lunes, 3 de diciembre de 2018

Solo



Desde que abandonó el hospital, Sergio vivía solo en su casa de más de 300 metros cuadrados. La compró al poco de casarse. En ella habían nacido sus tres hijos. Habían sido diez años de convivencia feliz hasta que sus continuos cambios de conducta hicieron que su mujer le abandonara, llevándose con ella a los niños. No se lo podía reprochar. Recordaba el último año, con sus repentinas alteraciones del carácter y sus cada vez más frecuentes arrebatos. En los escasos momentos de sosiego y lucidez, se sentía morir con solo pensar que podía haber hecho una barbaridad. Su mujer le temía, sus hijos le temían. Decidió ponerse en manos de un profesional. El diagnóstico fue esquizofrenia paranoide súbita de origen incierto. Estuvo internado dos semanas. En todo ese tiempo su mujer solo fue a verlo en una ocasión y para decirle que, aun cuando le dieran el alta, seguiría en casa de sus padres hasta que estuviera convencida de que estaba completamente restablecido.    

El caso es que, al cabo de un mes, Sergio todavía seguía viviendo solo. No entendía por qué su mujer no volvía con él. La medicación parecía que estaba surtiendo efecto. Ya no tenía alucinaciones, y era capaz de controlar sus bloqueos, como los llamó el psiquiatra. Aunque le aseguraba que no correrían peligro a su lado, ella se mostraba reacia. En el fondo lo entendía, pero se impacientaba. No soportaba vivir solo, y menos en una casa que se le hacía cada vez más grande, fría y perturbadora. Se sentía como un fantasma encadenado a un lugar que no hacía más que recordarle su reciente y tormentoso pasado.

La soledad no le sentaba bien, nadie le llamaba ni le visitaba. Volvió a oír ruidos extraños. Por la noche, la casa parecía cobrar vida. No era el típico sonido de las tuberías o el crujir del maderamen. Le daba la impresión de que alguien se paseaba por la casa. Al principio pensó que eran imaginaciones suyas, que volvía a tener alucinaciones, hasta que un día, por la mañana, halló rastros de la presencia de un intruso. Objetos esparcidos por todas partes, cajones abiertos o volcados, todo revuelto. Pero ello no fue un suceso aislado. Todas las mañanas se encontraba con el mismo panorama. Nunca encontró nada en falta. El presunto ladrón debía buscar algo en concreto y, al no hallarlo, volvía noche tras noche.

Sergio no sabía qué hacer. Quería hacerle frente, pero a la vez temía encontrarse con el intruso cara a cara. Él no tenía vocación de héroe. Nunca la tuvo. Temía las confrontaciones, la violencia. De niño jamás se había peleado con nadie, ni siquiera cuando le provocaban. Era el hazmerreír de la clase. Era un pusilánime. Ahora volvía a serlo. Podía llamar a la policía, pero si descubrían sus antecedentes psiquiátricos no le harían caso. Lo peor de todo era que la violencia de quien fuera que hacía aquello iba en aumento. Los destrozos eran cada vez peores. De ser un ladrón ¿qué podía andar buscando? En la casa no había nada de gran valor. Pero si excluía el móvil del robo, ¿qué otra explicación podía darle a lo que ocurría. Y entonces cayó en la cuenta. Su mujer debía estar detrás de aquello; quería deshacerse de él incapacitándolo para luego pedir el divorcio y quedarse con la custodia de sus hijos.  

A Sergio le vinieron a la mente algunos retazos de lo que fueron los últimos momentos de su vida con su mujer. Tras cada uno de sus episodios violentos ella le amenazaba con irse a casa de sus padres con los niños. Y al final cumplió con su amenaza. Le dejó, pero dónde fue no lo sabía a ciencia cierta. En más de una ocasión la había oído hablar, muy alterada, por teléfono, encerrada en su dormitorio. “No puedo más, le voy a dejar”, le había oído decir. Él creyó que hablaba con su madre, su mejor confidente, para desahogarse. Ahora sospechaba que, en realidad, hablaba con alguien más. Seguramente era con esa persona con quien se había ido a vivir.

