Una
sorpresa amorosa
Teodoro, Teo para los amigos,
es un joven singular y este calificativo le viene de lejos. De niño poseía dos
cualidades irreconciliables que le hicieron sufrir lo indecible: era
tremendamente enamoradizo y extremadamente tímido. ¿Cómo conjugar ambas cosas y
no ser desgraciado?
Su
primera experiencia amatoria tuvo lugar cuando contaba doce años de edad, un
amor de primero de ESO, al que no llegó a conocer hasta que el curso hubo
acabado. Y es que ese amor misterioso, anónimo, surgió de la nada después de unas
vacaciones de Semana Santa, con lo cual Teo solo tuvo un trimestre para llevar
a cabo sus averiguaciones y tratar de descubrir su identidad, tiempo este que le resultó
insuficiente. Teo tampoco era, pues, un lince.
Todo
empezó una tarde de finales de abril, cuando, justo antes de iniciar la clase
de literatura, encontró, al abrir su pupitre, una nota manuscrita en una
octavilla convenientemente doblada. Con una letra pulcra y delicada, alguien
había escrito:
Teodoro Montoro
No sabes cuánto te adoro
Y ello
seguido por un corazón pintado en rojo, con una flecha atravesándolo de lado a
lado. Todo un clásico.
─Pero ¿qué
es esto? ─dijo para sí el muchacho, asombrado y mirando a su alrededor.
─¿Dice
usted algo, señor Montoro? Si tiene algo que decir, hágalo en voz alta y así
todos nos enteramos.
─¿Qué?
¿Cómo? Ah, no, no, señorita Pitarque. Buscaba mi libreta de apuntes.
─Pues
dese prisa y cierre de una vez el pupitre que la clase ya ha empezado y usted
está en Babia, como siempre.
La
clase de literatura pasó sin que el aturdido Teo se enterara de casi nada de lo
que allí se decía. Solo iba rumiando quién sería la autora de ese poema con
aquella letra tan bonita y tan femenina.
─Aunque
no es muy original. Es un simple pareado ─volvió a verbalizar sin darse cuenta.
─Pues
no. ¿Cómo va a ser un pareado? ─bramó la profesora desde la tarima, mirándole
con ojos asesinos mientras señalaba la pizarra con furia─. ¡Es un cuarteto! ¿No
ve que hay cuatro versos y el primero rima con el cuarto y el segundo con el
tercero? ¡Pero si esto ya lo vimos el curso pasado! En fin, sigamos.
Pero
lo que siguió hasta finalizar la clase fue la tarea mental de Teo para lograr
adivinar quién le adoraba hasta el punto de escribirle esa nota versada. Por
mucho que miró a su alrededor, no observó ninguna cara mínimamente sospechosa.
Ningún rubor, ninguna sonrisa ni mirada cómplice. Nada de nada.
La
siguiente clase, la de religión, fue mucho peor. El padre Arrufat, que seguía
sin soportar la presencia de niñas en clase, volvió a tratar sobre el pecado
original. Era su tema predilecto, hablando de la expulsión de nuestros primeros
padres del Paraíso por culpa de la tentación sufrida por el pobre Adán y el
modo en que sucumbió a causa de una simple manzana que le ofreció Eva, la
tentación hecha mujer.
─Porque,
claro, ya sois mayorcitos como para saber que la manzana simboliza otra cosa,
no hace falta que os lo diga ¿verdad? ─Y barría con su mirada lasciva toda la
clase, mientras Teo, un poco avergonzado, abría la mano, que todavía cobijaba
aquel regalo inesperado, y veía cómo el papelito arrugado se transmutaba en una
sabrosa manzana que le decía “cómeme”.
Desde
aquel día, Teo no dejaba de espiar a sus compañeras de clase. En el patio, en el
aula, en los pasillos, hasta en la calle, a la salida, no dejaba de observar
sus movimientos. Su mirada las seguía a todas partes, excepto a los lavabos,
claro.
