No llegaré a cumplir los cincuenta. Esta
enfermedad acabará conmigo en pocos meses. Llevo ya tres años entrando y
saliendo del hospital. Mi aventura parisina tuvo la culpa, pero aun así no me
arrepiento de nada.
—Eric, ¿con quién
hablas, cariño?
La voz de Sonia me saca
de mis cavilaciones.
—Con nadie, querida.
Hablaba conmigo mismo.
Cada vez lo hago con
más frecuencia. Es un hábito que adquirí durante mi convalecencia en Marruecos,
postrado en la cama con un agujero en el cuello, y que ahora he vuelto a
recuperar. Repaso las distintas etapas de mi vida. Y aunque, como he dicho, no
me arrepiento de mis actos, reconozco que mi carácter aventurero me llevó a
vivir situaciones muy difíciles y arriesgadas.
En general, no puedo
quejarme. He sido lo que se llama un hombre de mundo. He vivido dos guerras y, como
premio a mi audacia, recibí una herida de bala que aún perdura, como perduran los
recuerdos.
Cuando contaba con dos años
de edad, mi madre, mi hermana Marjorie y yo abandonamos Motihari para ir a
Inglaterra, la tierra natal de mi padre, a quien no volví a ver hasta dos años
más tarde. Fue por un brevísimo periodo de tiempo, pero suficiente para dejar a
mi madre encinta de la pequeña Avril. Ya no le volvería a ver hasta muchos años
más tarde. De él y de aquella colonia británica que me vio nacer poco puedo
decir. De esa época apenas me queda una nebulosa de recuerdos. Inglaterra pasó
a ser nuestra patria de acogida.
Durante mi adolescencia,
viví cinco años en Birmania sirviendo en la Policía Imperial, tras los cuales
retorné a Inglaterra con la pretensión de ganarme la vida como periodista y
escritor.
Más tarde vendría mi aventura
parisina. Mi alma inquieta e inconformista me llevó a la ciudad de la luz en
busca de una vida nueva y más estimulante. Mi vida bohemia acabó cuando mis escasos
recursos económicos me llevaron a vivir en la indigencia. Pero era joven e
idealista, y esos ideales me empujaron a luchar contra la injusticia social y
el totalitarismo, y a combatir el fascismo sobre el terreno.
Ello me llevó hasta España,
en plena guerra civil, luchando en el bando republicano, una experiencia que me
causó desesperanza y frustración ante las falacias del comunismo, y el amargo
recuerdo de una contienda que acabaron ganando los rebeldes. ¡Qué paradójico! Fui
a matar fascistas y acabé tiroteado por los comunistas. Desde entonces, el
totalitarismo ha inspirado mucho de lo que he escrito.
Tras vivir seis meses
en Marruecos, hasta estar totalmente recuperado, regresé nuevamente a Londres. Muchos
lugares y en ninguno eché raíces.
Debía tener unos treinta
años cuando escribí mi primera novela. Por aquel entonces salía con Eileen, con
la que me casé tres años después. Nuestra relación se deterioró cuando vio que
no podíamos tener hijos. La adopción del pequeño Richard debía haber sido la
solución, pero no fue así. Hace tiempo que no le veo, desde que me volví a casar
con Sonia.
Sin duda, el mejor
recuerdo que guardo es mi estancia en Escocia, hace de eso unos cinco años. Necesitaba
un retiro espiritual, como suele decirse. Eileen y yo acabábamos de adoptar a
Richard y me sentía agobiado. Quise poner distancia para reflexionar sobre
nuestro futuro como pareja y el mío como escritor. Así que me trasladé a
Aberdeen, donde alquilé una casita a las afueras. Transcurrían las semanas y no
había forma de arrancar la que sería mi quinta novela. Quería escribir una
sátira sobre la revolución marxista, pero no acababa de cuajar. Pero una noche
se hizo la luz.
Estaba intentando
conciliar el sueño cuando desde la granja de mi vecino se oyó una tremenda
algarabía. Pero nadie hacía acto de presencia. Un zorro o un gato montés debía haber
entrado en el establo donde Alistair Henderson, el propietario, mantenía a sus
animales a buen recaudo. Se oían relinchos, balidos, gruñidos y mugidos. Me asomé
a la ventana. Solo pude ver al Border collie del señor Henderson ladrando
frente a la puerta del establo.
