De Santiago de Compostela no me ha quedado un muy grato
recuerdo. Solo llegar se puso a llover y el aire soplaba muy fresco para la
época del año. Así pues, la capital compostelana nos recibió con los brazos
fríos y mojados. Luego, tal como sospechaba, el constante recuerdo de Elena no me
permitió disfrutar de la estancia en la medida que pretendían Juan y Santiago y
ello a pesar de la compañía que nos ofrecieron las tres turistas germanas. Además
de alegrarnos las noches ─más a mis amigos que a mí─, nos salvaron de pernoctar
en aquel tugurio en el que habíamos dejado nuestras mochilas y donde se suponía
íbamos a estar alojados durante una semana. Juan propició, sin proponérselo, el
encuentro. Fue por la tarde de nuestro primer día de estancia. Al mediodía
habíamos cruzado la Puerta Santa en comandita. Santiago, a pesar del mal
tiempo, estaba pletórico por haber hecho realidad su ilusión. Juan y yo
estábamos sencillamente hambrientos. Fue entonces cuando Juan decidió ponerse a
tocar la guitarra bajo uno de los soportales de la Rua Nova para ver si, a la
vez que nos protegíamos de la fina pero pertinaz lluvia, conseguíamos ayuda
financiera extra para nuestros gastos.
Les debimos caer bien o yo que sé lo que las motivó a ser tan
generosas. Yo creo que se apiadaron de nosotros, pensando que estábamos a dos
velas y no teníamos dónde caernos muertos, o bien querían ligar con unos
españoles, y a ser posible con tres para equilibrar así la balanza. Según nos
dijeron luego, les caímos en gracia con nuestro aspecto afligido, sentados en el
suelo, Juan rasgando su vieja guitarra y nosotros haciéndole compañía tan
serios, como si se tratara de un velatorio.
Recuerdo que Juan estaba tocando unos
acordes de Norwegian Wood, de los
Beatles, con los ojos cerrados, como solía hacer cuando se sentía inspirado,
mientras Santiago y yo no apartábamos la mirada de la funda abierta a un metro
escaso de nuestros pies para ver si caía alguna dádiva y de paso no tener que
mirar la cara de los transeúntes, por pura vergüenza. Tan pronto como vimos caer
un billete de mil pesetas, nuestros tres pares de ojos ─uno con gafas, el mío─ se
alzaron raudos para ver dónde terminaba el largo y pálido brazo que lo había
depositado. La mirada nos condujo a una chica muy alta y robusta, de larga
melena rubia y ojos claros, que nos sonreía, mostrándonos una dentadura
perfecta. La acompañaban otras dos, no tan altas ni tan rubias, que parecían escudriñarnos
como si fuéramos bichos raros.
Esa noche fue la primera en todo el viaje que
tuvimos compañía femenina. Después de explicarles, en un deficitario inglés, sazonado
de mímica, de dónde éramos y qué hacíamos allí, y corrernos una pequeña juerga
a la española ─tapas a manta y sangría a tutiplén─, acabaron invitándonos a cohabitar
con ellas ─ expresión que usó Juan, siempre tan lingüísticamente ingenioso─,
pues, cuando vieron el cuchitril al que pretendíamos hacerlas entrar para
terminar la fiesta, dieron media vuelta y casi nos llevaron a rastras a su
hotelito ─little hotel, lo llamaron─
para que, por lo menos, nos pudiéramos asear como Dios manda ─o como ellas
querían─ y pasar cómodamente la noche. Mis amigos estaban exultantes, pero un
servidor no lo tenía del todo claro.
─Joder, tíos, llegar y pillar. Y todo gracias
a Juan y a su guitarra de marras ─comentó Santiago por lo bajini mientras
seguíamos a las tres rubias hacia su hotelito. Y es que por muy religioso que
fuera Santiago, a nadie amarga un dulce. Ya se confesaría.
A mí la perspectiva de tener sexo con una
extranjera a la que acababa de conocer y con la que a duras penas me podía
entender, pues su inglés tampoco era una maravilla, no me resultaba tan grata
como a mis dos colegas. Mi timidez original de fábrica y la sensación de serle
infiel a mi ex novia, resultaban un lastre represivo para la práctica del amor
libre. Hoy día se consideraría puritanismo o prejuicio, pero acostarme con una perfecta
desconocida, teniendo todavía en mente a Elena, no me estimulaba
suficientemente la libido, ya de por sí bastante mermada desde mi aún reciente catástrofe
amorosa. Además, no sabía cuál me tocaría a mí, deseando que, por lo menos, fuera la más menudita de las tres, más a juego con mi escasa corpulencia. Pero
no fue así.
