Fernando
está pasando por la peor época de su vida. Isabel le ha pedido el divorcio y él
ha accedido, pues la relación entre ambos hacía tiempo que se había hecho
insostenible. Reconoce que ha sido el culpable de la ruptura; por ello se ha doblegado a todas las exigencias de Isabel, empezando por cederle la propiedad
del piso donde han vivido desde que se casaron, pero hay una con la que no
piensa transigir. Su casi ex mujer exige la custodia de lo que más quiere en
esta vida, sus dos pequeñas. Isabel alega, en plan madre orgullosa y posesiva,
que en ella han recaído los desvelos de su crianza, ha sido ella quien las ha
alimentado y educado. Además, aun son pequeñas y no entenderían que se las
obligara a abandonar el que ha sido su hogar desde que nacieron. Fernando, por
su parte, que las quiere con locura y no desea perderlas, evitará a toda costa
que ella utilice esos argumentos para vengarse de él, desposeyéndole de su
custodia y apartándolas de su lado.
Isabel
y Fernando están intentando llegar a un entendimiento, que parece imposible, en
el bufete de la abogada matrimonialista que ella ha elegido para tramitar los
pormenores y las condiciones del divorcio. Si no llegan a un acuerdo en el tema
crucial de la custodia, y tienen que ir a juicio, Fernando confía en que el
juez le dé la razón, habida cuenta de que él es quien goza de la estabilidad
económica necesaria para atender todas las necesidades de las pequeñas.
Fernando
se siente en franca minoría, pues teme que la abogada, que debería actuar como
árbitro imparcial, se posicione del lado de Isabel. Se nota que ambas mujeres han
sintonizado desde el primer momento. El tema es especialmente sensible y duda
que una letrada defensora a ultranza de los derechos de la mujer pueda ser objetiva
en este asunto. Isabel sabía lo que se hacía al contratarla. Él habría tenido
que acudir con un abogado que defendiera sus intereses. Si llega a saber que
esa joven abogada es una conocida feminista, no admite asistir solo a ese
encuentro cara a cara.
Desde
que se han sentado uno frente al otro, la que ha sido su mujer durante más de cinco
años no deja de atacarle en lo que más le duele para reivindicar su derecho a
la custodia en exclusividad.
─Pero
si tú no eres capaz ni siquiera de darles la comida y mucho menos de preparársela
─le recrimina.
─¡¿Cómo
que no?! Lo que ocurre es que siempre quieres ser tú quien lo haga. Además,
sabes que suelo llegar a casa cuando ya es demasiado tarde para ello. Pero esto
no significa que las tenga desatendidas ni que no me preocupe por ellas. Y tú
lo sabes. ¿Quién corre con todos los gastos de su manutención y cuidados?
Vacunas, comida, ropa, juguetes y un sinfín de caprichos y cosas innecesarias.
Te recuerdo, por si se te ha olvidado ─le echa en cara Fernando, a sabiendas
que da en el punto débil de Isabel─ que tú no trabajas y jamás has dado un palo
al agua desde que te casaste conmigo.
─Pero ─insiste
Isabel, rabiosa y desesperada, agarrándose a un clavo ardiendo─ ¿quién cuida de
ellas mientras tú estás en la oficina o con tus amigotes? Yo las lavo, las
visto, las peino, las entretengo y procuro su bienestar.
─¿Insinúas
que yo no procuro su bienestar? No me vengas con esas, que te conozco. ¿Acaso
voy a trabajar por amor al arte? Trabajo como un burro de carga, doce horas al
día, para ganar el dinero necesario para su sustento. Y el tuyo. ¡Yo y solo yo!
─No
importa cuánto trabajes ni lo que ganes. Un juez me daría la custodia solo a mí
y no podrías hacer nada para impedirlo. ¿Qué harías con ellas si siempre estás
ausente? ¿eh?
─Puedo
pagar a alguien cualificado para que se haga cargo de ellas en mi ausencia.
Incluso, dada mi calidad de jefe de departamento, puedo ingeniármelas para trabajar
desde casa varios días a la semana y así no separarme de las pequeñas tanto
tiempo. ¡Eres endiabladamente injusta y egoísta!
─¿Egoísta
yo? ¡Egoísta tú, que me las quieres arrebatar!
─¡¿Y
acaso tú no me las quieres arrebatar a mí?!
