Desde que vi, de adolescente, la película La
ventana indiscreta, del gran Hitchcock, protagonizada por James Stewart,
tengo tendencia a mirar por las ventanas. Nunca se sabe lo que puedes ver al
otro lado de la calle o en la ventana de enfrente. No creáis que soy un voyeur,
ni mucho menos, aunque debo admitir que, sin querer, en alguna ocasión he
pillado a una pareja jugando a juegos malabares, ya me entendéis. No, lo que me
atrae de verdad de este, digamos, ejercicio visual es el hecho de poder
deducir lo que se esconde detrás de la aparente normalidad de una persona o de
una familia.
Reconozco que quizá soy
demasiado fantasioso y desde que escribo relatos de ficción mi imaginación se
ha desbocado un pelín y a veces creo ver cosas que no son reales. Sea como sea,
la última vez que curioseé por la ventana de mi casa, me llevé una gran
sorpresa.
Hacía muy poco que me
había mudado. Mi comedor da a un patio de vecinos. Hacía una noche agradable y
había abierto la ventana de par en par. Corría un airecillo que mitigaba el
ambiente bochornoso del interior.
El caso es que, en una
de las ventanas de enfrente, al otro lado del patio, vi como dos personas se
peleaban. Los gritos que proferían llegaban nítidos, pues ellos también tenían
las ventanas abiertas, pero las palabras se las llevaba el viento, nunca mejor
dicho.
Entonces, emulando a
James Stewart, apagué la luz y corrí en busca de los prismáticos que todavía
conservo de cuando era boy scout, para poder observar con más detalle
qué estaba ocurriendo delante de mis narices.
Se trataba de una
pareja joven, de unos treinta y tantos; él, alto y corpulento, ella más bien
menuda. Discutían violentamente. Enfoqué los prismáticos al máximo aumento
como, si de este modo, pudiera oírlos mejor. Todo lo que pude ver fue que él
llevaba el pelo muy corto, tenía una barba tupida y rojiza, un piercing
en la oreja y un tatuaje en el cuello que parecía un escorpión. Daba miedo. A
ella no podía verla bien, pero era rubia y con el pelo largo y rizado que le
cubría la cara. De los gritos y el forcejeo pasaron a los golpes. Ella le arañó
la cara. Él, furioso, le dio un puñetazo que la hizo perder el equilibrio,
saliendo de mi campo de visión. Después de eso se hizo el silencio y la
oscuridad.
No sabía qué hacer.
Estuve a punto de llamar a la policía, pero acabé acostándome confiando en que
todo había sido una pelea de pareja sin más consecuencias que un arañazo en la
cara de él y un morado en el ojo de ella. Aun así, me sentí culpable y cobarde.
Si había presenciado un maltrato, ¿por qué no lo denunciaba? ¿De qué servía
mirar si luego no hacía nada? Decidí que, en todo caso, no les perdería de
vista. Ya tenía un objetivo que justificaría mi espionaje.
Al día siguiente volví,
por lo tanto, a fisgonear. Quería comprobar si todo estaba en orden en el piso
de enfrente. No detecté movimiento alguno en todo el día. Deduje que estarían
ausentes. Cuando ya oscurecía, a la misma hora del día anterior, vi que se
encendían las luces. Con los prismáticos en la mano, volví a ocupar mi puesto
de vigilancia. De pronto, aparecieron ante mi vista los dos vecinos que me
tenían tan intrigado. Ello significaba que la pelea no había sido tan grave
como parecía y que habían hecho las paces. Pero no, porque, para mi sorpresa,
todo volvió a repetirse, punto por punto, acabando exactamente igual que la
noche anterior. Y de nuevo el silencio, las luces apagadas y la ventana cerrada.
¿Qué significaba todo
aquello? O yo desvariaba o allí pasaba algo raro. Después de
meditarlo largo y tendido, llegué a una conclusión un tanto extraña, pero cosas
más raras se han visto: aquellos dos practicaban sadomasoquismo. Disfrutaban
haciéndose daño. Todo debía ser un preludio erótico-sexual. No le encontraba
otra explicación. ¡Pero a quién se le ocurre hacerlo con las luces y las
ventanas abiertas!
Desde aquel momento,
cada día, a la misma hora, se repetía la misma escena. Aquello, desde luego, no
era muy normal. No podía dejar de pensar en ello, y como a terco nadie me gana,
no tiraría la toalla sin saber qué ocurría en realidad en aquel piso.
Aunque pudiera salir
mal parado por meterme donde no me llamaban, no pude resistir la tentación de
ir a averiguar quiénes eran y a qué se dedicaban aquellos dos. Así pues, a la
mañana siguiente me presenté en el inmueble al que pertenecía aquel piso para
preguntarle al conserje por aquella extraña pareja.