De pronto volví a
sentirme miembro de la Home Guard británica, tomé mi fusil Mannlicher
M1895, que por fortuna había traído conmigo, y salí en plena noche a plantarle
cara a quien fuera que se había colado en el establo. Quizá no fuera un animal
sino un ladrón que pretendía hacerse con la pareja de Clydesdale, los más cotizados
caballos de tiro británicos, según me había dicho Alistair cuando un día le vi
sacándolos de la cuadra.
Mientras me dirigía raudo
y armado hacia la granja, pensé que yo no era quién para meterme en ese
berenjenal, que quizá debería alertar al bueno de Alistair, pero, por otro lado,
el hombre ya era muy mayor para hacer frente a unos ladrones que, a bien
seguro, también irían armados. Y aunque trajera consigo su vieja carabina, lo
más probable es que saliera mal parado del encontronazo. Así pues, confiando en
mi inmejorable puntería, me dispuse a hacer frente al culpable o culpables de
aquel alboroto.
Una vez frente al
establo, di una fuerte patada a la puerta. Pero no se abrió. Si alguien la
había cerrado por dentro es que el intruso era un humano, pero de pronto
recordé que se abría hacia fuera. Sin duda los nervios me traicionaron. El caso
es que de pronto se hizo el más absoluto de los silencios. Parecía que los
animales habían enmudecido, solo pude oír algunos balidos y un bufido equino.
Abrí, entonces, la puerta con cautela, esta vez en el sentido correcto, sin
dejar de apuntar hacia el interior que, sorprendentemente, estaba a oscuras
cuando hacía tan solo unos segundos había luz en su interior. Supuse que el
intruso, solo o acompañado, la había apagado tras mi estruendosa patada y se
mantenía agazapado en algún rincón. Esa situación me recordó mi lamentable experiencia
cuando, en el 37, recibí el disparo en el cuello en una noche sin luna. Solo
tenía dos opciones: dar media vuelta y alertar al propietario, y que a su vez
llamara a la policía, o tener arrestos suficientes para echar a los intrusos.
—¡Salgan con los brazos
en alto! ¡Voy armado! —grité.
Solo unos cuantos
tímidos berridos rompieron el silencio.
—Si se van por las
buenas, les prometo que no los denunciaré —mentí.
Ninguna reacción, salvo
unos pateos y bufidos. Los caballos debían estar nerviosos. Algo tenía que
hacer, no podía seguir así toda la noche. Entonces recordé donde estaba el
interruptor, lo había visto cuando Henderson me enseñó el establo por primera
vez. No lo pensé dos veces, corrí agachado hacia donde estaba situada la
palanca y la accioné. Temí que una ráfaga de disparos acabara conmigo tan pronto
como se hiciera la luz. Pero no ocurrió nada. Al darme la vuelta vi que todos
los animales me estaban observando como si vieran una aparición. Parecía que me
miraban con malos ojos por haber interrumpido algo muy importante. Me sentí tan
violento, que de mi boca salió un “perdón, es que…”. ¿Perdón? ¡Por Dios! ¿Acaso
me había vuelto loco? Pero cuando, tras cerciorarme de que allí no había nadie
más que yo, me dirigía hacia la puerta, oí un vozarrón.
—Ni se te ocurra
contárselo al amo. Esto debe quedar entre nosotros. De lo contrario, te
arrepentirás —era uno de los cerdos quien así habló. Y a continuación una de
las vacas lecheras tomó la palabra.
—Vosotros los humanos
os creéis con derecho a esclavizarnos. Hasta ahora hemos sido muy
complacientes, os hemos ayudado en el campo, ¿verdad chicos? —dijo mirando a
los dos Clydesdale, quienes balancearon la cabeza en señal de aprobación—, os
hemos alimentado a costa de nuestra lecha e incluso nuestra propia vida —eso,
eso, gritaron los cerdos y las ovejas—, por no hablar de la mejor lana Shetland
—voceó un carnero con cara de malas pulgas—. Y ya estamos hartos del maltrato
al que estamos sometidos. ¡Viva la revolución! ¡¡Viva!! Corearon todos.
Me sentí mareado. ¿Me
estaba volviendo loco? No podía ser el efecto de la altitud, Aberdeen solo está
a unos veinte metros sobre el nivel del mar. Me quedé paralizado. Viendo que no
me movía, el carnero se cabreó y quiso embestirme. El resto de animales lo
imitaron.
