Siempre me han disgustado los insectos, de
todas las familias, géneros y especies, pero lo que menos soporto es la
presencia de moscas en casa, algo casi inevitable en verano. Cuando menos te lo
esperas, zas, entran por un resquicio de una ventana o por la puerta que da al
jardín, salvando cualquier escollo, ya sean plantas repelentes de insectos,
cortinas disuasorias o incluso mosquiteras que pretenden hacer de cortafuegos.
Da igual, en cuanto llega el calorcillo se nos cuela en casa algún ejemplar de
mosca, por no hablar de sus congéneres los mosquitos chupasangre.
Pero con un poco, o
mucha paciencia, siempre hemos acabado con esos intrusos, a base de tortazos
con la pala matamoscas o, cuando no hay otro remedio, con un buen chorro de
insecticida, y que el medio ambiente me perdone.
Generalmente era mi
mujer la que se encargaba de la exterminación de todos esos okupas. Le dejaba a
ella ese menester porque se le daba muy bien. Y le encantaba, sea dicho de
paso. Lo hacía con tanta enjundia que casi me daba miedo mirarla a la cara en
pleno trance. Parecía una psicópata asesina.
Como habréis adivinado,
si hablo en pasado es porque mi mujer ya no vive conmigo. Me dejó hace cosa de
un año. Y todo por culpa de una mosca cojonera, como ella la llamaba.
Resultó que no había
forma de matarla. Era muy lista. Estaba por todas partes. Tenía el don de la
ubicuidad. Pero, en realidad, no molestaba. Se quedaba quieta sobre cualquier
superficie, ya fuera una lámpara, un cuadro, el televisor o cualquier otro mueble
de la casa. Inmóvil, como si desde su puesto de observación nos vigilara. Mi
mujer se volvió histérica ante la imposibilidad de acabar con ella, bien aplastándola,
bien echándola mediante toda clase de aspavientos blandiendo un trapo de cocina
u otro objeto que tuviera a mano.
El caso es que, al cabo
de unos días, le pedí que abandonara el intento y que la dejara tranquila, que
ya se iría cuando quisiera o se cansara de nosotros. Pero no fue así y acabó
convirtiéndose en un miembro más de la familia. Hasta el perro se acabó
acostumbrando a su presencia y dejó de dar bocados al aire cuando la veía
volar. Para mí acabó siendo otra mascota, pero con la ventaja de que no
teníamos que cuidarla, se cuidaba sola.
Desde que la dejamos
tranquila, me seguía a todas partes. Debió verme como su protector. Cuando me
sentaba ante el ordenador, se quedaba junto a mí, posada sobre el marco de la
pantalla o bien a una distancia prudencial, pero siempre alerta. Acabé creyendo
que su presencia tenía un motivo providencial y no tardé mucho en darme cuenta
de cuál era. Y es que desde que apareció en mi vida, mis ideas brotaban con una
facilidad pasmosa, rebosaba inspiración y nunca había sentido tantas ganas
de escribir. La novela que tenía encallada desde hacía meses, la completé en
tres semanas. Increíble pero cierto.
Cuando se lo confesé a
mi mujer, me tomó por loco. Nuestras discusiones por culpa de “mi mosca” —así fue
como acabó refiriéndose a mi musa díptera— se hicieron cada vez más frecuentes
y violentas, hasta que decidió marcharse a casa de su madre. Y encima se llevó
con ella al perro. Así pues, como nuestros dos hijos ya hace tiempo que se independizaron,
me he quedado completamente solo en casa. Bueno, solo no, con mi
mosca. Y es que, ahora más que nunca, me hace mucha compañía. Solo tengo que
llamarla y acude veloz a mi lado. Cuando veo la televisión, se posa en mi
hombro o en el reposabrazos de mi sillón, y cuando me acuesto en la cama
matrimonial lo hace sobre la otra almohada. Somos una pareja feliz. Cuando se
lo conté —no sin cierto reparo— a mi mujer, me amenazó con declararme
mentalmente incapacitado si seguía con esa historia.