Sus sospechas se confirmaron al contratar los servicios de un detective. La persona con la que vivía era, ni más ni menos, su psiquiatra. Ahora sí que todo cobraba sentido. Su mujer se la pegaba con quien le había diagnosticado esa “enfermedad incurable”, como la calificó el buen doctor. Su terapeuta conocía perfectamente sus puntos débiles, sus fobias y temores. Sabía, por lo tanto, que la soledad y la incertidumbre eran sus peores enemigos y que, en tales circunstancias, era mucho más vulnerable a cualquier tipo de amenaza, física o psicológica.

Ahora se le abrían varias incógnitas. ¿Se habían liado antes, durante o después de su hospitalización? Tuvo que ser antes, pues su mujer solo le visitó una vez mientras estuvo ingresado y, que recordara, no coincidió con su psiquiatra. Sí, debían conocerse de antemano y lo tenían todo planeado desde hacía tiempo y su internamiento fue el primer paso para deshacerse de él. ¿Fue, entonces, el diagnóstico falseado aprovechando una inestabilidad emocional perfectamente tratable? Peor aún, ¿no serían sus crisis nerviosas resultado de algún producto que le suministraba su mujer siguiendo las indicaciones de su amante?  Ahora lo veía claro. Quien entraba en su casa cada noche tenía llave, la que su mujer le había facilitado. ¿Sería, acaso, un matón a sueldo el que organizaba todo aquel revuelo? Si supiera que era su psiquiatra, solo o con ayuda de su mujer, quien montaba ese numerito para desequilibrarlo mentalmente, le saldría al paso, le plantaría cara, pero si era un vulgar maleante que actuaba por dinero, podía llegar a agredirle e incluso a matarlo si se veía acorralado. ¡Todo parecía tan irreal!

Se sentía totalmente indefenso, desprotegido. Había hecho desinstalar la alarma perimetral por los falsos saltos que constantemente se producían por culpa de los gatos y aves nocturnas, y no podía conectar la alarma interior mientras él estuviera dentro de la casa. Un perro guardián no serviría de nada. Un trozo de carne envenenada o un spray inmovilizador y el camino quedaría despejado. Sergio decidió, entonces, descubrir la identidad del intruso o de los intrusos por su cuenta y riesgo, sin la intervención de terceros. Si no quería volverse loco de verdad, no le quedaba más remedio que armarse de valor y, para ello, se compró un arma. Sería la única forma de hacerle frente al intruso. Solo un arma sería lo suficientemente convincente, aunque solo con pensar en un enfrentamiento con un desconocido le temblaban las piernas. Pero por la noche, por mucho que intentaba mantenerse despierto, le vencía el sueño. Debía ser por efecto de la medicación, pero no quería dejar de tomarla, no hasta saber el origen de todo aquello, podía ser peor el remedio que la enfermedad. Tras mucho cavilar, tuvo una magnífica idea: descubriría al autor o autores del allanamiento poniendo a grabar su videocámara antes de acostarse y visualizar, por la mañana, las imágenes registradas. Con ellas sí que podría ir a la policía.

Así lo hizo. Ocultó la cámara entre los libros que llenaban las estanterías del salón, en la planta baja. Era medianoche. Con una cinta de una hora de duración habría más que suficiente. Dejando, pues, la cámara grabando, se acostó con la seguridad de que al día siguiente descubriría al malhechor. 



Se despertó al alba. Había dormido mal. Tuvo pesadillas, de eso estaba seguro, pero no las recordaba. Cuando su mente se despejó, saltó de la cama para bajar al salón a toda prisa en busca de la cámara. El salón estaba totalmente destrozado. Los libros, cuadros, fotografías enmarcadas y demás objetos decorativos estaban desparramados por el suelo hechos trizas. Eso no era obra de una sola persona. Buscó frenéticamente la videocámara entre la montaña de objetos diseminados por todas partes. ¿La habrían descubierto y se habían llevado la prueba incriminatoria? Pero al fin apareció bajo uno de los sillones. Por fortuna estaba intacta y no parecía dañada. Sergio seleccionó el modo vídeo y pulsó Play. La pantalla se encendió mostrando un fondo azul. La cinta estaba al final de su recorrido. Tenía que rebobinarla. El tiempo parecía no querer avanzar. El sonido del rebobinado se le clavaba en el cerebro. Sostenía la cámara con mano temblorosa. La impaciencia y el miedo lo embargaban a partes iguales.

