¿Creíais que con la historia de la mosca (Ver aquí) todo había terminado? Yo también lo creía, pero no. Tuvo que pasar un año para que mi vida diera un nuevo vuelco.
Desde que publiqué mi segunda novela, La mosca, la
gente me paraba por la calle para preguntarme qué había de cierto en esa
historia tan increíble. La misma pregunta me la hicieron decenas de veces
durante la firma de libros y en las entrevistas que me hicieron en la radio y
en la televisión. Y siempre respondía con evasivas, dejando un halo de
misterio. Era como un juego, pues en el fondo nadie podía creer que mi novela tuviera
siquiera un indicio de realismo.
Así pues, durante ese tiempo
de bonanza, mi vida volvió a fluir con normalidad. Incluso llegué a sentirme lo
suficientemente animado como para intentar escribir una nueva novela. Solo
perturbaba, de vez en cuando, esa tranquilidad una pesadilla recurrente. En
ella aparecía la mosca que maté accidentalmente. Venía a visitarme y me
reprochaba haberla aplastado sin contemplaciones después de todo lo que había
hecho por mí. Yo intentaba disculparme, pero no atendía a razones y cada vez se
volvía más agresiva. De pronto aparecía de la nada una enorme araña que, con
sus no menos enormes quelíceros, la atrapaba y, sin que yo pudiera evitarlo, la
engullía. Yo gritaba y gritaba. Y en ese preciso instante me despertaba
empapado en sudor.
Supuse que todo era
fruto de mi remordimiento, por haber sido tan descuidado. Con el tiempo y algún
que otro somnífero, logré descansar por las noches y acabé por quitarme de
encima el sentimiento de culpabilidad que todavía me invadía. Pero la paz no duró mucho, pues del mismo modo que después de la tormenta viene la calma, también
puede ocurrir lo contrario. Esa calma en la que vivía solo fue un paréntesis,
porque un día todo volvió a cambiar.
Ese fatídico día, cuando
me disponía a salir al jardín para tomarme una taza de café, descubrí que, en el
mismo rincón del comedor donde tiempo atrás apareció aquella araña que acabé exterminando,
había una nueva telaraña en cuyo centro descansaba su tejedora. No pertenecía a
la misma especie que la anterior. Solo habría faltado que se tratara de una
revancha por lo que le hice a su congénere. Con la escoba en alto, dudé por
unos segundos si acabar con ella o dejarla vivir. ¿Acaso no había sentido
remordimientos por lo que en su día consideré una hazaña injusta? En ello
estaba reflexionando, cuando mi nuevo huésped arácnido aprovechó mi indecisión
y se dio a la fuga con una agilidad pasmosa, yendo a refugiarse detrás del
aparador. De vez en cuando, se asomaba, pero al verme al acecho, volvía a esconderse.
Parecía ser tan lista como mi querida mosca, pero más astuta.
En esta ocasión la
Wikipedia me informó de que la nueva inquilina era una Loxosceles
rufescens, conocida también como la araña violinista mediterránea, y la
definía como la más venenosa de la península ibérica. Como estuviera
urdiendo una venganza, lo tenía crudo.
Decidí que, de ser
necesario, me pasaría todo el día de guardia, sin perder de vista los cuatro
puntos cardinales del mueble que le había servido de refugio. Estaba preocupado
y enfurecido a la vez por mi mala suerte. Estaba dispuesto a quemar ese mueble
si así me libraba de ella.
Después de más de doce
horas de hacer de centinela tuve que rendirme. Ya buscaría el modo de
deshacerme de aquel ejemplar. Total, era un animal diminuto en comparación con
un ser humano. Pero precisamente su tamaño le profería la capacidad de
escabullirse e introducirse dónde le diera la real gana, y, por otra parte,
siendo, como había leído, de hábitos nocturnos, podía colarse en mi dormitorio
mientras dormía. Eso sí que no. Ante tal posibilidad, decidí cerrar
herméticamente la puerta y las ventanas de la habitación para no dejar ningún
resquicio por el que pudiera entrar.
Estuve toda la noche sin
apenas dormir, abriendo y cerrando la luz y dándole vueltas al asunto que ahora
me traía de cabeza. Si a la mañana siguiente seguía sin dar con la araña o se
me volvía a escapar, siempre me quedaba el recurso de la fumigación. Pero volvieron
a asaltarme las dudas. ¿Y si le daba un voto de confianza? Total, solo había
hecho lo que haría cualquier ser vivo que se sintiera acorralado: huir y
esconderse. ¿Por qué iba a morderme si la dejaba en paz? Sería como un pacto
tácito de no agresión mutua.
