Teodoro se angustió en vano,
pues al inicio del nuevo curso Arnaldo Montalvo no apareció en escena. Sus
padres lo habían matriculado en el Instituto de Enseñanza Media que había en el
barrio. En alguna ocasión se cruzó con él de camino a casa, pero Teo ya había
dejado de ser su amor platónico y fuente de inspiración poética. En aquel malogrado
verano, mientras que a Teo le atormentaban los retortijones, tanto físicos como
mentales, Arnaldo hizo amistad con un chaval del pueblo, un tal Gustavo Cabello
Rubio, hijo del alcalde de aquella localidad veraniega, un mocetón alto y
fornido como él, nada que ver con el esmirriado Teodoro. Años más tarde, todos
dirían que aquellos dos hacían muy buena pareja, tan altos y rubios.
Así
que finalmente se cumplió lo de aquí paz y después gloria. Pero solo en parte,
porque a Teo le perseguían los problemas del amor adolescente.
Pasaron
dos años desde aquel desagradable incidente. Se acababa de iniciar el curso
2010-2011 y Teo estaba a punto de cumplir los catorce años. En su curso se había
incorporado una nueva alumna, venida de una ciudad castellana de cuyo nombre no
puedo acordarme. Solo recuerdo que se llamaba Ana Quintana, conocida en la
clase como “la nueva”, así de simple e inequívoco. Era muy bonita. La chica más
bonita de la clase. Puede comprobarse fácilmente por la fotografía colectiva del
curso que todavía guarda Teo en una caja de zapatos. Además, era muy simpática. Eso lo puedo asegurar porque la conocí.
A los
pocos días de iniciado el curso, la Quintana ya se había hecho íntima de
Sonsoles Musoles y de Adela Candela, algo difícil de entender. Ella alta y esbelta
como un brioso corcel, y las otras dos como percherones de tiro. Pero no solo
se distinguían por el físico, que es lo único en lo que se fijan los chicos a
esa edad, sino que, mientras Ana era todo dulzura, la Musoles y la Candela eran
dos zopencos. Manolito Cifuentes las llamaba “las tres Gracias”, pero hay que
disculparlo porque estaba bastante cegato y era de gustos más que dudosos. El
resto de chicos las apodaba “las tres Marías”. Teo, cuando se refería a ese
trío tan dispar, simplemente lo llamaba “la bella y las bestias”.
Pero,
como decía, los chicos, a esa edad, se fijan mucho más en el físico que en
otros aspectos más profundos y en eso Teo no era una excepción. En cuanto vio a
Ana se enamoró locamente, o tontamente, de ella. Abandonó de inmediato la idea
de hacerse cura, una posibilidad que estuvo valorando al ver lo inútil que era
para las relaciones amorosas, permutando así el amor divino por el carnal, desoyendo
los consejos del padre Ángel durante las sesiones de adoctrinamiento moral.
Ojalá
Ana le escribiera esos poemas que había recibido de su admirador secreto, por
cursis que fueran. Pero “la nueva” pasaba olímpicamente de él y, además, las
otras dos actuaban como si fueran sus guardaespaldas. Nunca podía acercarse a
ella. Ya no solo temía su rechazo, sino también el mamporro que se ganaría si
aquellas dos decidían protegerla de cualquier intrusión indeseada.
¿Serían
lesbianas?, llegó a pensar. Tenía que urdir un plan para poder hablar con ella,
costase lo que costase.
Un
día, a la salida del colegio, decidió seguir al trío desde una distancia
prudencial. Cuando se separaron y Ana quedó libre de su escolta, Teodoro
aprovechó la ocasión y avanzó hacia ella a zancadas intentando llegar a su
altura lo más rápidamente posible. Pero un maldito tropiezo dio con su
escuálido cuerpo contra el duro suelo. A pesar del desgraciado y bochornoso
accidente, la suerte le acompañó, pues aunque el estrépito de su caída hizo que su
preciada presa se girara, por fortuna para él, lo único que vio Ana fue a un
Teo atolondrado, recogiendo su mochila y limpiándose el polvo de sus vaqueros a
manotazos.
De
este modo, se cumplió aquello de que no hay mal que por bien no venga, y Teo
pudo finalmente disfrutar de la compañía de Ana hasta que llegaron al portal de
su casa. Durante el trayecto, que se le hizo muy corto, Teo pudo saber algunas
cosas de la vida de su enamorada: sus gustos musicales, sus hobbies, que su
padre era policía nacional y le acababan de trasladar a la ciudad, que su madre
era maestra ─ojalá la admitieran en su colegio─ y que tenía un hermano menor que
iba dos cursos por detrás de ella.
