Se conocieron por casualidad y
desde entonces son grandes amigos, a pesar de las diferencias que los separan.
La única característica común es su color. Ambos son negros, lo que despierta un
desagradable recelo entre la mayoría de gente que les rodea. Solo unos pocos vecinos
los aceptan; junto a ellos, ninguno de los dos se siente marginado.
Se
conocieron en el parque que hay a la salida del pueblo, una mañana calurosa de
un mes de mayo. Era festivo y, por ello, el lugar estaba muy frecuentado. Otelo
dormitaba a los pies del sauce llorón más frondoso de los que bordean las aguas
del lago, como a él le gusta llamar a esa tranquila masa de agua que todo el
mundo conoce como el estanque dorado, en alusión a la famosa película.
Cornelio, en cambio, no paraba quieto, temiendo que algún chiquillo le lanzara
una piedra si le veía ocioso. Siempre había sido el objetivo de algún que otro
gamberro. No entendía por qué provocaba en la gente, pero sobre todo en los
niños, esa actitud tan perversa. Él, a pesar de su aspecto, era pacífico, no
hacía daño a nadie.
La
mañana de ese encuentro hacía tanto calor que Cornelio no quiso ceder a las amenazas de
esos niños zafios y malcriados. Prefirió exponerse a una pedrada ─a fin de
cuentas un chiquillo no podría manejar una piedra demasiado grande─ a cambio de
disfrutar del frescor que despedía el estanque bajo la sombra de los árboles. Pero
al acercarse a la orilla, con las prisas, chocó accidentalmente con Otelo justo
cuando este se incorporaba tras una breve siesta mañanera.
Contra
lo que cabría esperar, ese accidente acabó uniendo a dos extraños, aunque la
primera reacción del lastimado Otelo no fue precisamente cordial.
─¡Mira
por dónde vas, imbécil! ¿Es que no tienes ojos? ─le increpó.
─Ay,
perdona, es que no te había visto ─le contestó Cornelio, avergonzado.
─No me
extraña, no paras quieto ni un momento. Arriba y abajo, arriba y abajo. Que te
tengo calado. Eres de esos que no saben estar sin hacer nada. Un culo inquieto,
vaya.
─¿Acaso
me espías? ─inquirió Cornelio, intrigado.
─No te
espío, tío. Cuando hace buen tiempo, suelo venir aquí a refrescarme y cada vez
que lo hago te veo dando vueltas sin parar. No sé exactamente qué haces. Parece
como si estuvieras buscando algo.
─Pues,
para empezar, busco comida. Sí, sí, no me mires con esa cara. Soy lo que la
gente llama un sintecho. Pero también busco hallar a alguien a quien no le desagrade
mi presencia. Un amigo, vamos.
─Así
que no tienes amigos. Vaya rollo más chungo, tío. ¿Y cómo es eso?
─Donde
vivía antes, tenía familia y amigos, formábamos un grupo muy bien avenido, allí
no existía ningún tipo de prejuicios. Aquí, en cambio, estoy solo, no tengo a
nadie y todo el mundo se aparta de mí.
─¿Dónde
vivías? y ¿por qué te fuiste, si estabas tan bien?
─Bueno,
hemos estado por todas partes. Recorrimos el país entero, pero donde más tiempo
vivimos fue en el norte. Allí están acostumbrados a la presencia de nuestra
comunidad, pero como cada vez éramos más, acabaron echándonos. O nos íbamos por
las buenas o por las malas. A los que no quisieron marcharse, se los cargaron.
Así que me quedé solo y emigré hacia aquí, en busca de un lugar mejor.
─Pero
¿por qué os trataron de esa forma? ─exclamó Otelo, escandalizado.
─Pues
porque decían que éramos peligrosos, que no respetábamos la propiedad privada,
que éramos unos ladrones, que éramos sucios y que lo dejábamos todo hecho una
porquería. Si yo te contara…
Y, tras las presentaciones de rigor, Cornelio le
contó a Otelo cómo había sido su vida hasta entonces. Y a medida que le iba contando
sus tribulaciones y miserias, Otelo se iba encogiendo y pensaba en lo
afortunado que era. Tenía a Otilia, que cuidaba de él y procuraba hacerle
feliz. La buena de Otilia, siempre pendiente de su salud y bienestar. Otilia y
Otelo, vaya pareja. Y se sonrió al recordar cuándo se conocieron.
