Durante el juicio, mi abogado, abrumado por las
pruebas que se presentaron contra mí —decididamente manipuladas por la
policía—, acabó aconsejándome que aceptara la propuesta de declararme
mentalmente incapacitado. Alegaría, gracias a la intervención de un
psiquiatra amigo suyo, que había sufrido un episodio severo de enajenación
mental. De este modo, sortearía la cárcel. ¿Cómo iba a negarme? No estaba
dispuesto a padecer una reclusión de, como mínimo, veinte años. En su lugar,
estaría encerrado en un centro psiquiátrico y saldría presuntamente curado en
un par de años. Ya investigaría por mi cuenta qué había de verdad detrás de esa
rocambolesca historia para no dormir.
Y, efectivamente, el
juez decretó mi internamiento en un centro de salud mental por un periodo
mínimo de un año y medio, siempre sujeto al pronóstico del cuadro médico. Solo
saldría en libertad cuando los especialistas consideraran que ya no era un
peligro para la sociedad.
El primer mes de
internamiento fue muy duro. Mi mujer venía a verme cada tres días. Marta era la
única persona que me consideraba inocente y creía a pies juntillas mi versión
de los hechos. Su presencia y sus palabras de ánimo eran como un soplo de aire
fresco entre tanta perturbación mental que me rodeaba. Aun así, el tiempo
discurría muy lentamente. En la cárcel quizá habría hecho algún amigo, pero en este lugar no veía con quien podía entablar una conversación mínimamente coherente.
Hasta que conocí a Eduardo.
—¿Eres ese a quien han
metido en este agujero por haber presuntamente —recalcó este adverbio a
propósito— matado a un tipo en un tren?
Cuanto levanté la mirada
de la revista que estaba hojeando, vi a un individuo demacrado, desaliñado y
con barba de varios días que me observaba con curiosidad, como quien tiene bajo
la lupa a un insecto singular.
—Pues sí, soy yo.
—Encantado de
conocerte. Me llamo Eduardo y estoy aquí por lo mismo que tú.
—¿Cómo que estás aquí
por lo mismo que yo? —dije convencido de que estaba ante un individuo realmente
alelado y que decía cualquier cosa por decir.
—A mí también me
endilgaron un asesinato que no cometí. Y también opté por venir a este Centro
en lugar de dar con mis huesos en la cárcel. Maldito el día que acepté la
proposición de mi abogado.
—¿Por qué dices eso?
—Pues porque en la
cárcel ya habría cumplido una cuarta parte de la condena y me habrían aplicado
el tercer grado. En cambio, aquí…
—¿En cambio aquí qué?
—Eh, vosotros dos,
basta de cháchara, que ya es la hora del almuerzo. Venga, id pasando al
comedor, que se hace tarde.
Cuando llegamos al
comedor tuvimos que separarnos, pues en ninguna de las mesas había dos asientos
juntos para poder seguir con la conversación. De ese modo, el tal Eduardo se
dirigió al fondo de la sala haciéndome una señal de molinete con una mano
indicándome que ya seguiríamos en otra ocasión.
Pero esa ocasión no se
produjo. Al día siguiente encontraron a ese pobre desgraciado ahorcado en su
habitación. Según oí decir a un celador, se había colgado de los barrotes de la
ventana con ayuda de una sábana. Si tenía tendencias suicidas, ¿por qué no lo
tenían encerrado en una de las celdas de alta seguridad?
El caso es que, con su
muerte, dejé de pensar en lo que me había dicho. Es más, me convencí de que
había hablado con un loco de atar, que se había inventado esa historia. Hasta
que recibí aquella carta.
Hacía casi dos semanas
que Marta no me visitaba. Al principio lo achaqué a que habría enfermado por
culpa de la gripe, que ese año estaba causando estragos. Yo mismo estaba hecho un
asco por lo mismo. Moqueaba y tosía sin cesar.
Fue Juan, el celador que había hallado el cuerpo inánime de Eduardo, quien me la trajo.
