—¿Y dice que siempre
quiso ser policía?
—Desde que vio a su
vecino del piso de enfrente, tendido en el suelo, degollado, saliéndole la
sangre a borbotones. Tendría por aquel entonces unos diez u once años.
—¡Qué barbaridad! ¿Y
eso le atrajo? Siendo tan niño, más bien debería haberle horrorizado.
—Pues a él no. Dijo que
sería policía para atrapar a los asesinos. Y la sangre nunca le impresionó. De
hecho, llegué a sugerirle que se hiciera médico, como yo, pero él quería ser
policía sí o sí.
—Vaya, que lo tenía muy
claro.
—Desde luego, y mire
que tuvimos discusiones sobre esto. La última vez que hablamos de ello teníamos
diecisiete años. Lo recuerdo porque poco después nuestras vidas tomaron rumbos
muy distintos.
***
—Tanto los médicos como
los policías salvan vidas, cada uno a su manera, Carlos. Mientras que los
médicos lo hacen, a por lo menos lo intentan, cuando uno ya está a punto de
pringarla, los policías evitan que la gente mate a gente. “Proteger y servir”,
como dicen en las películas americanas.
—Creo que tienes una
visión del tema un poco infantil, Joaquín. Ni que los policías fueran Superman.
Y si ya ha habido un asesinato, como en el caso de aquel vecino tuyo, ¿qué? ¿Acaso
alguien pudo evitarlo?
—Pues ahí viene lo
bueno: descubrir al asesino, atraparlo y meterlo entre rejas. A los policías la
muerte de un inocente los motiva para atrapar al culpable.
—¿De dónde has sacado
tú eso? ¿De alguna película de policías? Atraparán al culpable si pueden. Los
médicos pueden salvar la vida del que ha recibido un disparo o un navajazo, y está
al borde de la muerte. El policía podrá, si tiene suerte, atrapar al culpable,
pero el médico le habrá salvado la vida a ese inocente, que es lo que cuenta.
¿O no?
—Sí, vale, pero si la
espicha, un médico solo se limita a dar el pésame a los familiares, mientras
que el policía les da esperanzas, prometiéndoles que se hará justicia.
—A ti, desde luego, las
películas de policías te han afectado, tío.
—Pero ¿tengo razón o no?
—Pues no sé qué
decirte, tú todo lo ves de color de rosa. De todos modos, yo prefiero ser
médico.
—Claro, porque tú eres
un miedica.
***
Han pasado algo más de treinta años desde esa
conversación de adolescentes y Joaquín es inspector de policía, mientras que
Carlos trabaja como cirujano en un reputado hospital de la capital.
Desde que sus vidas
anduvieron por derroteros distintos, uno presentándose a las oposiciones de la
Policía Nacional y el otro matriculándose en la Facultad de Medicina, no se habían
vuelto a ver. No solo dejaron de compartir gustos e inquietudes, sino que,
además, sus familias cambiaron de residencia: la de Joaquín se fue a vivir a un
barrio más humilde, al no poder hacer frente al aumento del precio del
alquiler, y la de Carlos se mudó a una urbanización de alto nivel, a un adosado
con jardín y piscina. Así pues, la distancia, tanto física como social, que les
separaba, los mantuvo tan alejados que perdieron la pista y el interés el uno por
el otro.
Pero del mismo modo que
lo que sube, baja, lo que al principio separa, luego puede volver a unir. Y
hoy, precisamente, las vidas de esos dos amigos de la infancia se han vuelto a
cruzar, aunque no en el lugar y por el motivo que ambos habrían preferido.
Joaquín ha ingresado en urgencias con varias heridas de arma blanca en el pecho
que no presagian nada bueno. Ahora está en la mesa de operaciones. El cirujano
que intentará salvarle la vida no es otro que Carlos.
***
—Pues eso sí que es
casualidad, doctor. Después de tantos años y se vuelven a encontrar en estas
circunstancias tan..., especiales.