─Te
veo ensimismado. No te habré deprimido con mis problemas ─interrumpió, de este
modo, Cornelio, sus pensamientos.
─¿Eh?
No, no. Estaba pensando en que, bien mirado, yo habría podido pasar por algo parecido
a lo que tu pasaste. También soy negro, muchos me miran con recelo, algún crio
también se ha metido conmigo, pero, por lo general, no puedo quejarme. Me
respetan, aunque quizá sea porque doy miedo a más de uno. Simplemente se
apartan o cambian de acera para no cruzarse conmigo. Pero, aparte de eso, soy
feliz. Tuve la gran suerte de conocer a quien más me ha querido en este mundo:
a mi querida Otilia.
─¿Otilia?
¡Que gracia! Otilia y Otelo, ja, ja, ja. ¡Qué casualidad!
─No es
ninguna casualidad. Ella me bautizó así. Cuando me recogió, yo no tenía nombre,
no era nada, solo un simple gato abandonado.
─Pues
sí que has tenido suerte, sí. Preferiría ser un gato negro que un cuervo.
─Quizá
en la próxima reencarnación, je, je.
─Quizá.
Y
desde entonces, Otelo y Cornelio fueron grandes amigos. Otilia acogió al nuevo amigo
de Otelo sin poner ningún reparo. Solo tuvo que evitar tener a su alcance
cualquier joya brillante, pues en eso era un obsesivo-compulsivo. Por lo demás,
no creó ningún problema, no era nada exigente con la comida, a diferencia del
remilgado de Otelo, era muy amigable e incluso demostró que, si se lo proponía,
podía hablar.
Otelo
seguía frecuentando el parque mientras su amigo córvido se quedaba a vigilar la
casa. Nadie se atrevía a aproximarse cuando le veían asomado en el tejado. Más
de una beata se santiguaba cuando sus miradas se cruzaban. La verdad era que su graznido les ponía a muchos la carne de gallina. Había quien decía que
predecía la muerte de alguien próximo. ¡Habladurías!
Un
día, aprovechando que Otelo había marchado a hacer su paseo diario y que Otilia
había ido al mercado, un par de granujas se colaron en la casa y, con una red,
atraparon al pobre Cornelio. Graznó y graznó, pero nadie acudió en su ayuda.
Por
mucho que Otilia y Otelo le buscaron, no dieron con su paradero. Hasta que el gato
decidió comportarse por una vez como un auténtico felino. Todas las noches,
aprovechando la oscuridad con la que se confundía, Otelo patrullaba las calles
del pueblo en busca de su amigo.
─No
puede ser que se haya marchado, así, sin más, con lo bien que estaba ─le decía
una y otra vez a una afligida Otilia, que no entendía lo que quería decir con
sus maullidos lastimeros.
─Con
tanto animal suelto, seguro que uno de esos desaprensivos le habrá hecho algo
muy malo, que no quiero ni pensar ─farfullaba Otilia entre hipidos, mientras
que Otelo ronroneaba, intentando así animarla.
Al
amanecer, Otelo, volvía cansado y triste, viendo que sus pesquisas no daban
resultado. Tras varios días de búsqueda infructuosa, una cada vez más
desconsolada Otilia, acabó desatendiendo sus quehaceres hasta el punto de
olvidarse de prepararle la comida a su, hasta entonces, queridísimo Otelo.
Este, viendo la predilección que sentía su ama por Cornelio, acabó sintiendo
unos celos irrefrenables, de ahí que cesara sus pesquisas y abandonara a su
suerte a quien había sido hasta entonces su único amigo animal.
Pasaron
las semanas y, contra todo pronóstico, Otilia seguía siendo incapaz de volver a
ser la misma de antes. Cada vez que Otelo buscaba sus mimos y saltaba a su
regazo solo conseguía alguna que otra caricia desganada y un suspiro de
resignación de su adorada ama. Viéndola tan triste y desconsolada, Otelo acabó
sintiéndose culpable y reconoció que había sido injusto tirando la toalla tan
pronto. El pueblo era muy grande y solo había recorrido una parte de él.
