jueves, 19 de enero de 2017

El reencuentro


Me fusilaron, al despuntar el alba, un veintiocho de diciembre, el día de los Santos Inocentes. Yo de santo no tenía nada y de inocente según se mire. Mi madre me decía a menudo que acabaría mal, pero nunca imaginé que sería de ese modo, de pie delante de un pelotón de fusilamiento. Aquéllos eran días convulsos. Ejecuciones como aquélla tenían lugar casi cada día.

Recuerdo la cara angustiada de los soldados que me apuntaban, no mucho mayores que yo, que ya rondaba los diecinueve. Uno de ellos era Manuel, con quien había ido a la escuela hasta que mi padre me llevó a faenar al campo con él y mis dos hermanos. De eso han pasado un puñado de años, más de diez.

Manuel me miraba perplejo. No debía saber que yo era uno de los que tenían que matar con fuego de máuser alemán. Ni siquiera debía saber que me habían detenido. Me dio pena. No sé si llegó a disparar o lo hizo ver. Tampoco sé si les cuentan las balas. No tuve tiempo ni ánimos para verlo. Además, qué caramba, todo hay que decirlo, que me temblaban las piernas, y no precisamente de frío, y las lágrimas no me dejaban ver. Con la poca claridad reinante a esa hora de finales de diciembre, apenas podía contar cuántos eran los que tenía delante con sus ojos en el punto de mira. Creo que ni siquiera oí los disparos. Dicen que, una vez que te han abatido, el oficial que dirige el pelotón te pega un tiro de gracia (que no entiendo por qué le llaman así) para asegurarse que estás muerto.

No vi que nadie viniera en mi busca, como decían. Todo fue oscuridad. Y paz, eso sí. Sólo ahora, después de no sé cuánto tiempo ─pues donde estoy no siento que exista─, tengo plena conciencia de lo que hice. Sólo ahora pienso en mis padres, que todavía no deben saber qué ha sido de mí, que quizá me estén buscando entre los cuerpos que van apareciendo por doquier. Si es así, espero que con el tiempo abandonen esa búsqueda estéril, pues no hay peor pena que la de buscar sin hallar; que alguien, quizá Manuel, les diga que estoy muerto y enterrado en una profunda fosa junto a otros muchos jóvenes que, como yo, quisieron ser héroes en las filas del maquis.

También espero que mi padre me haya perdonado, aunque siga sin comprenderme. Me arrepiento tanto de haberle escupido a la cara aquellas últimas palabras, antes de volverle la espalda y echarme al monte. “Eres un cobarde”, le grité. Por poco no me parte la cara de un puñetazo, el brazo en alto, a medio camino, enrojecido por la rabia, o quizá por la impotencia, temblándole los labios y conteniendo las lágrimas. Él todavía no había alcanzado la cincuentena. Yo acababa de cumplir los dieciocho. Él había vivido, en el frente, los horrores de una guerra. Yo no había tenido ocasión de hacerla. Y yo pretendía que volviera a coger el fusil cuando lo que él quería era simplemente olvidar.

Siento muchísimo el sufrimiento de mis padres. ¡Si pudiera volver atrás! Al menos me tendrían a mí. Pero ya es demasiado tarde para rehacer el camino. No hay segundas oportunidades. Cómo me gustaría poder explicar lo que siento, a ellos que lo han perdido todo. Qué desgracia la de un padre que ve cómo la familia que fundó ha ido menguando y el hogar que construyó se ha ido vaciando hasta acabar como un campo yermo. Los hijos mayores caídos juntos a orillas del Ebro y el pequeño huido para vengar sus muertes. Qué sufrimiento el de una madre que ve que han apagado la vida de los hijos a los que dio a luz. Ahora, a ambos sólo les resta la esperanza de encontrarme con vida, y eso también lo perderán. Siento pena al ver que la más pequeña migaja de felicidad se la llevó una guerra injusta, que lo mejor de su pobre vida desapareció en un suspiro, que ahora sólo desean que el tiempo pase como un torbellino para que llegue el momento de librarse a la muerte.

Ellos todavía no han hallado la paz. Y yo quisiera dársela. Nunca antes me había alejado de ellos, siempre a su lado. Nunca tuve, pues, motivo ni ocasión para escribirles. Y ahora, que estoy lejos y tengo ambas cosas, no puedo. Les diría cuánto les quise y cuánto les quiero; que no sufran, que estoy bien; que no sientan pena alguna ni rencor por quien me delató, ni por quienes me atraparon y encarcelaron, y mucho menos por aquellos jóvenes que apretaron el gatillo siguiendo una orden; que los verdaderos culpables no son ellos; que no vale la pena odiar porque el odio hace la vida más larga y amarga.

Si alguien me oye, que les diga, por favor, esto de mi parte. ¿Por qué nunca lo hice, cuando, sentados todos junto al fuego, todavía podíamos mantener vivo el rescoldo del hogar y de una familia? Ojalá algún día podamos gozar de un merecido reencuentro.




