dar un paso. Entonces me vino a la memoria lo que en una ocasión
oí decir a alguien en broma: que le gustaría estar presente en su funeral para
ver cuánta gente asistía. Si todos aquellos habían venido por mí, era más de lo
que podía esperar.
Aparté
de inmediato ese ridículo pensamiento mientras me abría paso hasta la sala donde
se suponía que yacía mi cuerpo, con la convicción de encontrarme con caras
desconocidas y un perfecto extraño yaciendo en el ataúd.
Contrariamente
a lo que creía, allí estaba toda mi familia. Mi mujer, mis dos hijos, mi hija, nueras
y yerno, nietos, cuñados y demás parentela llenaban el reducido y
claustrofóbico espacio. Estaban todos tan afligidos que casi me entraron ganas
de llorar. No podía emitir sonido alguno, por mucho que me esforzaba en
decirles ¿Qué os ocurre? ¿Acaso no veis que estoy aquí? Todo es un error. Estoy
vivo. Miradme. Pero nadie se percataba de mi presencia. Cuando mi mujer se
levantó para situarse junto al féretro, me acerqué sigilosamente para no sobresaltarla,
pues si creía realmente que estaba muerto, menudo susto se iba a llevar al
verme. Le puse una mano en su hombro izquierdo y no se inmutó. Entonces dirigí
la mirada hacia donde ella había fijado la suya y, horrorizado, comprobé que el
cuerpo que reposaba allí dentro era el mío.
De
repente sentí náuseas, la impresión me provocó un estado de irrealidad, me
sentía flotar, fuera de lugar. Salí a que me diera el aire, pues el que
respiraba allí estaba viciado. La mezcla entre el olor a flores y a humanidad
me mareaba.
Una
vez fuera, en la zona donde departían relajadamente los que habían hecho acto
de presencia para presentar sus respetos a la familia del finado, o sea un
servidor, alcancé a oír lo que decía uno de los allí presentes, a quien no
reconocí: “tengo entendido que le dio un infarto. Su mujer lo encontró con el
periódico en su regazo, abierto por la sección de necrológicas. Quizá sufrió
una gran impresión al ver la esquela de un amigo muy querido. Pero vete tú a
saber.”
Viendo
que nadie reparaba en mí, me acerqué, movido por la curiosidad, a otro corrillo,
pues me pareció que me mentaban.
─Sé
que no está bien hablar mal de los muertos, pero vaya pájaro de cuidado era
Juan Pablo.
─Ya lo
creo, un hipócrita y un prepotente. Siempre quería tener la razón, nunca podías
llevarle la contraria. Si lo hacías, ya entrabas en su lista negra y te hacía
la vida imposible. Y siempre con esa sonrisa irónica en los labios.
─Un
cabronazo. Eso es lo que era. Después de esto, creeré en el karma. Se lo tenía
merecido.
─Dicen
que en todo hay que buscar el lado positivo, ¿no? Pues en este caso, ha dejado
la plaza libre en la cátedra, ja, ja, ja.
─Shhh,
calla, hombre, que te pueden oír.
Dejé allí
a esos cuatro malnacidos echando pestes sobre mi persona. Pero ¡¿quién coño se
creían que eran esos imbéciles?! A esos sí que los reconocí. Siempre
holgazaneando, pasando más horas en el bar de la Facultad que en el
laboratorio. ¿Hipócrita yo? ¡Hipócritas ellos! Siempre haciéndome la pelota,
dándome la razón en todo, jamás cuestionando nada. Esos, de científicos no tenían
nada. ¿Acaso creían que iban a ocupar mi plaza? Cualquier aspirante, por escasos
méritos que tuviera, ganaría la oposición antes que uno de esos inútiles.
Todavía no entiendo cómo accedí a que formaran parte de mi equipo investigador.
Y así me lo pagan.