Cornelio podía estar en el otro extremo esperando que alguien fuera a
rescatarlo. Entonces se dijo que, si lograba dar con el paradero de Cornelio y
traerlo a casa, no solo recuperaría a su amigo sino también el amor de Otilia.
Bien podía compartir ese afecto humano con quien había sido un amigo fiel.
A la
noche siguiente, Otelo volvió a salir de ronda, pero esta vez no lo hizo solo.
Reclutó a media docena de gatos callejeros a los que prometió una buena
recompensa a base de los sabrosos guisos de Otilia. Entre todos planearon
llevar a cabo una exhaustiva batida y se pusieron patas a la obra. Sus
constantes y agudos maullidos llamarían la atención de Cornelio, en caso de que
este estuviera retenido contra su voluntad. De ser así, contestaría con sus
desagradables graznidos.
Al
principio, lo único que consiguieron fue unos cuantos cubos de agua que les
lanzaron algunos vecinos que habían visto interrumpido su plácido descanso
nocturno. “Malditos gatos, idos a otra parte a armar jaleo”, gritaban. Pero un
día, cuando ya clareaba y la “troupe” estaba de vuelta con el rabo entre las
patas, un “croac” débil pero perfectamente audible gracias al silencio reinante
a aquellas horas, alertó a Otelo y a sus camaradas de ronda.
─Es
él, muchachos. Su voz es inconfundible. Escuchemos con atención para descubrir
de dónde procede. Maullemos una vez más. A la una, a las dos y a las tres. ¡Miaaaauuu!
─¡Cruaaac
cruaaac! ¡Estoy aquí! ¡Socorro! ─en realidad solo Otelo entendió esto último,
habituado como estaba a la forma de hablar de su desaparecido amigo. El resto
de felinos callejeros solo oyeron su doble graznido.
─Es
por allí, gritaron todos al unísono.
Y
todos se plantaron, en menos que canta un gallo ─de hecho, ya hacía un buen
rato que los gallos del pueblo lo habían hecho─, delante de una casa
destartalada que, según creía recordar Otelo por habérselo oído contar a Otilia,
pertenecía a una vieja a la que algunos consideraban una bruja.
─¿Una
bruja? No me vengas con eso, anda ─recordó Otelo que le había contestado,
cuando Otilia se lo refirió.
─Pues
es tan cierto como que tú eres un gato negro ─le había contestado aquella,
ofendida por la incredulidad de su querido Otelo─. Llegó a tener un gato, todavía
más negro que tú, al que se le atribuían
poderes mágicos, y un cuervo grande y viejo que actuaba de mensajero con otras
brujas de la comarca, pero que murió de viejo.
Otelo
sintió un repentino escalofrío al recordar las palabras de Otilia. En más de
una ocasión había visto entrar y salir de aquella casa a un gato negro y gordo,
con cara de malas pulgas. ¿Y si esa vieja, bruja o no, se había hecho con el
pobre Cornelio para que hiciera de sustituto del viejo cuervo difunto? Por la
zona no abundaban los cuervos y bien podía haberse valido de algún indeseable
para cazarlo. Otilia tenía la mala costumbre de dejar la puerta de la calle
abierta, que siempre tenía que acabar cerrando él.
─Pero,
¿quién va a querer entrar en esta casa si no hay nada de valor? Además, este es
un pueblo tranquilo. Nunca ha habido robos ─argumentaba la buena mujer.
Pues
ahora se había producido, sino un robo sí un secuestro, el de Cornelio.
No fue
difícil amedrentar al gato, viejo y gordo, de la casa. Tan pronto vio cómo
siete gatos ─cuarenta y nueve vidas contra siete─, le plantaban cara, puso
patas en polvorosa y no se le vio más. Los maullidos ensordecedores de los
felinos rescatadores fueron contestados por los graznidos de auxilio de
Cornelio, a quien encontraron en la buhardilla, desnutrido y famélico,
encerrado en una jaula. ¡Un cuervo en una jaula! ¡Qué crueldad! Según contaría
más tarde Cornelio, la vieja lo intentaba amaestrar, pero él se hacía el tonto,
lo cual, siendo tan inteligente, era un verdadero sacrificio.