—Toma, alguien te ha
escrito. Espero que sean buenas noticias.
Mi nombre estaba
escrito a mano con letras mayúsculas. No había remitente.
—Oye, Juan, no lleva
sello ni remitente. ¿Sabes quién la ha traído?
—Ni idea. La he
encontrado entre el montón de correspondencia para distribuir.
Se trataba de un
anónimo, uno de esos con letras recortadas de algún periódico o revista. Decía así:
OJO CON TU ABOGADO Y TU
MUJER
Corto y claro.
¿Qué significaba
aquello? ¿Acaso mi abogado estaba liado con mi mujer? ¿Sería cierto o alguien
intentaba cabrearme más de lo que estaba? Pero ¿por qué? ¿Sería ese el motivo
por el que Marta ya no venía a verme ni me escribía? ¿No se atrevía a
confesarme su infidelidad? Si eso era cierto, a mi abogado no le interesaría
que saliera de ese encierro, por lo menos mientras durara esa relación
adúltera. Fuera cierto o no, siempre me quedaría el informe favorable de la
dirección del Centro. Ya llevaba en él casi un año; quizá iba siendo hora de
demostrar una mejoría en mi estado mental para ganarme su confianza.
Pero ¿quién era, en
realidad, Gervasio? ¿Quién me lo había recomendado? Recordé que fue un antiguo
colega de la facultad, a quien le pregunté si sabía de un buen abogado
especializado en temas fiscales cuando mi empresa tuvo un grave problema con
Hacienda. Afortunadamente, me concedieron permiso para llamarle.
—Hola, Fernando, ¿te
acuerdas de mí?
—Hombre, ¡cuánto
tiempo? ¿Qué hará? Diez años, por lo menos. ¿Qué me cuentas?
Y le conté todo lo que
me había ocurrido y donde estaba. Tras su lógico desconcierto inicial, entramos
en materia.
—Y ¿qué puedo hacer por
ti?
—Te acuerdas de aquel
abogado que me recomendaste para que llevara mi problema con Hacienda?
—¿Quién? ¿Gervasio?
—El mismo.
—¿Qué quieres saber?
—¿Es trigo limpio?
—¿Qué si es trigo
limpio? ¿Acaso algún abogado famoso lo es?, ja, ja, ja. Ay, perdona, no debía…
—Necesito saber si está
metido en negocios turbios —le corté—, si me puedo fiar de él.
—Hombre, depende de
para qué. Es un gran profesional y lleva los negocios de gente muy importante,
incluso de gente… ya me entiendes.
—Pues no.
—Hombres de negocios no
precisamente limpios. De esos que tienen millones y millones en paraísos
fiscales y demás. Se dice que está muy bien relacionado con los de arriba, ya
sabes, políticos y gente poderosa en general. Incluso con la policía.
Solo pude articular un
«gracias» y colgué sin más.
Así que mis sospechas
estaban fundadas. Ese tipo estaba metido hasta las trancas en ese turbio asunto.
Mi teoría conspiratoria estaba tomando forma. Pero no tenía a nadie a quién
confesárselo. Estaba solo ante el peligro.
No sabía qué hacer,
hasta que me trasladaron de habitación.
El centro había
experimentado una reducción de “clientes” y ahora había habitaciones sobrantes.
Como la mía era de las más pequeñas, las que usaban en caso de overbooking,
me trasladaron a otra mucho más amplia, aunque igualmente asegurada con
barrotes en la ventana y puerta reforzada. Cuando llevaba un par de días en
ella, supe a quién había albergado antes que a mí. Unas pocas palabras en la
pared, casi cubiertas por la cabecera de la cama, le delataba: «Aquí ha estado
Eduardo», como el que corona una cumbre o llega a un lugar difícil o
recóndito.
Ignoraba si el tiempo verbal
significaba que sabía que iba a morir o bien que esperaba marcharse algún día y
dejaba, de ese modo, su huella.
