lunes, 28 de marzo de 2016

Lágrimas de color azul

En esta ocasión os invito a hacer un salto en el tiempo y retroceder dos siglos. Podemos imaginar que este relato, al que he intentado dar el toque romántico de la época, transcurre en la segunda década de siglo XIX, en pleno auge de la emigración catalana a Cuba.
 
 
Sus ojos marchitos otean el horizonte en busca de aquellos momentos e ilusiones de cuando todavía era una joven bonita, de buena familia y con toda una vida feliz por delante.

Aun ahora, después de tantos años, Eulalia tiene dos espinas clavadas en su resquebrajado corazón: la de la impotencia y la del rencor. El rechazo de los suyos y las burlas crueles de los demás no consiguieron, sin embargo, doblegarla y, mucho menos, hundirla. Marchó lejos para olvidar pero el olvido no entiende de distancias. Cuando volvió al pueblo para dar el último adiós a su madre, creyó que podría resistir la tentación. Pero después de muchos titubeos hoy ha vuelto al muelle, al atardecer, cuando solo lo llena el rumor de las olas, para recordar el día que, de pie en este mismo lugar, miraba el mar que le tenía que devolver al hombre de piel morena y cabellos negros a quien amaba.

Parece como si fuera ayer que sus ojos, entonces vivos y enamorados, le buscaban con deleite a pesar de saber que no le podían ver. Todo un océano los separaba. Hasta que llegara el momento del reencuentro.

Él le juró que volvería y ella le creyó. Siempre se habían dicho la verdad. Por muy lejos que hubiera ido en busca de fortuna, no habría obstáculo en el mundo que le impidiera volver a su lado. Rico o no, le prometió que se casarían tan pronto estuviera de vuelta, a pesar de la oposición de su padre, quien no había permitido esposar a su única hija, su heredera, con un desarrapado sin futuro. Nunca entendió que la riqueza no se aloja en los bolsillos sino en el corazón.

Desde su exilio voluntario, él le escribió muchas cartas poniéndola al corriente de sus penas y de sus logros. Ella, prudente y temerosa, solo le contaba lo que él deseaba saber.

Pero por fin había llegado el momento del reencuentro. Se lo había escrito desde ultramar y ella contaba los días.

A bordo del barco que lo conducía hacia los brazos de Eulalia, se la imaginaba esperándole en el puerto de llegada, la piel blanca y pecosa la cara, y le hablaba desde alta mar, el viento azotándole el rostro. Ella miraba el horizonte desde el muelle, esperando el momento de abrazarle, jurándose no dejarlo marchar nunca más.
 
―Ten paciencia, mi amor, que no tardaré en llegar –decía él, desde la cubierta, la vista fija en el mar y la espuma blanca.
―Te esperaremos el tiempo que haga falta –le contestaba ella, de pie junto al agua.
―Me muero de ganas por volver a verte –gritaba él contra el viento huracanado y la mar encolerizada.
―Seremos la envidia de todos cuando nos vean de la mano por las calles del pueblo –gritaba ahora ella, acallando a las gaviotas.
―Nos casaremos tan pronto tengamos donde cobijar nuestro amor, pese a quien pese –clamaba él, los cabellos negros arremolinados.
―Unas nupcias, las nuestras, largamente aplazadas. Te espera un regalo que seguro te llenará de gozo –le decía ella ansiosa y sonrojada, jugando con los rizos de sus cabellos del color del fuego.
―Se acerca el gran momento. Ya vislumbro la costa lejana –celebraba él, la mar cada ver más airada.
 
Un diálogo éste del que solo el mar y un niño, asido a la mano de su madre, fueron testigos mudos de un amor y de unos anhelos exaltados por la distancia. Una conversación a millas de separación angustiosa. ¿Cuánto más debería soportar aquel barco surcando el mar furioso? ¡Qué larga se hace la espera cuando el deseo es tan intenso! ¿Quizá la mar brava no quería que se reencontraran, celosa del amor que se profesaban?

Eso pensó Eulalia entonces y lo evoca ahora que, triste y ajada, ya solo le queda el recuerdo de la ilusión, rota a oleadas, y el dolor todavía vivo que le provocó la visión del maderamen que, flotando por la bahía, parecía haber venido a darle sus condolencias.

Como la leña cortada a hachazos, así acabó aquel viejo barco cargado de esperanza. Como un árbol arrancado de cuajo por la tormenta, así se sintió Eulalia al ver frustrados sus más preciados deseos.

Nunca quiso descubrir a su amado aquel secreto tan bien guardado para no agobiarlo durante su ausencia, un regalo que él no llegó a conocer. Aquel naufragio se llevó al fondo del mar la posibilidad de entregárselo. Un mar que ahora recibe sus lágrimas, tiñéndolas de azul. Lágrimas que brotan de una herida profunda y amarga que jamás se cerrará.

Eulalia nunca perdonará al mar su condena a cuarenta años de dolor y de añoranza. Un dolor y una añoranza que solo ha podido aligerar gracias al fruto de aquel amor prohibido, que sacó la piel morena y los cabellos negros de su padre.
 
 

18 comentarios:

  1. Ciertamente, tiene regusto romántico, como el de las viejas historias de amor y lejanía con el mar de por medio entre los amantes. Bien contado y mantenida la sorpresa final que no me esperaba, al menos de ese modo no. El relato, ampliado, daría para una larga serie televisiva con varias temporadas de tensión mantenida y renovada. Esto solo es el extracto en su sustancia básica. Me ha gustado. Feliz día de Pascua.