Cuando
iban a liberar a Cornelio, hizo acto de presencia la vieja propietaria de la
vivienda quien, escoba en ristre, pretendía machacarlos a todos. Misión más que
imposible. Ágiles y astutos, los mininos arrabaleros se cebaron en la anciana
dejándola casi sin ropa y con más arañazos que quien ha caído en un zarzal. Viendo
que perdería la batalla y acabaría malparada, se batió en retirada huyendo
escaleras abajo. Pero un traspié le hizo perder el equilibrio y se precipitó
directamente hasta la planta baja, donde la dejaron aullando de dolor.
La
vieja, cuyo nombre nadie sabía en realidad, fue llevada primero a un hospital y
luego a una residencia geriátrica de Caritas, pues no tenía a nadie que pudiera
hacerse cargo de ella. Sola y sin ningún animal de compañía, se resignó a pasar
el resto de sus días encerrada. Se dice que tiene a todos los ancianos amedrentados,
pues les amenaza con hechizarlos. No cesa de invocar a su gato para que vuelva
con ella, pero parece que este hace oídos sordos.
Y así,
Otilia, Otelo y Cornelio volvieron a estar juntos y vivieron felices por el
resto de su tranquila vida. Son todos ya viejos. Cornelio cuenta con 12 años, Otelo
con diez y Otilia con unos setenta y pico ─nunca quiso decir su edad, la muy
coqueta─. Forman los tres una familia muy heterogénea pero ejemplar.
¡A
cuántos les gustaría poder decir lo mismo!
Vaya, Josep, por lo que veo (y leo) también te atreves a adentrarte en el terreno de la fábula. Y con buen resultado, por cierto. ¡Tú sí que vales! ; )
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.
Cuando uno se hace viejo tiene que probarlo todo y no quería dejar el mundo de las letras sin atreverme con una fábula, jajaja. Me alegro que te haya gustado.
EliminarUn abrazo, Pedro.
Ja,ja, que historia tan original y curiosa.
ResponderEliminarSabes manejar los tiempos de desarrollo como nadie.
Otelo, protagonista de la obra de Shakespeare...y el personaje era negro.
Un abrazo.
Tan curiosa como la amistad entre un felino y un córvido. Pero quién sabe si habrán más casos como este, jajaja.
EliminarMe complace que te haya parecido una historia original. Cuando buscaba un nombre para el gato negro, inmediatamete me vino a la cabeza el protagonista de esta obra universal, jeje.
Un abrazo.
Menudo cambio de registro, Josep, ¡eres un todoterreno! :))
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu fábula porque, aparte de los mensajes positivos y enseñanzas que encierra, tiene un punto de humor guasón que le confiere un toque especial.
Al princio pensé que tus protas eran dos perros, luego pensé que dos gatos, y al final tuve que rendirme a la evidencia de que no atinaba ni una y seguir leyendo sin hacer más especualciones (pero disfrutando).
En cualquier caso es una historia preciosa sobre amistad, tolerancia, diversidad, acogida y más.
¡Un abrazo!
Ya habia explorado el género humorístico y ahora le tocaba el turno al cuento con moraleja, jeje.
EliminarCuando empecé a escribir esta fábula pensé en provocar una confusión pero de otro tipo. Los protagonistas son dos indivíduos negros y uno de ellos indigente, para que el lector o lectora pensara en dos seres humanos sometidos a una discriminación por culpa de los prejuicios solciales, pero a medida que me iba adentrando en la historia pensé que no podía sostener esa confusión y dejé al azar y a la perspicacia de cada uno la labor de desentrañar el entuerto. De todos modos, esa no era la idea principal del relato, el engaño y la sorpresa, sino algo colateral. El verdadero fundamento de esta historieta es esa fábula moral que tan bien has comentado.
Me alegro que te haya gustado, Julia.
Un fuerte abrazo.
¡Desde luego que si!¡A cuántos les gustaría decir que tienen una familia feliz lo mismo que ellos tres! Me ha parecido una historia preciosa.Con unos valores extraordinarios ¡Da gusto ver lo bien que escribes y las historias tan bonitas que nos presentas!.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande
A veces son pocos y mal avenidos. Es una lástima. ¡Pero si todavía hoy en día hay quien ve como algo extraño, e incluso antinatural, una pareja interracial! ¿Hasta cuándo existirán los prejuicios contra personas de una raza, color o condición sexual distinta a la nuestra e incluso frente a discapacitados? Si bien para algunas cosas debe prevalecer la tolerancia cero, para estas otras hay que abogar por una tolerancia 100.