Mi novela se publicó y, según mi editor, promete
ser todo un éxito. Reservé un ejemplar para dedicárselo a mi mujer. Así vería mi
buena disposición y el resultado de tanto sacrificio. Furioso como estaba
cuando me dejó, no la mencioné en el apartado que suele utilizarse para las
dedicatorias. Solo puse “A mi musa, que me ha acompañado en todo momento a
lo largo de esta aventura”. Y, claro, sabría que no me refería a ella. Eso
podría soliviantarla todavía más y no deseaba más disputas sino la
reconciliación. Tenía que pensar, pues, en una dedicatoria apropiada para
doblegar su animadversión hacia mí y mi mosca.
El día del lanzamiento
oficial del libro acabé agotado. Demasiadas emociones. El brindis, los
beneplácitos, la firma de ejemplares, para terminar con una cena con un
reducido grupo de críticos invitados por la Editorial —supongo que los tienen
en nómina.
Al llegar a casa, de
noche, vino a saludarme mi amiga voladora. Como no estaba para cháchara, me fui
directamente a la cama con un ejemplar de mi novela en la mano. Lo abrí por la
página donde quería escribir mi dedicatoria personal, pero no se me ocurría
nada mínimamente imaginativo y romántico. Se me cerraban los ojos y tenía la cabeza
cada vez más turbia. Me había pasado con el Cava. Aun así, hice un esfuerzo y
logré escribir: “Para mi querida Isabel, por haber tenido que soportar mis
ausencias físicas y mentales a lo largo de la creación de esta obra”. No
era precisamente una dedicatoria romántica ni original, pero fue todo lo que se
me ocurrió en mi estado de semiinconsciencia. Una vez cumplido mi propósito, cerré
el libro, lo lancé sobre la cama y, rendido, apagué la luz.
A la mañana siguiente,
cuando fui a la cocina para desayunar, me sorprendió no encontrar a mi querida
mosca revoloteando por la cocina o bien posada sobre la mesa, esperando a que
sirviera, como cada mañana, las tostadas con mantequilla y mermelada de naranja
que tanto le gustan. La busqué por todas partes. Ni rastro de ella. Se había
esfumado. Intenté hacer memoria de dónde la había visto por última vez. En el
dormitorio, ayer por la noche, recordé. De pronto, me invadió un sobresalto. Un
terrible mal presagio me dominó de tal modo que me dirigí corriendo hacia allí ¡No,
no, no, por favor, no!, no dejaba de repetir.
En mi cama, todavía
revuelta, yacía el ejemplar del libro. Lo tomé con manos temblorosas. Un grito
de horror brotó de mis entrañas. ¡No podía ser! Mi mosca yacía espachurrada sobre
la colcha. Debí aplastarla al lanzar el libro sin reparar en ella. La pillaría
desprevenida; últimamente había engordado mucho, se había vuelto lenta y
descuidada. Y eso, en un insecto, se paga caro. ¡Pobre mosca! ¿Qué sería de mí?
A pesar de todo, le
envié a mi mujer el libro dedicado. Al poco recibí un mensaje por WhatsApp: “Muy
bonita la dedicatoria, pero ¿qué es ese asqueroso manchón negro que hay en la
portada? Podrías, al menos, haber tenido el detalle de enviarme un ejemplar
inmaculado, ¿no? Por cierto, ¿sigue en casa aquella mosca?” No le
contesté. No me sentía con fuerzas para contarle lo ocurrido.
Desde ese luctuoso
acontecimiento no levantaba cabeza. Caí en un estado depresivo y de una pasividad
creativa sin precedentes. Debía buscar una solución sin demora. ¿No dicen que
un clavo saca otro clavo? Resultaba mezquino, pero quizá debía ponerlo en
práctica. Encontrar una sustituta. A tal fin decidí dejar la puerta del jardín
permanentemente abierta. Quizá volvería a repetirse el prodigio. Pero lo único
que conseguí fue vivir rodeado de bichos de todo tipo y calaña que no dejaban
de importunarme. Mi cuerpo se llenó de picaduras, ronchas e hinchazones. No dejaba
de tomar antihistamínicos, que solo me producían más y más somnolencia.
