Desde
que abandonó el hospital, Sergio vivía solo en su casa de más de 300 metros
cuadrados. La compró al poco de casarse. En ella habían nacido sus tres hijos. Habían
sido diez años de convivencia feliz hasta que sus continuos cambios de conducta
hicieron que su mujer le abandonara, llevándose con ella a los niños. No se lo
podía reprochar. Recordaba el último año, con sus repentinas alteraciones del
carácter y sus cada vez más frecuentes arrebatos. En los escasos momentos de
sosiego y lucidez, se sentía morir con solo pensar que podía haber hecho una
barbaridad. Su mujer le temía, sus hijos le temían. Decidió ponerse en manos de
un profesional. El diagnóstico fue esquizofrenia paranoide súbita de origen
incierto. Estuvo internado dos semanas. En todo ese tiempo su mujer solo fue a
verlo en una ocasión y para decirle que, aun cuando le dieran el alta, seguiría
en casa de sus padres hasta que estuviera convencida de que estaba
completamente restablecido.
El
caso es que, al cabo de un mes, Sergio todavía seguía viviendo solo. No entendía por
qué su mujer no volvía con él. La medicación parecía que estaba surtiendo
efecto. Ya no tenía alucinaciones, y era capaz de controlar sus bloqueos, como
los llamó el psiquiatra. Aunque le aseguraba que no correrían peligro a su
lado, ella se mostraba reacia. En el fondo lo entendía, pero se impacientaba.
No soportaba vivir solo, y menos en una casa que se le hacía cada vez más
grande, fría y perturbadora. Se sentía como un fantasma encadenado a un lugar
que no hacía más que recordarle su reciente y tormentoso pasado.
La soledad
no le sentaba bien, nadie le llamaba ni le visitaba. Volvió a oír ruidos
extraños. Por la noche, la casa parecía cobrar vida. No era el típico sonido de
las tuberías o el crujir del maderamen. Le daba la impresión de que alguien se paseaba
por la casa. Al principio pensó que eran imaginaciones suyas, que volvía a
tener alucinaciones, hasta que un día, por la mañana, halló rastros de la
presencia de un intruso. Objetos esparcidos por todas partes, cajones abiertos o
volcados, todo revuelto. Pero ello no fue un suceso aislado. Todas las mañanas
se encontraba con el mismo panorama. Nunca encontró nada en falta. El presunto
ladrón debía buscar algo en concreto y, al no hallarlo, volvía noche tras noche.
Sergio
no sabía qué hacer. Quería hacerle frente, pero a la vez temía encontrarse con
el intruso cara a cara. Él no tenía vocación de héroe. Nunca la tuvo. Temía las
confrontaciones, la violencia. De niño jamás se había peleado con nadie, ni
siquiera cuando le provocaban. Era el hazmerreír de la clase. Era un
pusilánime. Ahora volvía a serlo. Podía llamar a la policía, pero si descubrían
sus antecedentes psiquiátricos no le harían caso. Lo peor de todo era que la
violencia de quien fuera que hacía aquello iba en aumento. Los destrozos eran
cada vez peores. De ser un ladrón ¿qué podía andar buscando? En la casa no
había nada de gran valor. Pero si excluía el móvil del robo, ¿qué otra
explicación podía darle a lo que ocurría. Y entonces cayó en la cuenta. Su
mujer debía estar detrás de aquello; quería deshacerse de él incapacitándolo
para luego pedir el divorcio y quedarse con la custodia de sus hijos.
A
Sergio le vinieron a la mente algunos retazos de lo que fueron los últimos
momentos de su vida con su mujer. Tras cada uno de sus episodios violentos ella
le amenazaba con irse a casa de sus padres con los niños. Y al final cumplió
con su amenaza. Le dejó, pero dónde fue no lo sabía a ciencia cierta. En más de
una ocasión la había oído hablar, muy alterada, por teléfono, encerrada en su
dormitorio. “No puedo más, le voy a dejar”, le había oído decir. Él creyó que
hablaba con su madre, su mejor confidente, para desahogarse. Ahora sospechaba
que, en realidad, hablaba con alguien más. Seguramente era con esa persona con
quien se había ido a vivir.