Pasó
una semana sin novedad en el frente. Hasta que volvió a ocurrir, pues otra nota
apareció, por arte de magia, en su pupitre. Sin duda la autora aprovechó un
momento de distracción de Teo o, mejor dicho, de aprieto, pues fue al volver
del servicio, aliviado de un sorpresivo apretón, cuando al abrir su pupitre la
vio. Esta vez, sin embargo, era un papelito rosa y ligeramente perfumado. Lo
tomó rápidamente y lo escondió en uno de sus bolsillos antes de que el profesor
de matemáticas lo advirtiera. Sólo faltaría que se lo hiciera leer en voz alta.
Pero
la fortuna no le sonrió y, al levantarse de su asiento a requerimiento del
profesor, que le llamaba al entarimado para que intentara resolver una ecuación
de segundo grado, se le cayó el papelito por el camino. Aunque Teo reaccionó
rápidamente, un compañero sentado en la primera fila, junto al pasillo, se le
adelantó y, visto y no visto, lo agarró al vuelo. A Teo le temblaron las
piernas y de su boca salió un lamento estertóreo, a la vez que el señor
Herrero, el profesor, exigió que se lo entregaran de inmediato. Pero ya era
tarde para el atribulado Teo. El alumno recoge-papeles ya lo había abierto y leído,
soltando una sonora carcajada.
El maestro,
por una vez en su vida académica se mostró discreto y sin inmutarse y, tras
leer la olorosa misiva, se la entregó a su propietario, quien, todavía sonrojado,
se la volvió a guardar. Ya la leería después. Pero no hizo falta esperar mucho,
pues al término de la clase, tan pronto como el profesor abandonó el aula, quien
se había hecho con la misiva voladora antes de tocar el suelo, quiso hacer
pública la dedicatoria.
─No os
vais a creer qué pone en ese papelito ─dijo en tono de burla─. Léelo, anda, que
se enteren todos.
Y
viéndose acorralado y que, de no hacerlo, se le avecinaba una sarta de
guantazos, el abochornado Teo no tuvo más remedio que acceder y con voz trémula leyó:
Teodoro Montoro,
No sabes cuánto deseo
Que acaricies mis rizos de oro
─Vaya
terceto más ridículo y, además, con una métrica de mierda ja, ja, ja.
Y toda
la clase coreó la gracia. Risas y pitos resonaron por doquier. Pero Teo resistió
como pudo el temporal. Solo quiso ver, entre todas las caras, cuál no se
burlaba de él. Pero, aunque vio alguna que solo esbozaba una ligera sonrisa
─¿quizá para disimular?─, no pudo sacar nada en claro.
De
camino a casa iba pensando en el modo de desenmascarar a la poetisa en ciernes.
Al menos iba mejorando, de un triste pareado se había atrevido con un terceto. Seguía
sin ser gran cosa, pero... ¡Rizos de oro! ¿Quién, entre todas las chicas de la
clase, era rubia y con el pelo ensortijado? Solo podían ser dos: Adela Candela
o Sonsoles Musoles. Lo bueno era que ya solo tenía un margen de error del
cincuenta por ciento, pues la lista de sospechosas se había reducido a solo
dos. Lo malo era que se trataba de las dos más feas de la clase.
Así
pues, haciendo caso a su escasa intuición, decidió no arriesgarse y olvidarse
del tema. Fuera quien fuese la que suspiraba por su amor, no le apetecía ser la
burla de la clase por bailar con la más fea.
De
este modo, pasaron los días con absoluta normalidad, hasta que otro poema hizo
aparición en el mismo lugar de siempre. En esta ocasión se trataba de un
cuarteto y, aunque más elaborado, no tenía muy buena pinta. Decía así:
Teodoro, no me seas timorato
Sígueme buscando con mucho más tesón
Solo conmigo conocerás la emoción
A menos que quieras pasar un mal rato
¡Ahora
resultaba que se ponía agresiva! ¿Qué significaba lo de pasar un mal rato? ¿Era
una amenaza? ¿Sería una acosadora?