De
vuelta a casa, Teo iba cavilando el modo de poder disfrutar de la compañía de
Ana por más tiempo y sin tener que esperar a que sus dos guardaespaldas le
dejaran libre el camino. Ahora ya sabía donde vivía. Así pues, la esperaría
todas las mañanas delante del portal de su casa e irían juntos hasta el
colegio. Si los dos zopencos aparecían durante el trayecto, no tendrían más
remedio que aguantarse. Y así lo hizo.
Pero
el día en cuestión, cuando se abrió la puerta de la calle y asomó la bella y
dulce figura de su chica, apareció tras ella un individuo alto y robusto con el
uniforme de la Policía Nacional. ¡Su padre! Teo no entendía de grados, pero
aquel hombretón lucía unos galones muy llamativos, con dibujos y coronas cuyo
significado desconocía, pero que le hizo pensar que ocupaba un cargo muy
importante. No le quedaba más remedio que batirse en retirada, pero antes los
siguió en la distancia un trecho y comprobó que al poco subían a un vehículo y
emprendían la marcha a todo gas, desapareciendo de su vista en cuestión de
segundos. El gozo en un pozo.
Pero
esta no fue la única desgracia emocional que tuvo que soportar Teodoro Montoro.
Cuando ya vislumbraba el edificio del colegio, una pandilla de chicos mayores
se le interpuso en el camino.
─Así
que tú eres Teodoro “el pupas” ─le dijo el más alto y con nariz de aguilucho.
Teo
quiso esquivarlos sin responder a la pregunta, pero el trío buscabullas se lo
impidió, acorralándolo.
─Te he
hecho una pregunta, canijo ─insistió el aprendiz de matón.
─Sí,
me llamo Teodoro, por qué lo preguntas ─acabó diciendo con una voz aflautada por
el miedo.
─Porque
no quiero darle una paliza al chico equivocado.
─¿U…,
una paliza? ¿A mí? ¿P…, pero por qué? ─contestó, ahora temblando, mientras los tres
reían a carcajadas.
─Porque
nadie me levanta a la novia, ¿te has enterado?
─¿Tu,
tu, tu novia? Pero ¿quién es tu novia?
─Quién
va a ser, imbécil. Esa preciosidad con la que te vi ayer de camino a su casa,
la hija del comisario de policía, para que te enteres, “pringao”.
Teo
llegó a clase quince minutos tarde y con un ojo hinchado y amoratado. La excusa
de que había tropezado y chocado contra un árbol no acabó de convencer al
profesor de matemáticas, pero no insistió. Antes de ocupar su puesto, miró a la
concurrencia. Todos lo miraban con cara de asombro, menos tres personas: la
Musoles y la Candela sonreían por lo bajini, y Ana lo observaba con cara de pena,
¿Sabría alguna de ellas lo que realmente había sucedido?
Cuando
llegó a casa, su madre se alarmó, por mucho que dijera que estaba bien, que
solo había sido un accidente, pero su padre le sacó la verdad bajo una amenaza
ante la cual Teo no pudo resistirse y acabó contándolo todo con pelos y
señales. ¿Cómo iba a soportar una semana sin el iPhone que le habían regalado
por Reyes? Y más ahora, que había conseguido el teléfono de Ana y necesitaba
hablar con ella más que nunca.
Don
Isidoro Montoro, que en su juventud había practicado boxeo en plan amateur, le
conminó a hacer frente a aquellos matones del tres al cuarto, por mucho que un
amedrentado Teodoro le asegurara que a su lado él era prácticamente un enano.
─Eso
no es excusa para no plantarles cara ─le aseguró su padre─. Además, el tamaño
no importa en boxeo. Yo era peso-pluma y todavía sería capaz de derribar a un
gigantón. Todo es cuestión de técnica y de un buen derechazo dado en el momento
oportuno. Yo te enseñaré.
Aquella
noche, Teo no pudo pegar ojo, pensando en lo que se le avecinaba. La parte
positiva fue que Ana, a la que llamó de inmediato tras la pequeña pero tensa
conversación con su padre, le confirmó que no sabía de qué novio le hablaba.