El clic del fin de rebobinado le sobresaltó. Le dio nuevamente a Play y esperó con el corazón saliéndole del pecho. Los minutos se sucedían sin que apareciera nada ni nadie en la pantalla. El salón estaba a oscuras, pero aun así se veía con bastante claridad gracias a la tenue luz que penetraba desde el jardín. De pronto percibió una sombra y tras ella un cuerpo que parecía padecer una deformidad por cómo se desplazaba. Se asemejaba a un animal de grandes dimensiones, del tamaño de un oso o un gorila. Volteaba por toda la estancia como enloquecido, agitando los brazos y dando zarpazos por doquier. Los gruñidos pasaron de ser roncos a agudos, con unas sibilancias terroríficas. Arremetía contra todo lo que encontraba a su paso. Pero ¿quién era ese ser monstruoso que se había colado, noche tras noche, en su casa? No podía verle claramente, quizá vestía un disfraz para evitar ser reconocido. Si por lo menos se acercara a la cámara…

Finalmente, esa criatura se dirigió hacia el mueble donde había escondido la videocámara. Con violentos manotazos, embistió contra él, haciendo saltar por los aires todo tipo de objetos, que se veían volar por delante de la pantalla. Se iba acercando a la cámara, su respiración se oía entrecortada por la excitación que le embargaba. Una gran sombra cubrió el objetivo, la luz del exterior quedó eclipsada por ese cuerpo enorme que se detuvo de repente ante el aparato. Lo tomó en sus manos y lo observó de cerca. Todavía no se apreciaba la cara a esa bestia. De pronto se dio la vuelta, quedando algo iluminada, pero agitaba la cámara de tal forma que la imagen resultaba imposible de visualizar con claridad. Luego, debió lanzarla al aire porque parecía hacer cabriolas mientras grababa el suelo, las paredes y el techo. Hasta que se detuvo y algo la cubrió totalmente. El fondo quedó oscuro hasta que se tornó azul al haber terminado la grabación.

El único modo de ver con nitidez a ese engendro, era deteniendo la imagen en el momento en que aquel miraba al objetivo. Sergio rebobinó la cinta hasta ese instante y pulso Play, para, acto seguido, darle a Pause. La imagen se congeló mostrando la cara de lo que fuera aquello que había protagonizado todas esas incursiones, la faz del autor material de esa locura.

Se puso las gafas y se acercó al ventanal para ver mejor la imagen que ocupaba toda la pantalla. Cuando la miró con atención quedó horrorizado. Aunque era una cara deformada por la cólera y la locura, la reconoció. Las piernas le flaquearon, todo a su alrededor se desdibujó y empezó a darle vueltas. No podía ser. ¿Cómo le podían haber hecho eso?

Sergio se quedaría solo. Para siempre. No podría volver con su mujer y sus hijos. Ni siquiera podría acercarse a ellos. No volverían a ver su cara. Porque esa cara, la que él había visto en aquella pantalla, era la de un monstruo.



Representación gráfica de "Los gatos de Ulthar", cuento de H.P. Lovecraft, escritor estadounidense de fantasía y terror (1890-1937). Imagen obtenida de Internet.


25 comentarios:

  1. La narración de los gatos, vengadores, aquí tiene una versión más tenebrosa. El monstruo, quien ha destruido a su familia, o cuanto menos su relación es él mismo.

    Precioso texto, una historia muy inquietante y bien descrita. Un abrazo grande, y feliz noche

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    1. Todos llevamos un mosntruo en nuestro interior; unos lo mantenemos inactivo y a otros les aflora, muchas veces por causas desconocidas, como es este el caso.
      Me alegro, Albada Dos, que esta historia te haya resultado inquietante.
      Un abrazo.

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  2. He tardado en sospechar.
    Muy bueno e intrigante relato.
    Un abrazo.

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  3. El cuento al que haces referencia no lo conozco. Tu texto me ha conducido por el misterio, la intriga. Lo que más me ha gustado ha sido el final, cómo desvelas quién era el intruso sin decir su nombre. Me ha encantado. Saludos.

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    1. Hola, Manuela.
      En realidad, el cuento al que hace referencia la ilustración no tiene nada que ver con la historia de este relato. Utilicé esa imagen porque me infundía una cierta desazón y me emitía un mensaje de misterio, como todas las obras de H.P. Lovecraft, para mí todo un maestro del género fantástico y de terror.
      Esta es la historia de un ser humano atormentado por conocer la verdad, creyendo que la maldad está fuera, en los demás, sin sospechar que procede de su interior perturbado.
      Me alegro que te haya encantado.
      Un abrazo.