25 comentarios:

  1. Ayyyy qué triste y precioso, lo has contado muy bien.
    Me ha encantado.
    Un abrazo.

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    1. La guerra civil española -como cualquier guerra- dejó un reguero de sangre y de historias tristes. Aunque hayan quedado ya muy lejos, perviven en la memoria de muchos supervivientes y de sus descendientes. Todavía recuerdo lo que mi padre me contaba de su experiencia en esa contienda.
      Gracias por tu comentario, Gemma.
      Un abrazo.

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  2. Qué bonito Josep. Me encanta el mensaje que percibo del protagonista; que los padres olviden, que no sientan rencor, pero parece que con esto de la memoria histórica quieren mantenerlo vivo, y darle vueltas y vueltas a estos asuntos que ya no tienen solución. Olvidarlo, nunca, para procurar que no vuelva ocurrir, pero no alimentar rencillas.
    Me ha gustado mucho Josep, y me ha parecido una idea genial poner al protagonista ya muerto, de narrador.
    Un abrazo y buen finde, invernal.

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    1. Quién mejor para contar algo así que quien ha sufrido en sus propias carnes una experiencia como esa. Fusilamientos y atrocidades las hubieron en ambos bandos, como en todas las guerras. En esta historia, sin embargo, pretendo describir lo que ocurrió en los primeros años de la posguerra, cuando el maquis quiso luchar contra la recién estrenada dictadura, y cómo el sufrimiento de esposas, padres y hermanos se prolongó a causa de unas guerrillas que no quisieron aceptar que la guerra había terminado.
      Un abrazo, Elda, y que no pases mucho frío.

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  3. Tremendo tu relato Josep.
    Qué decirte de mi congoja ante estas letras. Tú más que yo, viviste la posguerra, los años de miedo y silencio para evitar represalias...La guerra fratricida tuvo que ser demencial, como todas las guerras,pero esta peor porque como bien describes la gente que se mataba eran familiares y amigos. ¡Qué difícil el perdón! que fácil lo tienen los que quieren mantener la llama del odio y el rencor encendida para que se repitan los errores cometidos, las venganzas consentidas; para que vuelva lo peor del ser humano a salir a flote como un cadáver hinchado de agua y putrefacción.
    ¡Perdonar sí!¡Pero nunca olvidar! pues otros pretenden que nada quede en la memoria, como si nunca hubiera ocurrido, y eso, tampoco.
    Un abrazo y gracias por este impactante y a la vez dulce relato donde el reconocimiento del pecado y del error lo dominan todo.

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    1. Debe ser, sin duda, muy difícil perdonar tanta barbarie como la que solo sabe producir una guerra. Ahora solo nos queda un recuerdo lejano. Muy pocos supervivientes siguen vivos para contarlo pero la historia se encarga de recordárnoslo. Más dolorosa es una guerra fraticida, como aquélla, en la que miembros de una misma familia luchaban -o les tocó lucchar- en bandos contrarios.
      Unos sufrieron en sus propias carnes y en las trincheras el miedo y el dolor, y otros en casa, deseando y esperando la vuelta de sus seres queridos y soportando bombardeos sobe la población civil.
      El mensaje del relato -por boca de un protagonista excepcional- es que las heridas deben cerrarse y curarse cuanto antes, pese a que las cicatrices perdurarán para siempre. Cada una de esas cicatrices devolverán siempre a la memoria lo que las produjo.
      El arrepentimiento y la pena por el daño causado a inocentes no debería tener fecha de caducidad, aunque con el transcurrir de los años es lógico que esos sentimientos vayan diluyéndose y desapareciendo poco a poco, pues las nuevas generaciones lo ven desde una distancia y una perspectiva que propicia el olvido. Pero para eso está la memoria histórica, no para provocar deseos de revancha sino para recordar los errores del pasado que no deberían volver a repetirse.
      Muchas gracias, Francisco, por tu aportación.
      Un abrazo.

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  4. Me has puesto literalmente los pelos de punta y emocionado. Las guerras son injustas y dolorosas y jamás debería de haber ocurrido, pero así fue, y lo malo es eso qeu conocidos tienen que seguir ordenes para matar aquellos que inclusive conocen. Tanto dolor muy bien reflejado. un abrazo. TERE. ah y yo he oido de la guerra civil historias de los dos bandos y tan mal se paso en uno y en otro por desgracia

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    1. Evidentemente, Teresa, tan mal lo pasaron los de un bando como los del otro. Y tantas vilezas se cometieron en no como el otro. El odio y la venganza se hicieron patentes en ambos bandos y en ambos hubieron padres, madres y esposas que sufrieron lo indecible. La culpable es la sinrazón de quien provoca una guerra y luego, tras ganarla, sigue cebándose en aquellos que combatieron por la causa contraria. No hubo perdón, sino revancha, para quienes defendieron una causa que les pareció justa y muchos fueron los perseguidos, incluso en el exilio, para ajusticiarlos cuando ya era época de "paz".
      Un abrazo.

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  5. Impactante relato, con un necesario mensaje: No olvidar porque en ello nos va el no volver a propiciar situaciones así; pero sí olvidar el odio y la intolerancia que desemboca en guerras fraticidad.
    Un abrazo.

