El único momento agradable de
mi jornada laboral era el instante de descanso que aprovechaba para tomarme un
café a solas. Esos minutos de intimidad eran como el aire que necesitaba para vivir
y, de paso, abstraerme de todo cuanto me rodeaba. Pero la cantina, lugar de encuentro
y cháchara para los empleados de la empresa, solía estar muy concurrida hasta
el mediodía. Por tal motivo, por la mañana me tenía que conformar con tomarme una
barrita energética en mi puesto de trabajo y un café, a toda prisa, en una diminuta
salita que llamaban Office, un
reducto sin la menor privacidad, a la vista de todo el mundo. Por la tarde, en
cambio, nadie frecuentaba la cantina. Esperaba, pues, hasta pasadas las cinco, cuando
la mayoría del personal había abandonado ya su puesto de trabajo, para disfrutar
del esperado descanso a solas, con mi tercer café del día ─el primero me lo tomaba
antes de salir de casa─ y con mis pensamientos.
Habréis colegido que soy ─o
por lo menos era─ una persona solitaria. Hay quien, incluso, me catalogaría de
insociable. Yo más bien definiría mi conducta como “aislacionista”. Simplemente
necesitaba estar solo. Pero no siempre había sido así. Mi carácter cambió
drásticamente cuando Elena me dejó después de más de diez años de convivencia.
Desde entonces no toleraba la compañía de nadie, y menos la de las mujeres. Apenas
hacía vida social y en el trabajo me relacionaba lo justo y necesario con mis
compañeros. Durante mucho tiempo nadie en la empresa sabía que acudía todas las
tardes a la cantina para refugiarme en mi soledad y revivir mentalmente la
felicidad perdida. Hasta que Alicia me descubrió.
Alicia era, por aquel
entonces, la nueva secretaria de dirección. Llevaba en la empresa dos o tres
meses. Parecía tener muchas cualidades, pero su físico no era precisamente una
de ellas. No solo era ─digámoslo claramente─ muy fea, resultaba desagradable, y
nada en su aspecto (la mirada, la sonrisa, la voz, el talle, etcétera) atenuaba
esa impresión. Su forzada simpatía no lograba cambiar la opinión que todos
tenían de ella. No hay nada peor que la impostura. Intentaba caer bien a todo
el mundo, pero hasta yo, que me mantenía al margen de lo que ocurría a mi
alrededor, me daba perfecta cuenta de que los empleados del sexo masculino de
su edad y condición ─es decir, solteros─, la rehuían. A sus treinta y cinco
años seguía soltera y sin compromiso. Las malas lenguas, esas a las que uno presta
atención muy a su pesar, decían que nunca había tenido novio. ¿Cómo podían
saberlo? No creo que la chica fuera por ahí pregonándolo.
Al principio llegué a sentir
pena por ella y reprobaba la conducta y los prejuicios del personal,
incluyéndome a mí. Hasta que tuve ocasión de tratarla.
Cuando la ficharon pensé que
como secretaria debía ser excepcional porque el “gran jefe” era un machista
redomado que siempre había preferido a las secretarias buenas que a las buenas
secretarias. Poco después supe que era una sobrina de su esposa y que esta
había obrado como bienhechora, recomendándola “efusivamente” a su querido
esposo. Después de eso, su antecesora en el cargo, conocida por todos como “la
Miss Mundo” pasó a desempeñar el honroso papel de fotocopiadora humana.
Pero volviendo a Alicia, al margen
de su capacidad y aptitudes laborales, era, por decirlo de un modo coloquial,
una plasta. Siendo, pues, fea y plasta, difícil lo tenía. Buscaba novio
desesperada e indisimuladamente. Tras su sonrisa, que no tenía nada de
angelical y mucho menos de sensual, emergía una persona arrolladora e
irresistible. En otras palabras, para que me entendáis mejor: avasalladora e
insoportable. Otro motivo para que todos la rehuyeran. Cuando te pillaba, no te
podías zafar fácilmente. De ahí que cuando me descubrió en la cantina, solo,
con mi vaso de café humeante y mis pensamientos recurrentes sobre lo que fue y
no pudo ser, quise desaparecer. Mis momentos dedicados al libre albedrío y
solaz mental se fueron, desde entonces, al garete.
Pero eso no fue lo peor. ¿Hay
algo peor a que alguien a quien no soportas decida hacerte compañía en tu
momento más preciado del día?, os preguntaréis. Pues sí, os respondo. Lo peor
de todo fue que Alicia se encaprichó de mí, tal como lo leéis. Desde aquella
tarde, la cantina pasó de ser mi refugio a convertirse en mi infierno
particular. Parecía que estaba esperando a que todo el mundo se marchara a
casa, empezando por nuestro jefe en común ─que, contrariamente a lo que la
mayoría podría pensar, era de los primeros en abandonar el barco─, para “acercarse”,
como ella solía decir, por la cantina para hacerme compañía y tomar juntos un
café.