—¿La pareja del sexto
segunda, dice? No ha habido nunca una pareja en ese piso, solo una chica.
Además, el piso está vacío desde que ocurrió aquella desgracia —dijo, con una
mueca de disgusto.
—¿A qué desgracia se
refiere, si se puede saber? —pregunté, alarmado.
—Usted debe ser nuevo
en el barrio, ¿no?
—Pues sí, llevo unos
seis meses viviendo en el sexto primera del número 22 de la calle de más arriba
y que da justamente al frente del de esta pareja por la que pregunto.
—Ya. Pues no sé quién
le habrá hablado de una pareja. Todo lo que le puedo decir es que en el sexto
segunda no vive nadie desde que hallaron muerta a la inquilina hará unos siete
meses. ¡Pobre chica!
—Pero, ¡qué me dice!
—Lo que oye. Alguien
—se supone que un ladrón al que sorprendió— la golpeó brutalmente. La joven murió
desangrada. Nunca encontraron a quien lo hizo. Nadie vio nada. Si, por lo
menos, la policía hubiera tenido una descripción del asesino… Y ¿a qué se debe
su interés, si se puede saber? Pero, oiga, ¿adónde va?
Estoy esperando a que se enciendan las luces y
que vuelva a repetirse la escena. Soy bueno dibujando. Espero hacer un retrato
robot suficientemente fiel del asesino. Pero, bien pensado, ¿qué diré a la
policía?
Uf, es que hay almas que no quieren dejar el patio de luces, y tu texto es inquietante del todo. Esa pelea, que ves cada día, sé que es ficción, ha impregnado el piso que ahora está deshabitado.
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo
Los parapsicólogos hablan de psicofonías cuando se trata de recuperar sonidos producidos tiempo atrás y atrapados en un espacio físico. En este caso, lo que los ojos del observador captan es una imagen retrospectiva. ¿Será el espíritu de la joven asesinada la que produce ese fenómeno?
EliminarUn abrazo.
Hola Josep. Me quedé con la miel en los labios. Es de esas historias de las que quieres saber más, aunque con este suspense ha quedado de lujo, pensando en que le diría a la policía, y ese puntito tan intrigante del porqué ve la escena todos los días...
ResponderEliminarMe ha encantado, y como siempre, relatado con pericia por el auto.
Un abrazo y buen fin de semana.
Pues te habrá quedado un sabor muy dulce, tan dulce como amargo fue el trance que tuvo que vivir esa joven que ahora desea que alguien sea testigo de su asesinato. Dicen que los espíritus atormentados no cejan en su empeño por lograr su objetivo, je,je.
EliminarUn abrazo y feliz semana.
Me has tenido es ascuas desde la primera frase.¡Qué relato! De un suspense inigualable...¡Ni Hitchcock lo hubiera hecho mejor! Y además nos dejas con el gusanillo de la intriga. Muy bueno.
ResponderEliminarFeliz día, Josep
Bueno, seguramente Hitchcock le habría dado un toque todavía más lúgubre, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
Qué bueno, de los relatos que te he leído que más me han gustado ¡¡¡¡¡ Genial.
ResponderEliminarSAludos.
Me alegro que hayas disfrutado de esta lectura, Manuela.
EliminarUn abrazo.
Hola, Josep. Desde el inicio nos atrapas con la idea de fisgonear. Quién se resiste? Y luego nos planteas una historia de lo más sorprendente. Un gran final para desear que continúe. Y si va a la policía? Y si encuentra la forma de que le crean?
ResponderEliminarUn abrazo
Yo soy un poco fisgón si se me pone por delante una escena que valga la pena contemplar, ja,ja,ja.
EliminarEn este caso, creo que también me habría implicado en desentrañar el misterio, je,je.
Un abrazo.
Muy bueno. Aventuré diferentes hipótesis, varias, y el final me sorprendió. Y me gusta mucho cuando un texto me sorprende.
ResponderEliminarTus personajes (tal vez sea el mismo) tienen un don para presenciar crímenes, en directo o vía espectros. Ojalá nunca me vean a mí...
Un abrazo
Es que tengo unos amigos demasiado curiosos o tendentes a las desgracias ajenas, ja,ja,ja. Y eso de mirar por una ventana y de noche tiene sus riesgos.
EliminarUn abrazo.
Qué bueno, me ha encantado.
ResponderEliminarYo he escrito algunos relatos similares, historias de alguien que ve un maltrato al estar "cotilleando" por la ventana, pero este final...es muy muy bueno.
Feliz finde.
Supongo que la idea no es muy original. A través de una ventana se pueden ver muchas cosas inspiradoras, je,je.
EliminarLo importante es que te haya gustado.
Un abrazo.
La idea es buena(La ventana indiscreta ha creado tendencia, jejeje) pero lo importante es cómo se escribe y en tu caso, pues lo has contado todo genial.