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  4. Hola Josep, has creado un cuento realmente aterrador, con una gran dosis de suspense y que en mi visión cinéfila lo he vivido como un muy intenso cortometraje. En relación con las enfermedades mentales o degenerativas, me producen una profunda desazón por los estragos que causan en las familias cuando estas son incontrolables. Por suerte, otras veces son más controlables y consiguen mantener esos monstruos internos alejados de la vida cotidiana. Gran relato en cualquier caso de una ficción que es de lo que se trata en este caso. Un gran abrazo.

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    1. Hola Miguel. Pues si sabes de alguien que estuviera o estuviese interesado en hacer un cortometraje a partir de esta historia, solo tienes que decirlo y le cederé gustosamente los derechos para ello, jajaja.
      Lo peor, para mí, de las enfermedades mentales es no saber o poder discernir entre lo ficticio y lo real, la angustia que ello puede generar al enfermo que no reconoce que lo está y el rechazo (y temor) que provoca en los que le rodean.
      Muchas gracias por tus palabras.
      Un abrazo.

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  5. Aquí me tienes mi querido compañero de teclas poniéndome al blog-día y enfrentándome al solitario monstruo que has creado para nosotros :) Como siempre un fantástico relato que me mantiene pegada a la pantalla de principio a fin. Las enfermedades mentales me causan mucho respeto, creo que todos estamos más predispuestos a ellas de lo que pensamos... coincido con lo que comentas; todos llevamos un monstruo dentro... solo tiene que darse el desajuste bioquímico adecuado para que reine el caos mental... Un abrazo enorme y muy nipón ;)

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    1. Bienvenida a la vida bloguera y al país que te vio nacer, jajaja.
      La mente nos puede jugar muchas malas pasadas, incluso a los que estamos "sanos" (o por lo menos lo parecemos, jeje). Las intrincadas conexiones cerebrales pueden sufrir un colapso o un desajuste bioquímico que puede llevar al que lo sufre a una esfera totalmente irreal, creyéndose sus propias mentiras o alucinaciones. En el caso de mi pobre protagonista, aunque sospecha que algo puede no funcionar bien en su mente, le domina más la sospecha de que son los demás quienes quieren perturbarlo. Un esquizofrénico puede llegar a vivir hechos totalmente ficticios como algo real y tangible. ¿Qué habrá de verdad y de mentira en esa aparente confabulación entre su mujer y su psiquiatra? ¿Realmente llegó a contratar a un detective para descubrir la posible infidelidad de ella? ¿Se tomaba la medicación tal como creía? Lo único realmente cierto es que vivía en soledad, apartado de los suyos, y eso es lo peor que le puede ocurrir a un enfermo.
      ¡Un fuerte abrazo!

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  6. Creo que tu relato refleja lo que somos los humanos, bien es cierto que unos más que otros. Siempre nos vemos a nosotros mismos de forma muy diferentes a como nos ven los demás y a como somos realmente. Y creo que cuanto más monstruosas son las personas, con menos realidad se perciben. Hasta que algo o alguien, no siempre por desgracia, es capaz de ponerlas delante de su propia deformidad.
    Me ha gustado mucho el relato.
    Un beso.

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    1. Hay monstruos y monstruos: unos dañan al prójimo a propósito y conscientemente, y otros hacen daño a los demás y a sí mismos por culpa de un desequilibrio mental. En ocasiones, sin embargo, la línea fronteriza entre maldad y enfermedad es muy difusa.
      Me algero que te haya gustado este relato.
      Un beso, Rosa.

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  7. Como es habitual atrapas con el relato desde el primer momento, aunque sospeché el final, y acerté, no pude dejar de leerlo.
    Realmente los peores monstruos duermen dentro de nosotros y solo necesitan una excusa para aflorar al exterior y desestabilizar nuestro equilibrio.
    Digno de un lovecraft.
    Un abrazo.

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    1. Las opciones eran muy escasas, diría que solo habían dos: o le estaban haciendo "luz de gas" (no sé si conocerás la película, pues es muy antigua) o era él mismo quien, a modo de Míster Hyde, se convertía, por las noche, en un monstruo. Quería sembrar la duda, pero no podía descartar la previsibilidad. Ante ello, solo me quedaba la opción de hacer que el lector se entretuviera leyendo el relato, cosa que, al parecer, he logrado, jeje.
      Gracias por el elogio, pero Lovecraft escribía historias mucho más aterradoras y complicadas que esta, y era más serio que yo, jajaja.
      Un abrazo, amigo.