Salí
del tanatorio como alma que lleva el diablo. Deseaba despertar de esa
pesadilla, pero no lo conseguía. Tropezaba con la gente que acudía a dar el pésame
a algún familiar o conocido, pero nadie se percataba de nuestro tropiezo. Me
senté en el primer banco que hallé en mi huida y traté de serenarme. Tenía que
hallar una explicación plausible a todo lo que me estaba ocurriendo.
Pensé
que quizá tuvieran razón quienes afirmaban que hay difuntos que deambulan como
almas en pena hasta que no han tomado conciencia de que están muertos. Quizá yo
era uno de ellos. De haber visto esa luz blanca al final del túnel que todos se
empeñan en afirmar que perciben los que acaban de traspasar, habría comprendido
cuál era mi verdadera situación. Pero no vi absolutamente nada. De ahí mi
confusión. Supuse pues, que, si aceptaba mi nuevo estado, por duro que resultara,
abandonaría definitivamente este mundo y emprendería un viaje al más allá. Me
consolé pensando que, más tarde que temprano ─pues mi mujer es bastante más
joven que yo─, vendría mi querida Amalia a reunirse conmigo. Entretanto ello no
sucedía, quizá algún amigo viniera a hacerme compañía, aunque esperaba que no
fuera ninguno de aquellos cuatro mentecatos deslenguados. ¡Idos a la mierda!,
grité, sabiendo que nadie me oiría.
Pero
me equivoqué, pues una voz y unas palmaditas en la cara, propinadas por una
mano invisible, me devolvieron parcialmente la lucidez.
─Papá,
papá, ¿qué murmuras?, ¿que nos quieres decir?, ¡abre los ojos, por favor! Mamá,
mamá, corre, ven, que papá está volviendo en sí. ¡Que alguien llame al médico! ─Era
la voz de mi hija Eulalia. Pero ¿qué hacía Eulalia allí?
Esa misma
fue la pregunta que hice al abrir los ojos y ver a parte de mi familia junto a
la cama en la que yacía.
─¿Qué
hago aquí? ¿Dónde estoy? ─logré balbucir.
Estaba
en la UCI. Según me contaron, había tenido un ictus, del que, por fortuna, me estoy
recuperado bastante bien. No morí, aunque poco me faltó. Cojeo un poco y siento
un hormigueo en la mejilla y mano derecha, pero puedo comer sin ayuda y valerme
por mí mismo.
Nunca
he sido supersticioso, pero ahora me salto las páginas de las necrológicas. Por
si acaso. Mi mujer cree que esa maldita costumbre casi me lleva al otro barrio.
En la página del periódico que hallaron en mis manos, había una esquela a gran
tamaño de un tal Juan Pablo Olivares Montoya. Montoya, no Montero. Según ella,
esa absurda manía y mi cerebro me jugaron una mala pasada. De todos modos,
estoy convencido de que, mientras estuve inconsciente, tuve una experiencia
paranormal. Creo recordar que un día trataron de eso en Cuarto Milenio. Pero lo
que ahora más me preocupa es que si fue así y durante mi estado comatoso tuve
una visión, quizá ello signifique que acabaré en verdad muriendo de un infarto
de miocardio.
Ahora me
tomo la vida con mucha más tranquilidad, hasta el punto de que incluso evito ver
los partidos de fútbol que puedan alterarme. He vuelto al trabajo después de
dos meses de baja laboral, pero regreso a casa muy temprano. Tengo que morderme
la lengua cada vez que me cruzo con esos imbéciles que me sacan de quicio.
Quiero pensar que todo aquello fue fruto de mi imaginación o de una
alucinación. Pero es que con solo pensar que pueda ser cierto, que tengan tan
mal concepto de mí y puedan ir diciendo todas aquellas barbaridades a mis
espaldas, me pongo de una mala leche que, que, que… ¡Ay!, ¡qué dolor! ¡Qué
punzada tan fuerte en el pecho! Y me irradia hacia el hombro y brazo izquierdo.