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    1. Para quienes han vivido un horror de una guerra, la memoria no puede ni debe borrar de un plumazo esos recuerdos. Hay que procurar que queden latentes para evitar que sucesos como los vividos vuelvan a repetirse.
      Gracias por la lectura y tu comentario.
      Un abrazo.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. Qué historia tan bonita de un drama, tan real, y como la que tuvieron que sufrir por desgracia muchas personas. Lo peor, esa angustia de esos padres, pero como dice tu protagonista desde esa otra dimensión, ya no hay vuelta atrás, y a los que se quedan les toca cargar a cuestas tanto dolor mientras encuentran la paz (sean padres o amigos).
    Me ha gustado mucho, Josep Mª, cómo has enfocado ese "reencuentro".
    Un beso

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    1. Hola Chelo.
      Los que pierden la vida en una guerra han sufrido mientras la vivieron, pero los que quedan con vida y, sobre todo, los que han perdido a sus seres queridos en ella, estos seguirán sufriendo el resto de su vida. Es a ellos ha quienes les corresponde sobreponerse al odio y a la sed de venganza. Ellos nunca olvidarán lo que la guerra les quitó y deben transmitirlo a sus descendientes para que estos sepan que no deben repetir el mismo error. Pero, por desgracia, vemos a diario que esto no siempre es así, pues las guerras siguen propagándose por el planeta sin que el horror de las anteriores hayan servido para frenar las ansias de poder y de imponer su voluntad de los que las provocan.
      Un beso.

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  8. Un relato tierno, emotivo, Josep. Como decía mi abuela no hay mal que cien años dure, y creo que eso es bueno. Si tuviéramos que arrastrar todo el sufrimiento y las tragedias desde que el primer clan de primates prehumanos luchaba por una charca... En lo que respecta al relato, me quedo con ese punto de vista alternativo que ofreces a una historia más o menos típica. La familia que ha perdido a un hijo, cuántas historias quedan sin terminar? Cuántos enfados se quedaron sin reconciliar? Pero en tu relato lo haces desde el punto de vista de quien no solo no puede cambiar las cosas, sino que además tampoco puede pasar página puesto que permanece en ese eterno infierno. Eso le da un plus desgarrador. Un abrazo!

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    1. La memoria solo debería servir para recordarnos que no debemos caer en los mismos errores, pero no para mantener vivo el rencor y mucho menos el odio.
      Muchas gracias, David, por ese punto de vista tan conciliador y tu apreciación sobre el enfoque de este relato.
      Un abrazo.

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  9. Un relato marcado por la realidad de una guerra y las consecuencias que de ella vinieron. Muchas familias destrozadas y sepultadas en el olvido de otros. De casos como el que nos relatas está nuestra historia cargada.
    Un saludo Josep.
    Puri

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    1. Efectivamente, Puri, situaciones como la descrita en este relato hay, por desgracia, muchas a lo largo y ancho de este planeta, pues las guerras se encargan de acabar con vidas inocentes y destrozar familias. Si en España todavía existe un recuerdo bastante vivo de lo sufrido en aquella contienda, en Siria y otras zonas actualmente en conflicto es el día a día.
      Un abrazo.

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  10. Un relato duro y tierno a la vez donde el protagonista habla para que no se olvide y pide perdón a sus padres por lo que han sufrido. Nunca hay que olvidar para la memoria histórica, cuantas vivencias se ha dejado sin saberse y cuantas hay para recordar. Un abrazo

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    1. La vida fue muy dura para los que sufrieron en primera persona la guerra civil española. Los supervivientes pudieron contar sus miseria pero aquí he querido darle la palabra a quien también sufrió las consecuencias pero no pudo contarlas.
      Un abrazo.

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  11. Muy triste,demasiado. me has emocionado con esas letras tan bien usadas.
    No tengo mucho que decir, porque la verdad es que me has dejado sin palabras.
    Un besillo.

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    1. Esperemos que historias como esta dejen de existir.
      Muchas gracias por la lectura y tu comentario.
      Un beso.

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  12. Qué bien has descrito la insensatez y la tragedia que acompañan a la guerra. Cuánto sufrimiento, cuántas familias destrozadas y cuánto dolor ante la incertidumbre del destino de quien se marcha de casa en pos de un ideal, en pos de la fatalidad.
    Me ha gustado mucho esta historia tan triste y me ha parecido muy original que quien la cuenta ya no está entre los vivos; me ha encantado que le des voz a quien fue acallado a tiros.
    Enhorabuena.
    Un abrazo.

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    1. Se me ocurrió que bien podía contar la historia en primera persona (suelo hacerlo en tercera; como narrador omnisciente y objetivo) y quién mejor para hacerlo que el protagonista principal que, en este caso, ya no vive en el presente y cuenta el pasado.
      Me alegra que te haya encantado,
      Un abrazo, Paloma.

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  13. Gracias por contar esta historia, estoy segura de q la voz que has prestado a los q no pudieron decir y lo sufrieron, descansan en paz.
    Más no puedo decirte, un nudo ahoga mi garganta en estos momentos.
    Te sonrío con el Alma.

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    1. Gracias a ti por estas por pasarte y dejar estas bellas palabras.
      Un abrazo.

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