lunes, 19 de septiembre de 2016

¿Dónde están mis recuerdos? (segundo acto)


Aquella noche no lograba conciliar el sueño. Me venía continuamente a la mente ese nombre: Latorre. Pero, por muchas vueltas que le daba, no conseguía recordar nada.

Ya clareaba cuando debí quedarme dormido. Y entonces mi cerebro se puso, por fin, a trabajar. Haber repetido tantas veces ese nombre quizá hizo que mi subconsciente provocara el sueño que tuve a continuación.

Primero veía a un hombre, corpulento y vestido elegantemente, que, visiblemente encolerizado, gritaba, amenazante, a un individuo enjuto y de pelo canoso, que tenía el rostro de ese tal Utiel que aparecía en la fotografía del periódico que me había mostrado el inspector. Cada vez que aquel hombre agitaba los brazos, como aspas de un molino de viento, bajo la manga izquierda de su chaqueta asomaba un reluciente Rolex de oro. A continuación aparecía también el hombre con la cara de Utiel, sentado tras una mesa de despacho. Atemorizado, me aconsejaba que desapareciera por un tiempo, pues ambos podíamos estar en peligro.

Me desperté sobresaltado. ¿Sería un sueño revelador? ¿Pero revelador de qué?

Esa mañana no pude desayunar. Era incapaz de tragar nada, tanta era la ansiedad que me embargaba por querer encontrar un sentido a esas señales.

Poco a poco fui formándome una vaga idea de lo que significaba el sueño que había tenido: el hombre al que había visto amenazar a Utiel era quien le había hecho asesinar, cumpliendo así sus amenazas. Yo debía ser el socio de Utiel, lo cual explicaría que el vehículo en el que me hallaron estuviera a nombre de la asesoría. Y como socio suyo, Utiel me había recomendado desaparecer para no ser también objeto de la venganza de aquel hombre peligroso.

Cada vez lo veía más claro. Ese hombre, evidentemente adinerado, según los signos externos que mostraba en sueños, debía ser un cliente muy cabreado por algo que, como sus asesores financieros, no habíamos hecho correctamente o que había salido mal y le había afectado hasta el extremo de llegar a amenazar a Utiel por ello. Debía de ser algo muy grave, desde luego, para mandar matar a Utiel estando este en la cárcel. El inspector había dicho que Utiel había sido encarcelado por negocios turbios y el periódico hablaba de evasión fiscal y blanqueo de capitales en paraísos fiscales. Quizá la detención y posterior encarcelamiento de Utiel pusiera muy nervioso a ese individuo, haciéndole temer que mi socio acabaría dando nombres a cambio de una rebaja de la pena o lo que fuera que le ofrecieran por colaborar con la justicia. Por eso se deshizo de él, antes de que pudiera cantar, y luego fue a por mí, sabiéndome o creyéndome al corriente de todo. El inspector dijo también que habían hallado en el coche huellas digitales de otra persona. Todo encajaba. Así pues no se trató de un accidente sino de un intento de asesinato. Lo que no tenía claro era cómo había podido perpetrarlo ese individuo si era yo quien iba al volante. Debió obligarme a conducir hasta ese acantilado, me dejo inconsciente de algún modo y empujó el coche por la pendiente. Por eso no llevaba el cinturón de seguridad abrochado ni había huellas de frenazo.

Por un momento me sentí como Sherlock Holmes al descubrir al culpable de un asesinato. Pero acto seguido me paralizó un temor: si el asesino fallido se enteraba de que había sobrevivido y que estaba amnésico, vendría a por mí antes de que recobrara la memoria y pudiera hablar, y esta vez se aseguraría de no dejarme con vida.

Eso se lo tenía que contar al inspector en cuanto entrara por la puerta.

Pero, a los pocos minutos, quien entró por la puerta fue otra persona.

Iba vestido con una bata blanca que le quedaba a todas luces corta y estrecha, como si hubiera encogido en la secadora. Era un tipo corpulento y bien parecido. Su cara me resultaba familiar. Sonreía pero a la vez me miraba con recelo.

―¿Qué tal está usted hoy señor… Latorre? –dijo leyendo lo que parecía un expediente-. ¿Cómo va esa memoria, eh? –añadió, mientras miraba de soslayo la botella de infusión que pendía de un soporte junto a la cabecera de mi cama.