¡Son los síntomas de un infarto! ¡No quiero morir! Todavía no. ¡Ayuda! ¡Amalia,
Amalia!
─Juan
Pablo, cariño, ¿qué ocurre? ¿Por qué gritabas de ese modo? ¿Otra pesadilla?
Anda, levántate. Hace un domingo precioso y te he preparado una taza de
chocolate como a ti te gusta y acabo de ir a por unos churritos recién hechos.
Y de paso te he comprado tus periódicos. No te quejarás. Mira si te cuido. Y
eso que no te lo mereces, que eres un cascarrabias de tomo y lomo. Venga, ven a
desayunar, que el chocolate se enfriará.
Tengo
una mujer que vale un potosí. Está en todo. Me mima como a un niño. ¿Qué haría
sin ella? Huele a chocolate. ¡Qué rico! Pero solo tomaré media taza y un par de
churros, que tanto azúcar no es bueno.
Me
levanto y, tras asearme un poco, salgo al comedor, y ahí está todo preparado.
La taza de chocolate todavía está humeando y los churros dicen cómeme. Me
siento a la mesa y, mientras degusto esas dulces exquisiteces, ojeo el primer
periódico del montón. Cuando llego a las necrológicas, no sé qué hacer. Levanto
la mirada y veo cómo mi mujer me observa con cara de reprobación. Dudo, pero
finalmente opto por saltarme toda la sección y pasar a la de deportes. Hoy el
Barça juega el partido de vuelta contra el Liverpool. Puedo estar tranquilo. Seguro que nos
clasificamos para la final de la Champions.
Muy bueno, Josep M. Panadés. Un relato simpático,divertido, muy bien escrito y con buen manejo de la tensión narrativa.
ResponderEliminarMuchas gracias, beba, por venir a leerme y dejar tu amable comentario.
EliminarUn abrazo.
Escribí hace años un relato en el que el protagonista leía su propia esquela en el periódico. Iba a presentarlo para un concurso radiofónico que terror, pero terminé pasándome de extensión.
ResponderEliminarTratándose de lo que se trata lo has hecho con mucho sentido del humor, especialmente el golpe final de tu Barça.
Un abrazo.
Bueno, este relato también ha acabado superando con creces la extensión que preveía en un inicio, pero me fui animando, animando...jajaja.
EliminarY lo del Barça sí que fue un golpe o, mejor dicho, la estocada final para cualquier culé, jeje.
Un abrazo.
¡Qué bueno, Josep! Veo que el final de ese partido nos dejó sentimientos diferentes. Mientras que mí me dibujó la sonrisa boba de un mezquino consuelo para el bochornoso año que hemos sufrido los merengues, a ti te inspiró un fantástico relato en el que llevas al lector por el vértigo de una narración que no puedes dejar de leer y en la que diseñas un doble o triple final. Ese coma, primero; esa pesadilla, después y por último ese final que se insinúa de un modo tan simpático.
ResponderEliminarUn relato brillante y superentretenido, Josep. Un abrazo!
Aunque no soy muy aficionado al fútbol, el Barça es el Barça, jajaja.
EliminarMuchas gracias, David, por tu valoración. Tu opinión me da ánimos para seguir escribiendo.
Un fuerte abrazo.
Genial Josep, tu imaginación no tiene fin. Muy conseguido tu relato, la verdad es que no esperaba que terminara así de bien.
ResponderEliminarMe cuesta creer que a alguien le guste leer las esquelas del periódico, pero si que lo he oído en alguna ocasión.
Un relato estupendo que me ha encantado leer y estaba impaciente por saber el desenlace, :)))
Un abrazo Josep.
Bueno, Elda, la verdad es que terminar bien, bien, no mucho. Quizá no estés al corriente de cómo acabó ese partido tan importante para los barcelonistas, pero fue un apabullante fracaso, un final de infarto, así que ya puedes imaginarte cómo lo debió sufrir mi protagonista. Con este final abierto, bien podría ser que lo fulminara un infarto de verdad, jeje.