Los
últimos días de curso, el pobre Teodoro pasó no solo uno sino muchos malos
ratos escudriñando a las dos rubias con pelo rizado de la clase, intentando ver
un atisbo de malicia en sus ojos, sorprendiendo a alguna de las dos dirigiéndole
una mirada perversa o una sonrisa irónica, cualquier cosa que sugiriera que era
su peculiar hostigadora. Quizá lo mejor habría sido ir de frente y preguntarles
a la cara quién de las dos le escribía aquellos mensajes. Pero si esa primera
parte ya le resultaba violenta, mucho peor sería tener de rechazar a su
pretendienta. Además, las dos eran unas chicas más altas y robustas que él, lo
cual aumentaba aún más su extrañeza. ¿Cómo podía, quien fuera su enamorada,
haberse fijado en él? Un bofetón de cualquiera de esas Valquirias podría hacerle
morder el polvo y despojarle de la poca seguridad que tenía.
El
curso llegó a su fin y con él también terminaron las cuitas de Teodoro. El
curso que viene ya se habrá olvidado de mí, se dijo. Al cabo de pocos días
marcharía de vacaciones al pueblo donde vivían sus abuelos. Hasta primeros de
septiembre. Así pues, aquí paz y después gloria.
Pero al
poco de haberse instalado en el pueblo llegó una carta. Era para él. El sobre y
el papel eran de color rosa y ambos desprendían un aroma empalagoso que Teo recordó
de inmediato. Subió corriendo a su habitación para leer, en la intimidad, lo
que en ella ponía. Volvía a ser un simple pareado escrito con la misma letra
primorosa que en las otras tres ocasiones.
Ya que mi identidad no has adivinado
Ahora seré yo quien corra a tu lado
Esta vez el poema llevaba firma. Solo ver de quién
se trataba, en oso Polar se convirtió, blanco por fuera y frío por dentro, y comprendió
que aquellas vacaciones no serían tan pacíficas y gloriosas como esperaba. No
se lo podía creer. En una semana, a lo sumo, estaría allí. Con él. Y no tendría
escapatoria.
Teodoro
nunca tuvo el don de la adivinación ni la cualidad de observador. Y por lo
visto, la memoria tampoco era precisamente su punto fuerte. Esos tres defectos
le habían llevado a cometer un grave, aunque comprensible, error de cálculo.
Nunca habría imaginado la identidad de quien había escrito todos esos poemas
que ahora se le antojaban ridículos y embarazosos. Nunca pensó en tal
posibilidad. En ese mismo pueblo también solía veranear el nieto del aguacil,
Arnaldo Montalvo, el alumno más gamberro y bravucón de la clase. Era alto, muy
corpulento y su cabello era muy rubio y rizado.
Una
súbita y aguda gastroenteritis hizo mella en el delicado cuerpo de Teo. Unos
terribles vómitos y una imparable diarrea obligaron a sus padres a llevarlo de
inmediato a un hospital, donde estuvo unos días ingresado, y, de allí, de
vuelta al hogar paterno, donde tuvo que hacer reposo y seguir una dieta muy
estricta. Nadie se explicó lo ocurrido. Nadie más en la familia ni en el pueblo
enfermó ni sintió unas mínimas molestias estomacales o abdominales. Aquel
verano se le hizo a Teodoro eterno, contando los días que faltaban para
reanudar las clases. Por fortuna no recibió ninguna carta más. Pero, ¿qué le
depararía el próximo curso? Solo con imaginarlo le volvían los retortijones.
Pobre acosado. Ha de ser aterrador pensar que alguien te quiere, pero no da la cara.El inicio del próximo curso será una reválida del corazón, y de la literatura.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz tarde
Para el pobre Teodoro, lo peor fue descubrir la identidad de su acosadora, que resultó ser un acosador y, para más desgracia, el tipo más duro de la clase. Yo no sé qué le espera el próximo curso, pero nada bueno, desde luego, jeje.
EliminarUn abrazo.
Te ha faltado el "continuará". No puedes dejarnos con estos nervios, Panadès.
ResponderEliminarUn abrazo.
La historia de Teo continuará, pero ha de pasar algún tiempo para poderos traer más noticias de su azarosa vida amorosa.