En eso,
interviene la abogada, que se ha mantenido hasta ahora en un segundo plano.
─A
ver, por favor, un poco de tranquilidad, que así no vamos a ninguna parte. Por
su bien y por el de las criaturas, que no tienen ninguna culpa de sus desavenencias
conyugales, les aconsejo que lleguen a un acuerdo amistoso. No rivalicen, por
favor. Los dos las quieren por igual, de esto estoy segura. De todos modos ─se
dirige a Fernando─ usted sabe que, por lo general, las mujeres se desenvuelven
mucho mejor que los hombres en esos menesteres, de ahí que los jueces se decanten
casi siempre por la custodia femenina ─Isabel asiente con la cabeza y, alzando
la barbilla, sonríe orgullosa, sintiéndose ya ganadora.
─Eso
lo dice usted porque es mujer ─le espeta Fernando, irritado.
─¿Acaso
pone en duda mi profesionalidad, caballero? ─le responde ahora ella, alzando la
voz, y levantándose de la silla airada.
─Bueno…
yo no… no pretendía ─balbucea, amilanado, Fernando, ante la actitud desafiante
de la presunta mediadora, que vuelve a tomar asiento.
─Quizá
debería, Isabel, considerar la posibilidad de optar por la custodia compartida─
dice, en un tono más distendido y conciliador, la matrimonialista.
─¿Y en
qué consiste esto exactamente? ─exclama aquella, inquieta.
─Pues,
como indica el término, en que cada uno de ustedes tenga exactamente los mismos
derechos y deberes para con las criaturas, y compartan su tutela.
─Ah
no, eso sí que no. Después de lo que me hizo este bastardo, no tiene ningún
derecho sobre ellas ─argumenta Isabel.
─Pero
los deberes seguro que sí, ¿verdad? ─salta Fernando─. Intentarás sacarme hasta
el último céntimo para contribuir a vuestra mantención y a tus excesos, pero ni
siquiera me las dejarás ver. ¿Es eso lo que quieres, malnacida? Yo quiero
tenerlas conmigo y llegaré adonde sea para conseguirlo, ¡zorra!
─Y yo
también, hijo de …
─Por
favor, por favor, serénense ─les interrumpe bruscamente la abogada─. No hace
falta que sean tan desagradables. Se me ocurre otra opción, que puede
satisfacer a ambos por igual.
─¿Qué
opción? ─pregunta Fernando.
─Eso,
¿qué opción? ─repite Isabel.
─Pues
que cada uno se haga cargo de una de ellas durante una semana, por ejemplo, y
luego las intercambien. Seguro que el juez no pondría ningún reparo si ustedes
están de acuerdo.
─Eso
ni hablar ─exclama Fernando. No sería bueno separarlas ni un solo día. Son
hermanas, nacieron al mismo tiempo, han estado siempre juntas, no se han
separado jamás. Siendo aún tan pequeñas, podría resultarles traumático.
─¿Pero
usted de qué parte está? ─casi le grita Isabel.
─Ah, ya
veo lo que pretende ─le espeta ahora Fernando, con cara de suspicacia─. Quiere
probarnos ─prosigue, mirando alternativamente a las dos mujeres─, como hizo
Salomón con las dos madres que se disputaban a un niño argumentando ambas que
era suyo. La verdadera madre prefirió entregar a su hijito a la otra mujer
antes de que lo partieran en dos. ¿No es eso?
─Caballero,
por Dios, no saque las cosas de quicio ─se justifica la abogada, que ya no sabe
cómo salir del atolladero.
─Que
quede claro que no pienso renunciar a ninguna de las dos. Berta y Blanca son
mías y solo mías ─interviene Isabel al borde de la histeria.
Fernando,
haciendo un esfuerzo por contener su ira, inspira profundamente antes de
hablar.
─A
ver, Isabel, seamos razonables. ¿Qué hay de malo en compartir la custodia de
Bertita y Blanquita, sin restricciones ni limitaciones de ningún tipo, ni días
de visita concertados ni nada por el estilo?
─¡No
las llames Bertita y Blanquita!, sabes que no me gusta que emplees esos
diminutivos tan ridículos. Y menos en público.
─¿Lo
ve, abogada? Es tan posesiva y déspota que ni siquiera me permite llamarlas
como me apetezca. Son tan mías como tuyas ─dirigiéndose ahora a su pronto ex─.