—Una puñetera y
desgraciada casualidad, desde luego. Y ahora me toca demostrarle para lo que
servimos los médicos en casos como este. Como se me muera en la mesa de
operaciones, no me lo voy a perdonar, aunque él no me lo pueda reprochar.
Succione, Carmen, no se me distraiga. ¡Matilde!, ¿cómo están sus constantes
vitales?
—De momento se
mantienen, doctor.
***
—¿No me reconoces?
—Pues no. ¿Debería?
—Tú eres Joaquín
Tudela, ¿verdad? Y eres inspector de la Policía Nacional, ¿correcto?
—Pues…, sí, pero…
—La verdad es que yo
tampoco te habría reconocido. Con esa barba y esos pelos... Y además ¡han
pasado tantos años! Pero he visto tus credenciales entre tu ropa y entonces he sabido
quién eras.
—¿Y usted es…?
—Coño, Joaquín, que yo
no he cambiado tanto. Soy Carlos, Carlos Barrientos.
—¡Joder, Carlitos! Así
que has llegado a ser médico.
—Y tú inspector de policía.
—¿Cómo lo sabes? Ah,
claro, mi identificación.
—Y gracias a tu placa,
esa herida de ahí, en tu costado izquierdo, no ha sido mortal. Impidió que el
cabrón que te ha hecho esto te clavara el cuchillo más profundamente. No sé de
qué estará hecha, pero ha sido tu salvación. Los otros navajazos eran
profundos, pero no han afectado, por fortuna, ningún órgano vital. Así que
saldrás de esta.
—Mira por dónde he ido
a parar a tus manos, ¿eh, doctor?
—Suerte que has tenido.
Así que inspector, ¿eh?
—Pues sí, chico. No ha
sido un camino de rosas, pero, salvo casos como este, ha valido la pena.
—Y ahora, después de
tantos años, nos encontramos gracias a nuestras profesiones. Aunque me habría
gustado que hubiera sido en otras circunstancias más agradables.
—Desde luego. Cosas
extrañas de la vida.
—¿Y quién ha sido el hijo
de puta que te ha cosido a navajazos, si se puede saber?
—¡Bah!, gajes del
oficio. Ya estoy acostumbrado. Lo de hoy ha sido mala suerte. Ese malnacido me
ha pillado desprevenido.
—¿Y qué ha sido de tu
vida, aparte de llegar a inspector?
—Pues me casé y tengo
dos hijos, un chico y una chica. Y ¿sabes qué?, que los dos quieren ser
policías, ¿no te jode?
—Pero ¿por qué dices
eso? Siempre quisiste ser policía para defender a los buenos y atrapar a los
malos. Deberías estar satisfecho de que tus hijos quieran seguir tu ejemplo.
—Sí, sí, pero lo mío es
como ser torero. Una vez has visto la muerte de cerca, no se lo deseas a nadie,
y menos a tus hijos. ¿Y tú qué? ¿Qué me cuentas? ¿Estás casado o sigues siendo
tan mojigato con las mujeres?
—Me casé, pero enviudé
hace cosa de dos años.
—Vaya, sí que lo
siento. ¿Y tienes hijos?
—Sí, un chico de dieciocho años.
—¿Y también quiere
seguir tus pasos?
—¡Qué va! ¿Ese, médico?
Qué más quisiera yo. No sé qué voy a hacer con él. Desde que murió su madre…
—Ya veo. Los típicos problemas
de la adolescencia. Bueno, ya se sabe, esta juventud de hoy…
—Ojalá fueran las
típicas desavenencias entre padre e hijo. Pero bueno, no quiero molestarte más,
ahora necesitas descansar.
—Oye, Carlos, si
necesitas algo, no sé…, un consejo, que hable con él, lo que sea, solo tienes
que decírmelo. Se me da bien tratar con los chavales “conflictivos”,
últimamente no hago otra cosa. Recuerda
mi lema: “proteger y servir”.
—Vale, ya hablaremos,
pero primero tienes que ponerte bien.