Ella no tenía novio y por la descripción que le dio del chulo que le había
zurrado se trataba de un tipo que no dejaba de importunarla, un tal Germán. Ese
trío eran unos gamberros de cuidado, conocidos en el barrio por sus
bravuconadas. Su padre les tenía puesto el ojo y solo esperaba una pequeña
excusa para hacerles pasar una noche en comisaría.
Saber
aquello animó a Teodoro. Se entrenaría a fondo gracias a su padre y les daría
su merecido a aquellos tres. Se veía como el chaval de la película Karate Kid
que acababa de ver en el cine. Pero quizá sería mejor hacerlo ante la presencia
de Ana y de su padre. Pero debería parecer que actuaba en defensa propia, no
como el provocador. Debía establecer un plan.
Al día
siguiente, tras darle los buenos días, le preguntó a su padre:
─Papá,
¿cuánto tiempo necesitaré para estar en forma y poder tumbar a esos gamberros?
─Pueeesss,
entrenando una hora diaria y suponiendo que esos chavales no tengan ni idea de
boxeo, unos tres meses.
─¿Quéeee?
¿Tanto?
A
Teodoro Montoro se le pusieron los pelos de punta. ¿Qué haría mientras tanto si
se cruzaba con aquellos tres? Tendría que pensar en algo. Y rápido.
Pero
la agilidad mental de Teo no era su fuerte y al cabo de tres días de entreno
pugilístico intensivo volvió a darse de bruces con el Germán de marras. Por
fortuna iba solo, pero con ganas de bronca.
Aunque
Teo intentó evadir por las buenas un nuevo encontronazo violento, argumentando
que Ana le había dicho que él no era su novio y, por lo tanto, no tenía ningún
derecho a meterse con él, que tan solo era un compañero de clase, ello
soliviantó todavía más al energúmeno, que, sin mediar palabra, intentó
propinarle un puñetazo. Teo todavía no dominaba las técnicas más básicas del
boxeo, pero había aprendido a esquivar los golpes directos a la cara. De este
modo, cuando el chaval intentó romperle la nariz con el brazo izquierdo, Teo se
encogió espontáneamente hacia la derecha haciendo perder el equilibro a su
oponente pugilístico. Solo tuvo que hacerle la zancadilla para que aquel se
abalanzara contra un coche aparcado justo detrás de Teo y quedara KO por unos
segundos, tiempo que aprovechó para poner pies en polvorosa. Ya vería cómo se
las apañaría en la siguiente ocasión.
Pero
esta vez la suerte volvió a sonreírle, pues Ana fue testigo de su proeza, cuando,
junto a sus dos acompañantes inseparables, se disponía a cruzar la calle para
entrar en el colegio. El padre de Ana Quintana, que todavía no había arrancado
el coche desde que la dejara en los aledaños de la escuela, también vio la
escena y, hombre recto como era, salió del vehículo para poner orden tras la
reyerta que acababa de presenciar. Cuando Ana se percató de las intenciones de
su padre, se apresuró a justificar el comportamiento de Teo explicándole quien
era ese intruso y cuáles eran sus pretensiones. Germán, el malo de la película,
después de las amenazas proferidas por el comisario, nunca más hizo acto de
presencia por aquel barrio y Teodoro se convirtió, de la noche a la mañana, en
el héroe particular de Ana y en la admiración de la clase tan pronto como
corrió la voz.
Al poco
llegaron las vacaciones de Semana Santa y el enamorado Teo no podía posponer
por más tiempo su declaración de amor, que daba por correspondido después de
aquella hazaña y de ganarse el aprecio de su amada. Como era corto en palabras
y no se le daba bien la improvisación, decidió entregarle una nota a la salida
de la última clase antes del paréntesis académico.
Emulando
a aquel aprendiz de poeta que tanto le había atormentado, escribió lo
siguiente:
Ana
Quintana
Te
quiero semana tras semana
Dime
si soy correspondido
Para
que pueda vivir tranquilo
No era
gran cosa, la poesía tampoco era su fuerte, pero era la pura verdad. Ahora solo
faltaba recibir una respuesta afirmativa.
Llegó
a casa con el corazón hecho una locomotora de carbón. Esperaba que la respuesta
le llegara de un momento a otro, de modo que no se separó de su iPhone ni para
ir al baño. Finalmente, justo antes de cenar, oyó el sonido característico de
la entrada de un mensaje. Había un SMS procedente de Ana. Respiró profundamente
y lo abrió, temblando por fuera y por dentro. El mensaje decía así:
Pobre
Teodoro Montoro
Te
aprecio, pero no te adoro,
Tanto
como tú a mí, por lo que veo.