Sin perder más tiempo,
escribí a mi mujer pidiendo que me confirmara mis sospechas: si estaba liada
con Gervasio y si sabía que llevaba los asuntos de gente poderosa y de poco
fiar. También le pedía que, si alguna vez me había querido, me contara la
verdad e intentase averiguar si el abogado tuvo algo que ver con mi detención.
La carta de respuesta tardó en llegar, pero
finalmente llegó.
Marta solo me decía que
tuviera paciencia, que me sometiera al tratamiento que me pautaban y que
esperara medio año más para manifestar una clara mejoría en mi estado
psicológico. De este modo, con un poco de suerte, decretarían mi puesta en
libertad. Supuse que temía que revisaran mi correspondencia y por ello se
expresaba con cautela, como si hablara con un enfermo de verdad. Al final,
antes de despedirse, deseándome una rápida curación, decía «Gervasio te manda
recuerdos. Confía en él, tiene muy buenos contactos»
(así, subrayado). ¿Era un mensaje? ¿Qué quería decir con que tenía muy buenos
contactos?
Volví a escribirle al
cabo de unos días, pero ya no recibí respuesta.
No me quedaba otra
salida que seguir su consejo. Seguiría siendo un paciente aplicado, me
sometería a todo tipo de tratamiento al que me sometieran y le seguiría la
corriente a mi terapeuta. Solo esperaba que los fármacos que me administraban
no me hicieran ningún mal. Incluso quizá me levantarían la moral, pues esta llevaba
tiempo por los suelos.
A medida que pasaban las
semanas, sin embargo, cada vez me encontraba peor, pero nadie me hacía caso.
«Serán los efectos secundarios de la medicación», me decían. En un
momento de asueto, en el que me permitieron usar uno de los ordenadores del
Centro, busqué por internet los efectos adversos de los medicamentos que me
habían dicho que me administraban. Ninguno de ellos producía los mareos y las
alucinaciones que últimamente sufría cada vez con mayor intensidad y
frecuencia. Algo raro me estaba pasando y tenía que saber el qué y el por qué.
Pero ¿por dónde empezar?
Vaya, me alegro mucho de que el relato de tren tenga una continuación. Se está poniendo calentito de verdad. Menuda intriga la que nos dejas, y en varios frentes además. Esperando quedo la continuación.
ResponderEliminarUn beso.
Estuve dándole vueltas y pensé que no podía dejaros así, sin un final cerrado, je,je.
EliminarSí, la trama sigue enredada y no sé cómo puede acabar. A ver si en la siguiente entrega (la última) cerramos el asunto.
Un beso.
Me alegra que tengas ganas de un poco más de sufrimiento, ja,ja,ja.
Vaya, a este hombre todo se le tuerce. Con paranoia o no, las cosas no le salen muy bien.
ResponderEliminarPlanteas la situación desde una postura "aséptica" de manera que es imposible saber qué es real y qué son fabulaciones del protagonista. Eso tiene mucho mérito pues no nos dejas entrever cuál es la verdadera intención de tu relato. Supongo que al final nos darás más pistas sobre qué le pasa a este señor, si está enfermo o si le están haciendo la cama (porque la historia sigue, no?)
Un beso
El día que tomó el tren debió de levantarse con el pie izquierdo.
EliminarSi está cuerdo, es para volverse loco, y si no lo está, para enloquecer todavía más, je,je.
Qué quieres que te diga, a mí me da pena, y una vez metido donde está, a ver si le ocurre como al protagonista de "Alguien voló sobre el cuco".
Como le digo a Rosa, la historia seguirá y acabará en el siguiente espisodio.
Un beso.
El suspense es la mejor forma narrativa para todas las cosas menos para la propia vida de uno ja, ja, ja. Estupenda continuación Josep que ya sin remedio sirve como transición hacia una resolución de lo más intrigante. Primero fue un tren, ahora un centro psiquiátrico y nos queda por saber -si lo hay- el último espacio escenográfico que has elegido para la resolución.
ResponderEliminarAbrazos y a la espera.
Pues espero que la resolución siga el camino del suspense y no os defraude demasiado, je,je.