EliminarMe has logrado sorprender Josep Mª, incluso te confieso que en un primer momento, al estar escrito en primera persona, me pareció que era una de tus reflexiones y pensé,... "joder este tío es un poco cotilla"... jajaja, (bueno eso antes de llegar al maltrato). Te felicito por la ficción (o eso creo jajajaja)
ResponderEliminarUn abarzo!
Es la gracia (¿?) de los relatos escritos en primera persona, que pueden parecer autobiográficos. Hasta que se llega a un punto en el que se desenmascara el personaje de ficción.
EliminarMe alegro de haber sido capaz de sorprenderte y de entretenerte.
Un abrazo.
Estupendo relato Josep.
ResponderEliminarComo uno piensa en modo cine lo estaba visualizando a la vez que lo estaba leyendo y veía en el texto un material estupendo para un gran cortometraje. Ese giro final ha sido muy sorprendente e incluso inquietante. Por otro lado, estoy seguro que durante este confinamiento habrá habido muchas ventanas indiscretas en las que se habrán visto escenas inenarrables ;).
Un fuerte abrazo.
Es lo bueno de tenerte como lector. Me haces ver mi propia historia con ojos de espectador ante una pantalla, je,je.
EliminarYo también creo que durante este confinamiento habrán habido "visiones" de lo más variadas y sugerentes, ja,ja,ja.
Un fuerte abrazo, Miguel.
Josep, qué intriga, un relato entre la fantasía y el suspense. Esas ventanas es lo que tienen, en mi pueblo había una persona que salía a regar la macetas cuando se formaba un corrillo delante de su casa, aun que fueran las 4 de la madrugada, he, je.
ResponderEliminarGenial, me has tenido enganchando desde la primera frase. Muy acertada ese inicio con referencias a la película, se empatiza enseguida con el protagonista.
Un abrazo.
José Mota ideó "la vieja del visillo", como máximo exponente del fisgón (en este caso fisgona) que todo lo ve y todo lo oye, je,je. Si por lo menos estos fisgones ayudaran a esclarecer un crimen...
EliminarMe alegro que te haya enganchado esta historia de ficción.
Un abrazo.
Yo haría una llamada anónima (si es que eso se puede hacer cuando uno llama a la policía) dando la descripción del tipo y que ellos hagan sus pesquisas. Desde luego como tu protagonista les diga que lo ha visto seis meses después de los hechos, lo más seguro lo más seguro es que le cojan a él como sospechoso.
ResponderEliminarPor cosas como esas yo no tengo ninguna curiosidad por mirar qué hay al otro lado de las ventanas de mis vecinos, y eso que algunos (sobre todo el del segundo del bloque de al lado) se empeñan en dormir como dios lo trajo al mundo y con la ventana abierta de par en par (menos mal que es joven y está cachas, que sí no, menudo repelús, pero que conste que yo no miro, eh, ja, ja, ja).
Un besote.
No sé hasta qué punto llamando desde un móbil, a la policía le queda constancia del número desde el que se llama. Pero dejemos este aspecto para los entendidos en la materia, je,je. Lo segundo lo tengo mucho más claro. ¿Cómo dices que has visto algo ocurrido meses atrás sin poner en riesgo tu estado mental a ojos del poli de turno?, je,je.
EliminarPues si sabes que tu vecino del segundo del bloque de al lado es joven, está cachas y duerme desnudo, me aventuro a pensar que le has echado una ojeada en más de una ocasión. Eso sí, sin mirar, ja,ja,ja.
Un beso.
Muy buen relato. No me esperaba esos giros en la trama.
ResponderEliminarSí que lo tiene un poco difícil para hacerse entender (y creer) por la policía, pero menos es nada. Él hará lo que pueda y la policía hará lo que deba (o así debería ser).
Un beso.
Es de suponer que algo así requiere del testimonio de alguien en sus cabales y, por lo tanto, creíble. El problema de verdad le surgirá al observador accidental si la policía no da crédito a su testimonio y cierra el caso, y entonces el espectro de la fallecida se empeña en repetir la "actuación" noche tras noche. Al prota no le quedará más remedio que cerrar la ventana a cal y canto. Buf, qué calor, je,je.
EliminarUn beso.
Estupenda semi versión de la ventana indiscreta. La verdad es que las ventanas del vecindario dan para mucho, y más en verano que se abren para descubrir intimidades y vergüenzas ajenas.
ResponderEliminarme ha gustado mucho tu forma de narrar las escenas y el giro algo siniestro con duda incluida sobre el que hacer ante tal suceso y conociendo la identidad del asesinato.