EliminarEspero qeu este personaje nos depare más anécdotas surrealistas, jeje.
Un abrazo.
Muy bueno. No he podido dejar de leer hasta el final. Esperamos la segunda parte. Feliz día
ResponderEliminarMe alegro, Rita, que esta historieta te haya gustado y enganchado.
EliminarUn abrazo.
Un relato fantásticamente narrado, Josep. Esas notas van pasando del verde esperanza al rojo sangre, o rubio en este caso. Una historia en la que enseguida empatizas con el pobre Teo, sentimos esa excitación por esos versos, breves pero que implican nada menos que pensar que le gusta a una chica. Y poco a poco ese relato rosa lo transformas en negro. Con esa amenaza rubio de sexo masculino, con vete a saber qué intenciones.
ResponderEliminarMe has traído a la mente algo parecido que me pasó en el instituto. En cierta ocasión recibí una llamada de teléfono, por supuesto, uno fijo. Era un chica que decía ser de un curso inferior al mío. Bueno, que si le gustaba, que si le parecía guapo, etc, etc. Imagina cómo se puso mi cabeza adolescente. Al final, semanas después descubrí que era un broma de unas compañeras de mi propia clase.
Un fuerte abrazo!!
Hola, David. No sabría decir qué es peor: ser ignorado y rechazado por la chica de tus sueños o ser objeto de acoso por parte de alguien a quien no deseas. Yo, en el caso de Teo, habría preferido que su amada fuera una de esas robustas mozas que el más robusto y pendenciero de la clase. Mejor recibir un sopato mayúsculo de la chica despechada que lo que le espera, jajaja.
EliminarVaya con la bromita de esas compis. Aun tratándose de una broma, algo habría de verdad en ello, jeje.
Muchas gracias por tu comentario.
Un fuerte abrazo.
El gran chasco, ja,ja,ja, sin duda la vida es dura. Pero la vida como nos muestras en tu hábil relato es experiencia, y Teodoro no la tiene aún. Podría haber sido una broma, podría como ha sido un chasco, pero deberá de aprender. Aunque ya se sabe, que el hombre suele tropezar sobre la misma piedra.
ResponderEliminarUn abrazo Josep, estupendo relato.
Pues sí, Miguel, los fracasos, incluidos los chascos, nos enseñan a afrontar la vida. Cuántos chascos amorosos me habrá llevado yo y aquí estoy, como si nada, jajaja.
EliminarMuchas gracias por tu tiempo.
Un abrazo.
Bueno el pobre Teo estaba predestinado a sufrir 'mal de poetas'. El tal Montalvo tenía muy mala baba y también muy mala métrica porque la calidad de los versos no era precisamente alta, pero tampoco nos vamos a poner exquisitos con alumnos de la ESO, ja, ja, ja.
ResponderEliminarEl que sí ha tenido una gran calidad has sido tú, querido Josep Mª. Y la métrica con los nombres y apellidos de los alumnos me ha parecido un punto irónico muy sutil.
Este cambio de registro con ese humor tan fino me ha gustado mucho, deberías prodigarte más en el género del humor, se te da muy bien.
Un besote.
Además de ser un poeta de tres al cuarto, el tal Montalvo tiene muy malas pulgas, así que no le arriendo las ganancias al pobre Teo.
EliminarLa vida tiene su lado irónico y hasta esperpéntico y echaba de menos un enfoque como este, sin duda mucho más duro que las andanzas amorosas de aquellos dos chavales tras su idolatrada "Mein Kampf", jeje.
Como espero poder seguir las aventuras y desventuras de este crío, quizá vuelva a hablaros de él en clave de humor, si es que no se me ofende y me lo prohíbe, jajaja.
Un beso.
Jajajajja ¡¡qué bueno, Josep, me parto con los nombres que has elegido para los protas!! Creo que en este relato haces gala de una vena gamberra que no te conocía y que me encanta :))
ResponderEliminarRespecto a la historia, algo de lástima me da el pobre Teodoro... ¡quién se iba a imaginar! Espero que un verano sea tiempo suficiente para que de un "estirón" y eso le de la seguridad y el aplomo que aún le faltan. Pararle los pies a su acosador inesperado requerirá de ambas cualidades.