Tuve que acabar adoptando
una decisión drástica y pragmática: fumigar toda la casa. Ya no habría más
puertas ni ventanas abiertas. Decidí olvidar todo ese increíble episodio y
concentrarme única y exclusivamente en la escritura siguiendo el consejo de mi
editor: “Escribe, escribe y escribe. Cada día, a todas horas. Algo bueno
acabará saliendo. Debes confiar en ti”. Pero, por mucho que me esforzaba, no
lograba escribir nada decente.
Por si fuera poco, unos días más tarde hallé una araña en una esquina del salón. Debió colarse sin que me diera
cuenta. Iba a liquidarla cuando recordé que días atrás había leído que existe
la creencia de que las arañas dan buena suerte y que, por ello, no hay que
matarlas. No sé cuánto tiempo debía haber estado el animalillo en ese rincón,
pero ya había tejido una pequeña red, desde la cual me observaba atentamente
con sus cuatro pares de ojos. Me miraba y tejía a la vez. Muy hacendosa ella. Me
cayó bien. Quizá también tenga el don de inspirarme, pensé, esperanzado.
Como, lógicamente, no podía
seguirme a todas partes, decidí trasladar mi lugar de trabajo al salón. Tras
dos días y sus noches ante el teclado no se me ocurría absolutamente nada.
Quizá mi nueva inquilina necesitaba aclimatarse y tomarme confianza. Pero lo
único que noté en ese tiempo fue que el tamaño de la telaraña había aumentado
considerablemente. ¿Y si solo es una vulgar araña? Debería tener a mano, por si
acaso, una escoba y el insecticida, me dije.
Consulté la Wikipedia y
se trataba, por su morfología y tamaño, de una hembra de la especie Araneus
diadematus, conocida también como araña de jardín o araña de la cruz. Es
una especie bastante inofensiva, no suele picar a menos que se sienta
acorralada y, aun así, su picadura, aunque molesta, es inocua. Menos mal, pensé.
Pero con lo que yo no
contaba es que, la muy pícara, había copulado antes de buscar refugio en mi
salón, pues me percaté, de pronto, que había tejido un capullo, que protegía
celosamente y del que emergerían en breve vete tú a saber cuántas arañitas
tocapelotas. Muy a mi pesar, no tuve más remedio que echar mano de mis armas mortíferas.
Y si eso me traía mala suerte, pues que así fuera. Peor ya no me podía ir. ¡Qué
ingenuo fui! Creer que podía repetirse el prodigio…
A falta de mi mosca viva, enmarqué una de las
fotos que le hice cuando todavía gozaba de buena salud. Podría ser un buen
sucedáneo, mi amuleto de la suerte, pensé. Y si algún día venía a verme mi
mujer, solo tenía que esconderla y ya está. Pero han pasado ya tres meses y las
ideas siguen sin fluir. ¡Cuánto echo de menos a mi mosca! Y también me pregunto
si hice mal cargándome a aquella pobre araña y a toda su prole. Quizá sí que, a
la larga, me habría traído suerte. Estoy hecho un lío. No sé qué hacer ni a
quién recurrir. No sé…, quizá podría escribir una historia sobre todo lo que me
ha ocurrido. ¡Qué gran idea! Siempre me
ha fascinado el género fantástico. Nadie tiene que saber que está basada en
hechos reales. Y si llega a publicarse, espero que mi mujer sepa mantener la
boca cerrada.
Bárbaro, pare mentira qué prodigiosa literatura se puede haber con mosca mascota. Entretenido, vivaz, ameno texto, que haces plausible. Me dio pena que la mataras sin querer pobre mosca, musa estupenda :-). Los celos de la esposa, más que fundados, y el intento de adoptar de musa a esa araña de jardín, una maravilla.