EliminarUn abrazo.
¡Qué bueno!
ResponderEliminarAhora viene la confesión. Yo leo las esquelas. No de modo compulsivo, pero las leo y el otro día gracias a ello me enteré del fallecimiento de la madre de una amiga. Qué ella me había dejado un privado en el facebook(en vez de mandarme un whatsapp, no es qu edependiese exactamente de las esquelas, pero como uso poco las redes sociales pues fue una suerte leer la esquela.
Me ha encantado la narración, como avanzaba, y ese final con el partido. Todo de diez.
Muy feliz día.
No eres la única persona que lee las esquelas de forma habitual. De hecho, yo me he inspirado en un conocido cuyo nombre no quiero revelar, jajaja.
EliminarMe alegro que te haya gustado esta historia.
Un abrazo y que también pases un feliz día.
Me ha parecido fascinante, si bien es bastante usado el recurso de estar muerto, casi siempre como pesadilla, aquí has rizado el rizo, con esa costumbre de leer necrológicas, heredada de un padre. El tono es perfecto. La evolución de los acontecimientos es consciente y con la angustia in crescendo. Ese ictus como motivo de saltarse las secciones que pudieron desencadenarlo acaba perfectamente, con ese partido de fútbol que distrae el alma del sujeto.
ResponderEliminarUna pequeña obra de arte. Sin dudarlo. Un abrazo y feliz día, sin lecturas macabras
Cierto, es un recurso bastante utilizado, pero en mi defensa (es broma) te diré que esta historia tiene bastantes hechos reales. El Dr. Baldrich fue nuestro médico de cabecera durante toda mi infancia y adolescencia, y tenía ese físico tan peculiar y que una de mis hermanas comparó con el de Boris Karloff. Mi padre no leía las esquelas, porque ni siquiera leía el periódico, pero sí usaba el coñac como medio para combatir el resfriado (y eso que era abstemio) y superar los disgustos que se llevaba cada vez que fallecía un compañero de trabajo de su edad. La costumbre de leer las esquelas de los periódicos la he sacado de un conocido mío que sigue haciéndolo. Y el partido de fútbol que menciono tuvo realmente lugar el pasado 7 de mayo y que fue un rotundo y vergonzoso fracaso para el Barcelona, así que a más de un hincha del Barça le debió dar un infarto, jajaja. Quién sabe si Juan Pablo Olivares pudo haber sido uno de ellos.
EliminarMe alegra que te haya gustado este relato hasta el punto de calificarlo de una pequeña obra de arte. Me abrumas, jeje.
Un abrazo y también te deseo que pases un feliz día.
¡Qué buenoooo! Un relato fantástico donde no falta de nada. El personaje, además, se hace querer, pasa de ser un rarito morboso a un pobre infeliz que se "ha muerto" para luego ser un convaleciente, etc, etc.
ResponderEliminarHas descrito fenomenal todo el proceso del protagonista y el final con ese partido que le va a dar el remate... eso ya es de traca y una demostración del humor que te gastas.
Enhorabuena, Josep Mª, me has tenido en vilo con una narración que me ha enganchado hasta el final.
Muy bueno, sí señor.
Un besote.
Temía que al ser un relato un pelín largo se haría pesado, pero veo, complacido, que no ha sido así, por lo menos por parte de los que habéis hasta ahora dejado un mensaje, jeje.
EliminarMe alegro, pues, que te haya gustado y que hayas simpatizado con el pobre protagonista a quien igual le dio un patatús al conocer el descalabro del Barça en Liverpool, jajaja.
Un beso.
Humor negro y humor blaugrana conjugados a la perfección ja,ja,ja.
ResponderEliminarCurioso el mundo de los periódicos de papel ya en peligro de extinción. Es curioso como en un mismo diario al azar
se han conjugado al mismo tiempo noticias de política, de deportes, viñetas de humor, obituarios, esquelas, y anuncios de prostitución como el que no quiere la cosa :-).