—¡Qué cosas tiene la
vida! Mira por dónde, mi amigo Carlitos, el miedica, me ha acabado salvando la
vida.
—Tampoco es para tanto.
Cualquier otro cirujano habría hecho lo mismo.
—¡Qué va! Seguro que tú
me has remendado mejor. Si cuando éramos unos críos, alguien me lo hubiera
dicho, no le habría creído.
***
Lo que nadie le dirá a Joaquín, porque nadie lo
sabe aún, es que esas graves heridas que le mantuvieron entre la vida y la muerte,
se las infligió un joven yonqui de casa bien, durante una redada en el barrio
chino. De momento, está en paradero desconocido. La policía lo está buscando. Y
su padre también.
Muy bueno. Y sin faltar tu sorpresa de última hora, que tan redondos deja tus relatos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro de que te haya gustado la "sorpresa" final.
EliminarUn abrazo.
Me ha gustado mucho, y creo que ya sé a que se refieren tus seguidores, por lo que leí en tu presentación de la macondografía, a esos finales "sorprendentes".
ResponderEliminarUn beso.
Pues me alegro que te haya gustado o, por lo menos, no decepcionado, je,je.
EliminarUn beso, Carmela.
Qué buen "nudo" has atado con el argumento haciendo uso de la casualidad, Josep, ¡genial! Y además de entretener planteas varios temas muy interesantes para la reflexión, sobre todo acerca de los prejuicios equivocados y los estereotipos. Me encantaría saber cómo sigue la historia :))
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Hay casualidades que matan o, por lo menos hieren, je,je,
EliminarLa historia tiene que acabar mal, creo yo, de ahí que no me haya decidido por una continuación. Viviendo en confinamiento, no son buenas la historias con final infeliz, ja,ja,ja.
Muchas gracias, Julia, por dejar este comentario.
Un abrazo.
Muy bueno, dos vidas que se separan y acaban por reencontrarse. La vida a veces es así, y vaya usted a saber si quien hirió al policía no fuera un hijo de su amigo recién encontrado.
ResponderEliminarMuy realista. Un abrazo y feliz día
Por ahí val los tiros, Albada, o mejor dicho los navajazos, je,je.
EliminarUn placer contar con su lectura.
Un abrazo.
Que buena historia Josep con el inesperado giro que me gusta tanto en las narraciones. Una historia de esas que demuestra que la vida da muchas vueltas y qu3e "arrieritos somos y en el camino nos encontraremos"
ResponderEliminarUn abrazo y feliz comienzo de semana amigo.
Hay vidas que se entrelazan para bien o para mal. En esta historia, el lazo de unión fue la intromisión de un mal hijo, je,je.
EliminarUn abrazo.
Hola.
ResponderEliminarYo creo que lo mejor de tus relatos es la sorpresa que siempre llevan, y una vez más no defraudan.
Ayer en el especial del finde(por el día del libro) rescaté un post con libros de compis blogger, para que la gente los vea, y el tuyo está entre ellos, claro.
Feliz día.
Vaya por Dios, precisamente ayer se me pasó pasarme por tu blog. Pero lo acabo de hacer, al leer lo que comentas y te agradezco la mención a mi libro, una recopilación de relatos que, sin ninguna acritud, definiría como el perpetuo pretendiente, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que mi relato te haya deparado una (grata) sorpresa.
Un abrazo, Gemma.
Que bonita historia, amigos que se encuentran en especiales circunstancias. Lo triste es el final que por otra parte me ha encantado. Sería un estupendo tema para seguir y ver como resolvían en el caso de que encontrara la policía al hijo, un asunto peliagudo.
ResponderEliminarUn placer la lectura Josep.
Un abrazo y buena semana.
Cuando alguien se reencuentra con una viejo amigo, del que no ha sabido nada desde hace muuuchos años, suelen haber sorpresas: nn cómo ha cambiado, en cómo le ha ido la vida, etc. En este caso, la sorpresa no está precisamente en comprobar que ambos acabaron siendo lo que querían ser. La verdadera sorpesa no sé si acabarán conociédola, supongo que sí, y entonces ya no será tan grata.