Y como yo mantenía un total mutismo, continuó:

―Tranquilo, todo irá bien. Soy neurólogo y me encargo de su caso. No tiene de qué preocuparse. La resonancia craneal que le practicaron tras su ingreso en urgencias no reveló ninguna lesión cerebral grave. Poco a poco irá recobrando la memoria. Ahora voy a administrarle un sedante suave. Ya verá como, en un estado más relajado, sus recuerdos empezarán a fluir.

Y dicho esto, sacó una jeringuilla del bolsillo de su minúscula bata y se dispuso a inyectar su contenido en una de las vías que me habían practicado para la administración intravenosa de fármacos. Cuando extendió el brazo izquierdo para sujetar la vía, un Rolex de oro asomó por debajo de la manga. Entonces lo vi claro. Esa cara, que me había resultado familiar, era la del hombre del sueño, el que amenazaba a Utiel. Era el asesino y había venido a acabar su obra incompleta.

Grité como un orate a quien intentan reducir para ponerle un chaleco de fuerza. Del susto o la sorpresa, la jeringuilla le resbaló de la mano y cayó al suelo. Yo seguía gritando con todas mis fuerzas. Al asesino no le quedó más remedio que salir corriendo antes de que llegara alguien alertado por mis gritos.

Esta vez sí que tuvieron que administrarme un sedante, el cual me dejó fuera de combate durante no sé cuánto tiempo. Cuando volví en mí, tenía al inspector Giráldez sentado junto a mi cama, con dos agentes uniformados a cada lado que, de pie, parecían custodiarle. Esta vez, el inspector me miraba con cara contrariada.

―¿Qué es eso de que le han intentado asesinar? –me espetó, sin más preámbulos, enarcando sus gruesas cejas.

Somnoliento y con la boca pastosa, le conté lo que había ocurrido y lo que había soñado la noche anterior. Giráldez se dirigió en voz baja a sus dos acompañantes y estos, asintiendo casi de forma marcial, se marcharon apresuradamente como si les hubiera encargado algo muy urgente.

―Hemos descubierto que las otras huellas que encontramos en el vehículo pertenecen a un tal José Domingo Tafalla, un afamado cirujano plástico. ¿Le suena a usted ese nombre?
―No conozco a ningún cirujano plástico y espero no tener que necesitarlo. No me he visto todavía la cara pero no creo que esté tan mal como para…
―Deje de decir tonterías, señor Latorre, y dígame si le suena un tal doctor Tafalla entre los clientes de su asesoría.
―Disculpe, inspector, no pretendía… Yo… es que todavía estoy bajo los efectos del sedante que me administraron y no sé muy bien lo que me digo.
―Ahora mismo mis agentes se dirigen a la clínica del doctor Tafalla para interrogarle. ¿Está usted seguro de que era el hombre que vio en sueños?
―Completamente, inspector –asentí y suspiré un tanto aliviado al pensar que habíamos dado con el causante de toda aquella locura.
 
 
 
Pero el cirujano plástico negó –cómo no- haber estado en  el hospital. Encima, según su opinión médica, lo que yo había creído ver tenía que ser producto de mi imaginación, dado el estado de shock en el que todavía debía encontrarme.

―¿Alucinaciones? –grité cuando el inspector me informó del resultado del interrogatorio al doctor Tafalla-. ¿Y cómo justifica sus huellas dactilares en mi coche, eh? Además, si sus huellas dactilares están en la base de datos de la policía es que se trata de un delincuente –añadí creyendo haber dado en el blanco.
―Todo tiene su explicación. En primer lugar, no era su coche sino el coche de la empresa. En segundo lugar, si tenemos las huellas del doctor es porque, hace años, tuvo un pequeño altercado, nada grave, por el que resultó detenido y fichado, hasta que el tema quedó aclarado. Y en tercer lugar, en cuanto a que sus huellas aparecieran en el coche, el doctor Tafalla reconoce haber subido en él junto al fallecido señor Utiel, por ser cliente suyo.
―Querrá usted decir junto al asesinado señor Utiel –le corregí.