Sus
sospechas se confirmaron al contratar los servicios de un detective. La persona
con la que vivía era, ni más ni menos, su psiquiatra. Ahora sí que todo cobraba
sentido. Su mujer se la pegaba con quien le había diagnosticado esa “enfermedad
incurable”, como la calificó el buen doctor. Su terapeuta conocía perfectamente
sus puntos débiles, sus fobias y temores. Sabía, por lo tanto, que la soledad y
la incertidumbre eran sus peores enemigos y que, en tales circunstancias, era
mucho más vulnerable a cualquier tipo de amenaza, física o psicológica.
Ahora
se le abrían varias incógnitas. ¿Se habían liado antes, durante o después de su
hospitalización? Tuvo que ser antes, pues su mujer solo le visitó una vez
mientras estuvo ingresado y, que recordara, no coincidió con su psiquiatra. Sí,
debían conocerse de antemano y lo tenían todo planeado desde hacía tiempo y su
internamiento fue el primer paso para deshacerse de él. ¿Fue, entonces, el
diagnóstico falseado aprovechando una inestabilidad emocional perfectamente
tratable? Peor aún, ¿no serían sus crisis nerviosas resultado de algún producto
que le suministraba su mujer siguiendo las indicaciones de su amante? Ahora lo veía claro. Quien entraba en su casa
cada noche tenía llave, la que su mujer le había facilitado. ¿Sería, acaso, un
matón a sueldo el que organizaba todo aquel revuelo? Si supiera que era su psiquiatra,
solo o con ayuda de su mujer, quien montaba ese numerito para desequilibrarlo
mentalmente, le saldría al paso, le plantaría cara, pero si era un vulgar maleante
que actuaba por dinero, podía llegar a agredirle e incluso a matarlo si se veía
acorralado. ¡Todo parecía tan irreal!
Se
sentía totalmente indefenso, desprotegido. Había hecho desinstalar la alarma
perimetral por los falsos saltos que constantemente se producían por culpa de
los gatos y aves nocturnas, y no podía conectar la alarma interior mientras él
estuviera dentro de la casa. Un perro guardián no serviría de nada. Un trozo de
carne envenenada o un spray inmovilizador y el camino quedaría despejado. Sergio
decidió, entonces, descubrir la identidad del intruso o de los intrusos por su
cuenta y riesgo, sin la intervención de terceros. Si no quería volverse loco de
verdad, no le quedaba más remedio que armarse de valor y, para ello, se compró
un arma. Sería la única forma de hacerle frente al intruso. Solo un arma sería
lo suficientemente convincente, aunque solo con pensar en un enfrentamiento con
un desconocido le temblaban las piernas. Pero por la noche, por mucho que
intentaba mantenerse despierto, le vencía el sueño. Debía ser por efecto de la
medicación, pero no quería dejar de tomarla, no hasta saber el origen de todo aquello, podía ser peor el remedio que la
enfermedad. Tras mucho cavilar, tuvo una magnífica idea: descubriría al autor o
autores del allanamiento poniendo a grabar su videocámara antes de acostarse y
visualizar, por la mañana, las imágenes registradas. Con ellas sí que podría ir
a la policía.
Así lo
hizo. Ocultó la cámara entre los libros que llenaban las estanterías del salón,
en la planta baja. Era medianoche. Con una cinta de una hora de
duración habría más que suficiente. Dejando, pues, la cámara grabando, se
acostó con la seguridad de que al día siguiente descubriría al malhechor.
Se
despertó al alba. Había dormido mal. Tuvo pesadillas, de eso estaba seguro, pero
no las recordaba. Cuando su mente se despejó, saltó de la cama para bajar al
salón a toda prisa en busca de la cámara. El salón estaba totalmente
destrozado. Los libros, cuadros, fotografías enmarcadas y demás objetos decorativos
estaban desparramados por el suelo hechos trizas. Eso no era obra de una sola
persona. Buscó frenéticamente la videocámara entre la montaña de objetos
diseminados por todas partes. ¿La habrían descubierto y se habían llevado la prueba
incriminatoria? Pero al fin apareció bajo uno de los sillones. Por fortuna estaba
intacta y no parecía dañada. Sergio seleccionó el modo vídeo y pulsó Play. La pantalla se encendió mostrando un fondo azul. La cinta
estaba al final de su recorrido. Tenía que rebobinarla. El tiempo parecía no
querer avanzar. El sonido del rebobinado se le clavaba en el cerebro. Sostenía
la cámara con mano temblorosa. La impaciencia y el miedo lo embargaban a partes
iguales.