ResponderEliminarUn lujazo leerte, hoy con sonrisa enorme. Un abrazo
Me alegro mucho que te haya gustado. La mayoría de la gente ignora lo que puede llegar a hacer alguna mosca. Mi personaje lo descubrió por casualidad, pero si prestáramos más atención quizá tendríamos más de una sorpresa, je,je.
EliminarUn abrazo.
Jajaja, pues no has podido ser más creativo. Una fantástica historia con la que me he reído y disfrutado plenamente. Me ha encantado Josep, me parece un relato para enmarcar como a la mosca, jajaja. En serio, me ha gustado muchísimo porque a parte de simpática, tienen su puntito de ternura. Posees mucho ingenio y una imaginación y un talento de diez.
ResponderEliminarMis felicitaciones sinceras. Un abrazo.
Me encanta leer tus comentarios, siempre tan elogiosos y entusiastas. Me levantas la moral y mi ego se hincha, aunque luego se desincha poco a poco, para volver a la nueva normalidad, ja, ja, ja.
EliminarMe alegro mucho que te lo hayas pasado bien con mi mosca.
Un fuerte abrazo, amiga.
Ese hombre (espero no seas tú, aunque por la parte editorial sí, ja, ja) tiene el mal de la mosca detrás de la oreja. No sé de dónde viene ese dicho, pero a este le viene que ni pintado. En mi trabajo también tuve una mosca perenne de varias semanas. A lo mejor no era la misma e iba rotando con sus susodichas amigas, pero para mí y mksis compis siempre fue la misma, incluso yo y mis compañeros le pusimos un nombre, Angelines. Un día se fue, o por lo menos dejejamos de ver moscas con asiduidad, pero entiendo ese vacío que tu mosca te dejó; y es que los días sin Angelines son normales y corrientes tirando a aburridos.
ResponderEliminarQué gran relato, una fantasía muy rebuscada, ja, ja, con líos matrimoniales y el eterno cliché de los escritores siempre buscando ese no sé qué que mágicamente les dé la fama. Me ha enganchado y, como te he contado, ha revivido viejas experiencias. Magnífico, Josep.
Un abrazo.
Por cierto, felicidades por esa mención en el Tintero, tu relato fue de los que más me gustó.
Dicen que todas las obras contienen algo de su autor. Yo no me veo muy identificado en esta historia, salvo en mi ojeriza a los insectos merodeadores y molestos que, una vez se han colado en casa, cuesta lo suyo echarlos o acabar con ellos. Y yo no habría tenido contemplaciones con la hacendosa araña, pues sufro de cierta aracnofobia. Y más aun de cucarachofobia, je,je.
EliminarHay muchas moscas que se han ganado un apodo, como "la mosca de la tele", esa que revolotea sin parar alrededor del presentador e incluso se atreve a posarse en su cabeza.
En lo que sí coincido con el protagonista es en haberme encontrado en más de una ocasión con una sequía imaginativa, pero nunca he creído en musas, ni amuletos, ni patrañas de ese tipo para buscar la inspiración. La frase que atribuyo al editor, no solo es de mi cosecha, sino que creo fervientemente en ella.
Muchas gracias, Pepe, por tu comentario, y me alegro que te lo hayas pasado bien leyendo esta estrafalaria historieta.
Un abrazo, y también te felicito por tu tintero de oro.
Hola buen dia. ¿Todo bien? Soy brasileña, de Río de Janeiro y quiero presentar mi Blogger. Los nuevos amigos son bienvenidos, sin importar la distancia. Me gustaría invitarte a seguir mi Blogger. Soy el numero de seguidor 113.
ResponderEliminarhttps://viagenspelobrasilerio.blogspot.com/?m=1
Hola, Luiz. Sé bienvenido a este rincón de relatos de ficción. Me alegro que hayas decidio hacerte seguidor de mi blog. No dudes en que visitaré el tuyo, que ya he visto que trata de viajes.
EliminarEspero y desearía, sin embargo, que si te has acercado hasta aquí y te has apuntado como seguidor, sea porque te ha gustado lo que has leído.