No supe qué pudo ver en mí,
con lo solitario y huraño que era, hasta que me lo refirió sin paliativos (qué
mal rato pasé, Dios) y sin que le hubiera dado pie a ello. Le gustaban los
hombres maduros (yo le llevaba quince años de ventaja), cultos, serios y
responsables, no como esos yuppies inmaduros y engreídos que la rodeaban. Yo
era atento, educado y sin duda detallista. Solo había que ver mi forma de
tratar a la gente y de estar pendiente de todo hasta el mínimo detalle (lo que
ella ignoraba era que mi detallismo se debe, en realidad, a un perfeccionismo
casi patológico).
Nunca imaginé que me había
observado hasta el punto de describirme con ese detalle. De todos modos, creo
que exageraba y lo que pretendía era halagarme y, de rebote, conseguir que me
sintiera agradecido con tanta lisonja. Y ya se sabe que, a veces, del
agradecimiento a algo más profundo hay un pequeño trecho.
Cuántas veces, desde muy
joven, había sufrido por amor. Cuántas veces me había sentido profundamente dolido
por el desdén de una chica o de una mujer. Qué mal se pasa cuando alguien de
quien te has enamorado no te corresponde. Pero nunca hubiera imaginado que a la
inversa también se padece, aunque de otro modo. Jamás pensé que ser deseado por
alguien a quien no quieres ni podrás querer pudiera ser algo tan
indescriptiblemente agobiante. Intentaba ser amable con ella y quitármela de
encima de la forma más cortés posible, pero todo era inútil. Era como una lapa.
Y cuanto más la evitaba, más se hacía la encontradiza. Y esa conducta abandonó
el ambiente laboral para pasar a la calle y a mi vida privada. Me la encontraba
por todas partes, me llamaba a casa. Su comportamiento trascendió lo privado
para hacerse público, pues todo el personal de la empresa estaba al corriente
de lo que ocurría entre los dos. O eso creían. A las mujeres les hacía gracia
verme tan atribulado y los hombres se sintieron aliviados por no ser ellos el
objeto del deseo de Alicia. Creo que todos, a su manera, disfrutaban con ello porque
era una forma de vengarse de mi aislamiento social. ¿No quieres caldo?, pues
toma dos tazas, o tres.
Llegué a sentirme acosado.
Pasé de sentir lástima por ella a odiarla. Incluso a temerla. Cada vez que le
contestaba con una negativa a sus proposiciones, reaccionaba más airadamente.
Era como una afrenta para ella. La última vez que rehusé, con una más de mis inagotables
excusas, su propuesta de cenar en su casa para que probara un estofado de no-sé-qué,
con el que me chuparía los dedos, reaccionó de una forma tan violenta que me
asustó. Percibí odio en su mirada y en el rictus atroz de sus labios. No
exagero un ápice si digo que me pareció tener ante mí al mismísimo diablo.
Todavía resuenan en mis oídos
las carcajadas del “gran jefe”, o debería decir del “gran cretino”, cuando se
lo confesé, buscando en él empatía y consejo. Que cómo podía decir aquellas
estupideces. “Pobre Alicia, con lo buena chica que es”. Que, en todo caso, ya
puestos a decir las verdades, era yo el raro. “Para que lo sepas. Que no te
relacionas con nadie, que me lo han contado. Total, porque tu mujer te dejó por
otro. ¿Y qué? Hay muchos casos en los que, después de años de casados, uno descubre
que su pareja ha dejado de quererle. Hay que joderse. Pero la vida sigue,
hombre. Que ya eres mayorcito para estar lloriqueando por los rincones. Sí, sí,
que también me han dicho que te refugias en la cantina todas las tardes para
tomarte un café a solas y lamerte las heridas. ¿Qué quién me lo ha dicho? Eso
no te lo puedo decir, pero por lo que veo es cierto. Quien calla otorga. Pues
espabila y empieza una nueva vida. Y Alicia, ¿qué quieres que te diga? Ya sé
que no es… muy…, que no es gran cosa, pero oye… esto, que es muy lista, incluso
diría que inteligente. Y es joven, carne tierna, ja, ja, ja.”
Salí de su despacho cabizbajo
y cariacontecido, pero en aquel preciso instante comprendí que aquel gilipollas
tenía razón. Tenía que empezar de nuevo, pero no sería trabajando allí.