EliminarMe alegro mucho que te guste lo que escribo y cómo lo escribo. Es muy reconfortante.
Un abrazo, Rita/Pilar.
Un cuento encantador Josep. Al principio pensé que eran dos personas aunque me extrañaba que a Cornelio le tiraran piedras los chiquillos, jajaja.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Dos especies distintas de animales que se hacen amigos, está genial. cierto que ellos si los observamos, nos dan lecciones a los humanos.
Un placer la lectura Josep, y felicitaciones porque cualquier tema que toques, resulta de lo más atractivo
Un abrazo.
Como le he comentado a Julia, esa era mi intención inicial, que pensarais que eran dos personas, pero habían cosas que no casaban con esta condición, así que lo dejé a la libre interpetación, manteniendo, eso sí, un cierto misterio inicial, jeje.
EliminarLos animales nos dan muchas lecciones de sabiduría, pero el hombre no sabe verlas o interpretarlas. Con esta fábula he querido tratar aspectos sociales con personajes del reino animal, a ver si así aprendemos todos, jajaja.
Muchas gracias, Elda, por tu comentario, que aprecio mucho.
Un abrazo.
Originalidad en estado puro. Muy gozosa la lectura de este post
ResponderEliminarUn abrazo y por la fábulas, con Esopo a la cabeza
Me alegro que te haya gustado y que hayas disfrutado de la lectura.
EliminarUn abrazo para tí y para Esopo, jeje.
Con lo que te gusta jugar con las sorpresas, aquí te habrás quedado satisfecho dándolas hasta el último momento.
ResponderEliminarMagnífico.
Un abrazo.
La vida es una fuente constante de sorpresas, amigo. Pero lo que no debería ser sorpresivo es que exista una profunda amistad entre personas de distinta condición fisica y social, distinta creencia, etc., etc.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Bueno, qué cuento más curioso, y qué bonito.
ResponderEliminarHas cambiado tu manera de contar las cosas con un lenguaje muy apropiado para esta historia, algo que dice mucho de lo buen escritor que eres. Si yo fuera uno de esos profesores de cursos de escritura creativa te diría: El empleo del tono narrativo es excelente, muy adecuado para lo que se está contando.
Eso desde un punto de vista técnico. En cuanto a la historia en sí me ha gustado esa metáfora implícita, que los dos protagonistas sean negros y el rechazo que les supone por supersticiones tontas. La crítica que va implícita es muy buena.
Y lo de cuarenta y nueve vidas frente a siete... ¡Un puntazo!
Genial, Josep Mª.
Un besote grande.
Mira quién habla, jajaja.
EliminarLa verdad es que cuando asistía al taller de escritura creativa y la profesora decía que debíamos ejercitar estilos y géneros distintos, no me acababa de convencer, pues creía (y sigo creyendo) que cada uno tiene su propio estilo y no tiene porqué cambiarlo, del mismo modo que cada cual tiene una preferencia y facilidad para un determinado género. Sí es cierto que con la variación y el empleo de recursos narrativos distintos uno va ganando soltura y enriqueciendo su vocabulario. Si bien para la poesía me considero bastante negado, con el género humorístico y de terror me siento algo más cómodo, aunque en ambos casos temo caer en lo ridículo. Y en cuanto al erotismo literario ya ni me atrevo a tocarlo. Si en la poesía temo caer en la cursilería, en el relato erótico uno puede caer en la vulgaridad. Así pues, voy probando y solo si veo que lo que va saliendo es mínimamente aceptable desde mi punto de vista, le doy el visto bueno, jeje.
Me alegro pues, Paloma, que el resultado de esta prueba haya sido de tu agrado.
Un beso.
Se te da de maravilla meterte en la piel de los animales, y ese mantener el tono ambiguo del principio, en que todos creemos que hablas de dos humanos negros y con problemas debidos a los prejuicios, te ha salido bordado.
ResponderEliminarMuy buen relato y muy buena incursión en el mundo de la fábula pues como tal interpreto tu texto.