He disfrutado mucho leyendo tu relato, por unos minutos he estado totalmente absorta en tus letras y en las desventuras de Teodoro :))
¡Un abrazo!
Esa vena gamberra debe formar parte del niño que todavía llevo dentro, jeje.
EliminarYo también espero que tras las vacaciones, nuestro Teo dé un estirón y además gane la confianza suficiente como para hacer frente a lo que le espera. Pero no sé yo, pues el episodio por el que ha pasado le habrá dejado en los huesos, jajaja.
Me alegro si he logrado hacértelo pasar bien a lo largo de la lectura. Qué hay mejor que leer y disfrutar, jeje.
Un abrazo, Julia.
Jajajaja, pobre Teo. Yo me imaginaba que era un chico pero no Ese chico.
ResponderEliminarLos nombres de los protas son geniales.
Feliz día.
Ahora no está mal vista esa inclinación, pero en la época en la que le tocó vivir esta experiencia a Teo, la cosa era muy distinta. Solo haría falta la intervención del padre Arrufat en ese conflicto, jajaja. Lo peor de todo es el chasco inesperado que resultó decubrir la identidad de su amoroso admirador. Me pregunto cómo saldrá del apuro nuestro amigo.
EliminarUn abrazo y, ya puestos, feliz semana :)
Jajaja, que bueno Josep, yo me estaba inclinando a que el de la nota era un niño gay, pero sin embargo era un gamberro que le hizo pasar malos ratos.
ResponderEliminarMe ha recordado lo de la nota, cuando yo era una imberbe adolescente, me dejó un chico una en el suelo de una iglesia donde había ido con mi madre, y no sé como me pude escabullir a la salida para ir a recogerla, y solo decía: yo también me estoy aburriendo, jajaja, ¡menuda declaración!.
Tantas anécdotas a esas edades en aquellos tiempos!! tan simpáticas como esta que nos has dejado y me ha encantado leer.
Un abrazo Josep.
Pues yo creo que es las dos cosas a la vez. No todos los gays son amanerados, algunos tienen un físico varonil. ¿No has visto películas en las que aparecen moteros del tipo Ángeles del Infierno, con aspecto de tíos duros, y en cambio son gays? Pues eso, jeje.
EliminarJajaja, qué buena anécdota la de la nota. Y qué chasco también. ¡¿Será posible tal sosería!?!
El chasco de Teo fue también morrocotudo.
Muchas gracias, Elda, por tu visita y por tu simpático comentario.
Un abrazo.
Me ha encantado el relato. Me he reído mucho con los nombres que hacen pareado con los apellidos. Es buenísimo y para nada me imaginé que el personaje rubio y rizoso fuese otro chico, pero creo que es genial.
ResponderEliminarEntiendo el malestar del pobre Teodoro Montoro, aunque yo le recomendaría que indagara un poco, igual descubre que el amor de Arnaldo Montalvo está hecho a su medida.
Un beso.
Pues quién sabe, Rosa, quizá al final resulta que están hechos el uno para el otro, jajaja.
EliminarSi se entera el cura de religión, igual los envía a una sesión de terapia reparadora, jajaja.
Me alegro que te lo haya hecho pasar bien.
Un beso.
No sé, no sé, pero todo es posible. Yo creo que tras la máscara de tipo duro, ese acosador tiene una cara mucho más "sensible", jeje.
ResponderEliminarUn abrazo, Julio David.
Muy buena historia para un continuará. Dejas una impronta de humor excelente y debes de escribir más relatos así. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Mamen, por tu valoración. Escribir humor no resulta fácil, así que tendré que esperar otra ocasión propicia para seguir hablándoos de Teo, jeje.
EliminarUn abrazo.
Jajajaja, muy bueno Josep Mª,... quizás Teodoro debería saber que no hay amor feo, si es querido con deseo
ResponderEliminar;)
Jajaja. Teodoro todavía tiene que aprender muchas cosas. Esta fue su primera experiencia amorosa y, como tal, sorpresiva, jeje.