El
clic del fin de rebobinado le sobresaltó. Le dio nuevamente a Play y esperó con el corazón saliéndole
del pecho. Los minutos se sucedían sin que apareciera nada ni nadie en la
pantalla. El salón estaba a oscuras, pero aun así se veía con bastante claridad
gracias a la tenue luz que penetraba desde el jardín. De pronto percibió una
sombra y tras ella un cuerpo que parecía padecer una deformidad por cómo se
desplazaba. Se asemejaba a un animal de grandes dimensiones, del tamaño de un
oso o un gorila. Volteaba por toda la estancia como enloquecido, agitando los
brazos y dando zarpazos por doquier. Los gruñidos pasaron de ser roncos a
agudos, con unas sibilancias terroríficas. Arremetía contra todo lo que encontraba
a su paso. Pero ¿quién era ese ser monstruoso que se había colado, noche tras
noche, en su casa? No podía verle claramente, quizá vestía un disfraz para
evitar ser reconocido. Si por lo menos se acercara a la cámara…
Finalmente,
esa criatura se dirigió hacia el mueble donde había escondido la videocámara.
Con violentos manotazos, embistió contra él, haciendo saltar por los aires todo
tipo de objetos, que se veían volar por delante de la pantalla. Se iba
acercando a la cámara, su respiración se oía entrecortada por la excitación que
le embargaba. Una gran sombra cubrió el objetivo, la luz del exterior quedó
eclipsada por ese cuerpo enorme que se detuvo de repente ante el aparato. Lo
tomó en sus manos y lo observó de cerca. Todavía no se apreciaba la cara a esa
bestia. De pronto se dio la vuelta, quedando algo iluminada, pero agitaba la
cámara de tal forma que la imagen resultaba imposible de visualizar con
claridad. Luego, debió lanzarla al aire porque parecía hacer cabriolas mientras
grababa el suelo, las paredes y el techo. Hasta que se detuvo y algo la cubrió
totalmente. El fondo quedó oscuro hasta que se tornó azul al haber terminado la
grabación.
El
único modo de ver con nitidez a ese engendro, era deteniendo la
imagen en el momento en que aquel miraba al objetivo. Sergio rebobinó la cinta
hasta ese instante y pulso Play,
para, acto seguido, darle a Pause. La
imagen se congeló mostrando la cara de lo que fuera aquello que había
protagonizado todas esas incursiones, la faz del autor material de esa locura.
Se
puso las gafas y se acercó al ventanal para ver mejor la imagen que ocupaba
toda la pantalla. Cuando la miró con atención quedó horrorizado. Aunque era
una cara deformada por la cólera y la locura, la reconoció. Las piernas le
flaquearon, todo a su alrededor se desdibujó y empezó a darle vueltas. No podía
ser. ¿Cómo le podían haber hecho eso?
Sergio
se quedaría solo. Para siempre. No podría volver con su mujer y sus hijos. Ni
siquiera podría acercarse a ellos. No volverían a ver su cara. Porque esa cara,
la que él había visto en aquella pantalla, era la de un monstruo.
Representación gráfica de "Los gatos de Ulthar", cuento de H.P. Lovecraft, escritor estadounidense de fantasía y terror (1890-1937). Imagen obtenida de Internet.
La narración de los gatos, vengadores, aquí tiene una versión más tenebrosa. El monstruo, quien ha destruido a su familia, o cuanto menos su relación es él mismo.
ResponderEliminarPrecioso texto, una historia muy inquietante y bien descrita. Un abrazo grande, y feliz noche
Todos llevamos un mosntruo en nuestro interior; unos lo mantenemos inactivo y a otros les aflora, muchas veces por causas desconocidas, como es este el caso.
EliminarMe alegro, Albada Dos, que esta historia te haya resultado inquietante.
Un abrazo.
He tardado en sospechar.
ResponderEliminarMuy bueno e intrigante relato.
Un abrazo.
Más vale tarde que nunca, jeje.
EliminarUn abrazo.
El cuento al que haces referencia no lo conozco. Tu texto me ha conducido por el misterio, la intriga. Lo que más me ha gustado ha sido el final, cómo desvelas quién era el intruso sin decir su nombre. Me ha encantado. Saludos.
ResponderEliminarHola, Manuela.
EliminarEn realidad, el cuento al que hace referencia la ilustración no tiene nada que ver con la historia de este relato. Utilicé esa imagen porque me infundía una cierta desazón y me emitía un mensaje de misterio, como todas las obras de H.P. Lovecraft, para mí todo un maestro del género fantástico y de terror.