Corrí tan veloz como
mis piernas me lo permitieron, hasta que tropecé, perdí el arma y me vi en el
suelo totalmente indefenso. Cuando creía que iba a ser pateado y despedazado,
un fuerte estruendo me sobresaltó.
Me desperté empapado.
Mi corazón latía desbocado y sentía un doloroso martilleo en las sienes. Al
cabo de unos segundos comprendí qué me había pasado. La contraventana golpeaba
con furia el ventanal. Eso fue lo que me despertó de esa maldita pesadilla. Aun
así, me levanté de la cama y me asomé al exterior. La granja y el establo
estaban totalmente a oscuras. El único sonido audible era el del viento
huracanado. Atranqué bien la contraventana y volví a acostarme, pero ya no pude
conciliar el sueño. Una idea empezó a rondarme. Ya tenía un argumento para mi
novela.
A la mañana siguiente,
tras el desayuno, me puse a escribir. Nunca suelo poner título a mis obras
antes de introducirme en la historia que quiero contar, pero en este caso hice
una excepción. Lo tenía muy claro. La titularía “Rebelión en la granja”.
Este relato es una adaptación libre de la vida
y figura de Eric Arthur Blair, más conocido literariamente como George Orwell (Junio
1903 - Enero 1950), fallecido a causa de una tuberculosis.
Gran homenaje a Orwell, Josep. Muy buen relato. Mucha suerte 😉
ResponderEliminarMuchas gracias, Marta, me alegro que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
P.D.- Este relato no participará en el concurso de El Tintero de Oro, pues, aunque verse sobre la figura de Orwell, excede con creces la lomgitud requerida.
Muy buena esta interpretación tuya de esa genial obra. Desde luego si los animales hablaran nos pondrían más que verdes. Somos el ser más destructivo de la creación. ¡Ojalá esto sirviera para tomar conciencia!
ResponderEliminarUn abrazo, Josep.
A mí el único animal que me tiraría piropos es mi perro. Nos queremos incondicionalmente, je,je.
EliminarPero es cierto que si algunos animales pudieran hablarnos, el calificativo más sueva que nos aplicarían sería el de asesinos.
Un abrazo, Rita.
Genial recreación de la vida de George Orwell que fue bastante movidita para lo corta que resultó.
ResponderEliminarMucha suerte en el concurso. Yo, como la vez anterior, hago la reseña del libro. La verdad es que ha sido ahora cuando me ha dado por meterme a indagar un poco en la vida de Orwell y me he quedado pasmada de lo mucho que vivió y padeció el pobre. Y aún así, he tardado en saber que hablabas de él.
Un beso.
Solo vivió 46 años pero muy bien (y muy mal) aprovechados, según dónde y cuándo se indague.
EliminarComo le he dicho a Marta, más arriba, aunque pueda parecerlo, este relato no participa en el concurso. Si bien cuando empecé a escribirlo esa era mi intención, el texto fue creciendo de tal modo que comprendí que excedería mucho de las 900 palabras exigidas. La versiós que has leído era la primigenia, con más de 1800 palabras, pero he accedido a la propuesta de David y lo he reducido hasta las 1600 para que, al menos, pueda aparecer en el Magazine como relato adicional. Y visto el resultado de la poda, y aunque esté mal decirlo, creo que ha mejorado un poco.
Un beso.
Has escrito un buen relato de Orwel. Josep no te has pasado de palabras para el relato. O lo envías como la biografía. Un abrazo-
ResponderEliminarPues sí que me he pasado, y mucho, en el número de palabras y, como castigo, no participaré en el concurso, je,je. Será más bien como dices, una reseña biográfica con tintes de ficción.
EliminarUn abrazo.
Estupendo texto Josep. Has hilado muy fino y casi a modo de road-movie cinematográfica nos has introducido en la vida de Orwell y en ese libro que ya es historia de la literatura universal.
ResponderEliminarGenial aporte para Relatos en su Tinta y para tus Retales de una vida.
Un gran abrazo.
Hola, Miguel. Si Orwell levantara la cabeza me llamaría embustero o, en el mejor de los casos, inventor de pacotilla, je,je. No tengo ni idea de lo que inspiró a George Orwell para que escribiera ese famosísimo libro, al margen de sus ideas antitotalitarias. Pero creo que mi invención mejora o hace más divertida la realidad, ¿no crees?, ja,ja,ja.
EliminarEste relato, por su excesiva longitud, se quedará como uno más de mis Retales, aunque abusando de la magnanimidad de David Rubio, es posible que sea incluido, como relato adicional y paralelo, en la publicación del Magazine.