Las siento tan mías como si las hubiera parido.
─¡Es
igual! ¡Te prohíbo que las llames así! No lo soporto, te lo he dicho mil veces.
Se acostumbrarán a que te dirijas a ellas de ese modo y acabarán identificándose
con esos ridículos diminutivos. ¡Imbécil!
La
joven abogada se ve en la necesidad de intervenir de nuevo, en tono
apaciguador. Poco a poco, se ha enternecido ante la insistencia de aquel hombre
que, en un primer momento, no le había caído bien. Quizá sea una deformación
profesional o, peor aún, un vulgar prejuicio. Está acostumbrada a que los
padres suelan inhibirse y prefieran, aunque no lo confiesen abiertamente, que
sea su ex mujer quien se haga cargo de los hijos pequeños. Pero este parece un
buen hombre y empieza a molestarle que Isabel lo trate de ese modo. Así que
decide terciar a su favor, aunque solo sea en una menudencia como aquella que
no viene al caso.
─Bueno,
mujer, al fin y al cabo, mientras son pequeños, los críos no tienen sentido del
ridículo. De mayores ya será distinto.
─¿Críos?
¿Qué críos? ─preguntan, desorientados, los casi ex cónyuges.
─¿Cómo
que qué críos? ¡Los suyos! ¡Sus hijas! ¡¿Quiénes van a ser, sino?!
─¡Pero
si nosotros no tenemos hijos! ¿Pero usted de qué va? ─dicen Fernando e Isabel
al unísono, mirando a la letrada como si estuviera loca.
─Pero,
pero, a ver, ¿de qué estamos hablando, si se puede saber ─ahora la irritada es
la matrimonialista.
─¿Pero
qué pregunta es esa? ¡De Blanca y Berta, claro está!
─Pues
eso, de sus dos hijitas.
─Pero
qué hijitas y qué niño muerto. ¡Son nuestras adorables perritas!
─¡¿Perritas?!
─salta la abogada, con los ojos saliéndole de las órbitas.
─Pues
claro, ¿qué se creía? ─dice Isabel con toda naturalidad─. Pero no son unas perritas
vulgares, que conste. Son unas caniches preciosas, con pedigrí, y no pienso
dejárselas ni por un momento a ese miserable.
─Creo
que tendremos que ir a juicio ─exclama un abatido Fernando.
Siendo unas perras, y además con pedigrí, se entiende tan encarnizada lucha por su custodia.
ResponderEliminarBueno y sorprendente relato.
Un abrazo.
Por encima de su valor material, esa lucha encarnizada es por el valor sentimental hacia sus queridas mascotas, con las que forman una familia.
ResponderEliminarMuchas gracias, Macondo, por tu comentario.
Un abrazo.
EStá bien narrado. Las perritas aparecen cuando uno se ha imaginado a dos niñas. Muy bien llevado. Una situación posible y real. Por desgracia puede ocurrir con niños, de hecho es más común de lo que debería. Los hijos, humanos, son fuente de muchas discusiones y juicios.
ResponderEliminarUn abrazo y que la salida de año sea muy feliz, con buen compañía
Efectivamente, la disputa por la custodia de los hijos es un hecho tristemente frecuente, pero la disputa por unos animales de compañía, aunque mucho menos, también ha ocurrido, si no delante de un juez sí en la intimidad, jeje.
EliminarUn abrazo de fin de año.
Ay Josep, qué buen relato. Narrado impecable, los diálogos perfectos, a medida que leía, esperaba una definición de la joven abogada que resolviera este conflicto, que es de lamentar que se da más de una vez cuando una pareja decide divorciarse, pero claro con la custodia de los hijos. Un final que le hace a uno aflojar la tensión y sonreír. Creo que también los animales merecen ser cuidados y queridos. Me has sorprendido. Felicitaciones y que en 2019 podamos seguir disfrutando y compartiendo historias tan interesantes. Un abrazo.
ResponderEliminarHay mucha gente (entre la que me cuento) que quiere a sus mascotas como a un miembro más de la familia, así que no resulta extraño (aunque en el relato sí sea inesperado) que las parejas que se separan luchen por su custodia.
EliminarMe alegro que lo hayas pasado bien leyendo esta última historia del 2018. A ver qué nos depara el 2019, tanto en lo personal como en lo literario, jeje.