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  8. El monstruo más aterrador es el que se esconde dentro de nosotros. Un relato terrorífico, agobiante y demoledor al final. Narrado con buen suspense, y sin el recargado lenguaje de Lovecraft que es algo que siempre me ha alejado bastante de su narrativa. Lovecraft muy a menudo quiere dar tanto miedo que se pasa con las descripciones.
    En cambio, el tono que tú utilizas es ideal para esta historia. Un abrazo, Josep!!

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    1. Efectivamente, David, el peor de los monstruos es el que se alberga en nuestro interior y al que hay que contener a toda costa.
      Me alegra que este relato te haya parecido lo suficientemente terrorífico como para mentar a Lovecraft, como también ha hecho Francisco Moroz. Este autor me atrapó, en mi adolescencia, con los Mitos de Cthulhu. Nunca antes había leído algo igual, con un estilo fuera de lo habitual para mí, aunque reconozco que un tanto recargado.
      Muchas gracias, por tu visita y por tu comentario.
      Un abrazo!

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  9. Me gusta mucho como escribes interesantemente intelectual un abrazo desde el calor de Miami

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    1. Me alegro que mi forma de relatar mis historias te guste. Es lo único a que aspiro.
      Saludos.

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  10. Vaya sorpresa. Toda intrigada he leído el relato cada vez con más intensidad por lo bien que has mantenido el suspense para llegar a un final sorprendente. Pobre hombre, estaba peor de lo que creía el mismo.
    Fantástico y muy interesante Josep, me ha encantado.
    Un abrazo.

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    1. Me alegra que haya logrado engancharte, pero aun más haberte sorprendido, jeje.
      Muchas gracias, Elda, por venir a leerme y dejar tu amable comentario.
      Un fuerte abrazo.

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  11. Mantener el engaño hasta el final en un relato largo como este me resultó francamente imposible, jeje.
    Una mente perturbada puede ver lo que nadie más ve y lo que es real puede magnificarlo dándole un vuelco paranoico y perverso que acaba agravando su ya debilitado estado mental.
    Muchas gracias, Julio David, por tu lectura y tu comentario.
    Un abrazo.

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  12. Jolines, me has tenido en vilo toda la lectura, al final quería ser yo quien rebobinara y viera la cinta paa saber quién era el monstruo.
    A veces necesitamos ver las cosas desde fuera, léase una cámara, para conocer la cruda realidad.
    Has reflejado muy bien este estado paranoico del enfermo mental que ve conspiraciones a la vuelta de la esquina y cree que todos confabulan contra él.
    Genial.
    Un besote.

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    1. Desde luego, Paloma, ver las cosas desde fuera da una perspectiva muchísimo mejor de la realidad. Lo malo del pobre Sergio era que su mente se hallaba atrapada en un laberinto del que no podía salir.
      Debe ser terrible confundir lo irreal, lo ilusorio, con la realidad. En este sentido, la película "Una mente maravillosa", un drama psicológico protagonizado por Russell Crowe, me impactó muchísimo. Supongo que la has visto, de lo contrario no te la pierdas, aunque ya tiene sus años.
      Un beso real del todo.

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  13. Un relato genial Josep Mª, me ha gustado mucho. Mantienes en vilo hasta el final, aunque he de admitir que un poco antes del desenlace ya se me había pasado por la cabeza que quizá, el monstruo era él. A pesar de ese detalle creo que está todo en su sitio, jeje, aunque es una pena que él no superara nunca la enfermedad mental. ¡Un fuerte abrazo! ; )

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    1. Muchas gracias, Ramón, y a pesar de haber previsto el desenlace, me alegro que te haya gustado. Hasta cierto punto es lógica esa previsibilidad, tratándose de alguien que se supoene que está sometido a tratamiento y ha tenido episodios de alteración mental. Aun así, pensé que quizá sería capaz de crear una duda reazonable, haciendo sospechar al lector que incluso esas crisis habían sido provocadas por un complot entre los supuestos amantes y que todo había sido un montaje de principio a fin, pero ya veo que no, jeje.
      Un fuerte abrazo, compañero.

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