El relato es genial con ese vivo/muerto que da muchísimo juego en tu texto.
Un abrazo Josep.
Es que el famoso partido Barça-Liverpool da para humor negro y mucho más, jajaja.
EliminarUn periódico es un compendio de tantas cosas... y algunas no tienen nada que ver con su primordial y original función informativa. Aunque yo prefiero la de los pasatiempos, jajaja.
Me alegro, Miguel, que te haya parecido genial la historia se ese individuo con tal curiosidad morbosa.
Un abrazo.
jajaja mejor que no mire el barça, si no sale en la esquela del día siguiente!!
ResponderEliminarMe ha encantado la manera en la que has unido todos los cabos de la historia, cómo has relacionado los sucesos y lo original que resulta el relato.
A veces es mejor no saber qué piensan de nosotros, porque podemos llevarnos sorpresas como esta. Por otro lado, veo que esta experiencia ha servido al protagonista para hacer un cambio en su rutina y valorar a su mujer como se merece.
Me ha encantado, Josep. Lo he leído totalmente enganchada a la historia!
Un besito!!!
Pues quién sabe si fue eso lo que acabó sucediéndole, jajaja.
EliminarY tienes razón en que es mejor no saber qué opinión tienen los demás de nosotros, sobre todo si somos más bien susceptibles, jeje. Recuerdo una novela de Amy Tan, creo que es "Un lugar llamado nada", en la que la protagonista y narradora, organiza un viaje para unos amigos americanos a Birmania, pero anes de inciar el viaje aparece muerta en extrañas circunstancias. Aun así su alma decide acompañarlos durante su expedición. Pues creo recordar que antes de partir, durante su entierro, la fallecida decide estar presente pues siente una gran curiosidad por saber qué dirán de ella. Hala, ahí tienes una mini-reseña de regalo, jajaja.
Me alegro mucho que esta historia con tintes tragicómicos te haya enganchado.
Un beso.
Qué curioso, mi padre también leía siempre las necrológicas del periódico y con su "peculiar" sentido del humor, cuando identificaba a alguien a quien conocía, decía "a éste le he podido" jajajaja. Las cosas de mi padre, se ve que consideraba una competición lo de seguir vivo a ciertas edades. En fin...
ResponderEliminarRespecto a tu relato, Josep, me parece muy bueno en el argumento y está, como siempre, impecablemente escrito. Durante todo el tiempo nos han mantenido con la duda de si era un error, o un mal sueño, o una experiencia premonitoria... Eso ha mantendo el suspense y la curiosidad hasta el mismo final. Por otro lado el tono jocoso aporta un plus de divertimento al hecho de leerte. Lo único que siento es que se pase de extensión para presentarlo al Tintero este mes, ji, ji.
¡Un abrazo!
Pues el mío, tal como cueno en el relato (una de las cosas basadas en la realidad) se ponía enfermo, el pobre, seguramente porque pensaba aquello de "cuando veas las barbas de tu vecino..., jajaja.
EliminarMe alegra que esta historia rocambolesca te haya agradado y, ciertamnete, es demasiado larga para presentarla al concurso. La culpa de ello es que, a medida que la iba escribiendo, se me ocurrían nuevas ocurrencias, valga la redundancia, y aunque recortaba por un lado añadía por otro. Eso es algo que suele ocurrirme, pues dejo bastantes cosas a la improvisación, jeje.
Un abrazo.
¡Buenísimo, Josep! Te felicito de todo corazón. Me han tenido enganchadísima hasta el final., bebiendo el relato más que leyendo.Está tan bien estructurado y tan bien hecho...que da gusto.¿Sabes?, cuando era joven tenia la costumre de mirar las esquelas que ponían en una esquina de una calle muy frecuentada de mi ciudad. Lo hacían así para que la gente al pasar lo viera y se enterara del fallecimiento. Siempre que pasaba por allí miraba y me fijaba en la edad, ¡todas personas mayores!. Luego dejó de interesarme y ahora ya ni me preocupo. Si se muere algún conocido...¡pues ya me enteraré!