Saludos.
El relato ameno, divertido y original. Al mismo tiempo muy tuyo, con ese sentido del humor que te caracteriza.
ResponderEliminarUn abrazo.
En alguna otra ocasión he jugado con el género de humor, pero nunca, hasta ahora, lo había hecho con una mosca.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
¡Hola, Josep! Magnífico relato. Tiene historia y tiene subhistoria. Muestras lo más interesante y atrayente para el lector como es toda la relación con la mosca, pero dejas en segundo término la historia "real", el cómo puede afectar a una relación de pareja la soledad y excentricidad necesaria en un escritor. Simplemente maravilloso.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas, en mi caso jamás de los jamases podría tener una mosca como musa, ja, ja, ja... Y ya ni te cuento a mis enemigos mortales como son los mosquitos. Te aseguro que sacan mi vena psicopática y hasta que no los despanzurro no paro. Un fortísimo abrazo y, de nuevo, enhorabuena por este brillante relato.
Pues sí, podría considerarse un cuento con varias enseñanzas. Cómo la sugestión puede hacer milagros y atribuir un éxito a un golpe de buena suerte, a un amuleto o por haberse encomendado a un Santo. Cómo la obsesión puede volverse contra uno y llegar incluso a romper un matrimonio. Cómo la falta de inspiración puede ser desesperante y llevar al empleo de métodos muy poco ortodoxos. Cómo la soledad puede conducir a la paranoia, etc,etc,etc.
EliminarDebo confesarte que este relato me lo inspiró hace tan solo unos días una mosca que entró en casa y que no había forma de acabar con ella. Parecía tener una astucia fuera de lo normal, se anticipaba a mis movimientos, por lentos que fueran y desaparecía como por arte de magia. Pero aquí le he dado la vuelta y le he concedido un supuesto don benefactor, ja,ja,ja.
Muchas gracias, David, por tu comentario y me alegro que te haya gustado esta disparatada historieta.
Un fuerte abrazo.
Hay que tener mucho cuidado con las mascotas cuando son tan chiquitas porque se les puede hacer mucho daño. Pobre mosquita. La verdad es que da penita y también la araña y su prole. De muy joven, un amigo nos dejaba una casa en un pueblo de León para pasar el mes de agosto. La única exigencia que nos hacía, además de regar cada día, era que no matáramos las arañas de la casa ni destruyéramos las telas. Las usaba de insecticida natural.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato y ese final que le has dado es muy bueno.
Un beso.
Pues imagínate el cuidado que deben tener los domadores de pulgas, ja,ja,ja.
EliminarA mí me dejan una casa de campo llena de arañas y prefiero dormir al raso, je,je. Además, para que su efecto insecticida sea eficiente, deben haber muchas esparcidas por toda la casa, uuggg. Nosotros tenemos plantadas en la terraza-jardín, Lavanda, Albahaca, Menta, Citronela y Romero, supuestamente repelentes de insectos y nada, siempre hay insectos merodeando y más de uno llega a colarse en el comedor, especialmente moscas, algún mosquito y alguna avispa, a pesar de dejar la cortina corrida cuando mantenemos abierta la puerta para que corra el aire. Incluso llegamos a montar una tela mosquitera que ocupaba todo el espacio que quedaba abierto, pero de tanto entrar y salir siempre quedaba un resquicio que aprovechaba alguno de estos bichos voladores.
Me alegra que te haya gustado las aventuras y desventuras de este escritor y su mosca.
Un beso.
Se han dado casos de personas privadas de libertad que generaron una tremenda empatía incluso con ratones o insectos rastreros. O incluso a Tom Hanks con una pelota ja, ja, ja. Pero esto que has hecho con la mosca es casi insuperable. ¿Se puede pedir la resurrección? Un genial relato que se lee en un suspiro.
ResponderEliminarBuen fin de semana, Josep.