Si bien Juan y Santiago dijeron haber
pasado una noche inolvidable en brazos y en la cama de sus correspondientes
amantes circunstanciales, yo fingí haberlo pasado en grande con mi compañera
teutona. Contrariamente a lo que hubiera sido el lógico y esperado aparejamiento
por estatura y complexión, a mí me tocó la más alta y corpulenta, la depositaria
del billete de mil, la de la dentadura perfecta. Mi indecisión y pasividad cedió
la iniciativa de la elección a mis amigos. No obstante, mi compañera pareció
congratularse por haberle tocado yo en suerte. Creo que se había encaprichado de
mí y no tuve más remedio que aceptar lo inevitable. A mal tiempo, buena cara.
La noche de amor con Berta ─así se llamaba
mi pareja─, fue agotadora, tal era su fogosidad. Después de tanto tiempo sin
acostarme con mujer alguna, debería haberme alegrado de disfrutar de aquella
oportunidad sin precedentes, pero, aunque pueda parecer extraño, para hacer la situación
más placentera, o menos violenta, tuve que echar mano de la fantasía e imaginarme
que hacía el amor con Elena. De ahí que le propusiera hacerlo con la luz
apagada, con la excusa de que la luz atraería a los mosquitos ─aprovechando la
circunstancia de que a la ardiente y calurosa germana le gustaba dormir con la ventana
abierta─, y que la luz amarillenta de las farolas daría a la estancia una tenue
luminosidad mucho más romántica. Debió creérselo porque no solo no puso
objeción alguna, sino que me sonrió lascivamente.
A pesar de que mi fantasía no hizo mucho efecto
─la diferencia de masa corporal entre Berta y Elena anulaba la más remota similitud─
me esforcé en comportarme como el macho ibérico que mi pareja debía estar esperando.
No sé si estuve o no a la altura de sus expectativas, pero el caso es que me
puso a prueba una y otra vez, hasta que, agotado, decidí pedir un alto el fuego
con la excusa de una repentina y dolorosa lumbalgia. Debo, además, añadir en
defensa propia que los tiernos juegos amorosos a los que me había acostumbrado con
Elena hacían que los lances con la rubia germana parecieran más bien una lucha greco-romana
sin árbitro.
Así pues, de ese encuentro sexual no conservo
más que un recuerdo anecdótico y poco estimulante. Fue una experiencia más del
viaje y de una estancia en la ciudad coruñesa que, aunque breve, se me hizo
eterna. Para Santiago, haber visto satisfecho su deseo de ganarse el jubileo, resultó
una experiencia única e inolvidable. Yo, en cambio, solo pensaba en regresar y
recuperar mi vida, por muy maltrecha que estuviera. Allí me hallaba fuera de
lugar, sentía que estaba perdiendo el tiempo, pensaba que estando en Barcelona quizá
tendría alguna posibilidad de ver a Elena y recuperarla. La continua presencia
de las tres germanas, especialmente la de Berta, me acabó fastidiando. Me irritaba
ver cómo mis amigos tonteaban como adolescentes con sus respectivas parejas mientras
que yo debía soportar, a todas horas, la compañía y la mirada lujuriosa de la
mía. Y por la noche, otra nueva batalla campal en la semioscuridad de la
habitación del hotelito. De seguir así, pensé que acabaría aborreciendo el
sexo, yo que hasta entonces había sido tan fogoso física y mentalmente.
Como Juan y Santiago se encontraban de mil
maravillas en aquel ambiente de turismo y sexo diario, mientras que yo me moría
de ganas por desaparecer, tomé una decisión drástica, que a ellos les pilló desprevenidos
pero que para mí fue un alivio una vez la hube tomado: volver a casa en el
primer autocar con destino a la Ciudad Condal. De este modo, dejé a mis
compañeros muy contrariados y a Berta sin tener con quien retozar. Un asunto
urgente cuya causa no aclaré fue la excusa absurda que nadie se creyó.
Sencillamente necesitaba huir. Y hui hacia mi reducto favorito: mi casa y mis divagaciones
mentales en soledad.
CONTINUARÁ...
este chaval es un poquito mojigato a mi entender, a nadie amarga un dulce, y las oportunidades hay que agarrarlas por los cuernos.
ResponderEliminar¡En fin! espero que al menos Elena le compense tarde o temprano tanto desvelo y pensamiento marchito dedicado a su figura idealizada del primer amor.
Sigo expectante el desarrollo de esta historia.
Un abrazo.