De este modo, pasaron
los días sin ningún tipo de sobresalto por mi parte ni de actitud desafiante
por la suya. De lo que también pude dar fe es de que nunca la casa había estado
tan limpia de insectos, pues todos caían presos en su tela. No sé cómo se las
arreglaba para atraerlos a su rincón. Aunque aquella visión me repelía, asumí
que, por otra parte, era muy práctico. Ahora podía dejar la puerta del jardín
abierta para que pasara el aire sin temor a que la casa fuera invadida por
cualquier espécimen de insecto y demás calaña artropomórfica (sí, lector, ya sé
que este término no existe, pero ya nos entendemos, ¿verdad?).
Pero esta nueva situación, a la que acabé
acostumbrándome, duró poco. Duró exactamente lo que tardó en aparecer, como debía
de haber supuesto, un macho de su especie en busca de pareja, sin duda atraído
por las feromonas femeninas de esa Loxosceles rufescens. Su intrusión me
pasó totalmente desapercibida porque, tal como me revelaron mis fuentes, los
machos son de menor tamaño y porque un macho en celo se las apaña como sea para
conseguir su objetivo.
Ello se hizo patente
cuando, al cabo de unas semanas desde la aparición de “mi araña”, cientos de
pequeños retoños pululaban por la casa. Acabar con ellos habría sido un
genocidio arañil que no podía permitir ni quería repetir. ¿Qué hacer ante tal despropósito? Pues
lo que se suele hacer cuando no se sabe qué hacer. Me quedé de brazos cruzados,
dejando que los acontecimientos siguieran su curso natural. Ahora me doy cuenta
de mi insensatez.
Tenía todos los
rincones de la casa ocupados por telarañas. Casi no podía desplazarme de un
lugar a otro sin quedar atrapado por esos pegajosos filamentos que cada vez eran
de mayor tamaño. Como no distinguía a la araña primigenia del resto, no podía
acudir en su ayuda. Quizá ya había muerto y todas las que ocupaban mi
residencia eran sus descendientes o las descendientes de sus descendientes. Cría
cuervos… o arañas, que da lo mismo. No me atrevía a salir al jardín ni a la
calle por temor a que me atacaran, pues cada vez que adivinaban mis intenciones
se me acercaban en actitud intimidatoria. Una sola picadura podría ser inocua,
pero la de cientos de individuos me podía provocar un shock anafiláctico que
acabase conmigo. Si por una picadura de abeja ya tuve que tomar una buena dosis
de antihistamínico…
Ante esa situación, me parapeté en mi despacho,
el único refugio en el que me sentía a salvo. Aun así, decidí, tras pensármelo
mucho, pedir ayuda a mi mujer. Le dejé un montón de mensajes de voz en su
teléfono y por WhastsApp, pero no recibí respuesta alguna. Lo mismo me ocurrió
con mis hijos y mis amigos. Me debieron creer loco de atar. Y mientras tanto,
yo confinado entre estas cuatro paredes. Además, con las prisas, me olvidé el
cargador del teléfono móvil en alguna parte de la casa. Me he quedado sin
batería. No puedo pedir auxilio a nadie. No se me ocurre ninguna escapatoria.
Después de dos días sin comer ni beber, y sin
apenas dormir, estoy tan débil que me cuesta escribir. Me tiemblan las manos y
las letras se vuelven borrosas. Estoy haciendo un gran esfuerzo para dejar constancia
de todo lo ocurrido.
Se acercan, oigo ese
chirriar tan desagradable que producen cuando se enfurecen. Están detrás de la
puerta. El sonido que producen sus patas al desplazarse por la madera me
provoca escalofríos. Deben ya ser miles los ejemplares ansiosos por devorarme. Aunque
he sellado la puerta por sus cuatro costados, sé que lograrán entrar.
La única esperanza que
me queda es que mi mujer o mis hijos encuentren este diario y acaben publicándolo.
Sería mi obra póstuma.
¡Vaya con las arañas! Desde luego a mí no creo que me pasara porque cuando veo alguna por la casa, la suelo exterminar, aunque reconozco que alguna vez no lo he hecho y la he dejado vivir para que así matara a las moscas que me resultan bastante más molestas.Pero en ningún caso me ha pasado lo del protagonista de esta historia,pero después de haberla leído me andaré con mucho cuidado.