Esta es la historia de un ser humano atormentado por conocer la verdad, creyendo que la maldad está fuera, en los demás, sin sospechar que procede de su interior perturbado.
Me alegro que te haya encantado.
Un abrazo.
Hola Josep, has creado un cuento realmente aterrador, con una gran dosis de suspense y que en mi visión cinéfila lo he vivido como un muy intenso cortometraje. En relación con las enfermedades mentales o degenerativas, me producen una profunda desazón por los estragos que causan en las familias cuando estas son incontrolables. Por suerte, otras veces son más controlables y consiguen mantener esos monstruos internos alejados de la vida cotidiana. Gran relato en cualquier caso de una ficción que es de lo que se trata en este caso. Un gran abrazo.
ResponderEliminarHola Miguel. Pues si sabes de alguien que estuviera o estuviese interesado en hacer un cortometraje a partir de esta historia, solo tienes que decirlo y le cederé gustosamente los derechos para ello, jajaja.
EliminarLo peor, para mí, de las enfermedades mentales es no saber o poder discernir entre lo ficticio y lo real, la angustia que ello puede generar al enfermo que no reconoce que lo está y el rechazo (y temor) que provoca en los que le rodean.
Muchas gracias por tus palabras.
Un abrazo.
Aquí me tienes mi querido compañero de teclas poniéndome al blog-día y enfrentándome al solitario monstruo que has creado para nosotros :) Como siempre un fantástico relato que me mantiene pegada a la pantalla de principio a fin. Las enfermedades mentales me causan mucho respeto, creo que todos estamos más predispuestos a ellas de lo que pensamos... coincido con lo que comentas; todos llevamos un monstruo dentro... solo tiene que darse el desajuste bioquímico adecuado para que reine el caos mental... Un abrazo enorme y muy nipón ;)
ResponderEliminarBienvenida a la vida bloguera y al país que te vio nacer, jajaja.
EliminarLa mente nos puede jugar muchas malas pasadas, incluso a los que estamos "sanos" (o por lo menos lo parecemos, jeje). Las intrincadas conexiones cerebrales pueden sufrir un colapso o un desajuste bioquímico que puede llevar al que lo sufre a una esfera totalmente irreal, creyéndose sus propias mentiras o alucinaciones. En el caso de mi pobre protagonista, aunque sospecha que algo puede no funcionar bien en su mente, le domina más la sospecha de que son los demás quienes quieren perturbarlo. Un esquizofrénico puede llegar a vivir hechos totalmente ficticios como algo real y tangible. ¿Qué habrá de verdad y de mentira en esa aparente confabulación entre su mujer y su psiquiatra? ¿Realmente llegó a contratar a un detective para descubrir la posible infidelidad de ella? ¿Se tomaba la medicación tal como creía? Lo único realmente cierto es que vivía en soledad, apartado de los suyos, y eso es lo peor que le puede ocurrir a un enfermo.
¡Un fuerte abrazo!
Creo que tu relato refleja lo que somos los humanos, bien es cierto que unos más que otros. Siempre nos vemos a nosotros mismos de forma muy diferentes a como nos ven los demás y a como somos realmente. Y creo que cuanto más monstruosas son las personas, con menos realidad se perciben. Hasta que algo o alguien, no siempre por desgracia, es capaz de ponerlas delante de su propia deformidad.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato.
Un beso.
Hay monstruos y monstruos: unos dañan al prójimo a propósito y conscientemente, y otros hacen daño a los demás y a sí mismos por culpa de un desequilibrio mental. En ocasiones, sin embargo, la línea fronteriza entre maldad y enfermedad es muy difusa.
EliminarMe algero que te haya gustado este relato.
Un beso, Rosa.
Como es habitual atrapas con el relato desde el primer momento, aunque sospeché el final, y acerté, no pude dejar de leerlo.
ResponderEliminarRealmente los peores monstruos duermen dentro de nosotros y solo necesitan una excusa para aflorar al exterior y desestabilizar nuestro equilibrio.
Digno de un lovecraft.
Un abrazo.
Las opciones eran muy escasas, diría que solo habían dos: o le estaban haciendo "luz de gas" (no sé si conocerás la película, pues es muy antigua) o era él mismo quien, a modo de Míster Hyde, se convertía, por las noche, en un monstruo. Quería sembrar la duda, pero no podía descartar la previsibilidad. Ante ello, solo me quedaba la opción de hacer que el lector se entretuviera leyendo el relato, cosa que, al parecer, he logrado, jeje.