Buscaría otro trabajo. Comprendí también que no sería tarea fácil librarme de
Alicia. No la vería en la oficina, pero sabía mi número de teléfono y dónde
vivía. Ser la secretaria de dirección da para eso y mucho más. Era capaz de
enviarme, yo qué sé, un paquete bomba o venir a pegarme un tiro. Así estaba yo
de desquiciado como para llegar a pensar en esas terribles ─o ridículas─
posibilidades. Pero estaba decidido a cambiar de empresa y, de paso, de
vivienda.
Entretanto, no tenía a quién
recurrir para desahogarme. Aquellos con los que podía hacerlo, hacía tiempo que
se habían cansado de mi melancolía crónica, como llegaron a llamar a mi estado
de ánimo. Decían que les contagiaba mi aflicción. Fueron distanciándose poco a
poco, como si quisieran alejarse de un apestado. Quizá tuvieran razón y la
tristeza es contagiosa. Pero ¿qué queréis? No podía olvidar a Elena. Y aunque a
otros les parezca que dos años es tiempo mas que suficiente para superar su abandono,
yo no lo había logrado y no sabía si lo lograría algún día.
Tuve, por lo tanto, que pasar
ese suplicio a solas. Lo primero que hice fue buscar urgentemente un nuevo
empleo, pero la situación del mercado laboral no era muy halagüeña y tampoco
estaba dispuesto a aceptar cualquier trabajo y mal remunerado. Tendría un poco
más de paciencia. Y si la cosa se ponía muy fea, tendría que armarme de valor y
hacer frente a mi acosadora a pecho descubierto.
******
De este modo discurrieron los
días, refugiándome todas las tardes en mi rincón favorito, sin más
contratiempos que el que pudiera provocarme la inoportuna y frecuente aparición
de mi acosadora. Opté por modificar mi costumbre horaria y fui retrasando
paulatinamente mi visita a la cantina. Pero ella parecía estar al acecho. Como
cada vez le resultaba más difícil abordarme en mi puesto de trabajo, ante las
miradas inquisitivas y burlonas, y algún que otro comentario jocoso, de los
compañeros, la cantina se convirtió en su territorio de acoso y derribo. Estuve
a punto de prescindir de mi “retiro espiritual” como ella lo llamaba
irónicamente, pero no quise doblegarme ante su persecución. ¡¿Quién se había
creído que era?! No iba a dejarme avasallar. Estaba harto de ser el hazmerreír
de la empresa. Tenía que reaccionar y acabar con ello de una vez por todas,
fuese como fuese. Pero del dicho al hecho…
Esa maldita situación se
estaba prolongando demasiado y no aparecía ningún cambio de trabajo en el
horizonte. ¿Y si, entretanto, a esa demente se le cruzaban todavía más los
cables e iba a por mí al estilo Atracción Fatal? Mi cabeza daba vueltas y más
vueltas. Me sentía trastornado. Creí que acabaría loco. Pero de todo lo que pensé
que podía ocurrirme, nunca hubiera imaginado que sería la máquina de café, mi compañera
vespertina, la que intentaría ayudarme.
Fue un viernes. Como tenía que
finiquitar un informe que debía presentar el lunes a primera hora, tuve que
hacer horas extras, más de las que ya solía realizar. Terminé mi trabajo a eso
de las ocho. No quedaba nadie en la empresa, excepto el vigilante jurado. Al
menos eso creía. No había señales de la presencia de la maldita Alicia. Aproveché
que era más tarde de lo habitual, para tomarme un café en la más absoluta
soledad. Me sentía cansado y necesitaba un estimulante antes de ponerme al
volante y tragarme la caravana que me esperaba de camino a casa.
La sala estaba a oscuras. Abrí
la luz. Todo estaba igual que siempre pero limpio. Ni un papel, ni un vaso
abandonado, ni una cucharilla de plástico en el suelo, nada. Las señoras de la
limpieza habían hecho su trabajo. El suelo resplandecía y la máquina también.
Solo su ronroneo rompía el silencio sepulcral en toda la planta. Por lo demás,
todo estaba en calma. Hasta que oí un taconeo. Su taconeo. Al principio,
lejano, pero que iba acercándose poco a poco. Hoy no, pensé. No lo soportaré.
Que se vaya, por favor. Que desaparezca. Me tapé los oídos, pero ese sonido
inconfundible taladraba mis tímpanos. Sentí una mezcla de rabia y de pavor.
Tenía que escapar, pero ¿por dónde? La cantina era un recinto cerrado, sin más
puertas ni ventanas.
Estaba clavado frente a la
máquina de café, a punto de introducir la moneda antes de hacer la selección.
Me sujeté con fuerza a ella, como si de este modo pudiera recobrar fuerzas.