EliminarEl placer es mío, Elda.
Un abrazo.
Genial relato con ese final a gusto del lector. Dos profesiones, la de médico y la de policía, que me gustan ambas. Hace ya muchos años que pienso que me hubiera gustado pertenecer a la policía científica (bastante antes de CSI, no te creas😉). Como bióloga o como médico, hubiera sido interesante.
ResponderEliminarUn beso.
De niño yo también dije que me gustaría ser policía. Cuando jugábamos a policías y ladrones, yo siemrpe interpretaba el papel del primaro. Un vez terminado el curso Preuniversitario estuve a punto de estudiar medicina pero me entró el canguelo al pensar que se me podía morir un paciente. Yo sí que fui un miedica y no Carlitos, ja,ja,ja.
EliminarUn beso.
Qué vueltas da la vida, y cómo se cruzan los caminos de la gente. Un argumento bien trabajado con personajes que se entrecruzan a lo largo del tiempo y las circunstancias. Genial.
ResponderEliminarNi yo llamaría miedica al médico, no infantil a los motivos del policía, cada uno tiene su misión y para mí son igualmente admirables. Lo que está más que claro, y viendo dónde viven tus protagonistas, es que a los cirujanos se les paga mejor, ja, ja,ja.
Besos.
Los cruces de caminos deparan muchas sorpresas y a estos dos amigos de la infancia sus caminos se cruzaron por una hecho delictivo y fortuito del que uno de ellos se sentirá culpable cuando descubra la verdad, si la descubre.
EliminarMuchos de los deseos infantiles no progresan y se pierden u olvidan por el camino de la vida. Muchas de esas aspiraciones están motivadas, o influidas, por el entorno (las novelas, las películas, los padres, el deseo de aventura...) y luego caen en saco roto. Unos pocos, sin embargo, parecen tenerlo claro desde muy niños, eso que se ha dado en llamar vocación. Y esos dos la tenían, cada uno a su manera.
Un beso.
Estupendo relato, Josep.
ResponderEliminarMe encantan las historias entrelazadas y desde luego esta lo es desde el principio hasta ese sorprendente final. De manera independiente a esto, creo que los momentos por los que estamos pasando van a poner mucho más en valor a los servidores públicos con verdadera vocación.
Un abrazo y buena semana.
Hola, Miguel.
EliminarMe alegro que esta historia te haya gustado de principio a fin, je,je,
Y si, si algo tiene que cambiar tras lesta etapa es la visión que tenemos, o hemos tenido hasta ahora, del papel de los servidores públicos que desempeñan su profesión con verdadera dedicación y vocación.
Un abrazo.
Me ha encantado tu relato, Josep.
ResponderEliminarTe confieso que se me han saltado las lágrimas. El final ha sido el broche de oro y sorprendente.
Un abrazo.
Me alegro mucho, Éowyn, de haber sido capaz de provocarte esa emotividad.
EliminarMuchas gracias por tu valoración.
Un abrazo.
¡Qué vueltas da la vida! Así pasa en muchas ocasiones, pero el final es sorprendente. Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo, Josep
La vida nos depara muchas veces hechos icreíbles. La de esos dos amigos dará un giro inesperado si acaban por descubrir lo que les ha vuelto a unir por unos momentos. Lo que no se sabe es si, una vez decubierto el meollo de la cuestión, sus vidas volverán a separarse o se unirán todavía más.
EliminarUn abrazo, Rita.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGuau! Qué final, la paradoja sobre la paradoja. Qué bien llevado los diálogos, y sin casi narración de por medio, con ellos llevas el peso de la historia de forma hipnótica.
ResponderEliminarLa verdad es que algo habrá hecho el tal Carlitos para que su hijo se tome tal rebeldía, je, je. Hay médicos y médicos, como en todas las casas, pero estos suelen tener mala fama en lo personal.