ResponderEliminarUn abrazo muy grande
Muchísimas gracias, Rita, por tu elogioso comentario. Me alegro que te lo hayas pasado bien leyendo esta historia, que si bien es pura invención, está basada en algunos hechos reales. Hasta el catedrático de Zoología es un personaje real y, salvo su nombre, edad, aspecto físico y que no asistí a su sepelio, el resto es totalmente cierto, jeje.
EliminarHace bastantes años, recién llegado a mi población actual, existía la costumbre de dejar en la escalera o pegada a la puerta del inmueble, la esquela de alguien conocido que acababa de fallecer. Yo la miraba por simple curiosidad, pero sabía que no conocería al difunto o difunta. Ahora, como la población ha crecido tanto que ya no se conoce casi nadie (los habitantes "de toda la vida" ya han ido desapareciendo) y hay formas más modernas de dar a conocer un óbito, esa costumbre desapareció.
Como bien dices, si se muere un conocido ya me entero por el boca a boca o por otro sistema.
Un fuerte abrazo.
¡Ostras, Josep! Si tienes posibilidad de comunicarte con Amalia, la mujer de Juan Pablo, dile que esconda el periódico cuanto antes. Ah, y que no se le ocurra encender la tele. Hay que evitarle a toda costa que ese pobre hombre se lleve un disgusto. :P
ResponderEliminarAhora en serio. Me han parecido muy interesantes los giros que planteas en tu historia. También me ha gustado mucho la manera que has tenido de resolverlos. La narrativa la he encontrado fluida y amena, lo cual invita a su lectura. Muy bien, Josep. ¡Tú, sí que vales! ; )
Un abrazo.
Se lo diré, Pedro, y de paso le preguntaré si sigue vivo después de conocer la vergonzosa derrota de su querido Barça, jajaja.
EliminarY ya también en serio, te agradezco mucho tu comentario sobre el relato que, debo confesar, fue fluyendo por sí solo. Ha sido uno de esos casos en que la historia prácticamente se escribía sola. Quizá haya tenido que ver en eso lo que he comentado a alguno/as compañero/as: que entre tanta invención hay bastante hechos reales que, por supuesto, he maquillado y desfigurado a propósito para darles un toque de humor, aunque sea negro, jeje.
Un fuerte abrazo.
Fantástico relato compañero, me ha encantado este rizar el rizo, me he bebido tus letras. Soy cero balompédica y el guiño que cierra el relato no lo había pillado hasta que he leído los comentarios de los compañeros jejeje. Soy más de ese Cuarto Milenio que mencionas jejeje
ResponderEliminarUn abrazo grande y muchas gracias por compartir.
Me alegro, compañera, que te haya gustado este relato y deseo que te lo hayas bebido con cuidado antes de tragártelo de golpe, jajaja.
EliminarYo no soy muy aficionado al fútbol (aunque, como barcelonés, siento simpatía por el Barça), pero este caso fue muy sonado, especialmnete para los barcelonistas, que sufrieron en sus carnes el peor de los agravios deportivos del milenio, jajaja.
Un fuerte abrazo y muchas gracias a ti por venir a leerme.
Que bueno.
ResponderEliminarMe has tenido enganchada hasta el final.
Mi padre compraba el periódico local, entre otras cosas para enterarse de las esquelas, y te confieso que es una costumbre que heredo de su padre, recuerdo a mi abuelo haciendo lo mismo.