Espero
que no te ralles si te digo
Que
solo podemos ser amigos
P.D.- Ya
sé que no es un quinteto como debe ser, pero es todo lo que me ha salido. Lo
siento. Además, hay un chico que me gusta, aunque todavía no lo sabe.
Otras
vacaciones que Teo pasaría en la cama, argumentando que tenía retortijones.
Debía haber comido algo que le había sentado mal. Lo que les extrañó a sus
padres es que le durara toda la Semana Santa. Tampoco entendió su padre por qué
se negaba a seguir con las clases de boxeo.
CONTINUARÁ ALGÚN DÍA
Bueno, pues me has dejado intrigadísima con las aventuras amorosas de Teo. A la espera quedo del siguiente capítulo para ver si el pobre chico puede pasar unas vacaciones felices de una vez.Ha sido un texto muy entretenido que me ha llevado a los retortijones que todos hemos pasado alguna vez en nuestra adolescencia. Un abrazo. Josep
ResponderEliminarA Teo le puede pasar cualquier cosa. De momento, el chaval no tiene muchas suerte en el amor, pero demos tiempo al tiempo, a ver si las cosas del corazón mejoran, je,je.
EliminarUn abrazo.
Quedo mordiéndome las uñas hasta el siguiente capitulo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues me alegro, compañero, pues presumo que te han gustado las cuitas del pobre Teo.
EliminarUn abrazo.
He leído el anterior porque no lo recordaba, y desde luego es una continuación genial, muy entretenida en este avatar amoroso de Teo que al pobre todo le sale mal. A ver en la continuación, si la hay, como le va, jajaja.
ResponderEliminarUn placer la lectura y muy graciosas las rimas.
Un abrazo y buen fin de semana.
No sé si lo avatares amorosos de Teo son para reír o para llorar, pero veo que, por lo menos, son entretenidos, je,je.
EliminarUn abrazo, Elda.
Pobre chico,... pero quién no ha sufrido retortijones alguna vez en su vida,... esperemos que en los próximos capítulos la cosa mejore!
ResponderEliminarExacto. Yo mismo sufrí más de uno, je,je.
EliminarA ver cómo le va de ahora en adelante al pobre muchacho.
Un saludo.
Vamos aprendiendo a base de tropiezos, cuando nos pasan nos lamentamos pero sin ellos no seríamos quienes luego somos.
ResponderEliminarSAludos.
Ciertamente, Manuela, aprendemos a base de batacazos. Cuando nos ocurren lo lamentamos muchísimo, pero con el tiempo todo se suaviza y lo vemos de otro modo.
EliminarUn saludo.
Las desventuras del pobre Teo me hacen reír, sé que es poco caritativo, pero es así. Al pobre de Teo para ser un pupas integral solo le falta ser del Atleti, pobrecito mío, porque suerte no tiene mucha, las cosas como son.
ResponderEliminarMe encanta esta serie, o espero que sea una serie. Además, eso de poner el enlace anterior es muy buena idea para recordar ;)
Espero que sigas contándonos cosas de Teodoro Montoro y compañia, a mí ya me tienes enganchada.
Un beso.
P.D. Los versos son de traca, me parto con ellos.
No sé si Teo será del Atleti o del Betis, pero el caso es que la fortuna no le sonríe, al menos en los asuntos del corazón. A ver si con el tiempo la suerte decide sonreírle, pues yo creo que el pobre se lo merece.
EliminarNo sé qué diría del profe de literatura si leyera esos versos, ja,ja,ja.
Un beso.
Al leer el enlace quise empezar por él y recordé que ya lo había leído. Ahora nos dejas con mas ganas de saber de las aventuras de Teo. Esperando quedamos. Un abrazo.
ResponderEliminarTengo que hacer memoria de las andanzas del pobre Teo. Cuando recuerde más incidentes, os los contaré, je, je.
EliminarUn abrazo, Mamen.
Pobre Teodoro Montoro, el amor no le sonríe y se mete en los más divertidos quilombos. Sigo creyendo que lo suyo era Arnaldo Montalvo.
ResponderEliminarEsperemos que "algún día" sus inquietudes amorosas encuentren plena satisfacción.
Un beso.
Si incluso su enamorado se ha olvidado de él, ja,ja,ja.
EliminarEn un futuro las cosas mejoraron, pero todavía le queda por sufrir algún que otro contratiempo al pobrecito.
Un beso.