Un beso.
Quizá el haber tenido perros me facilita ponerme en la piel de los animales, jajaja.
Eliminar¿Así que he logrado que creyeras que se trataba de dos hombres negros sometidos a la tiranía de los prejuicios? Pues me alegro, ya que, como he explicado con anterioridad, ese era mi objetivo inicial, jeje.
Me alegro que te haya gustado esta fábula, pues es lo que he pretendido escribir. Las moralejas son variadas y hay para todos los gustos. Cada cual que extraiga la que le parezca mejor.
Un beso.
¡Qué buena fábula Josep!
ResponderEliminarCuando un autor disfruta escribiendo lo consigue transmitir de inmediato a sus lectores y este relato es el ejemplo perfecto. Hay humor, aventuras y un buen final que deja un regusto muy sabroso. Sospeché desde el principio que estos dos negros no eran humanos, ja,ja,ja, hoy no me has engañado. Aunque has desvelado el secreto bastante pronto por lo que la lectura ha contado sentido y un franco divertimento. Yo a veces me he preguntado cuando los gatos "hablan" entre ellos, qué es lo que se estarán diciendo. Ya tengo claro sobre que conversan :-). Por otra parte introduces mensajes en torno a la amistad, el racismo o la fidelidad más que interesantes. Enhorabuena una vez más.
Abrazos y buen fin de semana.
Muchas gracias, Miguel, por tu apreciación y valoración general sobre este relato-fábula.
EliminarY sí, la verdad es que disfruté escribiéndolo. Incluso llegué a reirme de algunas de las expresiones coloquiales humanas aplicadas a esos animalillos, jeje.
Al ver que no podría mantener el secreto por mucho tiempo, preferí desvelar la identidad de los dos personajes principales de forma prematura y dar más protagonismo a la ironía y crítica social que encierra esta fábula con animales.
Yo hablo con mi perro (aunque obviamente no espero respuesta, jeje) y sé que me entiende en lo más básico, pero yo soy muchas beces incapaz de entenderle a él. ¿Será que es más inteligente que yo?, jajaja.
Un abrazo y buen fin de semana.
Un cuento de amistad y diversidad muy bonito, me encanta como pasas de mantenernos en vilo con tus relatos de intriga... a la fábula... eso es dominio de las teclas compañero, enhorabuena.
ResponderEliminarMe he quedado preocupada por la bruja, espero que esa señora esté bien atendida... y sus compañeros de asilo/residencia también... ;-)
Un abrazo grande y buen fin de semana.
Uno teclea lo que le sale de la imaginación, jeje. Me había propuesto escribir un cuento con enseñanza y me salió esto. Parece ser que los prejuicios, el odio y el clasismo son propios del ser humano. Los animales, con su instinto, son más nobles, aunque algunos también puedan mostrarse celosillos en algún momento, jeje.
EliminarAy, la bruja. Espero que esté bien atendida pero también bien vigilada, jajaja.
Un abrazo, amiga lectora, y que también tengas un buen fin de semana.
Una interesante fábula Josep Ma, cargada de guiños sutiles hacía el lector y en el que manejas a lo largo del relato esos prejuicios que corren sueltos y que hacen tanto daño. Ha sido muy entretenido leerlo y te deja con una sonrisa esa lección de amistad y de familia.
ResponderEliminarUn beso y muy feliz fin de semana
El hecho de que mis protagonistas sean animales quizá suaviza la crítica social. Los humanos no nos vemos -o no queremos vernos- reflejados en las fábulas, pero deberíamos.
EliminarMe alegra que te haya hecho pasar un buen rato.
Un beso, Conxita, y que también tengas un feliz fin de semana en compañía de los amigos y la familia, jeje.
Hola.
ResponderEliminarQué fábula más chula. Me he sentido un poco Otilia porqu eyo tuve una urraca(la recogí bebé herida) y tengo una gata negra negra.
Ahhhh, y al final, en mi opinión, no son viejos, mi gato tiene dieciséis años y medio y está hecho un chaval, jejejeje.
Muy feliz día y he disfrutado mucho ocn la lectura.
Hola, Gemma. Pues mira qué bien; en tu caso he dado en la diana, jajaja. Según lo que cuentas, es lógico que te hayas sentido identificada.