Ojalá pudiera evaporarme, pensé. Nunca había deseado algo tan estúpido con
tanto ahínco. Miré a la máquina como se mira a quien puede sacarte del agua
antes de ahogarte. De pronto noté que algo era distinto y no sabía qué. Hasta
que me di cuenta. El característico olor a café que siempre despedía e invadía
la estancia se había esfumado y eso no se logra a base de limpieza.
Cuando volví a mirar la
máquina de café con más detenimiento, me quedé sin habla. Donde debían estar
las seis teclas de selección del producto a dispensar, solo había dos, en las
que se leía: PASADO y FUTURO, respectivamente.
Abrí y cerré los ojos varias
veces pensando que el cansancio me jugaba una mala pasada y que todo era fruto
de un truco de mi cerebro, como diciéndome “vete a casa a descansar”. Pero no,
todo seguía tal como lo había visto. De hecho, la máquina parecía la de siempre
pero no lo era. Alguien me había querido gastar una broma. ¿Pero quién? ¿Y por
qué? Gastémosle una broma al tío ese rarito que siempre baja a tomar el café
cuando no hay nadie y se pasa todo el rato pensando y murmurando vete tú a
saber qué. Pero ¿cómo alguien podía haber cambiado una máquina por otra solo para
burlarse de mí? Ni siquiera Alicia podría hacer una cosa así. No tiene sentido,
me dije, a la vez que me percaté de que en el vano de la puerta aparecía la
silueta de mi perseguidora.
Volví a mirar la máquina como
si esperara que me echara un cable (lo único que una máquina puede echar, de
hecho). Me sentí como un niño ante uno de esos artilugios de feria, que con una
moneda te vaticina el futuro. ¿Qué me depararía el futuro? ¿Quién no ha querido
viajar en el tiempo? El caso es que aquellas teclas seguían allí y parecían
retarme a que me decidiera: ¿pasado o futuro? ¿No quieres escapar? Pues elige
de una vez. Debieron pasar tan solo unos segundos que se me hicieron eternos. Entonces
sentí cómo la mano de Alicia se posaba, como una garra, en uno de mis hombros y
oí su odiosa voz diciéndome: “Así que estabas aquí y yo buscándote por todo el
edificio” Aquello no podía estar sucediendo. Tenía que ser una pesadilla. ¡Pero
parecía tan real! En aquel momento recordé que, cuando era niño, en más de una
ocasión sabía que estaba soñando y aprovechaba la irrealidad que me
proporcionaba ese sueño para hacer aquello que se me antojaba, aquello que me
estaba vedado en el mundo real y podía experimentar cualquier cosa extraña
porque no sentía miedo al saberme a salvo. Alicia seguía hablándome, cada vez
más furiosa porque no le hacía caso y eran ya sus dos brazos los que me
agarraban para obligarme a darme la vuelta. Yo me resistía y ella cada vez
tiraba y me zarandeaba con más fuerza, insultándome. Así que, desesperado y sin
pensarlo dos veces, pulsé con todas mis fuerzas la tecla del futuro, pensando que,
si aquello funcionaba, seguramente esa opción sería más prometedora que la de regresar
al pasado.
******
Clareaba. Unos finísimos rayos
de luz penetraban a través de las rendijas de la persiana. No sabía qué hora
era ni dónde estaba. Ni siquiera era capaz de recordar el día de la semana. Sábado,
tenía que ser sábado. De pronto recordé que la tarde anterior estuve en la cantina
y… ¿Qué había sucedido desde entonces? Un agujero en el tiempo. Había perdido
la memoria. Me dolía la cabeza. Debía de haber dormido mal. Busqué el
despertador a tientas. La mesilla de noche no estaba a mi alcance, ni el
interruptor de la luz. Me senté en la cama, alarmado. ¡¿Dónde estaba?!
Cuando mis ojos se
acostumbraron a la penumbra, puede vislumbrar algo del mobiliario. La mesilla
de noche estaba junto a la cama, pero no tenía la forma de siempre. La lámpara
no estaba sobre la mesilla sino fijada a la pared. No, no era la pared sino el
lateral de la cabecera de la cama. Pulsé el interruptor de la luz.
Era mi habitación, pero la
decoración había cambiado. La cama era distinta, mucho mayor. Parecía que estuviera en una
habitación de matrimonio. Miré a mi lado. La ropa de cama estaba revuelta, como
si alguien hubiera dormido en ella. Me incorporé. Hacía frío. Busqué a mi
alrededor alguna prenda para cubrirme. Nada. Abrí el armario. Allí había ropa
de hombre, pero no la reconocí como propia. Vi un horrible batín estilo quimono
que nunca antes había visto. Me lo puse y salí de la habitación. Estaba,
efectivamente, en mi piso, pero el mobiliario era distinto. No me atrevía a dar
un paso. Me paré en seco en medio del pasillo que daba al comedor. Entonces
recordé lo que había ocurrido la tarde anterior en la cantina. Seguía soñando.