EliminarUn abrazo.
No sé muy bien por qué, pero...intuía que podía ser un chico. Menos mal que no se enteró Arrufat. Me ha gustado mucho el relato, molan mucho los nombres y apellidos elegidos jejeje... pero me ha chirriado un poco que los pupitres se abran en la ESO ¿se siguen abriendo?... yo es que me quedé en la EGB cuando sí se abrían y ahora me pierdo un poco jajaja
ResponderEliminarUn abrazo grande y sabático compañero de teclas.
Veo que eres muy perspicaz, compañera, y eso seguro qeu es debido a tanto viajar y bichear, jajaja.
EliminarY en cuanto a la vida de Teo, todo es posible y todo chirría, jeje.
Muchas gracias por leerme y por tu comnetario.
Un abrazo.
Sinceramente me ha encantado tú relato, con ese toque poético, y recordar aquellos años en los que los pupitres se abrían, lo he visto en las películas españolas en blanco y negro, madre mía, porque yo no las llegue a conocer.
ResponderEliminarLo que me ha hecho gracia es ver como el pobre de Teo, descubre que su amada no es amada si no un bromista que le ha gastado una broma costa del amor y con esa edad, pobre y se pone malo y todo, no me extraña y mas cuando a quien se enfrenta es un poco brutote.
Espero que hayan mas aventuras parecidas a estas, porque me ha resultado muy agradable leer tú relato.
Un abrazo
TERE
Muchas gracias, Tere, por tu comnetario tan entusiasta, pero yo no tengo tan claro de que todo haya sido obra de un bromista, quizá ese muchachote alto y rubio tenga tendencias distintas a las del resto de sus compañeros, jajaja.
EliminarMi intención es seguir, de vez en cuando, con las aventuras y desventuras del pobre Teo. Veremos qué sale, jeje.
Un abrazo.
jajajja pobre Teodoro Montoro No sabes cuanto te adoro. Lo de las rimas con los apellidos tiene mucha enjundia. En mi clase había un muchachillo de la misma edad que tu Teodoro, de apellido Bezoya, lo tenían frito al pobre.
ResponderEliminarOye Josep Mª... que me he imaginado la cara del cura recorriendo con la mirada furiosa la clase mixta.
También hablas, aunque en tono risueño, de una época en que los niños de tendencia diferente eran unos apestados sociales, y todo tenía que hacerse a escondidas, hasta las declaraciones de amor en papelitos rosas.
Muy visual tu relato. Sigue contándonos las aventuras de Teo ¿vale?
Un abrazo.
Pues una de esas combinaciones de nombre y apellido con rima, concretamente el de una de las posibles admiradoras, es auténtico. Si me he permitido usarlo es porque dudo muchísimo que su poseedora pueda leer este relato, aunque tampoco podría ofenderse, pues es tal cual y ella misma se había quejado en más de una ocasión de que sus padres le pusieran ese nombre de pila a ear de su apellido, jajaja.
EliminarCuando yo cursaba bachillerato elemental (en mi época había dos niveles de bachillerato: el elemental -de los 11 a los 14 años- y el superior -de los 15 a los 16- y luego el curso preuniversitario) los colegios religiosos no eran mixtos, pero tuvimos a un cura de profesor de religión que consideraba a las niñas como el maligno. Una vez nos pilló con la ventana de la clase abierta (era verano) silbando a unas niñas que pasaban por la calle y nos reprendió de un modo increiblemente feroz. En él me he inspirado, jajaja.
Aunque este relato transcurre unas cuantas décadas más tarde que mi experiencia escolar, una tendencia sexual distinta a la "normal" todavía era objeto de censura y escarnio, motivo por el cual se ocultaba en un armario cerrado bajo llave.
Espero enterarme de más cosas de Teodoro, para seguirlas compartiendo con todo/as vosotro/as.
Un abrazo.
Me has hecho reír con las aventuras azarosas y abochornantes de este pobre muchacho. No se si tu relato tiene alguna base real (a parte de la inspiración del cura) Pero alguna situación parecida seguro que se ha dado y se da, con respecto al tema de la atracción por el mismo sexo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Reír es muy sano. Por lo tabto, me alegra que lo hayas hecho, jeje.