Yo tuve una mala experiencia con un buen amigo. Nos habíamos visto un mes antes, pero no me dijo ni siquiera que tuviera cáncer de Pulmón, que luego el cáncer no fue solo de Pulmón, si no que este fue una mestatasis de higado y pancreas, de modo que así me enteré un 25 de junio por la mañana al leer el periódico que mi padre habia comprado, claro cuando leí la noticia no daba credito, y lo malo es que no llegaba al entierro ni por casualidad, eso si, días después fui al cementerio a dejarle unas flores y una poesia que le escribi para él, y al tiempo llame a s u hermana para darle el pesame. En fin leer esquelas tiene sus consecuencias, yo hace añso que deje de hacerlo, ahora me entero o por redes sociales o por llamadas de teléfono.
Un abrazo Josep.
En casa nunca hemos tenido esa "afición", pero sé de quienes sí la tienen (o la tenían), y eso me inspiró este relato.
EliminarEnterarse de la muerte de un amigo por el periódico debe ser toda una sorpresa. Y no precisamente agradable. Y más si no te da tiempo para ir a su entierro. Hay gente que prefiere ocultar su enfermedad cuando esta es muy grave, mientras que otros no tienen ningún reparo en hacerlo público. Mi mujer trabaja en una farmacia y se encuentra a menudo con clientes que le cuentan, con todo detalle, su enfermedad. Algunos lo hacen apesadumbrados, como es natural, pero otros lo cuentan como quien cuenta un viaje. Cada uno reacciona ante un drama personal de forma muy distinta.
Siento que este relato te haya hecho recordar un suceso tan triste. De hecho, la ficción y la realidad suelen ir de la mano.
Un abrazo, Tere.
Vaya, no me podía imaginar que mi relato fuera contestado con un poema, pero me gusta.
ResponderEliminarEs muy cierto que la rueda de la vida y de la muerte gira y gira sin parar. Un día le toca a uno y al siguiente al de al lado.
Un abrazo, Julio David.
Me has tenido con la curiosidad de ver qué hacía tu protagonista, he entrado de lleno a cada una de las escenas que has descrito incluso me preguntaba qué haría con los infieles compañeros viéndolos de nuevo en el trabajo. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSAludos.
Aunque te habrá resultado un largo camino, me alegro de que no hayas desistido y hayas llegado hasta el final. Y lo mejor todo es que ye haya gustado, jeje.
EliminarUn abrazo, Manuela.
¡¡Qué sinvivir!! Este relato sí que es para que le dé a una un infarto. Me ha gustado mucho. Está muy bien escrito y muy bien dosificada la información y resuelta la trama a medida que se va complicando.Muy bueno.
ResponderEliminarUn beso.
Juan Pablo era un tipo muy peculiar. El lo pasó mal por culpa de esa afición tan peculiar y, por lo que veo, también te lo ha hecho pasar mal a ti, jajaja. Pero también veo que, de todas formas, la historia te ha gustado y eso es lo que realmente cuenta, jeje.
ResponderEliminarMuchas gacias, Rosa, por tu lectura y tus comentarios.
Un beso.
Es verdad que conforme vas leyendo se apodera de ti la ansiedad de saber a donde te va a llevar la historia. Un relato que te engancha, muy bien estructurado y muy bien resuelto. Me ha gustado mucho. Un saludo Josep.
ResponderEliminarCon tantas incidencias (un ictus, una alucinación o experiencia paranormal y una pesadilla) no es extraño que uno se pregunte de qué va todo esto, si es real o ficticio, y dónde irá a parar esta historia, con el pobre Juan Pablo a la cabeza, jeje.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un saludo, Conrad.
Hola Josep, tenía prometido leerlo y hoy he podido, y debo decirte que es una historia que atrapa, con una costumbre bastante inusual de Juan Pablo, aunque él explica de dónde pudo surgir. A medida que la trama se hace más complicada, quiero saber qué ocurrió, es fantástico. Me gusta el final, con el chocolate y las noticias de deporte. Josep te dejo mis felicitaciones y un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Miry, por cumplir con tu promesa y venir a leer esta historia un tanto disparatada, pero que bien podría ceñirse, toda o en parte, a la realidad. Y me alegro que tu lectura no haya sido en balde y te haya gustado, como al protagonista le gustaba el chocolate, jeje.