EliminarMuchas gracias, Miguel, por tu lectura y comentario.
Un abrazo.
Vaya, ahora si que el suspense está servido, ha quedado el relato que arde. Preferida la cárcel mil veces a un lugar de estos...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta segunda parte, con impaciencia estoy para ver como sigue.
Un abrazo JOSEP.
Pues sí, Elda, de la cárcel se sale tarde o temprano, pero de ahí...
EliminarMe alegro que te haya gustado esta segunda parte. A ver si también te gusta la tercera y última, je,je.
Un abrazo, Elda.
Ahora sí que redondeas la trama con intriga, amigo. Ese abogado no era trigo limpio, y su esposa parece que tiene intenciones ocultas y una huida que no sugiere nada bueno.
ResponderEliminarUn gustazo esta continuación de un texto brutalmente bueno. Este segundo lo es también, por cierto. Un abrazo
Hay mucha gente que no es trigo limpio, tanto fuera como dentro de este relato, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que este relato de ficción te haya gustado.
Un abrazo.
Esto se está poniendo interesante. A la espera de la siguiente parte quedo, ya estoy deseando leerla. Un abrazo, Josep
ResponderEliminarAntes de publicar el siguiente episodio, tengo que ver si puedo echarle una mano a ese pobre desgraciado, je,je. De lo que salga de mi contribución, saldrá un nuevo texto, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.
Josep, esto tiene mucha intriga y no sé que le deparará a este hombre, si le están volviendo loco y si se da cuenta y lo que le pasa. Esta estrategia es para que su esposa y su abogado estén juntos y le hagan desaparecer. Esperamos la continuación. Un abrazo.
ResponderEliminarSi no estaba loco, lo están volviendo. Espero que acabe reaccionando, aunque le veo demasiado atribulado para poder salir de esta, je,je.
EliminarUn abrazo. Mamen.
Dejas de dejarnos en ascuas para volver a dejarnos en ascuas. Esto es un sinvivir. :)
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, Chema, es como salir del fuego para meterse en las brasas. Pero es lo que hay. Espero que lo puedas superar.
EliminarUn abrazo.
Y tanto que la sentencia es peligrosa, diría que es una trampa mortal.
ResponderEliminarEn cuanto a la trama, me ha parecido muy creíble el complot entre estos dos amantes y compinches: la mujer y el abogado (Marta y Gervasio), para quitarse de encima a ese «estorbo» del presunto asesino, en realidad, la víctima que hasta el final intenta luchar por verse libre, pero que por desgracia es demasiado tarde para salir de la ratonera.
Entrando en más detalles, amigo Josep, si me permites que te haga algunas pequeñas observaciones de tipo constructivo y que en nada significan un menoscabo a tu espléndido texto:
1ª.- Me resulta simpática la imagen de hacer esa señal del molinete con una mano, pues es la primera vez que me entero de ese gesto ja, ja, ja
2ª.- Me he fijado que la segunda vez que escribes "hacienda", lo haces en minúscula:
—Te acuerdas de aquel abogado que me recomendaste para que llevara mi problema con hacienda? (Hacienda).
3ª.- Al iniciar el último párrafo:
A media que pasaban las semanas, ...
->lo cambiaría por: A medida que pasaban...
Por lo demás, me ha encantado conocer más a fondo esa enrevesada madeja que acaba explicando hasta qué punto esos próceres de las altas esferas están llenos de «mierda», con la que naturalmente ensucian o corrompen a quien está a su alrededor.
Un fuerte abrazo.
Hola, Estrella. Siempre es de agradecer no solo recibir comentarios positivos sino también sugerencias que puedan mejorar la redacción de un escrito.
ResponderEliminarA partir de tus observaciones, ya he puesto orden a Hacienda, pues dicen que ella somos todos, ja,ja,ja.