Un fuerte abrazo.
Yo no he leído el libro, pero la interpretación que has hecho con este relato me ha parecido estupenda. Al principio pensé que la historia iba ir por otros derroteros, hasta que empezaron hablar los animales, :))).
ResponderEliminarUn placer y un abrazo.
Esos animales, o mejor dicho soñar con ellos y sus reivindicaciones, fue lo que le inspiró a mi personaje, una especie de alter ego de Geroge Orwell, para escribir "Rebelión en la granja", una sátira sobre cómo una revolución para liberar a los oprimidos (los animales de una granja que acaban expulsando a los humanos) se acaba conviertiéndo en una tiranía. No sé qué opinaría Orwell de mi relato si resucitara, pero como eso no es posible me quedo tranquilo, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo, Elda.
Debe estar bien eso de acostarte preocupado por tu sequedad de inspiración para escribir, y despertarte de un sueño con la idea servida para ponerte a escribir.
ResponderEliminarBuen relato.
Un abrazo.
Pues sí, yo a lo sumo he llegado a idear una historieta mientras estaba en un estado de sopor, je,je.
EliminarMuchas gracias, Chema.
Un abrazo.
Increíble cómo has hilado, con unos datos de la vida del autor, un texto tan estupendo. Me ha encantado imaginar ese sueño como germen de Rebelión en la granja
ResponderEliminarUn placer leerte. Un abrazo
Creo recordar que es la segunda vez en mi vida que algo algo parecido. La primera fue con una redacción que tuve que hacer en el colegio sobre la vida del escritor Àngel Guimerá. Entre la biografía que consulté y un poco de imaginación salió un texto bastante aceptable y que acabó siendo premiado, je,je.
EliminarUn abrazo.
Me ha gustado mucho tu original forma de plantear esta biografía de Eric Arthur Blair, conocido como Orwell, donde se entrelazan otros datos relativos a su famosísima obra: "Rebelión en la granja".
ResponderEliminarDecía que me ha gustado tu narración, porque de una forma coherente y fluida, me ha sabido atrapar hasta el final donde la fantasía del sueño termina con la consciencia de la realidad.
Resumiendo su estructura, creo que la introducción biográfica ralentiza la lectura, aunque tu habilidad la ha suavizado; consta de un nudo donde se menciona la obra y a partir de aquí es cuando encuentro fascinante el desenlace donde se acelera el ritmo y la imaginación, para retomar nuevamente la biografía.
Un fuerte abrazo, amigo Josep.
Suponía que la primera parte, más expositiva, en la que recuerda los mayores hitos de su breve vida podía resultar un peñazo, ja,ja,ja, a pesar de ser la única fiable de todo el relato. Escribir un relato biográfico en pocas palabras no es fácil, diria yo, por el motivo que acertadamente expones. Aun así me pareció imprescindible comerzar la historia de ese modo retrospectivo. Me satisface, por lo tanto, que, teniendo ese inconveniente en cuenta, no te haya resultado un muermo, je,je. La segunda parte, por supuesto, es pura fantasía, pero no estaría nada mal que nuestros sueños, aunque fueran pesadillas, nos alimentaran la inspiración.
EliminarUn fuerte abrazo, Estrella.
Hola.
ResponderEliminarMe ha encantado este relato. Me encanta Orwell y me imaginaba que hablabas de él, y a pesar de saber este dato me has enganchado. La forma en que le llega la inspiración para escribir "Rebelión en la granja" está muy muy bien trazada.
Enhorabuena, he disfrutado un montón.
Hola, Gemma. Me alegro que te haya enganchado esta historia medio real medio inventada. Debe ser alucinante que los animales se rebelen ante los excesos humanos, je,je.
EliminarUn fuerte abrazo.
Me ha encantado tu relato Josep, leyendo en vilo hasta que el cerdito comenzó a hablar. Una pena que George Orwell muriese con 47 años..
ResponderEliminarAbrazos.
El cerdito lo cambió todo, desde luego, ja,ja,ja.
EliminarMe alegra que te haya gustado esta historia inspirada en George Orwell. La de novelas que habría llegado a escribir si hubiera vivido más.
Un abrazo.
Qué intriga ¡¡¡ a mí me encantaría entender a los animales pero sufriría mucho porque tienen muchas crueldades que contar.
ResponderEliminarSAludos.