La soledad, y seguramente también el hecho de sentirse solo, aun estando acompañado, puede generar este tipo de comportamiento. De hecho, las mascotas (preferentemente perros y gatos) tienen ese objetivo: acompañar a quien está solo y darle el cariño que le falta. Y viceversa. Mi perro, al que adoro, me hace mucha compañía, pues paso bastantes horas solo en casa (mi mujer todavía trabaja), y suele sentarse a mi lado cuando estoy escribiendo en el ordenador, pero no creo que haya sido mi fuente de inspitación, excepto cuando, siendo un cachorro, le dediqué un microrrelato, je,je.
EliminarMuchas gracias, Miguel, por dejar tu comentario y me alegro que te haya gustado.
Un fuerte abrazo.
Qué imaginación. Como siempre me has enganchado y he disfrutado mucho.
ResponderEliminarFeliz finde.
Quizá, sin saberlo, tengo por ahí algún talismán que me inspira, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que te lo hayas pasado bien leyendo este relato de fantasía.
Feliz finde también para tí.
Mal le pagaste la inspiración a tu musa doméstica amigo. Ahora a ver como te las apañas para encontrar otra como ella. Quizá la propia musa se disfrazó de mosca ahora que está próximo el Halloween. En todo caso tu mujer tendrá que recapacitar sobre lo de volver contigo de nuevo. no creo que sea tan rencorosa tan solo por un "Quítame de ahí ese díptero"
ResponderEliminarPor cierto sabes que estos bichos se les denomina "musca domestica" Le quitas la "C" y he ahí a tu musa.
Buen e imaginativo relato.
Un abrazo, amigo.
Yo espero que todo vuelva a una "nueva normalidad" y la esposa se convierta en su musa doméstica, ja,ja,ja. A veces no apreciamos lo que tenemos más cerca, los árboles no nos dejan ver el bosque.
EliminarHay quien busca la inspiración en el alcohol y las drogas, cuando no hay nada mejor para inspirarse que vivir en paz. Pero, claro, cuando los insectos no nos dejan en paz pueden ocurrir cosas muy extrañas, je,je.
Un abrazo, Javier.
Me quito el sombrero ante este relato tan increíble. Tu pluma y tu imaginación, es un don sin duda alguna. Ja, ja, ja, la mosca enmarcada para siempre. Ese bichito con alas me ha recordado al fabuloso capítulo de Breaking Bad, cuyo título es el del tu escrito. Walter White (Bryan Craston), pierde la cabeza intentando cazarla y es todo un espectáculo ver cómo prepara todo tipo de trampas para luego acabar la pobre pegada a una tira con pegamento...
ResponderEliminarUn abrazo y feliz fin de semana. En mi caso, puente.
¡Vaya!, pues no recuerdo ese capítulo y eso que vi toda la serie. Quizá ese pasaje quedño grabado en mi subconsciente y ahora ha salido para inspirarme esta peculiar historia, je,je.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo, Mamen, y que disfrutes del puente.
P.D.- Hace tiempo que tienes tu blog congelado, espero que no haya enfermado de la Covid-19, je,je.
Pues llevo varios días publicando. Así que el blog está muy bien de salud. 🙂
EliminarQué raro, cuando entro, a mí me sigue apareciendo la entrada del 29 de septiembre sobre la sala de Topaleku de la kultu. Voy a indagar qué ocurre.
EliminarMi última entrada de septiembre fue del día 19 y hablé de la película "Mulan".
EliminarNo será que te has equivocado de blog? 🤔
Caramba, pues sí. Te confundí con otra Mamen, a la que sigo desde hace años. A tí te relacionaba con Éowyn, el nombre con el que muchas veces me has dejado un comentario.
EliminarSiento la confusión. Ya empezaba a dudar de mi cordura, je,je.
Bueno, en ese caso voy añadir "crónicas" a mi nombre. No tienes que sentir nada. Es solo que me extrañé de tu comentario.
EliminarUn abrazo.