El inspector Giráldez, por primera vez, me miró preocupado, no sabría decir si por mi estado físico, mental  o por otra cosa. Así que le rogué que me contara todo lo que sabían, especialmente lo referente a mi identidad.
 
CONTINUARÁ...
 
 


17 comentarios:

  1. Creía estar viendo una película cuando has descrito que al doctor de bata estrecha le cae la jeringuilla y sale corriendo. Eres un maestro del suspense, Josep, y lo transmites muy bien. Esto está que arde...
    ¡Un beso!

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    1. Parece ser que en os hospitales puede colarse cualquier desaprensivo con ánimos que perpetrar un asesinato, jeje
      Yo también habría gritado como un energúmeno.
      Muchas gracias, Chelo, por tu comentario tan halagador.
      Un abrazo.

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  2. A la amnesia se añade un cirujano plástico... ¡Promete! Saludos!!

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    1. Y veremos qué más se va añadiendo a la historia de ese hombre sin memoria.
      Te agradezco, David, tu visita y tu comentario.
      Un abrazo.

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  3. Desde luego esto promete, seguiré leyendo ahora ya me he quedado intrigada e enganchada, ains. TERESA.

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    1. Jajaja. Así me gusta. Mejor engancharse a esto que a Gran Hermano :)
      Un abrazo.

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  4. Yo también creo que ese médico no es trigo limpio. Pero ¿qué y quiñen será el paciente amnésico?
    ¿Pistas reales o falsas? Así está la cuestión, jeje
    Un abrazo.

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  5. Pensaba que la segunda parte desvelaría el misterio, pero sigue el hombre en esa amnesia y corriendo peligro a manos de ese falso doctor. ¿Qué hay de verdad en su historia? Intrigante tu historia.
    Esperando el siguiente capítulo como no podía ser de otra manera.
    Saludos

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  6. Espero poder mantener el misterio un poco más, aunque sea obligándoos a venir a visitarme con frecuencia. Tengo previsto publicar una nueva entrega cada tres días (para que no se os olvide la trama) y en total son cinco. Así que espero que no os canséis de mí y de mi historia, jaja
    Un abrazo.

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  7. Como una película de suspense, ahí está todo emocionante... y me he quedado con las ganas, jajaja.
    Genial Josep. Un abrazo.

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    1. Pero lo iré dosificando, para alargar el suspense, jaja
      Muchas gracias por tu paciencia y atención para con mi blog.
      Un abrazo.

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  8. Bien, van apareciendo nuevos personajes y la cosa se va poniendo cada vez más interesante. Genial, Josep, el modo en que nos tienes enganchados.
    Un abrazo.

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    1. Creo que ya son suficientes los personajes que han entrado en escena. Ahora le toca a la policía "desfacer el entuerto" en tanto nuestro amnésico protagonista no recobre la memoria. Aunque quizá fuera mejor que continuara en ese estado.
      Gracias, Kirke, por tu seguimiento. Mañana más...

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. Tu hospital debe de ser uno muy especial, pues en la mayoría no dejan entrar si no es en horas de visitas.
    Fuera bromas te diré que la historia es absorbente y que como me pediste no voy a hacer spoiler de nada, ya que creo adivinar la trama que se avecina. ¿Cirujano plástico?¡Ay, ay,ay!
    Espero con fruición la próxima entrega.
    Permite, eso sí avisarte de una errata sin importancia que pusiste en la redacción: "si el asesino fallido se esteraba" (Esto es señal de que te leo con atención) je,je.
    Un abrazo Josep

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    1. Uy, uy, uy, que vas a resultar un lector difícil de roer, o de camelar, jeje.
      Podría contra-argumentar diciendo que un asesino -y más si es médico- se las puede ingeniar para colarse en un hospital, hacerse con una bata y entrar en la habitación de un paciente para cargárselo. Al menos eso es lo que he visto muchas veces en películas y todo el mundo se lo traga, jajaja.
      También fuera bromas, te agradezco tu meticulosa lectura y seguimiento de esta historia, que llega ya a su ecuador, pues mañana publicaré la tercera entrega de un total de cinco.
      Gracias también por advertirme del gazapo, que ya ha sido debidamente corregido.
      Un abrazo.

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  11. Vaya, la intriga va in crescendo, je,je. Me encanta. Continúo con la tercera. ;)

    Otro abrazo. =)

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