De hecho, los animales tienen muchas razones para rebelarse contra los crueles humanos. Y los humanos tenemos razones más que suficientes para rebelarnos contra los déspotas poderosos.
EliminarUn abrazo.
Me asombro de la iniciativa que tenéis, a mi me sacan de los relatos y cero patatero.
ResponderEliminarMe ha encantado esta recreación Josep, muchas gracias por compartirla, y pena que no participes en el concurso snif.
¡Lo que ha dado de sí Rebelión en la granja!
Un fuerte abrazo.
Pero si tú eres una relatora magnífica. Podrías intermediar en el conflicto catalán, ja,ja,ja.
EliminarAhora en serio, tu estilo (y no pretendo hacerte la pelota, no es mi estilo) es excelente. Tienes un don especial para la narrativa y tus relatos son fuera de lo normal, con un estilo que no sabría definir, pero que merece un sobresaliente.
Aunque lo he pensado en varias ocasiones y me lo han sugerido, no me veo escribiendo una novela, prefiero los relatos breves.
Si no participo esta vez en el concurso es porque, al ponerme a escribir esta historia, vi que daba para mucho más que las 900 palabras necesarias para cumplir con el requisito y preferí dar rienda suelta a mi imaginacion y explayarme un poco más de lo habitual. De hecho, el relato original era incluso más largo.
Y sí, las rebeliones dan para mucho, ja,ja,ja.
Un fuerte abrazo, Isabel.
Un resumen muy ameno sobre parte de la vida de Orwell. No sé a ciencia cierta si tu relato es ficcionado es 100% real. Pero sí que te ha quedado la mar de ameno, entretenido e ilustrador.
ResponderEliminarComo dice Tara: lástima que no participes.
Un abrazo.
Me alegro de que lo hayas encontrado ameno. El relato es 100% real hasta llegar al retiro escocés del protagonista, que nunca tuvo lugar, al menos que yo sepa, pero le he dado un toque novelesco convirtiéndolo en un soliloquio de Orwell en sus últimos meses de vida. La historia con la granja es, por supuesto, totalmente imaginaria, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo, Javier.
Un homenaje digno del autor y expuesto de tal modo que engancha mucho. A intervalos, si no hubiera sido por ciertos guiños a la novela, me parecía que la historia se independizaba de la biografía para hacer su propio camino. Genial, Josep, a veces, o casi siempre, una historia es mucho más efectiva que una explicación de los hechos, sobre todo si se tiene tu destreza para contar historias.
ResponderEliminarMe gustó mucho, y me sorprendió cuando los animales empiezan a hablar, en ese momento me he dicho a mí mismo si no era yo el que estaba perdiendo la cabeza, je, je.
Celebro esta genial iniciativa, Josep, un abrazo grande.
Intenté meterme en la vida del autor utilizando aquellos pasajes que más me han llamado la atención para darle un toque biográfico-novelesco, a modo de una autobiografía novelada. Menos mal que sus descendientes no leerán esta entrada, porque me arriesgo a una querella por intrusismo o por falta de permiso, ja,ja,ja.
EliminarMe congratula que te lo hayas pasado bien leyendo esta elucubración mental de un servidor.
Un fuerte abrazo, Pepe.
Jajaja aquí estoy riéndome sola. Voy a contarte lo que me ha pasado con este relato compañero. El título me daba pistas, pero no conocía nada de la vida de Orwell. Comencé a leerte y me parecía un relato diferente,... pero conociendo tu estilo por algún lado giraría la historia. Así que cuando escuché el vozarrón... te prometo que he pensado que alguien se había zumbado a una oveja jajajaja. Al hablar el cerdo, me reí mucho, lo entendí todo y te releí con otros ojos. Me ha gustado mucho compañero, me gustan las biografías noveladas... vaya vida la del Sr Orwell,... breve, pero viajera y bélica-movidita...Gracias por compartir.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Te parecía un relato demasiado serio o formal para ser mío, ¿no?, je,je. Como me ha dicho hace poco un compañero bloguero, cuando se aclara una duda que te tenía con la mosca detrás de la oreja y se hace una segunda lectura, el relato suele gustar más, siempre que valga la pena, claro, ja,ja,ja.
EliminarMe alegra que te haya complacido esta historia semi-inventada.
Un fuerte abrazo.
Saludos, Josep.