Menudas peripecias que se trae el protagonista con los insectos. No es que quiera ponerme de parte de su esposa, pero creo que el pobre ha perdido la cordura. Entiendo que asociar la inspiración a la mosca le hizo perder el norte, pero es cierto que las musas se pueden mostrar de múltiples maneras, aunque ni en mil años hubiera creído que lo podían hacer en forma de moscas. Qué cosas.
ResponderEliminarGenial relato, Josep Mª, y muy original. Me ha encantado.
Un besote.
P.D. A mí tampoco me gustan las moscas (las arañas aún menos), pero a partir de ahora creo que las miraré con otros ojos, por si acaso.
Una relación entre humano y mosca no podía acabar bien, y en este caso acabó en tragedia, al menos para del insecto, pero, más que preocuparme por la mosca, yo me preocuparía por el estado mental de ese pobre hombre.
EliminarA lo largo de los siglos, ha abundado el empleo de amuletos e incluso pócimas para lograr el amor de una mujer, el éxito en una contienda o la muerte de un adversario. En este caso, habría sido más comprensible, aunque igualmnete absurdo, haber puesto una vela a San Francisco de Sales, que creo que no solo es el patrón de los periodistas sino también de los escritores.
Muchas gracias, Paloma, por tu comentario.
Un beso.
P.D.- Yo, además de sufrir vértigo, tengo una cierta aracnofobia. Tedré que hacérmelo mirar.
He leído hasta la última línea con mucha atención, a ver si aparecía otra musa en el mundo de los insectos. No hubo suerte para el protagonista. Qué le vamos a hacer. Tienes mucha imaginación :))
ResponderEliminarSAludos.
El protagonista quizá no tuvo la paciencia necesaria para comprobar si la araña que se instaló en su casa también podia ejercer un efecto inspirador. No sé si se precipitó al matarla o fue lo único sensato que hizo, aunque los animalistas se retuerzan de indignación al leer esto, je,je.
EliminarMe alegro que te lo hayas pasado bien leyendo esta aventurilla.
Saludos.
Desde luego me he reído y ha sido un rato muy distraído con tu mosca jeje, madre mía semejante bicho mascota, menuda imaginación la tuya.
ResponderEliminarY pobre esposa, ains, hasta le pega el puro por mandársela con restos de sangre jeje, al pobre no le sale nada bien, el que quería una reconciliación ejjee.
Gracias por un rato tan bueno.
Un abrazo.
Me alegro que te haya hecho reír. Con la que esta cayendo, es bueno poder reirse de algo.
EliminarDesde luego, entre la mosca, el escritor y su esposa, yo me quedo con ella, porque, además, me han dicho que es muy guapa, ja,ja,ja.
Gracias ti, Tere, por venir a leerme.
Un abrazo.
¿Miraste en Wallapop o en una aplicación de esas de segunda mano?,... ya sabes que hoy en día la premisa es no tirar nada y quizás haya alguien que ya no necesita una mosca,... o un moscón.
ResponderEliminarMuy divertida e ingeniosa Josep Mª!
No, no he mirado en Wallapop, solo he mirado en Amazon, pero no tienen a la venta moscas inspiradoras, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que te haya divertido.
Un abrazo.
Muy buen relato, Josep. De una imaginación desbordante. Y el final, magnífico, con esa alusión soterrada al famoso refrán "En boca cerrada no entran moscas". Genial.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Pedro, por tu comentario. Hay otro refrán que dice "quien calla, otorga", pero en este caso el que mencionas le va que ni pintado a esta situación, je,je.
EliminarUn abrazo.
Hola Josep, un relato muy entretenido y divertido, pero te iba a decir que si las cuentas no me fallan por norma las moscas, solo viven 7 días a lo sumo 10 días, y leyendote yo pensé que con lo de la araña tu llegarías a ser tu cena, por lo de su tamaño, jajjajajaj.
ResponderEliminarEn fin que he disfrutado de tu relato, con tu permiso me quedo como una seguidora más, soy la del arbolito con flores, te deseo una feliz semana, saludos de V... Flor.