En cuanto al término "molinete", debo habérmelo inventado, je,je, dando a entender el gesto, parecido al de las aspas de un molino, que se hace dando vueltas al dedo (el derecho para los que somos diestros, je,je) hacia delante cuando uno quiere decir con señas "más tarde" o "luego". No sé si con esto te lo he aclarado. Quizá el término no sea popular, pero juraría que el gesto sí.
Y en cuanto a la última observación, no entiendo lo que propones. ¿Te refieres a suprimir "las semanas" y dejar simplemente "A medida de pasaban"?
Me alegro que te haya gustado esta trama tan enrevesada, je,je.
Un fuerte abrazo.
No, es más sencillo, a ver, lo que consta en tu texto debe tratarse de una errata o despiste, pues escribiste "A media que pasaban las semanas," en lugar de: "A medida que pasaban las semanas,"
ResponderEliminarSeguro que ahora ya me habrás entendido.
Caramba, tendré que graduarme otra vez la vista, pues no me había percatado del gazapo, lo leía y leía y lo veía bien. Esto sí que ha sido un juego de letras, ja,ja,ja.
EliminarMuchas gracias, Estrella.
Hola, Josep.
ResponderEliminarQué bien que hayas continuado con la historia. Fíjate que ahora el pobre hombre empieza a darme pena de verdad, aquí hay gato encerrado, y mucha trama que desgranar. Nos dejas con un montón de preguntas sin resolver, y con muchas ganas de saber cómo continuará, je, je
Muy, muy bueno.
Un beso.
Hola, Irene. No sé por qué motivo, pero es la segunda vez que me ocurre: veo aparecer tu comentario al día siguiente de haber contestado al que creo que es el último y en posición anterior a este, je,je.
EliminarBueno, el caso es que me alegro mucho de recibir los tuyos, especialmente si son tan amables como el que aquí noc ocupa, ja,ja,ja.
Muchas gracias por estar ahí, pendiente de lo que escribo-
Un beso.
Ya estás tardando con la tercera parte, me has dejado en ascuas. ¡Menuda historia te estás marcando amigo!
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya la tengo preparada, Javier, pero espero a que todo/as os hayáis puesto al día para enchufaros el final, je,je.
EliminarUn abrazo.
Cuanta intriga compañero, encantada de leerte bajo la lluvia de Doña Elsa. El suicidio de Eduardo me resulta muy sospechoso, el anónimo sospechoso, la mujer sospechosa...el abogado ni te cuento jejeje... sospecho de todos. Al protagonista le va fatal... pero sigo sin compadecerme de él, no me da penilla... debe ser por eso de la doble vida, los negocios turbios... Quien juega con fuego se quema, y quien chanchullea puede ganar... o puede perder. Deseando conocer el desenlace. Gracias por compartir. Un abrazo grande querido Josep.
ResponderEliminarHola, compañera viajera. Me alegra que Elsa te haya permitido acercarte hasta aquí desde Australia para leer esta historieta de intriga. Pues hay quien ya empiexa a compadecerse del protagonista, entre ellos yo. Pero es que yo soy un blandengue, ja,ja,ja.
EliminarUn fuerte abrazo
Pues si me gustó la primera parte, en esta segunda lo bordas Josep Mª.
ResponderEliminar¡Qué intriga
Hay una frase sobrecogedora:" «Aquí ha estado Eduardo», como el que corona una cumbre.
Oye, que esto da para una tercera parte, y si te pones para una novela, herramientas tienes de sobras e imaginación también.
Felices Fiestas Josep.
Muchas gracias, Isabel, por tu amable comentario.
EliminarDe hecho, ya tengo preparada la tercera parte, que será la última. Espero al día 27 (el 26, en Cataluña, es festivo) para publicarla, para que, de este modo, no se os atraviesen los turrones, ja,ja,ja.
Un abrazo y también te deseo unas felices fiestas.
¡Ay madre! La intriga me tiene en vilo Josep, espero pronto un tercer capítulo.
ResponderEliminarAbrazos.
Pues intenta pasar un feliz día de Navidad, que a continuación vendrá el tercer capítulo para que puedas pasar un fin de año tranquilo, je,je.