Eso lo explicaba todo. Había viajado al futuro en sueños. Oí ruido en la
cocina. ¿Quién podía ser? ¿Qué me depararía mi subconsciente? Me apresuré tanto
como mis torpes piernas me lo permitieron. Antes de abrir la puerta de la
cocina, me detuve, respiré hondo y pregunté, no sin cierto reparo: ¿Hay alguien
ahí? Silencio. De pronto sentí temor. Temor a lo desconocido. Pero si estaba
soñando nada debía temer.
Abrí la puerta de golpe. Una
figura estaba de espaldas. Era una figura de mujer. Tenía la misma complexión
que Elena, pero no podía ser ella. Elena no podía estar en mi futuro, pertenecía
al pasado. Pero tenía su mismo color de pelo, castaño claro, casi rubio, y también
lucía aquel peinado tan corto ─a lo garçon,
como lo llamaban antaño─ que tanto me gustaba. Aun presintiendo mi error,
pronuncié su nombre: ¿Elena? La figura permaneció rígida, sin moverse un ápice.
¿Quién eres? ¡Mírame!, grité. Y entonces, lentamente, se dio la vuelta.
No era Elena, por supuesto. Al
principio no podía dar crédito a lo que veía. Esa sonrisa maliciosa, esa mirada
perversa, esa voz tan insoportable. “¡Alicia! Pero… ¿Qué haces aquí?”, casi tartamudeé.
Siempre recordaré sus
palabras, altas y claras: “¿Acaso esperabas deshacerte de mí? ¿De veras creías
que podías escaparte al futuro solo? Por cierto, ¿qué te parece mi nuevo look? Me he cortado y teñido el pelo
esta misma mañana. ¿No te gusta? Es como el de esa chica de la fotografía del
salón. He supuesto que es Elena, tu ex. Como estáis juntos y se os ve tan
embelesados…”
Ahora es Alicia quien ocupa mi
vida en este futuro que ha resultado ser fatídicamente real. La odio más que
nunca. Ella lo sabe y no le importa. Creo que incluso le divierte. Es
diabólica. Le he pedido el divorcio, claro, pero me ha amenazado con matarme si
la dejo. Dice que le pertenezco y así será para siempre. ¡Para siempre!
Me siento prisionero en este futuro
involuntario del que no sé cómo escapar. Cambio de trabajo con mucha frecuencia.
Me despido con cualquier pretexto. En realidad, busco una empresa que disponga
de cantina. Es lo que pregunto siempre al término de las entrevistas, como algo
colateral y anecdótico. Tengo que encontrar una máquina de café como aquella. Espero
pacientemente a que ocurra el milagro.
Ojalá encuentre la dichosa maquina de café y le libré de su pesadilla, madre mía, pobre.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho y me has tenido intrigada hasta el final. Un abrazo. TERESA.
Dicen que la esperanza es lo único que no se pierde. Al menos eso es lo que necesita creer mi protagonista, jeje
EliminarMe alegra haberte intrigado hasta el final.
Un abrazo, Tere.
Que horror, que pesadilla. Todavía tiene la opción de envenenarla. O darle un mazazo con la escoba antes que ella le mate. Me gustó. Un abrazo.
ResponderEliminarPues quizá sí que sería mejor que se le adelantara y terminara con ella antes de que ella acabe con él. Pero mejor no darle ideas al pobre, no sea que le salga mal la cosa y le espere un futuro todavía más negro, jeje.
EliminarGracias, Betty, por tu visita y comentario.
Un abrazo.
Qué angustiosa la situación para tu prota, Josep. Y qué odiosa es Alicia, se me ha hecho realmente antipática (será porque me fastidia mucho la gente que trata de imponer su compañía a los demás). No le veo mucha solución al asunto, como no sea que encuentre una nueva máquina de café "especial". Uffff cruzaré los dedos por él jajajaja.
ResponderEliminarMuy bueno, compañero. La aparición de la máquina de café ha dado un inesperado giro al argumento y nos ha llevado a otro nivel del relato. Contigo hay que estar preparado para cualquiera cosa :))
¡Un abrazo!
¿Dónde se ocultarán esas máquinas de café mágicas? Son como hadas madrinas. Esta, sin embargo, no logró salvar a mi afligido prota. Sus intenciones fueron buenas pero ¿quién iba a imaginarse que la lapa de Alicia se le pegaría hasta en su escapatoria hacia el futuro? No sé si el pobre podrá finalmente escapar de sus garras. Y mucho menos hacerla cambiar. Genio y figura hasta la sepultura, jajaja.