Efectivamente, a nadie amarga un dulce y mucho menos del tamaño "extra" o "King size" de la joven alemana, pero el pobre chico sigue tan "enganchado" a Elena que siente escrúpulos al acotarse con un ligue de última hora. Lo de "aquí te pillo, aquí te mato·", no le va. Enrique necesita sexo con amor o amor con sexo. A mí me ocurría lo mismo, jajaja
EliminarMuchas gracias, compañero, por esperar pacientemente al desenlace.
Un abrazo.
Jajaja, me parece muy bien, cuando uno está incómodo lo mejor que se puede hacer es quitarse del medio.
ResponderEliminarUna aventura un poco desastrosa para el pobre protagonista. Ese es amor del bueno, el que no puede sacar del pensamiento.
Interesada me quedo a ver que pasa por fin con Elena.
Un abrazo Josep.
Cuando alguien hace algo con desgana, no puede llegar a disfrutar de lo que se le ofrezca, ya sea en una fiesta o, como es el caso, un viaje de placer, que de placer no tiene nada para el muchacho.
EliminarY es que el amor no correspondido puede amargar al más duro de los mortales.
Agradecido yo me quedo sabiendo de tu interés.
Un abrazo, Elda.
No sé en qué puede terminar esto. Quedo a la espera impaciente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo sí sé en qué acaba, pero no puedo ni quiero desvelarlo, jeje
EliminarPronto se verá satisfecha tu impaciencia, Macondo.
Un abrazo.
Subyace el tópico de que el varón siempre tiene que estar dispuesto al sexo y no le puede "doler la cabeza"..., a ver si va llegando la igualdad...
ResponderEliminarUn abrazo
Pues sí, tenemos que estar siempre al pie del cañón, por decirlo de un modo suave, jajajaa.
EliminarParece mentira como algo tan agradable para cualquiera, pueda transformarse en una obligación indeseada. Y es que Enrique no estaba para muchas alegrías. Bastante hizo con no quedar demasiado mal ante la insaciable germana.
Un abrazo.
Sabido es que a nadie amarga un dulce, pero según te encuentres hay cosas que empalagan. Así pues, yo entiendo que el pobre chico saliera huyendo de esas "batallas campales" (jajaja), vistas las pocas ganas que tenía de luchar. Bien hecho.
ResponderEliminarMenos cosas que confesar tendría ;-)
Un beso, Josep Mª. A ver cómo sigue la historia....
Enrique no quiso llevar a sus espaldas lo que consideró una carga inapropiada: haber desahogado sus penas en brazos de otra mujer mientras tenía su mente y su corazón puestos en Elena. ¿Romántico o tonto? Que cada uno juzgue. Lo que sí está claro es que hacer el amor a la fuerza no era lo suyo, jajaja
EliminarVeremos qué le depara la vuelta a casa.
Un beso.
jajaja me ha parecido muy divertido el literal revolcón grecorromano con la teutona jaquetona y probablemente tetona XD ¡pobre Enrique!... la luz apagada, fingiendo un ataque de lumbalgia... SIn duda el hombre necesitaba regresar a su zona de confort y a la potencial proximidad de Elena. Deseando leer la continuación compañero. Un abrazo y buen puenting o finde ;)
ResponderEliminarYo le comprendo muy bien. Aunque nunca he vivido una experiencia así, jeje, sí me he hallado en una situación no deseada que te hace preguntarte ¿pero qué hago yo aquí? Las intenciones de sus amigos del alma fueron buenas pero no dieron el resultado esperado. Y cuando te hallas en un lugar o en una situación indeseada, lo mejor es escapar. Lo malo es que la escapatoria de Enrique consiste en volver al lugar que le trae tan malos recuerdos. Veremos qué decisión tomará de camino a casa.
EliminarMuchas gracias, compañera, por tu presencia y que pases una buena semana.
Un abrazo.
Cómo entiendo a tu personaje. Yo hubiera salido corriendo antes aún. No hay nada peor que tener que fingir alegría y "correrse una juerga" cuando lo que estás deseando es quedarte a solas con tus pensamientos y tu tristeza para lamerte las heridas y llorar a gusto si de tercia. A veces, es lo único que apetece.
ResponderEliminarUn beso.
Quizá una buena borrachera le habría ayudado, aunque solo fuera temporalmente, a soportar lo insoportable, pero ese chico estaba condenado a penar, día y noche, jajaja
EliminarPero algo tendrá que hacer para dejar de sufrir, digo yo.
Un beso.