ResponderEliminarComo siempre, un gran relato.
Abrazos, Josep
Yo, en la intimidad, tengo aracnofobia. Una cosa es ver una araña en el jardín y otra dentro de casa. Puedo soportar a una mosca recorriendo mi brazo, pero, de ser una araña, pegaría un salto y no pararía hasta acabar con ella. Soy un mata-arañas, lo confieso.
EliminarAsí como una mosca me inspiró un relato de humor, una araña solo podía inspirarme algo desagradable, je,je.
Un abrazo.
Bueno, bueno, bueno... veo que del tono divertido de la mosca hemos pasado a tintes casi (o sin casi) dramáticos de la araña,... y es que este escritor como salga de esta no le va a llegar el grupo biológico de los insectos a nada (y eso que son unas cuantas especies...).
ResponderEliminarEspero que lleguen a tiempo para el rescate!!
Un abrazo!
Es que un ejército de arañas pululando por casa no podía llevar a nada bueno, je,je.
EliminarYo también desearía que, aunque fuera en el último instante, alguien o algo le salvara de acabar pasto de esos asquerosos bichos. Pero, mucho me temo que, de salir de esta, acabaría de otro modo y en otro lugar: loco en un psiquiátrico, ja,ja,ja.
Un abrazo.
Genial y terrorífico, amigo. Una araña 🕷 levemente venenosa es asumible, pero toda una prole son palabras mayores.
ResponderEliminarBuenísima está continuación del relato de la mosca. Y muy generoso por parte de tu personaje dejar su diario en herencia a la mujer que lo abandonó y que no le asistió en estos duros momentos.
Un beso.
Si una araña ya me produce rechazo, muchas me producirían temor, y si las tuviera en casa ya ni te cuento, je,je.
EliminarUn hombre solo, aislado del mundanal ruído y abandonado a su suerte, lo mejor (o lo único) que puede hacer es dejar constancia escrita de sus últimos momentos. Aun así, sospecho que al pobre no le creerá nadie cuando lea ese diario.
Un beso.
Magnífico, un relato que sigue al de la mosca, pero que en sí mismo es un relato completo y realimente bueno. Me imaginé al tipo parapetado en su despacho, intuyendo la legión de arañas que hacían de centinelas ante la puerta,
ResponderEliminarBrillante. Chapeau, Un abrazo
El pobre hombre, si no acaba devorado por las arañas, acabará muerto de hambre y de sed. Supongo que esto último sería lo mejor para él, pero como no puede elegir, tendré que dejarlo todo en manos de la naturaleza, je,je.
EliminarMe alegro que te haga gustado.
Un abrazo.
Lo que puede dar de sí tu imaginación. La que has montado con uns simple mosca. Hasta tercera parte puedes hacer y seguro que te queda chula también.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una mosca de verdad me inspiró el primer relato, y la mosca del relato me llevó a la araña de esta segunda historia. Y de mosca a araña, se acabó lo que se daba, je,je.
EliminarUn abrazo.
Buena historia siguiendo con los insectos, aunque ésta es trágica, me ha recordado a la Marabunta, creo que se titulaba así la peli, más antigua que yo, :))).
ResponderEliminarLa de la mosca me resultó muy graciosa, y ésta muy bien también, y como has matado al protagonista ya se acabó la saga de los bichitos, jajaja.
Me ha encantado.
Un abrazo y buen domingo Josep.
Supongo que te refieres a "Cuando ruge la marabunta", de mediados de los años 50, protagonizada por Charlton Heston. Me encantó y me aterrorizó a la vez. Durante un tiempo, temía a las hormigas, je, je.
EliminarPues sí, del mismo modo que se dice que "muerto el perro, se acabó la rabia", aquí podemos decir que "muerto el escritor, se acabaron las historias de bichos", ja,ja,ja.
Un abrazo, Elda.
Hola, Josep
ResponderEliminarMientras leía este relato se me han puesto los pelos de punta y hasta me ha empezado a picar el cuerpo. Aún así, me ha gustado cómo has mantenido esa tensión hasta el final. ¿Sabes? me ha recordado a cuando yo era niña y a la casa que tenían mis abuelos en la playa. Aparecían telarañas en los altos techos y en cualquier rincón. Me daba un miedo terrible las arañas, ya fueran pequeñitas o más grandes. Así que mi abuelo y mi padre, se encargaban de darles escobazos para acabar con ellas. Fue un esceneraio horrible, pero no puedo con ellas.