Hola, Flor. Es que mi mosca era muy especial; no solo tenía el don de provocar la inspiración sino el de vivir muuuchos años, je,je.
EliminarMe alegro que hayas disfrutado de este relato de fantasía y que hayas decidido seguirme.
Un abrazo.
Creo que en caso de una verdadera sequía creativa no hay musas que valgan. Lo mejor es salir a la calle, donde hay muchas fuentes de inspiración, aunque, viendo lo que nos rodea, quizá el resultado sea de lo más disparatado.
ResponderEliminarPara esta historieta (no sé si lo he mencionado más arriba) me inspiró una mosca real, gorda y muy pesada, a la que no había forma de echar ni de cazar. Estuvo días apareciendo por ahí y por allá. Hasta que debió marcarse por su cuenta y sin despedirse siquiera. Mientras la veía volar (muy rápido, por cierto) de un lado a otro del comedor, le dije a mi mujer: voy a escribir un relato sobre una mosca. Al pirncipio pensé en un relato de terror, pero acabó siendo de humor, je,je.
Me alegro que lograra engancharte.
Un abrazo.
Jajaja me he reído mucho imaginando las situaciones cotidianas-surrealistas con el díptero jejeje. Cuando leí que dormía en la almohada de la esposa me reí mucho... y mira por donde la almohada... y el libro que ella misma inspiró fue su inesperada tumba.
ResponderEliminarYa puestos a desvariar le podía haber dado una oportunidad a la araña y a su prole... quien sabe... lo mismo hubiera vuelto a él la inspiración, la sugestión funciona. Que curiosa la mente, me parece descabellado, fantasioso... pero a la vez posible...nunca pierdo de vista que hay gente para todo ;-) jejeje. Me ha gustado mucho el relato, gracias por la risa amigo. Un abrazote grande.
No hay nada mejor que una historia surrealista para soltar una carcajada o, como mínimo, una sonrisa.
EliminarYo también me lo pasé muy bien escribiéndola, así que los dos hemos salido ganando, je,je.
Un abrazo.
Imaginación no te falta Josep, he pasado un buen rato de risa, decir que tu "mujer" cuando mataba moscas entraba en trance y parecía una psicópata asesina ha sido lo más. No sé por qué me imaginé el fin de la mosca. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarAbrazos.
Muchas gracias, Conchi, por tu lectura y tu amable comentario. Desde luego, una mosca cojonera es muy capaz de sacar de quicio a cualquiera. Y mira, hasta me ha salido una rima, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.
Muy buen relato y mucha imaginación al poder. Solo observar esta mosca te ha salido una buena escritura. Yo últimamente estoy apática y ni me concentro en leer , ni en escribir. A ver si poco a poco me voy normalizando. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mamen, por venir a leerme si no estás muy por la labor. Se agradece el esfuerzo. Ojalá una mosca pudiera levantarte la moral, je,je.
EliminarUn abrazo.
A mí también me fastidian las moscas y otros insectos "okupas", pues resultan odiosos cuando acampan a sus anchas y encima nos hacemos culpables si los exterminamos con un buen chorro de insecticida, que al final es lo más práctico.
ResponderEliminarMe ha parecido un gran trabajo narrativo que partiendo de un insignificante insecto llegas a darle varios giros de tuerca muy ingeniosos, con lo que logras atraparnos en tu "tela de araña" y además sin perder en ningún momento la sonrisa a pesar del drama de fondo de este ermitaño protagonista que seguro en la continuación a esta primera entrega volverá a recuperar su fecunda inspiración.
Me voy a seguir esa segunda parte y de momento encantada de leer tu hipnótica historia.
Un abrazo, Josep.
Y a quién no le fastidia tener a esos intrusos por casa, je,je. Si por lo menos aportaran algo a la economía doméstica, pero no, todo lo contrario, nos hacen gastar en insecticida, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que esta primera parte (que no estaba prevista de antemano) te haya divertido. Esperamos que la segunda, aunque no te divertirá, también te guste.
Un abrazo, Estrella.