EliminarMuchas gracias, Julia, por tu valoración de este relato.
Un abrazo.
Hola Josep, me has tenido absorto y pegado a la pantalla con la vida tan cruel que has imaginado para tu protagonista masculino. Muy buen relato y perfectamente narrado. Y la verdad es que traes a colación, un argumento que es muy interesante y en el cual te cruzas con una persona en tu vida que parece imposible de poder erradicar. La maquina de café mágica, incide más aún en la pesadilla de este hombre. ¿Hubieran cambiado las cosas, si Alicia hubiera sido bellísima? Tal vez, aunque conlo plasta que era, no parece ser un reclamo suficiente.
ResponderEliminarUn abrazo Josep, encantado de leerte.
Hay personas con las que no deberíamos cruzarnos en nuestra vida, esas que son capaces de arruinártela y que no puedes quitártelas de encima.
EliminarYo creo que aunque Alicia hubiera sido una belleza espectacular, su personalidad absorbente y tóxica la habría hecho parecer lo que era: una arpía de la cual alejarse corriendo sin parar.
Si le he añadido una fealdad física ha sido para incrementar todavía más su imagen desagradable. Cuántas personas "feúchas" acaban resultando atractivas gracias a su gracia, personalidad y forma de ser. Yo soy un claro ejemplo de ello, jajaja
Un abrazo, Miguel.
Nada, no tiene remedio, hay que encontrar la dichosa máquina de café, pero me temo que esa plasta le va ha seguir donde quiera que vaya.
ResponderEliminarHabrá que pensar otra cosa...
Un abrazo
Lo único bueno es que, si la encuentra, Alicia no estará junto a él para pegársele y volver a viajar con el adonde quiera que vaya. Pero no sé yo si hay muchas máquinas por ahí con ese don especial.
EliminarUn abrazo.
Una historia 100% Josep María! Desde luego esa Alicia es una verdadera lapa, le has dado la vuelta al cliché, es el hombre quien es acosado en el trabajo por esa mujer. Y marcas muy bien la evolución de la percepción de él. Desde la cierta incomodidad por hacer daño a Alicia, al odio profundo del futuro. La máquina de café como ese espacio de paz en el que penetra ese mons... perdón Alicia.
ResponderEliminarDesde luego conviene que se manifieste de nuevo esa máquina, aunque me da que ese "amor" durará por la eternidad. ¡Atrapante! Un abrazo!
Yo me imagino que, aunque sea la excepción a la regla, también hay acosadoras. Y hasta me atrevo a decir que más peligrosas que los hombres. Una mujer despechada y violenta me daría mucho miedo, jeje.
EliminarMuchas gracias, David, por tus comentarios.
Un abrazo.
Ay qué angustia. Me ha encantado, a ver si encuentra la maquinita...
ResponderEliminarUn abrazo.
Ojalá hubiera un detector de máquinas de café convertidas en máquinas del tiempo. De lo contrario, el pobre lo tiene crudo, cambiando constantemente de empresa.
EliminarAgradecido por tu visita y tu comentario, Gemma.
Un abrazo.
Por cierto, el siguiente autor que voy a leer eres tú, en cuanto cobre este mes(la tarjeta se ha declarado en huelga) lo compro, lo único que te pido es paciencia porque tardo, pero tengo muchas ganas. Un abrazo.
EliminarJajaja. Muy agradecido, Gemma. De todos modos, las obras de los escritores "indies" (me encanta este término, será por lo de independientes, jeje) no son excesivamente caras. Espero, pues, que los Reyes Magos te traigan mi recopilación de relatos.
EliminarUn abrazo grande y fuerte, :))
Jajaja, antes de Reyes, quiero cogerlo la semana que viene para leerlo con calma y en navidad me apetece mucho. Cuando lo coja te aviso para que compruebes en Amazon que he hecho el pago bien.
EliminarAh que bueno!!, me has tenido pegada a la pantalla de lo interesante que se iba poniendo esta historia.
ResponderEliminarPor Dios que angustia de mujer!! jajaja.
Me ha encantado Josep, y he quedado con muchas ganas de que siguiera una segunda parte para ver si encontraba la máquina, :))).
Como siempre un placer tu narración.
Un abrazo y buen finde.
Hola Elda! Hay historias que darían para una continuación y me temo que esta es una de ellas. Y digo me temo porque no me resultaría fácil encontrar una solución al grave problema que tiene el protagonista. Acabar con el asedio de Alicia es más difícil que convencer al norcoreano Kim Jong-un que abandone la carrera armamentística, jajaja
EliminarMuchas gracias por tu lectura y comentarios.
Un abrazo y también un buen finde.
¡Hola Josep!