EliminarGracias por el elogio, pero Lovecraft escribía historias mucho más aterradoras y complicadas que esta, y era más serio que yo, jajaja.
Un abrazo, amigo.
El monstruo más aterrador es el que se esconde dentro de nosotros. Un relato terrorífico, agobiante y demoledor al final. Narrado con buen suspense, y sin el recargado lenguaje de Lovecraft que es algo que siempre me ha alejado bastante de su narrativa. Lovecraft muy a menudo quiere dar tanto miedo que se pasa con las descripciones.
ResponderEliminarEn cambio, el tono que tú utilizas es ideal para esta historia. Un abrazo, Josep!!
Efectivamente, David, el peor de los monstruos es el que se alberga en nuestro interior y al que hay que contener a toda costa.
EliminarMe alegra que este relato te haya parecido lo suficientemente terrorífico como para mentar a Lovecraft, como también ha hecho Francisco Moroz. Este autor me atrapó, en mi adolescencia, con los Mitos de Cthulhu. Nunca antes había leído algo igual, con un estilo fuera de lo habitual para mí, aunque reconozco que un tanto recargado.
Muchas gracias, por tu visita y por tu comentario.
Un abrazo!
Me gusta mucho como escribes interesantemente intelectual un abrazo desde el calor de Miami
ResponderEliminarMe alegro que mi forma de relatar mis historias te guste. Es lo único a que aspiro.
EliminarSaludos.
Vaya sorpresa. Toda intrigada he leído el relato cada vez con más intensidad por lo bien que has mantenido el suspense para llegar a un final sorprendente. Pobre hombre, estaba peor de lo que creía el mismo.
ResponderEliminarFantástico y muy interesante Josep, me ha encantado.
Un abrazo.
Me alegra que haya logrado engancharte, pero aun más haberte sorprendido, jeje.
EliminarMuchas gracias, Elda, por venir a leerme y dejar tu amable comentario.
Un fuerte abrazo.
Mantener el engaño hasta el final en un relato largo como este me resultó francamente imposible, jeje.
ResponderEliminarUna mente perturbada puede ver lo que nadie más ve y lo que es real puede magnificarlo dándole un vuelco paranoico y perverso que acaba agravando su ya debilitado estado mental.
Muchas gracias, Julio David, por tu lectura y tu comentario.
Un abrazo.
Jolines, me has tenido en vilo toda la lectura, al final quería ser yo quien rebobinara y viera la cinta paa saber quién era el monstruo.
ResponderEliminarA veces necesitamos ver las cosas desde fuera, léase una cámara, para conocer la cruda realidad.
Has reflejado muy bien este estado paranoico del enfermo mental que ve conspiraciones a la vuelta de la esquina y cree que todos confabulan contra él.
Genial.
Un besote.
Desde luego, Paloma, ver las cosas desde fuera da una perspectiva muchísimo mejor de la realidad. Lo malo del pobre Sergio era que su mente se hallaba atrapada en un laberinto del que no podía salir.
EliminarDebe ser terrible confundir lo irreal, lo ilusorio, con la realidad. En este sentido, la película "Una mente maravillosa", un drama psicológico protagonizado por Russell Crowe, me impactó muchísimo. Supongo que la has visto, de lo contrario no te la pierdas, aunque ya tiene sus años.
Un beso real del todo.
Un relato genial Josep Mª, me ha gustado mucho. Mantienes en vilo hasta el final, aunque he de admitir que un poco antes del desenlace ya se me había pasado por la cabeza que quizá, el monstruo era él. A pesar de ese detalle creo que está todo en su sitio, jeje, aunque es una pena que él no superara nunca la enfermedad mental. ¡Un fuerte abrazo! ; )
ResponderEliminarMuchas gracias, Ramón, y a pesar de haber previsto el desenlace, me alegro que te haya gustado. Hasta cierto punto es lógica esa previsibilidad, tratándose de alguien que se supoene que está sometido a tratamiento y ha tenido episodios de alteración mental. Aun así, pensé que quizá sería capaz de crear una duda reazonable, haciendo sospechar al lector que incluso esas crisis habían sido provocadas por un complot entre los supuestos amantes y que todo había sido un montaje de principio a fin, pero ya veo que no, jeje.
EliminarUn fuerte abrazo, compañero.