EliminarYo nunca tuve un "admirador" en le colegio y, para mi desgracia, ni siquiera una admiradora en la Universidad, jajaja. Salvo el contexto "académico", nada está inspirado en hechos reales vividos por mí, pero quizá más de uno podrá verse reflejado en esta historieta.
Un abrazo, Javier.
Nos has mantenido en la intriga hasta el final. Me ha gustado me lleva a los años aquellos en que los problemas eran muy distintos a los que tenemos ya de mayores, pero problemas y quebraderos de cabeza que eran reales. También me ha recordado mis enamoramientos platónicos (jeje), qué tiempos aquellos. Por cierto, me da pena el chico que le escribía los anónimos, qué difícil lo tenía sea en la época que sea pero más en aquellos años.
ResponderEliminarSAludos.
Hola, Manuela. Ciertamente se dice que cuando los hijos crecen, los problemas crecen, pero de niño hay muchos problemas que, si bien para un adulto no lo son o son menores, tienen una gran dimensión. Esta historia, aun con la carga de ficción y humor que le he dado, no deja de reflejar una problemática que, en mis años de colegio no se daba o no se manifestaba. Y si hablamos de esos dos chavales, Teodoro Montoro y Arnaldo Montalvo, no sé por cual sentir más pena, la verdad, pues ese tal Montalvo creo que va en plan duro y avasallador, jeje.
EliminarUn abrazo.
Hermoso y sorpresivo cuento que me ha gustado y cuyo desenlace no está alejado de estos tiempos. Sin embargo, en el contexto general se da un desconocimiento casi absoluto del sistema educativo -no hay literatura en primero de ESO, no hay materia de literatura en la ESO- y de las relaciones y del ambiente en un curso real. Las relaciones con los profesores son de hace cincuenta años, ahora no es así. El cuento es espléndido pero padece una descontextualización real. Josep Mª escribe sobre contextos -en este caso- que desconoce. El final es magnífico pero un gay no escribiría así a otro presunto recipiendario de sus mensajes. Creo que este cuento está seriamente descontextualizado pero tiene una potencialidad magnífica. Un fuerte abrazo, no tomes mi comentario como una agresión porque no lo es.
ResponderEliminarHola, Joselu. Acepto con toda humildad tu crítica. Claramente, el problema estriba en la época en la que supuestamente se dearrolla la historia. Mi idea original fue tratarla desde la perspectiva de mi época de bachillerato elemental, de hace más de 50 años. Al trasladarlo a una época mucho más reciente, tanto la ESO como la EGB ya me quedan fuera de mi órbita, de ahí esa incongruencia. Prefiero, pues, quedarme con tu apreciación sobre la historia en sí. Y la verdad, no sé qué decirte sobre cómo escribiría un gay a otro compañero del que estuviera enamorado. Aparte de que no creo que haya un sistema al uso, esta es una historieta de humor y, como tal, casi todo vale.
EliminarNo tomo, por lo tanto, tu comentario como una agresión, sino más bien como una evaluación por parte de alguien que ha sido profesor de literatura, jeje.
Un abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarDel terror del tío de la mirilla a la sonrisa que provoca Teodoro Montoro!!!
ResponderEliminarUn placer leer algo así después de un día duro.
Un abrazo.
Me alegro que las vicisitudes de Teodoro te hayan provocado una sonrisa. Mejor reír que llorar, jeje.
EliminarUn abrazo.
Hola Josep Maria,
ResponderEliminarNo había leído esta primera parte, :) Así que lo remedio.
Pobrecito, no solo por el chasco que se llevó sino por el miedo que pasó el chico.
Genial y divertido relato, voy a leer ya mismo la segunda parte.
Un beso.
Hoy día quizá lo habría llevado mejor, pero en aquella época resultaba una experiencia inesperada, je,je.
EliminarMe alegro que lo hayas pasado bien con las andanzas sentimentales de Teo.
Un beso.