EliminarUn abrazo.
¡Hola, Josep! Bueno, esta parte es digna de uno de los capítulos de aquella serie de Hitchcock. Un personaje intenta burlar la condena, inconsciente de que quizá eso sea todavía peor. Creo que aunque sea la segunda parte de una serie de tres, también sirve como relato independiente. Y ello dice mucho de tu capacidad narrativa para saber estructurar la historia haciendo que cada parte aunque complementarias de la historia mayor, puedan funcionar de manera independiente.
ResponderEliminarY mientras esperamos la conclusión aprovecho para desearte unas maravillosas navidades y un 2020 lleno de suspense. Y es que la ficción, con suspense, siempre es mejor. Un abrazo!!
Hola, amigo David. Como siempre tan amable con mis relatos. Me alegro muchísimo que este episodio te haya satisfecho y que lo consideres con la suficiente entidad como para valerse por sí mismo, je,je.
EliminarYo tambiñen te deseo unas felices fiestas y un años 2020 repleto de fortuna y de magníficas ideas para seguir con tu valiosa contribución. El suspense solo lo dejo para las historias de ficción, ja,ja,ja.
Un fuerte abrazo.
Joder con la tropa mi general... jajaja. Yo no estaría para nada tranquilo!
ResponderEliminarNi yo tampoco, ja,ja,ja.
EliminarPero la vida sigue y el relato también, je,je.
Un abrazo.
¡Hola Josep Mª! Cada parte del relato se va haciendo más interesante, con nuevas tramas (como el de los amantes) Lo que no entiendo es cómo ingresa alguien en un módulo penitenciario psiquiátrico, sin haberlo visto un psiquiatra forense. Es un recurso el de "ingresar porque tenía ideas deliroides". Como usted tiene estudios de Farmacia, sabrá con seguridad que tipo de medicación es tolerable por el recluso. Si es medicación placebo, o si por el contrario son antipsicóticos, neurolépticos, tranquilizantes...
ResponderEliminarEn fin, dejando de lado las cuestiones que se me ocurren, veo que la trilogía está de lo más interesante, por lo enredada. Un saludo.
De hecho, estamos ante un individuo que, aunque no sea trigo limpio, ha sido utilizado con cabeza de turco y sucumbido ante una sociedad corrupta compuesta por policías y agentes de la autoridad, jueces y abogados sin escrúpuos que se venden al mejor postor. Si te gusta este tema, te recomiendo una serie norteamericana en Netflix titulada "Cómo defender a un asesino", que demuestra que el poder y el dinero pueden mucho más que la justicia. Aunque pueda parecer ficción, no lo es. Por lo tanto, en este contexto, no es de extrañar que un juicio como el que describo esté repleto de irregularidades.
EliminarEn cuanto al tratamiento que recibe el protagonista, no he querido convertir este episodio en un tratado de psiquiatría ni de farmacología, je,je. No importa si se alegó una esquizofrenia paranoide, un trastorno bipolar o una psicosis maníaco-depresiva y le trataban con haloperidol, benzodiacepinas o antipsicóticos, el caso es que lo tenían sometido a un tratamiento, no solo innecesario, sino a propósito equivocado. Cualquier persona mentalmente sana bajo un tratamiento antipsicótico puede desarrollar un episodio paranoide y trastornos de diversda índole, que es lo que le ocurre a mi protagonista.
Me alegro que, aun con esas dudas, te haya resultado interesante.
Un abrazo.
Hola, de nuevo. La verdad que no tengo Netflix, pero me gusta el cine negro, además de su lectura, en especial Agatha Chirstie, Marry Higgins Clark y una escritora madrileña de nuestro tiempo, que recomien su lectura, y de la que hay varios relatos cortos en mi blog: se llama Luisa Ferro, publicó la novela policíaca ambientada en Madrid de principios de siglo "El Círculo del Alba", actualmente está escribiendo dos novelas. (Está en FB, y es una persona muy cercana) Aprovecho para desearle lo mejor a su familia.
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