EliminarY, bueno, yo no entiendo mucho de gatos (soy más de perros, cuya esperanza de vida es de unos 12-14 años, dependiendo de la raza y tamaño), pero creo que tu gato, con 16 años, aunque esté hecho un chaval, ha llegado ya a la tercera edad, jeje. Y, desde luego, debe de estar muy bien cuidado y alimentado, jajaja.
Me alegro que te haya gustado esta fábula.
Un abrazo.
Ohh Josep, que bonito y qué dulce. Me ha encantado. La amistad entre especies de animales puede ser muy curiosa. Has transmitido tan bien esa dulzura que hasta yo habría salido por las noches a buscar a Cornelio.
ResponderEliminarFelicidades por este relato! Un besito!!
Hola, María. A veces nos sorprende ver cómo interactúan especies de animales que nunca habríamos imaginado que pudieran ser "amigos". Un gato y una urraca, un perro y una vaca, un cordero y un león, etc. Yo no sé si en la vida real un gato y un cuervo podrían hacer migas, pero en esta fábula he querido que así fuera, y ojalá que algo así pudiera suceder entre humanos de distinta "clase" o "categoría".
Eliminar¡Vaya!, si lo llego a saber te aviso para que te reunieras al equipo de rescate, jajaja.
Muchas gracias por tu comentario.
Un beso.
Preciosa fábula.
ResponderEliminarY la verdad reflejas muy bien, lo que pueden llegar a sentir los animales.
Que bien escribes compañero, nunca dejaras de sorprenderme Josep.
Un abrazo.
Solo con observarlos, podemos comprobar que los animales poseen unos sentimientos que muchos ignoran, niegan o no entienden.
EliminarMuchas gracias, Tere, por tus palabras de elogio.
Un abrazo.
Los animales no entienden de razas, mientras que la humanidad sí. Hay cientos de vídeos donde se ven los animales ayudándose unos a otros y dándose cariño y a lo mejor es un caballo y un perro, o un perro y un gato... Deberíamos aprender tanto de ellos¡¡¡
ResponderEliminarTu historia es toda una fábula, con un mensaje positivo y un final feliz, como a mí me gustan. :) :) :)
SAludos.
Los prejuicios los han creado los hombres, haciendo distinciones por raza, credo, sexo u origen.
EliminarY por supuesto que los animales son más solidarios, ya sea por su instinto de supervivencia o de solidaridad. Las muestras de agresividad son la expresión de defenderse de sus depredadores o su forma natural de sustentarse en el medio salvaje en el que viven. Son el ejemplo idóneo de una sociedad que vive en equilibrio.
Me alegeo que mi fábula te haya gustado.
Un abrazo.
Siempre pienso que para saber si un relato es bueno o no hay que leerlo y luego ser capaz de contarle la historia de forma oral a otra persona. Si se puede, es que la historia es perfecta, el escritor ha pensado una trama clara y perfilada. Como se muestra con esta fábula deliciosa. Me gustó que pronto descubrieras la identidad de Otelo y Cornelio, no era necesario ocultarla más.
ResponderEliminarSi me gustaría resaltar a un personaje que me ha dejado derretido: la vieja. A primera vista es la malvada, sin duda. Pero si miramos con atención y leemos tu final, nos damos cuenta de que la pobre mujer solo pretendía compañía. Una compañía forzada, bien es cierto, pero no puedo dejar de tener una profunda compasión por ese personaje. Algo que enriquece todavía más el relato. Un fuerte abrazo, Josep Mª, llevas un año muy pero que muy inspirado.
Un enfoque realmente interesante el tuyo y que me parece muy acertado. Nunca había pensado en ello. Así pues, te agradezco enormemente tu valoración sobre esta fábula.
EliminarUn fuerte abrazo, David, y a ver qué me depara la inspiracion en lo que queda de año, que es mucho, jajaja.
Hola Josep
ResponderEliminarMe ha encantado el relato, con lo gatófila que soy
Al principio no caía en el asunto, pero poco a poco... Bien hilado y con trama compleja. Un disfrute total
Saludos
Pues me alegro, Paola, que hayas disfrutado de la historia de esos dos amigos tan peculiares.
EliminarUn abrazo gatuno.
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