Me encanta cómo escribes, y cómo con pocos detalles das de sí las historias, está en concreto engloba muchos años.
Un abrazo.
¡Quién ha hablado!. Si tú eres "el puto amo" de los diálogos, ja,ja,ja.
EliminarHay veces que de famlias ejemplares salen hijos delincuentes. Probablemete algo deben haber hecho mal los padres, pero resulta muy difícil hallar dónde ha estado el fallo. Los niños de papá suelen ser muy caprichosos y si no consiguen todos sus caprichos se rebotan y se vuelven contestatarios. En esta historia, quizá la muerte prematura de la madre fue el desencadenante para que afloraran, o agravaran, las diferencias paterno-filiales. Pero esta ya es otra historia, je,je.
Me alegro que te guste lo que me sale de las neuronas, ja,ja,ja.
Un abrazo, Pepe.
Buena historia con su final sorprendente. Te felicito.
ResponderEliminarUn saludo
Pues muchas gracias, me alegro que te haya gustado.
EliminarUn saludo.
Muy bueno. Hay hilos que nos mantienen unidos a determinadas personas y se manifiestan de muy diversas maneras.
ResponderEliminarYo también pensaba en un vínculo de la agresión con el doctor, pero imaginé que habría sido salvando a su hija, jajaja. Supongo que estaba viendo al inspector como héroe...
Tu texto me fue llevando de la mano hasta el final, sin reparar en su extensión.
Un abrazo, "vecino"
No sé si el cosmos nos tiene atados los unos a los otros por unos hilos invisibles que cuando se tensan nos volvemos a encontrar, je,je. A veces, lo que consideramos casual no lo es. Pero ¿quién sabe? Yo no, je,je.
EliminarMe alegro que este texto, o esta historia, te haya gustado, Alís.
Un abrazo, vecina.
Muy buen relato Josep, aunque el final sea sorprendente no se por qué, mi imaginación sobre el autor de los navajazos se ha ido hacia el hijo de Carlos. ¿No habrá segunda parte?.
ResponderEliminarAbrazos.
Muchas gracias, Conchi.
EliminarHasta en las mejores familias hay hijos drogadistos. La mala fortuna hizo que un hijo así de un médico honrado se cruzara en la vida de un amigo de su infancia que, cosas de la vida, quiso ser policía.
No, no habrá segunda parte, porque las segundas partes nunca fueron buenas habiendo delincuentes de por medio, ja,ja,ja.
Un abrazo.
Fantástica historia con una trama perfectamente urdida y sin cabos sueltos. Toda una enseñanza de la vida a través de estos dos amigos y personajes, quienes parecen destinados a encontrarse, pese a sus dificultades económicas y laborales. vienen a ser ambas caras de una misma moneda, siempre interrelacionados el uno al otro. Tal es así, que en este final, muy de tu estilo (aquí unas sonrisas cómplices), puesto que nos escondes ese "as" bajo la manga para redondear el círculo con ese final espléndido, donde todavía queda por descubrir el último eslabón de la cadena o el hijo del médico, niño rico y yonqui (culpable de semejante acto violento que pudo acabar con la vida del amigo policía).
ResponderEliminar¡Felicidades! amigo Josep, por tan interesante reflexión y lectura.
Un beso.
Las vueltas que da a vida, ¿verdad? Esta historia de ficción quizá sea demasiado retorcida para ser verdad, pero conozco un caso (creo recordar que fue motivo de una de mis reflexiones en Cuaderno de bitácora, allá en sus inicios) en que dos amigos íntimos se distanciaron tras haberse licenciado y no volvieron a encontrarse hasta pasados muchos años y también en unas circunstancias muy especiales.
EliminarMe alegro que te haya gustado este relato y la forma de resolverlo, dejando esa pista sobre el yonqui para el final.
Muchas gracias, Estrella, por tu más que amable comentario.
Un beso.