Desde luego este chaval es un pupas y necesita algo de seguridad en si mismo. A mi me dijeron que el amor venía por si solo, y que cuando llegara me enteraría, cosa que resultó ser cierta. eso de enamorarse sin ser correspondido es bien doloroso.
ResponderEliminarUn abrazo. Y a ver si algún día Teodoro tiene más suerte.
Creo que el hecho de ser un hijo único mimado y sobreprotegido, le ha restado seguridad en sí mismo. De todos modos, algunas cosas que le suceden es por pura mala suerte, je,je.
EliminarUn abrazo.
Pero por Dios no nos dejes así.¿Qué chico le gusta?¿Cambiará Ana Quintana de opinión? Ay qué intriga.
ResponderEliminarMuy feliz semana y pobre Teodoro, no le sale nada bien.
Habrá que esperar un poquito para saber cómo acabó la cosa, pues debo hacer primero un esfuerzo de memoria, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo y feliz semana.
Recordaba el anterior relato y el chasco que se llevó el amigo Teodoro, ja, ja, ja. Este chico abre una gasolinera y al día siguiente la prohíben ;-). Fantástica continuación del relato anterior y más divertida si cabe. Aquí tienes un filón para disfrutar escribiendo y hacer disfrutar a los que te seguimos.
ResponderEliminarAbrazos Josep y enhorabuena por crear a este personaje!!
De los personajes gafados se sacan historias más suculentas que de los triunfadores, je,je.
EliminarSeguiré las peripecias de este chavalín, a ver qué nos deparan.
Me alegro que estés interesado en conocerlas.
Un abrazo, Miguel.
Pues tiene mala suerte, pobre Teodoro.
ResponderEliminarUn abrazo
Sí, podría dedicarse al juego, pues ya se sabe lo que dice el refrán: desgraciado en el juego, afortunado en amores, pero en este caso sería al revés, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.
Antes de comentarte sobre esta segunda parte de tu historia, voy directamente a leer la anterior, pues cuando la publicaste aún seguía ausente de Internet y prefiero conocerla para luego comprender mejor tu texto.
ResponderEliminarMe ha parecido una trama interesante que además tiene buen ritmo, un protagonista con el que fácilmente podemos identificarnos como lectores y está escrita en un tono jocoso, mezclando hábilmente diálogos y prosa, esto en cuanto a la forma, luego sobre el contenido, me transporta a mi adolescencia en el instituto, a esos amores platónicos, a la timidez que también formaba parte de mi personalidad especialmente por aquella época y a todas esas anécdotas que daban sentido a nuestras vidas. Muy ocurrente por tu parte el ingenio con los nombres de los personajes y los mensajes poéticos.
Ya centrándome en la segunda parte, aprecio que las aventuras de Teororo continúan adelante dentro del mismo decorado estudiantil, aunque en lo amoroso introduces a una nueva partenaire, con la cual no obtiene «el premio» que buscaba.
Me ha gustado también, que sigas manteniendo la coherencia de la historia sin perder el ritmo ni entorpecer o dispersar la trama, incluso te sugeriría que siguieras compartiéndonos nuevas entregas o capítulos, puesto que en general me ha resultado muy divertida y amena.
Un abrazo, Josep.
Pues me alegro que te haya gustado la historia al completo, tanto en la forma de relatarla como en su fondo. Te agradezco encarecidamente tus comentarios que, no solo me halagan, sino que me animan a continuar con las cuitas de este mozalbete aprendiz de amante, aunque desafortunado en amores.
EliminarUn fuerte abrazo, Estrella.
Hola Josep! El pobre Teo no tiene ninguna suerte, a ver si en el próximo capítulo que espero no tarde mucho le vienen las cosas de cara.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo también espero que, poco a poco, la suerte le sonría, je,je.
EliminarMuchas gracias, Conchi, opr pasarte y comentar.
Un abrazo.
Ohhh, ¡pobrecito! Esperemos que llegue el día que tenga más suerte en el amor, que tiempo le queda mucho por delante, :) Mientras tanto a nosotros nos sacas una sonrisa mientras nos vamos imaginando todas sus desdichas, je, je, je
ResponderEliminarMuy bueno, Josep Maria.
Un beso.
Este chico no da una, je,je. Tendré que echarle una mano, de lo contrario está destinado al fracaso amoroso, ja,ja,ja.
EliminarMuchas gracias por haber dedicado tu tiempo a leer las dos partes de un tirón.
Un beso.