Hizo bien, ¿por qué razón fingir lo que no se siente? Eso sí, en este caso tengo que decir que los buenos amigos se dan cuenta de como uno se siente, y no veo que este fuera el caso. Así que si ese viaje era para que él se sintiera mejor, y al final solo lo pasaban bien los otros, lo mejor era marcharse. Que todo el mundo tiene un luto diferente para dejar atrás las emociones.
ResponderEliminarUn beso.
En casos así es cuando uno descubre la calidad humana de sus amigos, es decir, si lo son de verdad o solo para pasar buenos ratos de jolgorio. Enrique comprendió que no le apoyaban como él hubiera esperado y deseado y acabó tomando las de Villadiego. Me imagino que ello les llevará a una ruptura. Ahora Enrique no solo se ha quedado sin novia sino sin esos supuestos amigos.
EliminarUn beso.
Ir a un viaje para olvidarse de lo que deja atrás y no aprovecharlo es que este hombre está muy enamorado de su ex y no vive más que para ella. a Ver que pasa en el siguiente capítulo. Un abrazo
ResponderEliminarEnrique ya suponía que el viaje no le serviría para olvidar a su querida Elena, pero acabó cediendo a la insistencia de sus amigotes. Cuando se percata que, tal como se imaginaba, no logra quitarse a su ex novia de la cabeza y que no disfruta del viaje y de lo que este le ofrece, decide abandonar. Prefiere refugiarse en su dolor solitario que aparentar una felicidad no existente y que le agobia.
EliminarUn abrazo.
Hola Josep Mª, por alguna extraña razón se me habían escapado estes relatos y hoy, cuando me encontré con esta entrada me fui a leer las anteriores,... y la verdad es que me sorprendido tu, si me permites la expresión, "cambio de registro". Un divertido y ocurrente relato por entregas que seguro que daría para una novela. Un abrazo!
ResponderEliminarPues si hubieras entrado en el blog mañana, te habrías encontrado con el cuarto y último episodio de la historia y así te la habrías leído de un tirón, jajaja
EliminarSí, este relato tiene, como dices, un cambio de registro. Se me ocurrió contar una historia más "normal", una historia de equívocos amorosos como los que ocurren, o pueden ocurrir, en la vida real.
Me alegro que te resulte ocurrente. Y ya sabes: mañana la final, jeje
Un abrazo.
Pues sí que está pillado este hombre con la dichosa Elena para hacerle ascos a un ligue fácil, a pesar de la lucha greco-romana sin árbitro, ja ja ja.
ResponderEliminarEn fin, seguiremos la historia, a ver qué le pasa a este pobre desventurado.
Un abrazo.
Por lo que yo recuerdo, los enamoramientos de juventud son especialmente impetuosos y no se olvidan fácilmente. Y aún así, los hay más fuertes que otros. A Enrique, por desgracia, le tocó uno de los extra-fuertes, jeje. Y en cuanto al refrán de que un clavo saca otro clavo, la robusta germana no era un clavo lo suficientemente fuerte para sacarle de la cabeza a Elena, jajaja
EliminarUn abrazo.
Está claro que las circunstacias, reales y mentales, mandan en nuestro ánimo. Lo que debía haber sido considerado como una suerte increíble, acabó siendo el detonante para hacer volver a casa al protagonista. Por cierto, ¡pobre Berta! :P Espero que a la vuelta, si no la felicidad, pueda encontrar cierto sosiego. Ya nos contarás, Josep :))
ResponderEliminar¡Un abrazo de finde!
Cada uno reacciona de forma distinta ante una misma situación. Enrique todavía estaba demasiado "tierno" anímicamente como para sobreponerse a la ruptura con Elena, y en su mente, en su corazón y en su...ejem, no había cabida para otra mujer.
EliminarLa verdad es que no se me ha ocurrido pensar qué hizo Berta al quedarse sin paraje. ¿Acaso montó un trío con las otras dos parejas o se quedó suspirando por su amor hispano perdido?
Un abrazo, Julia.
Veo mucho más probable lo del trío, la verdad. De hecho lo pensé mientras leía jajajaja.
EliminarHola. Me había saltado esta parte, casi leo el final sin leer esta, jejeje.
ResponderEliminarMe ha gustado, pobre Berta, peor la vida es así y hay amores que marcan y otros no tienen nada que hacer.
Un abrazo.
Hola Gemma. Menos mal que no te has saltado este episodio, pues te habrías perdido la peripecia de Enrique con su amante ocasional de verano, jeje
EliminarPero el caso es que Berta apareció en un mal momento en la vida de este chico aunque, por otra parte, no era más que un pasatiempo temporal.
Un abrazo.