Dos profesiones muy vocacionales, soy fan de quien sigue su vocación cuando la tiene clara. Hoy me pregunto ¿qué querrán ser los niños de mayores? ¿influencer, youtuber, gamer....?... cuando se pregunte en un futuro aquello de 'hay un médico en la sala'... va a estar complicado el asunto. Me ha gustado mucho el reencuentro de estos dos amigos y el giro final, sospecho que más pronto que tarde...los tres se enterarán. Muchas gracias por la lectura querido Josep. Un abrazo.
ResponderEliminarCreo que hay muy pocas profesiones vocacionales. Desde casi siempre, a la hora de elegir una, son las salidas profesionales y, por lo tanto, la pasta que no puede ganar, lo que realmnete cuenta, je,je. De chaval, como no había forma de sentir esa vocación caída del cielo, al llegar el momento crucial de la elección, mi primera opción fue cursar medicina, pero (creo haberlo dicho ya) me arrugué ante el páico escénico ante la responsabilidad de tener en mis manos una vida humana; la siguiente opción fue cursar Farmacia, pero la falta de información sobre sus salidas profesionales me llevaba a la imagen del farmacéutico tras un mostrador (trabajando para otro, pues tener una farmacia en propiedad requiere mucha pasta); así que finalmnete, por descarte, me incliné por la Biología (en aquella época, licenciatura en Ciencias, Sección Biológicas y, dentro de esta, Rama Fundamental). Con el tiempo, dada a precariedad laboral de la vida de un becario ayudante de investigación y con escasísimas posibilidades de subir peldaños en la escala del CSIC, hice el recorrido inverso pensando en la subsistencia, y me pasé (traidor de mí) a la industria farmacéutica para acabar siendo farmacéutico. Si me hubiera dado tiempo, me habría matriculado en la facultad de medicina, volviendo así a los inicios, ja,ja,ja.
ResponderEliminarVolviendo a mi historieta, que me he ido por las ramas, tarde o tenprano la verdad acaba descubriéndose. Sea como sea, la decisión de Carlos de ser médico cirujano le valió a Joaquín para salvar su vida, mientras que la decisión de este por ser policía le deparó, por de pronto, unos cuantos navajazos y luego, quizá, que el hijo descarriado del señor doctor acabe entre rejas.
Un beso.
¡Ostras, Josep! No es que hayas escrito un relato redondo, es que con ese final has redondeado el propio círculo. Fantástica historia y sobre todo muy bien enlazada desde el inicio. De esos relatos que nacen con una idea ya madura y que luego parece que se escriben solos. Me encantó. Yo una vez conocí a un niño que no es que quisiera ser policia, ¡es que quería ser policía antidisturbios! No sé si al final lo logró, aunque tampoco me gustaría confirmarlo, je, je, je...
ResponderEliminarMaravillosa lectura y geniales diálogos, Josep. Un fuerte abrazo!!
Hola, David.
EliminarSolo, solo, no se escribió, pero casi, je, je.
No vamos a discutir sobre gustos, y menos los de los críos, pero querer ser policía antidisturbios tiene su miga
De haber tenido yo un amigo así en la infancia, no me gustaría encontrármelo ejerciendo la profesión, aunque lo més probable es que no le reconociera, ja,ja,ja.
Muchísimas gracias, amigo, por tu elogiosa crítica. Me abrumas, je,je.
Un abrazo!
Pues en cierto modo, ser policia le salvo la vida: de no ser por la placa no lo cuenta!
ResponderEliminarLa vida da muchas vueltas y nosotros con ella, no sabemos que sorpresa nos espera mañana.
Un abrazo.
De no haber sido policía no se habría visto involucrado en una redada con peligrosos yonquis. El verdadero artifice de que saliera relativamente bien parado de esa reyerta fue la placa. Tanto amaba su profesión, que llevaba esa insignia junto al corazón. Hasta me ha salido una rima, je,je.
EliminarLa vida es como un tiovivo: unos la disfrutan dando vueltas y más vueltas y otros se marean y si no se apean en marcha es para no darse un porrazo.
Un abrazo, David.