Un abrazo.
Yo pensando en pobres niñas, fijate, y va a resultar que son dos perritas adorables, jejeje, lo que me he reído jejeje. Muy buen relato.
ResponderEliminarLo de la custodia compartida daría para mucho, pero solo te diré que no soy partidaria de ella por una sencilla razón, por el bien psicológico del niño/a, que es uan estabilidad emocional que con la custodia compartida no encontrarían.
Un abrazo y todo lo mejor en este 2019 y que sigas trayéndonos relatos tan buenos como este y otras muy buenas reflexiones tuyas.
Bueno, Tere, para Fernando e Isabel, o para Isabel y Fernando (que tanto monta, monta tanto, jajaja), esas perritas eran como sus hijitas del alma. Con o sin pedigrí, los que amamos a los animales, nos dolería mucho que nos los arrebataran, así que la pelea entre esos dos personajes está fundada, aunque hacerlo delante de una abogada no sea lo más habitual, jeje. Y por parte de los animalitos, quizá también ellos sufran con una separación, como si de niños pequeños se tratara.
EliminarUn abrazo y también te deseo un feliz y próspero año nuevo en todos los aspectos.
Jajaja, vaya chasco, resulta que todo el lío por las perritas. Me encantan los perros pero hasta ese punto de tener que ir a juicio, jajaja.
ResponderEliminarUn relato muy original por el final tan inesperado, y como siempre tan estupendamente llevado.
Un placer la lectura Josep.
Que tengas una despedida de año estupenda y un año 2019 te deseo, con lo mejor de tus deseos.
Un gran abrazo.
Es que hay gente para todo y que se enzarza en discusiones por cualquier cosa. Aunque debo reconocer que, en este caso, yo también me habría soliviantado, pues mi perro no se lo cedo a nadie, ni siquiera a mi mujer, jajaja.
EliminarMuchas gracias, Elda, por tu constante presencia y tus siempre amables comentarios.
Yo también te deseo lo mejor para el nuevo año y que podamos seguir contactando a través de nuetras letras.
Un fuerte abrazo!
Veo que no está mi comentario. Me olvidaría de publicar.
ResponderEliminarTe decía que me imaginé desde el principio de qué se trataba. Y no porque se note, porque el relato está magníficamente llevado. Lo que pasa es que, a veces me da un pálpito... Me ha encantado.
Un beso y feliz año.
Eres una persona perspicaz, jeje. De hecho, sospechaba que podía ser bastante previsible, así que se lo dejé leer antes a mi mujer (lo hago a menudo cuando tengo dudas) y también lo adivinó, pero solo cuando usé los diminutivos Blanquita y Bertita. Pero como eso ya era hacia el final del relato, tiré palante como los de Alicante, jajaja.
EliminarMe alegro que hayas pasado un momento agradable con esta historieta intracendente con la que solo pretendía entretener y, a ser posible, engañar, jeje.
Un beso y feliz año.
Jo, Josep. Un relato que parece sacado de una transcripción de una visita real a un abogado matrimonialista... hasta en lo de las perritas. Afortunadamente no es mi especialidad, no tengo paciencia para las animaladas que se suelen soltar en estos procesos de divorcio, parecen un volcán que erupciona todos los resentimientos acumulados en los años.
ResponderEliminarUn magnífico relato con unos diálogos tan naturales que desde luego parece que estamos mirando a través de la mirilla del bufet. El final, simpático, destensa la lectura y te deja una sonrisa. Bueno, a todos menos a esa pobre abogada. Un abrazo!!!
Por segunda vez en una seumana he sacado a colación un tema con abogados. Que conste que no lo he hecho ex profeso, jajaja. No sabía que eres abogado, hecho que ha quedado patente gracias a tus dos últimos comentarios, incluido este, jeje.
EliminarYa me imagino los galimatías que deben producirse durante el trámite de un divorcio, especialmente si ambas partes no lo hacen de mutuo acuerdo y de forma civilizada. Supongo que los abogados matrimonialistas ya deben estar curados de espanto, aunque siempre hay excepciones, como la de mi querida y sorprendida abogada.
Muchas gracias, David, por tu amable comentario.
Un abrazo de año nuevo!
Desde luego algunos no saben establecer límites. Estoy segura de que este matrimonio roto no se habría peleado tanto si Berta y Blanca hubieran sido niñas.