ResponderEliminarMientras leía tu relato, adictivo como poco, me maravillaba de tu estilo. Me aventuraría a especular que has hecho una buena poda al texto. Se nota, o al menos yo así lo he percibido, lo trabajado que está todo. Supongo que está de más decir que me ha gustado; pero como a nadie le amarga un dulce, y los autores como nosotros que no vivimos de lo que escribimos necesitamos cobrarnos en otro tipo de estímulos, te dire que más que gustarme me ha encantado.
De Orwell precisamente el único libro suyo que he leído ha sido "Rebelión en la granja" (lo tengo en una vieja edición de bolsillo editada en los 90 por RBA). Tengo por ahí pendiente "1984", pero mi lista de pendientes es tan larga que podría competir con la Lista de Schindler.
Buen relato el tuyo, Josep. Muy bueno.
Un abrazo.
A mí me encantan los dulces, lo malo es que engordan y siempre en el mismo lugar: la cintura. Pero este tipo de dulces alabanzas no me engordan en absoluto, incluso diría que me adelgazan, pues me siento flotar, ja,ja,ja.
EliminarLa verdad es que viniendo de tí, con lo bien que escribes y lo escrupuloso que eres, es todo un piropo literario. Casi me he sonrojado, je,je.
Yo también tengo como lectura pendiente "1984" y aunque de momento la lista de lecturas pendientes no es tan larga como la Lista de Schindler, no se queda muy corta.
Un fuerte abrazo, Pedro.
Genial, Josep Mª, un relato muy didáctico, al menos para mí porque no tenía ni pajolera idea de la vida de George Orwell, así que, además de entretenerme por tu forma de contarlo, me he culturizado un poco.
ResponderEliminarEntre David, tú y los demás blogueros que andan con este tema, vais a convencerme de releer ese clásico de Rebelión en la granja.
Un besote.
Pues a decir verdad yo tampoco conocía la vida de este aclamado autor. Tuve que documentarme antes de empezar a escribir. ¿No es acaso esto lo que hacen los escritores serios?, ja,ja,ja.
EliminarLo más difícil fue resumir tantas vivencias en un relato tan breve y al que le tenía que añadir la parte inventada. Es por ello que vi totalmente imposible concursar en El tintero de oro, por mucho que recorté el texto original.
Un beso, Paloma.
P.D.- ¿Por qué será que no habían palomas en esa granja? Quizá es que son animales libres.
Las palomas suelen ir a su bola, sin normas ni reglamentos, así que pasan de rebeliones y de gaitas, no les hace falta porque son unas anarquistas de manual ;)
Eliminar¡Hola, Josep! Un aporte genial y muy bien documentado. Tengo muy fresca la biografía de Orwell y conforme leía todos los detalles biográficos ha sido como volver a repasar lo aprendido. Sin duda es una manera genial de acercar de forma entretenida y amena la vida de un autor como Orwell, tan corta y tan apasionante. Fíjate que ahora me ha quedado la duda de si la granja de ese Alistair Henderson fue la inspiración real de la novela o no, dado que lo desconocía, pero que me ha parecido absolutamente natural.
ResponderEliminarBueno, los siguientes son Margaret Mitchell, Ray Bradbury, William Peter Blatty y Lewis Carroll... ahí lo dejo, je, je, je... Un fuerte abrazo!!
¡Hola, David! Como le digo a Paloma, desconocía por completo la biografía de Orwell, así que tuve que echar mano de la Wikipedia y de varios artículos sobre su vida, ideología y participación en la Guerra Civil española. El resto es pura especulación. BUeno, seamos sinceros, pura invención.
EliminarSolo faltaría que el viaje del autor a Escocia y la granja de ese buen hombre hubieran existido, ja,ja,ja.
Si sigo esa secuencia de biografías, desde luego ampliaré mi cultura y espero pasármelo bien.
A fin de cuentas, la escritura y la cultura van indisolublemente de la mano y gracias a tu contribución, vamos aprendiendo a escribir y a culturalizarnos.
Un fuerte abrazo, amigo.
Interesante biografía, Josep, tanto en lo que es realidad como ficción. Casi me ha gustado más esta última parte por lo que tiene de creativo, no es descabellado que el proceso de creación del libro surgiera de una idea así. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jorge. A mí también me gusta más la útima parte, je,je. El mérito (si así puede llamarse) de la primera está en describir hechos que acontecieron en realidad, dándole la forma de una narración en primera persona, usurpando así la identidad del verdadero protagonista, mientras que en la segunda todo el mérito (si es que lo hay) es de mi insana imaginación, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.