Un abrazo y feliz domingo.
La visión de una telaraña siempre me ha producido repelús, sobre todo si la inquilina está en ella. Siempre recordaré una excursión que hice a los 7 u 8 años, en la que me puse a correr por un sendero estrecho y me di de bruces contra una telaraña que estaba justo en medio del camino. Si no llego a frenar a tiempo me estampo contra ella y contra una araña de dimensiones considerables (al menos me lo pareció, aunque ya se sabe que los niños lo ven todo mayor de lo que es). Desde entonces, siento aversión por las arañas. De ahí que un relato sobre arañas solo podía ser macabro, je,je.
EliminarUn abrazo y feliz domingo.
Uf, menos mal que te diste cuenta y paraste en seco. La verdad es que todos en mayor o menor medida, tenemos fobia a algún bicho. Bueno, menos Spiderman 🤭
EliminarHola, Josep
ResponderEliminarComparto ese miedo profundo a las arañas. Su sola visión me produce un escalofrío. ¿Qué decir de internarme en tu historia? Comencé a ver arañas por todos lados.
Muy bueno!
Un abrazo
Pues me alegro que haya sido capaz de introducirte en mi historia hasta ese punto, je,je.
EliminarMuchas gracias, Mirna.
Un abrazo.
Aracnofobia total ja, ja, ja. Creo recordar que si hizo una película de serie B con ese nombre. Aunque en el fondo también podemos encontrar en el relato la "llanada locora del escritor" que si no existe ya la dejamos bautizada ;). A mí hay otro bicho rastrero que me produce fobia con solo nombrarlo. Así que no la haré pero te imaginarás cual será.
ResponderEliminarBuen domingo, Josep.
Sí, me suena ese título, pero no llegué a ver la película. Sí vi, en cambio, una titulada "La mosca", protagonizada por Jeff Goldblum. Nada que ver con mis dos relatos, ja,ja,ja.
EliminarOstras, ¿así que la locura del escritor? Pues no había oído hablar de ella. ¿A ver si estoy empezando a contraer esa patología y por eso me ha dado por relatar historias de este tipo?, je,je.
Se me ocurre que ese otro bicho por el que siente fobia puede ser un roedor o un reptil, je,je. Algún día escribiré un relato sobre una rata o una serpiente, ja,ja,ja.
Un abrazo, Miguel.
ResponderEliminarVaya, Josep, con tu señor de las moscas; le estás cogiendo el gusto a la entomología. Si la de la mosca me pareció un grandísimo relato este está a la altura.
Pobre hombre, mató a la mosca pero sin querer y con remordimiento, no se merecía tanto asedio, aunque puede que también fuera él que se montó sus películas.
Digna secuela, en la que nos dejas colgados, aunque parezca que la cosa se termina no me estrañaría que esto acabara en trilogía.
Un abrazo.
Cuando uno decide convivir con insectos, arácnidos y otros bichos de mal vivir, la cosa no pinta muy bien, ni para su salud física ni mental.
EliminarSi ese pobre infeliz llega a salir de esta, no me extrañaría que se metiera en otra peor. Sin duda, es carne de sabandijas, ja,ja,ja
Un abrazo, Pepe.
Ostias!! Ese final me ha recordado una escena del señor de los anillos!!
ResponderEliminarBuena historia!
Un abrazo.
Hola, David. Uy, es que, aunque parezca mentira, no he llegado a engancharme a esa serie de culto y, por lo tanto, no puedo opinar. Pero seguro que la escena de El señor de los anillos es incomparablemnete mejor que la mía, je,je.
EliminarUn abrazo.
Vaya forma mas poco agradable de acabar por favor,uf, invasión de arañas.
ResponderEliminarAhora después de leer tu relato no se yo si cuando vea alguna, que es muy raro, le tendré temor jeje.
Es una muy buena historia, eso si no creo que lo salven al final no? pobrecillo me da una pena.
Un abrazo. y que continué la inspiración.
Desde luego no es una buena forma de morir, pero, en cierto modo, él se lo buscó, je,je.
EliminarA mí me gustan mucho los animales, pero no puedo con las arañas. Sé de quien las coge con cuidado y las deposita en el exterior, y no soporta que las maten. Yo, con mi grado de aracnofobia, no tengo reparos en machacarlas. O ellas o yo, ja,ja,ja.
Un abrazo.