EliminarUn abrazo.
Un relato cautivador, Josep, en el que tu habilidad con la intriga ha sabido rizar el rizo por tres veces consecutivas, llevándonos (a tus lectores) por donde te ha dado la real gana, lo cual manifiesta tu dominio de la narrativa y la destreza para elaborar un buen relato o una interesante novela (aquí te dejo la sugerencia).
ResponderEliminarTambién es digno de alabar el humor tan jugoso con el que has salpimentado esta historia.
En cuanto a mi experiencia, solamente recuerdo cuando asistía a clases previas al ingreso en el instituto, una de aquellas profesoras, monja teresiana, para más señas, que le encantaba inculcarnos tal veneración y respeto a la muerte, que acabé coleccionando esquelas de conocidos y familiares.
Ni te quiero contar, lo que se me pasó por la cabeza y el resto del cuerpo, al transcurrir los años y reparar en semejante «colección». ¡Vaya cantidad de exabruptos que solté! dedicados a semejante «docente».
Un abrazo.
Reconozco haber jugado al engaño, o mejor sería decir a la confusión, repetidamente. Podría entonar mi Mea Culpa, pero no me arrepiento vista la aceptacion que ha tenido esta historia, jajaja.
EliminarMuchas gracias, Estrella, por tu elogioso comentario. Me alegro que te hayas disfrutado de la lectura.
Esa especie de adotrinamiento de veneración a la muerte por parte de esa monja teresiana, también tiene su enjundia. En casa guardábamos (y creo que todavía los tenemos guardados) los recordatorios de los difuntos de la familia, esos que se entregan a los asistentes tras el funeral, pero no de los conocidos, como cuando uno iba acumulando las estampitas de la primera comunión o del bautizo de todo hijo de vecino, jeje.
Lo de escribir una novela, ya me lo han sugerido en más de una ocasión, tras escribir un relato de esta dimensión con intriga incluida, pero una novela es, para mí, palabras mayores. Soy persona de dar, a veces, muchos rodeos cuando cuento una historia o anécdota, lo reconozco, pero no tanto como para llenar y llenar cientos de páginas a partir de una trama que con cincuenta tendría más que suficiente, jajaja.
Un fuerte abrazo.
Muy buen relato Josep Ma, has llevado muy bien el ritmo y la intriga. Me ha gustado también la manera en que has conseguido que ese personaje rarillo se hiciera hasta simpático. Desde luego con esa semifinal espero que no le diera un yuyu, que era lo menos jajaja
ResponderEliminarHay gente que parece que disfruta comentando las muertes y las enfermedades y como bien dices lo cuenta con todo lujo de detalles toque o no toque, me ha recordado una anécdota de uno de mis hijos en una consulta médica con un abuelito que le recitó todas las dolencias que tenía y más y mi hijo aguantó estoicamente pero al llegar a casa me dijo que lo había agobiado jajaja.
Besos
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ResponderEliminarAunque el final era previsible, el relato es muy bueno. La frase final referida al Barça de lo mejor.
ResponderEliminarMi felicitación por la buena historia.
Muchas gracias, Leafar1949 por acercarte a este blog y dejar tu comentario. Me alegro que la historia te haya gustado y que el final "deportivo" te haya complacido, jeje.
EliminarSaludos.
Extraña obsesión!!! Nunca me he planteado como sería mi funeral, solo tengo claro que mis cenizas acabarán en el Guadalquivir. El que quiera ponerme verde, que lo haga desde la terracita de algún bar del pueblo de mis padres botellín de cerveza en mano.
ResponderEliminarHas vuelto a arrancarme una sonrisa. Siento lo del Barça (a pesar de ser merengón)
Se empieza con una costumbre y se acaba con una obsesión. Lo malo es cuando la obsesión acaba contigo... o un pésimo resultado futbolístico, porque a mí me da que el pobre no sobrevivió al disgusto, jeje.
EliminarUn abrazo, David.