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    1. Muchas gracias, Joselu, por leerme y dejar tu comentario. Supongo que como cualquier otro género, el romanticismo también tiene su época. El romanticismo del siglo XIX y principios del XX solía contener tintes dramáticos, cuando no trágicos. Claro que tú eres un profesor de literatura en activo. Yo solo un aprendiz de escritor de relatos.
      Un abrazo.

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  3. Tu relato me ha traído a la memoria dos canciones: Una de Mocedades y otra de Maná. Seguro sabes a las que me refiero.
    Como se respira el amor desarbolado, la esperanza rota y el ansia por recobrar lo perdido.
    Tragedia, la de aquellos que tienen que marchar lejos para buscar fortuna, los exiliados de su tierra, porque esta no les da lo necesario para ser felices.
    Y el mar, siempre bello, inmenso y sin capacidad para sentir el dolor que deja cuando ahoga en agua salada tantas ilusiones.
    Buen relato compañero, mantienes la expectación.
    Un abrazo.

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    1. Hola Francisco. La de Maná es sin duda El muelle de San Blas. La de Mocedades podría ser Dime Señor, pero ya no estoy tan seguro.
      La distancia no tiene porqué ser un obstáculo para el amor si éste es lo suficientemente fuerte. Pero si los elementos pudieron con la Armada Invencible, ¿qué no harán con un viejo y maltrecho barco que en lugar de cañones lleva esperanzas?
      El mar se ha tragado muchas vidas, tanto las de los que se fueron al fondo como las que quienes quedaron en casa aguardando al ser querido.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Un abrazo.

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  4. Un relato precioso, Josep. Lleno de nostalgia, de esperanzas truncadas, de añoranzas que duelen en lo más hondo. Nos describes la escena y los pesares de la mujer que mira al mar con tanta convicción que es casi como ver por sus ojos y sentir a través de su corazón. Está muy conseguido ese toque romántico que pretendías darle, ¡enhorabuena! :))

    Un abrazo y feliz comienzo de semana.

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    1. El amor difícil, o imposible, la distancia, la añoranza y, cómo no, el mar son elementos que, convenientemente aderezados, ayudan a crear un ambiente y una historia romántica. Por muchos años y siglos que pasen, el romanticismo perdurará aunque sea con estilos renovados.
      Muchas gracias, Julia por tu comentario.
      Un abrazo.

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  5. Un relato muy romántico y trágico, como parecen ser los grandes amores en la distancia, y más en esos tiempos donde cuentas la historia, porque ahora ya las distancias aún siendo las mismas, son cortas y por lo tanto menos intensos los amores de ese tipo (me parece a mi, jajaja).
    Me gustó mucho Josep.
    Buena semana y un abrazo.

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    1. Hoy en día los correos electrónicos y las webcam han sustituido a las cartas manuscritas. Las distancias se han acortado en el tiempo. Ya no hay travesías de meses de duración pero sí sigue habiendo la añoranza del ser querido que ha emigrado en busca de trabajo.
      Quizá si haya cambiado el modo de amar pero quiero creer que todavía hay quien por amor lo daría todo y esperaría lo que hiciera falta.
      Te agradezco que sigas leyendo mis historias, unas veces trágicas, otras desenfadadas.
      Un abrazo.

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  6. Qué bonito y que triste a la vez!!!!!
    Me ha gustado un montón, y me ha hecho pensar en lo dura que llegó a ser la vida del emigrante hace unos cuantos años, ir a hacer las Américas era durísimo, y la mayoría nunca olvidaban lo que dejaban atrás.
    Enhorabuena por el relato.

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    1. Hola Marigem,
      Efectivamente, era y es muy triste a vida del emigrante. Algunos volvieron con fortuna, otros perdieron la vida en el intento, y otros, en fin, dejaron atrás una vida que ya nunca volvieron a recuperar.
      Me alegro que te haya gustado.
      UN abrazo.

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  7. Bueno, pes no eres el único que ha tenido en mente a Maná y esa canción. En este caso, a Eulalia no la encierran por su supuesta locura, es ella la que se somete a una encierro en la más triste desolación.
    Un abrazo.

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  8. Ohhh que triste relato, y que gran verdad se oculta tras él.
    Precioso.
    Un besillo.

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    1. Muchas gracias, María, por tu comentario.
      Lo que creí, en un principio, que podía parecer un relato almibarado, resulta que ha gustado. Eso significa que el romanticismo "clásico" sigue habitando en las almas jóvenes.
      Un abrazo.

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  9. Hola. me gustó mucho este relato romántico con el mar por medio. Sueños y esperanzas truncadas... un gran final. Seguimos en contacto

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    1. Me alegra que te haya gustado, Marta. El mar siempre ha sido objeto de poemas y tragedias.
      Un abrazo desde la costa.

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  10. Precioso, Josep y muy triste.
    Cuantos casos, cuanto dolor por amor... La verdad es que somos afortunados por haber nacido en los tiempos modernos.

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    1. Muchas gracias, Paola, por tu visita y tu amable comentario.
      Hoy en día las tragedias por amor ya no existen de ese modo. Los males de amor han pasado a la historia pero otros se han abierto paso en la vida moderna.
      Un abrazo.

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