Me parece tan real que lo siento como si me hubiera pasado a mi...Yo le tengo" miedo asco" a los insectos cucarachas, las arañas no me gustan Tu escrito es genial
ResponderEliminarPues me alegro por haberte hecho sentir como real una historia tan de ficción.
EliminarCoeo que somos muchos los que sentimos aversión por esos "bichos", pero no nos queda más remedio que soportarlos pues también son seres que nos ha dado la Madre Naturaleza, je,je.
Saludos.
Tenía claro que el protagonista volvería a escribir, aunque ya veo que te las ingeniaste para que no fuera así, la pesadilla regresa a su vida apacible para darle un buen giro de 360 grados con la aparición de este nuevo y terrible personaje de la araña Loxosceles rufescens (violinista mediterránea muy venenosa) que logra mantener a raya la vida del ingenuo escritor y protector de insectos, bueno no le ha quedado otra que serlo, aunque desgraciadamente termina siendo víctima de la descendencia de la villana asesina.
ResponderEliminarLograste poner el punto final a esta historia de una forma categórica a no ser que también puedas elaborar otra tercera parte dándole vida al personaje desde otra dimensión con los espíritus de la mosca y la araña inofensiva. Sería el autor fantasma de una historia de misterio... ja, ja, ja
Ya ves, otra vez me atrapaste con tu relato. ¡Buenísimo!
Un abrazo, Josep.
Si en la primera parte el pobre incauto creyó que podía encontrar otra mosca igual de poderosa que sustituyera a la que había espachurrado sin querer, por aquello de que un clavo saca a otro clavo, en esta segunda se las ve y se las desea para que la araña que ha acabado invadiendo su casa le deje en paz. Pero si la madre araña quizá habría sido compasiva, en agradecimiento de su hospitalidad, sus descendientes no resultaron ser tan comprensivas, je,je.
EliminarNo creo que se me ocurra escribir una tercera parte, a menos de que se me presente en casa una mosca o una araña que me obligue a hacerlo, ja,ja,ja.
Muchas gracias, Estrella, por haber completado la lectura de esta miniserie y por dejar tu amable comentario.
Un abrazo.
Hola Josep Mª me has provocado aracnofobia, tengo vértigo, escalofríos, siento cada pata, cada quelícero en mi cuello, voy a morirrrrr de un infarto. Trepidante. Qué pasada de locura te ha dado. ¿ Es una especie de fiebre ante el nuevo confinamiento? Genial, me he montado en un carrusel entre aránidos e insectos. Un abrazo fuerte
ResponderEliminarAh, se me olvidaba, vi que has quedado entre los finalistas de esta nueva edición del Tintero, guay, me alegro un montón. Tus letras merecen ya un Tintero. DOs abrazos y feliz semana.
ResponderEliminarPues o sé quñe decirte, Eme. Quizá sí que el confinamiento parcial que me ha obligado a psar uchas más horas en casa me ha trastornado un poco, je,je.
EliminarY gracias por tu felicitación. Esta vez, por lo menos he escalado unos peldaños más en la final del certamen, pues no suelo tener mucha suerte en los concursos.
Dos abrazos, je,je.
Jobar, el relato que al principio era divertido ha terminado con un final terrorífico, qué manera de jugar con el lector, Josep Mª.
ResponderEliminarA mí las arañas me dan mucho repelús, tengo con esos bichos, junto a las cucarachas, una especie de fobia muy arraigada, así que me ha impactado el final. De hecho, cuando me presenté a un reto literario de esos de la red donde había que escribir un relato de terror, fue una araña la protagonista.
Enhorabuena, te ha quedado genial. Si antes le tenía pavor a esos bichos, ahora ya ni te cuento.
Un beso.
Yo siento repelús hacia todo lo que anda y vuela que, por su tamaño y tenacidad, se pueda colar por cualquier resquicio en el que pueda acabar anidando o bien salir a su antojo para hacer de las suyas. Una vez vi cómo se colaba un ratón por la puerta de nuestro salón que da al patio-jardín. Removí cielo y tierra para encontrarlo, y no había forma. Los ratones no me dan miedo, pero como son tan escurridizos... El caso es que al final opté por poner veneno por todos los rincones de la casa, con la debida precaución para que no se lo comiera mi perro (habría sido peor el remedio que la enfermedad). A falta de cadáver deduje que, mientras yo iba buscando por un lado, el animalito se escapó por donde había entrado, je,je.