ResponderEliminarTremenda historia y magníficamente narrada. Me ha parecido "genial" como has descrito la tortura del protagonista que va "in crescendo", es más estaba pensando en la película de Atracción fatal, cuando has aludido a ella en el relato, jeje. Y el final no puede ser más desolador para el protagonista. Me ha recordado un poco también a la película Big de Tom Hanks, en la que pide en una máquina de feria hacerse mayor y luego tiene que volver a buscarla (a la máquina) para volver a ser niño. Esperemos que el protagonista tenga la suerte de encontrar la de café, para al menos, revivir el pasado.
Fantástico Josep.
Un fuerte abrazo.
¡Hola Ziortza! El caso es que cuando escribí el pasaje en el que el protagonista se siente como un niño ante una máquina de feria, estaba precisamente pensando en esa película protagonizada por Tom Hanks, jeje.
EliminarMe imagino que el acoso suele seguir esa pauta: va aumentando poco a poco, sin prisa pero sin pausa, hasta llegar a límites insoportables. Y da igual que el acosador sea hombre o mujer, aunque este último caso sea algo mucho menos frecuente o incluso excepcional. Por supuesto, en mi historia de ficción he cargado las tintas al máximo. Estamos ante una acosadora patológica, al borde de la psicopatía.
Y la máquina de café no es más que el deseo irracional de agarrarse a un clavo ardiendo cuando no se ve una solución factible a un problema grave. Ojalá existieran muchas máquinas como esa para salvarnos de todo lo malo que nos rodea.
Muchas gracias, Ziortza, por tu presencia.
Otro fuerte abrazo.
Hola Josep Maria,
ResponderEliminarQué buen relato. Me ha encantado de inicio a fin, bueno y también atemorizado y mucho, jejeje Nunca una elección tuvo tan malas consecuencias. Pobre hombre, después de dos años sufrimiento con depresión, termina casado con una psicópata que le hará que su vida sea un auténtico infierno. Hasta mimetiza a la primera mujer, qué horror. Los personajes están perfectamente descritos, por cierto el jefe, pffff.. ¡qué odioso!
Espero que termine por encontrar la cantina y con ella la máquina del café que le devuelva al pasado. O futuro, no sé que debería elegir, esta mujer acecha de cerca.
Un abrazo, y feliz fin de semana.
Debe resultar muy difícil encontrar una escapatoria ante una acosadora casi profesional.
EliminarQuién le iba a decir al pobre hombre, que tanta añoranza sentía de su ex, que en el trabajo aparecería su peor pesadilla. La máquina hizo todo lo que estaba en su tecnológica mano por ayudarle pero, ante un personaje tan diabólico como el de Alicia, nada está asegurado y mucho menos el futuro.
Yo también deseo que encuentre el modo de huir de esa mujer tan atroz, pero tendrá que esforzarse mucho para encontrar una nueva lanzadera. jeje
Me alegro que te haya gustado esta historia que, en principio, es de ficción. No creo que en la vida real se den casos así.
Un abrazo y que pases también un feliz fin de semana.
Ahora entiendo por qué algunos siguen insistiendo en que el café es malo, por muchos antioxidantes que tenga.
ResponderEliminarCaray con Alicia y con la máquina del café. Yo prefiero pedir el café en el mostrador y nunca empleo las máquinas; ahora, después de leer tu relato es que no pienso ni acercarme a una de ellas.
Estupendo relato, Josep Mª, reflejas muy bien la angustia y el acoso que siente el protagonista. Ese toque entre ciencia-ficción y sobrenatural le da un punto de calidad que a mí me ha gustado mucho.
Otra vez, chapeau.
Un abrazo.
Jajaja. Desde luego a este pobre infeliz es café no le hacía ningún bien, pues ya estaba de los nervios hasta el techo. Pero la máquina era buena, o por lo menos tuvo buenas intenciones, aunque resultó peor el remedio que la enfermedad.
EliminarMe alegro que te haya gustado esta historia que tiene más de ficción que de ciencia, jeje
Un abrazo, Paloma.
Con lo viajera que yo soy ¡¡como me molaría cruzarme con una cafetera de estas!!! :D jajaja eso sí con botón de ida y vuelta.
ResponderEliminarMe ha encantado el relato compañero, me gusta mucho como manejas la mezcla de cotidianidad y fantasía :D y como me mantienes pegada a la pantalla con la intriga.
Creo que nada de esto le hubiera pasado si hubiera ido al psicólogo para aprender a manejar ese largo y mal llevado duelo por su ex Elena. Era carne de diván y se cruzó con una víbora desesperada en un momento vital muy inoportuno.