ResponderEliminarYo no tengo perros, ni los he tenido nunca, pero sí amigos que me han confesado que cuando se enferma el chucho llaman más a casa preguntando por él que cuando enferman sus hijos, ja, ja, ja.
Buena manera de despedir el año aunque yo he leído este relato en el inicio del nuevo.
Feliz año, Josep Mª, y espero que este 2019 nos regales más historias tan buenas como esta.
Un besote.
Bueno, Paloma, hay quien tiene sus propias prioridades, por muy absurdas que nos parezcan, jeje.
EliminarYo estoy tan encaprichado con mi perro que mi mujer y mis hijas alguna vez me han dicho que es para mí como un hjo, el niño que no hemos tenido, jajaja. Y esto me recuerda al chiste ese en que un hombre le dice a su mujer: María, creo que quieres más al perro que a mí. A lo que la mujer le responde: no seas tonto, Manuel, os quiero a los dos por igual. :)
Con esta historieta quise despedirme se este año tan "trastornado" en general con un poco de humor, que buena falta nos hace.
Un beso de año nuevo.
Cuando he terminado de leer el relato he vuelto a leerlo a ver si habías hecho trampa y nos habías colado algo para equivocarnos pero no, has tenido mucho mimo en elegir las palabras adecuadas.
ResponderEliminarEntrando en el argumento te diré que lo entiendo perfectamente, yo he tenido un perrito y si me llego a separar te aseguro que Thor se viene conmigo salga el sol por Antequera.
Un abrazo.
Pues me alegro que no hayas encontrado ninguna trampa, pues tuve mucho cuidado en que así fuera, jeje.
EliminarEn cuanto a los animales de compañía, te diré que ahora mismo mi hija menor y yo tenemos a nuestro perro en una especie de custodia compartida. De hecho, nuestro "Pelut" es oficialmente de ella, pues lo adoptamos gracias a su insistencia y así está registrado, pero yo lo he tenido mucho más tiempo a mi lado y le he dedicado muchas más horas, tanto en los paseos como en su cuidado. Como ella se acaba de independizar y se ha ido de casa, lo quiere tener de vez en cuando y así nos turnamos su tutela. El caso es que cuando mi amigo canino no está en casa, le echo mucho de menos. Así son las cosas con la gente que se encariña con un animal.
Un abrazo.
Un relato muy simpático de dos que se quieren divorciar, los insultos delante de la abogada no sobran. Hacen más real los diálogos. La lucha por obtener la custodia Y el final las perritas me han sacado más de una sonrisa. Has comenzado el año muy bien. Un abrazo.
ResponderEliminarCuando una pareja se divorcia, generalmente no lo hace de buenos modos, siempre hay resentimientos y acusaciones mutuas. Y si hay perritos de por medio, peor que peor, jajaja.
EliminarMuchas gracias, Mamen, por tu comentario.
Un abrazo de año nuevo.
En el fondo creo que es la disculpa perfecta para "andar a la gresca" duarnte un poco más de tiempo.
ResponderEliminarFeliz 2019 Josep Mª!
Pues es muy posible. A fin de cuentas se han convertido en enemigos irreconciliables, jeje.
EliminarFeliz 2019, amigo del Norte.
He tenido en mis manos muchos expedientes de divorcio y también he asistido a alguna pareja y te puedo asegurar que tu escrito me ha parecido, tristemente, de lo más real. El final ¡fantástico! no lo esperaba y me ha hecho sonreír. Un giro muy bueno que endulza un poco la rabia y amargura de la situación. Estaría bien que pudieran opinar Bertita y Blanquita. Jeje.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y, de nuevo, ¡bon any!
Pues la próxima vez que tengas ante tí a una pareja que se disputa la custodia de unas criaturas, asegúrate de que sean seres humanos antes de proseguir con el proceso de divorcio, jajaja.
EliminarUna vez vi un vídeo en el que una pareja quería saber a quién de los dos quería más su perrito. El sistema consistía en poner al animalito en el centro de una sala y cada uno de los contendientes en un extremo. Entonces le llamaban al unísono e intentaban que fuera hacia uno de ellos. No veas los esfuerzos que hacían para convencer al chucho para que se decidiera por uno de los dos. A veces el cariño hacia una mascota puede degenerar en algo casi grotesco.
Un fuerte abrazo y bon any nou!!