Un abrazo, amigo
Cuando era un chaval, la terracita interior de casa de mis padres daba a un gran patio de vecinos que ocupaba toda la manzana. Mi vista solo alcanzaba a ver los vecinos más próximos, los que daban justo enfrente, y a quienes conocía como la vieja del pequinés, la otra vieja que echaba comida a los gatos de los patios inferiores, el gordo cantante de ópera, el sastre (porque le veía trabajar en una especie de taller), la chica mona que por las mañanas se asomaba a ver qué tiempo hacía en camisón, etc., etc., etc.
EliminarLo de mi relato es, desde luego, algo mucho más siniestro. Me alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
Nunca se sabe lo que puede pasar tras una ventana de la vecindad. A veces es mejor no mirar,por lo que se pueda ver. El final sorprendente, un relato intrigante. Esta semana mirando por mi balcón oí un grito y un ruido y se habia tirado por la ventana una mujer anciana. Fue terrible saber que le pudo pasar a esa mujer que era además vecina de toda la vida. Un abrazo.
ResponderEliminarYo también recuerdo haber visto, de niño, a una anciana despachurrada en la calle tras haberse lanzado al vacío desde el balcón. Me dejó muy tocado por un tiempo.
EliminarEl tema del suicidio está (de momento) fuera de los que me gusta tratar en mis relatos de ficción e intriga.
Un abrazo.
Al principio he pensado que era algo que te había sucecido realmente, pero luego ya me he dado cuenta de que no me encajaba don José en un señor tan cotilla.
ResponderEliminarNo sé lo que captaría una máquina fotográfica con teleobjetivo. No tanto como los prismáticos desde luego, porque la descripción de lo más minucioso.
Buen relato.
Un abrazo.
Creo que todos tenemos algo de cotilla, pero lo disimulamos, je,je. Aun así, nunca me he encontrado en la tesitura de contemplar un asesinato. De todos modos, hace muchos años que no vivo en una casa con ventanas y mi terraza pertenece a unos bajos que dan a un parque. Dudo que algún día presencie un asesinato en la calle, pues solo me asomo cuando espero a un invitado que no conoce bien la dirección y temo que se desoriente, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.
Muy bueno tu relato, Josep. Y magníficamente escrito. También yo, poniéndome en la piel del narrador, me pensaría muy mucho lo de llamar a la policía para denunciar al del tatuaje, pues te arriesgas a que, como mínimo, te tachen de loco. Aunque también podría rematar su testimonio con un: "Lo sé, agentes, es tan "irreal como la vida misma". ; )
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Josep. : )
Gracias, Pedro. No sé si a alguien le habrá ocurrido en la realidad, pero en el cine es harto frecuente ver cómo el/la protagonista que ha presenciado algo horrible duda si llamar o no a la policía por temor a que le/la crean loco/a o mentiroso/a. Y es que solemos evitar ser, de algún modo, juzgados. Es mucho más fácil inhibirse.
EliminarQuizá sí que la fórmula que propones le serviría de algo, ja,ja,ja.
Un abrazo.
Un relato, de los mejores que te he leído.
ResponderEliminarLa verdad es que según iba la leyéndote mas intrigada estaba, y ese final desde luego me ha sorprendido sin duda. Eso si me quedo con las ganas de saber que pasa cuando le cuenta todo a la policía.
Un abrazo.
Me alegro que ye haya gustado tanto.
EliminarLamento decirte que te quedarás con las ganas de saber qué ocurre cuando va con el cuento a la policía, porque lo dejo aquí para que le déis rienda suelta a vuestra imaginación. Yo ya la he estrujado lo suficiente, ja,ja,ja.
Un abrazo.
Guau que emoción, intriga... un Don relato que me ha encantado, fantástico compañero, incluido ese final perfecto que a la vez me deja con ganas de más.
ResponderEliminarYo siempre siempre suelo tener los prismáticos super a mano,... pero no miro ventanas, que conste en actas, miro el cielo porque veo, y busco, aves ;) ventajas de vivir en el estrecho Estrecho y ser sobrevolada por miles de rapaces, cigüeñas, flamencos... Para mi es mucho mejor ver 'pájaros' que fantasmas... jejeje no me molaría nada estar en la piel del 'prota'.
Gracias por compartir ¡un abrazo enorme!
Yo te acompaño en tus maravillosos viajes y tu me acompañas en mis delirios, je,je.
EliminarYo también tengo unos prismáticos y recientemente me han regalado un telescopio por mi cumple, pero para usarlos con fines naturalistas y astronómicos, que conste, ja,ja,ja.
Un fuerte abrazo.
Lo malo es que, después de repetirlo de comisaría en comisaría, lo tenga que acabar repitiendo de psiquiatra en psiquiatra, je,je.
ResponderEliminarUn abrazo.
A medida que avanzaba leyendo me imaginaba que eran dos actores ensayando alguna escena, ya veo lo muy equivocada que estaba. Si el fisgón va a la policía con su retrato robot me gustaría saber que explicación dará. Muy buen relato Josep. Gracias.
ResponderEliminarAbrazos.