Quizás si él hubiera elegido el pasado, como aún no conocía a la bicha, ella no podría existir. Aunque mucho me temo que la odiosa áspid también se habría enganchado y acabaría apareciendo Grrrrrr (gruñido). Gracias por compartir y por pasarte con fidelidad por mi modesto rinconcito. Un abrazo y buen fin de semana compañero.
Buenooo, ya me imagino el pedazo de crónica que harías si pudieras viajar en el tiempo, jajaja
EliminarPues sí, bien pensado, hubiera salido ganando mucho más de haberse puesto en manos de un terapeuta que le adiestrara en la difícil tarea del control emocional (creo que a eso le llaman inteligencia emocional). Pero nunca se sabe lo que puede ocurrir con una psicópata obsesiva compulsiva, jeje.
Quién sabe lo que le hubiera ocurrido de haber viajado al pasado. Supongo que no quiso arriesgarse a encontrarse de nuevo con su mujer y revivir su separación, pero mucho mejor eso que lo que le acabó ocurriendo.
Gracias a ti por venir a leerme en este tugurio de fantasía e irrealidad, jeje
Un abrazo.
¡¡Qué angustia!! Despertar en el futuro y ver que está constituido por tu peor pesadilla, aquella de la que intentabas escapar. No me puedo imaginar nada peor.
ResponderEliminarUn relato de terror, aunque no lo parezca. Muy Bueno.
Un beso.
Eso es peor que cuando a uno se le pega un papel cochambroso en la suela del zapato y no hay forma de zafarse de él, jeje.
EliminarAl protagonista sí debió parecerle terrorífico encontrarse son su odiada Alicia en el futuro y, quién sabe si para siempre.
Un beso.
Una pesadilla hecha realidad!,... quizás debería apretar F5 y refrescar pantalla,... jajaja. Estupendo relato Josep Mª, tensión y suspense hasta el final!
ResponderEliminarSí, supongo que un reset acabaría con esa pesadilla, jeje
EliminarMuchas gracias, amigo Norte, por tu amable comentario.
Un abrazo.
Has escrito un relato terrorífico ¿Quién puede desear estar con alguien al que odia? Este hombre esta condenado a un futuro libremente elegido por él pero con el imprevisto de esa mujer fatal que encima de diabólica es fea. El colmo de la mala suerte.
ResponderEliminarPrefiero al Freddy Krueger en mis sueños.
Un abrazo.
Jajaja. Cuando alguien feo es diabólico, se convierte en terroríficamente feo. Así pues, tienes toda la razón en calificar este relato como terrorífico. Y lo que lo hace más terrorífico es pensar que la situación de absoluto dominio por parte de la bruja de Alicia pueda perpetuarse hasta el fin de sus días. No se lo deseo ni al peor de mis enemigos, si es que tengo alguno.
EliminarUn abrazo, compañero.
Jajjja pobrecito!!!!!!!!!!!! Si es que el infeliz no tiene escapatoria. Muy divertida las desventuras del hombre.
ResponderEliminarMe recuerda algo a aquel programa de Camara Café donde todos los personajes y personajillos de la oficina convergían en el pasillo de la máquina.
¿Cómo se te ocurren estas historias tan enrevesadas Jose Mª?
Pues sí, es un poco como la máquina de Cámara Café pero no solo observa sino que también actúa, y aquí los dos personaje principales (el doliente acosado y su acosadora) no son tan graciosos, jeje
ResponderEliminarY qué quieres que te diga, querida Tara, uno tiene una mente estrambótica, que a veces está más pallá que pacá, jajaja
Un abrazo,
Madre mía, Josep Mª, desde el "digámoslo claramente─ muy fea"(respecto a Alicia) hasta el "es diabólica" no he dejado de sentir pena por el pobre hombre, pero a la vez no podía dejar de sonreir.
ResponderEliminarRealmente,fue una tortura lo que padeció.
Me ha encantado el recurso de la máquina de café, ¡menuda elección! Tenía que haber elegido pasado, ¿no? La posibilidad de volver con su añorada ex también estaba en el bombo. Si es que ya lo dicen, "más vale malo conocido que bueno por conocer" (aunque últimamente me vienen diciendo que no, que mejor al revés).
Buenísimo, buenísimo.
Un beso
Una tortura de principio a fin. Si hubiera sido muy guapa, la sorpresa se la hubiera llevado después, pero siendo como era, debió asustarse tan pronto como le sorprendió a solas tomándose tranquilamente su café, jeje
EliminarQuizá sí que, puestos a escapar del presente, hubiera sido mejor viajar al pasado. LO que ya no sé es lo que habría pasado de haberle seguido Alicia. Él persiguiendo a Elena y a la vez perseguido por Alicia. El perseguidor perseguido, jajaja
Muchas gracias, Chelo, por tus comentarios.
Un beso.