EliminarSea del género y especie que sea un animal, lo que detesto es que se cuele sin permiso, ja,ja,ja.
Un beso.
¡Hola!
ResponderEliminarA mí me gustan las arañas pero mi hijo tiene una aracnofobia terrible, no podría ni leer tu historia.
Me dejas asombrada, qué imaginación tienes.
Enhorabuena y fleiz día.
Hola, Gemma,
EliminarBueno, hay gustos y disgustos para todo, je,je.
Me alegro que te haya gustado esta historieta de terror arácnido.
Un abrazo.
En este caso lo de "Vive y deja vivir" le ha costado caro a tu `protagonista que se ha dejado invadir por un "por si acaso"
ResponderEliminarCreo que en estos casos hay que cortar por lo sano para que los invasores no cojan confianza y se instalen como okupas para más adelante hacerse con el control.
Mal final para tu personaje que se las prometía felices.
Un abrazo.
Pues sí, su buenismo, o más bien su pasotismo, lo llevó a un final insólito. Si hubiera tenido a su mosca con él, seguro que esta le habría convencido de matar a ese arácnido okupa. Las moscas y las arañas no se llevan precisamente muy bien, je,je.
EliminarUn abrazo.
A mí, al igual que a mi admirado Woody Allen, me pasa que "estoy reñido con la naturaleza". Recuerdo una escena concreta de "La última noche de Boris Grushenko", en la que Boris (Allen) y su prima Sonia (Keaton) están en un cuarto a solas hablando de lo divino y lo humano, hasta que, en un momento dado, Sonia le habla a Boris de las maravillas de la naturaleza, y Boris (Allen) le replica: "Para mí, la naturaleza es como un enorme restaurante, todos comiéndose unos a otros". Yo nunca podría vivir en el campo. Odio los bichos. : )
ResponderEliminarPor cierto, muy bueno tu relato. Consigue trasladar al lector el miedo y la angustia que siente el personaje.
Un abrazo.
Yo, con la naturaleza soy muy selectivo. Me gusta y me disguta a la vez. Y es que de todo hay en la viña del Señor. Hay plantas cutativas y aromáticas y las hay tóxicas, que, mira por dónde, las muy cabronas, se visten de seda. Y hay animales que viven y dejan vivir y otros que te pueden joder la existencia. Estos últimos son los que pueden pasar más desapercibidos, como algunos reptiles, los escorpiones, la escolopendra (un artrópodo asqueroso con muchas patas que se esconde bajo las piedras y, cómo no, los insectos picadores. Y eso en tierra firme, porque en el mar otro tanto.
EliminarDe todos modos, este panorama no dista mucho de nuestra vida en sociedad, donde también se aplica la ley del más fuerte, la ley de la selva y en donde el poderoso intenta comerse al débil.
En mi relato, el protagonista puede acabar devorado por unas simples arañas, una minucia, je,je.
Un abrazo.
Me ha parecido un excelente relato, quizás el que me haya gustado más de todos los que te he leído. ¡Bravo!.
ResponderEliminarSAludos.
Me alegro que te haya gustado tanto.
EliminarUn abrazo.
Uy amigo que bien seguimos con la entomología,...ya sabes que yo soy muy de bichos. Sin duda el prota le dio una oportunidad a la araña equivocada jejeje, la del capítulo del díptero tenía mejor pinta que ésta jejeje. A mi que no me dan miedo las arañas me has transmitido mucho agobio con ese momento despacho, cuanta tensión... y cuanto arte en tus letras para transmitir compañero.
ResponderEliminarEso sí, que conste que al prota le veo, además de con un 'tirito dado', me llega un poco 'paradito'... o quizás estoy yo últimamente muy práctica o Mac Giver jejeje... pero una ventana para escapar aunque sea disfrazado de momia, o de astronauta... con un poco de cordura, un infundio y cinta americana (que sirve para todo jajajaja) quizás hubiera podido escapar a la muerte.
Gracias por compartir, un abrazote sabático.
Pues yo creía que eras de bichos bastante más grandes, je,je,je.
EliminarNo creo que mi prota tenga tantas luces como para urdir un plan de escape, je,je. Es más bien un tipo pusilánime y rarito. Que confíe en las dotes inspiradoras de una mosca ya lo dice todo, je,je.
En su defensa, diré que no le ha quedado otro remedio que seguir el plan/guión que le ha indicado su creador, al cual sí que quzá le falte un tornillo, ja,ja,ja.
Un abrazo y gracias a ti por pasarte.