Como hace ya catorce meses desde la publicación de "La azarosa vida amorosa de Teodoro Montoro" y ocho desde la de "Las cuitas amatorias de Teodoro Montoro", os dejo AQUÍ y AQUÍ esas dos primeras partes para que podáis refrescar la memoria y poneros al día.
Tras una larga tregua amorosa, durante la cual
Teodoro se juró no volver a caer en las garras del amor, le tenemos, cuatro
años más tarde, cursando el primer año de Biología, en el que, contra todo
pronóstico, rompería ese aplazamiento autoimpuesto. Y es que el amor, en
cualquiera de sus formas, no sabe de treguas, especialmente cuando aparece en
escena alguien especial.
Ana Quintana, la última
chica que le dio calabazas, por muy poéticas que fueran, ya solo queda en el
recuerdo. Sus inseparables guardaespaldas abandonaron los estudios y la
Quintana ya solo suspiraba por su novio, un zoquete guapetón al que todos apodaban
el “manazas”, por las inconmensurables dimensiones de sus extremidades prensiles.
A Teo más bien le recordaba a Hulk y evitaba verlos juntos, pues no podía
evitar sentir náuseas al imaginarlos en actitud amorosa, él recorriendo ese
delicado cuerpo con aquellos apéndices que parecían artificiales.
Pero con los años, las
pasiones se olvidan o se suavizan, y con solo abandonar el instituto, Teo se
sintió libre, lejos de las zarpas de aquel enamoramiento, que ahora le parecía
infantil.
En primer curso de
biología había una mayoría de alumnado femenino, lo cual nos haría pensar que
Teo pronto volvería a caer en la tentación. Y así fue, pero no con una de sus
muchas compañeras de clase, sino que ahora el objeto del deseo era una figura
algo más madura, de curvas rotundas y tremendamente sensuales: la profesora
adjunta de matemáticas, que impartía clase los lunes, miércoles y viernes por
la mañana.
El embobamiento que
sufría Teo durante todo el tiempo que duraba la clase se lo llevó a casa. Solo
abrir la libreta de los apuntes ya veía a Catalina Ulldemolins, en cuerpo y
alma, deambulando por el entarimado, garabateando la pizarra de un extremo a
otro con fórmulas incomprensibles para él. Tanto suspiraba al imaginarla que,
hasta su padre se percató de que algo no andaba bien en la cabeza de Teo. Y
como ya se sabe que el diablo sabe más por viejo que por diablo, adivinó que su
hijo andaba enamorado.
—Tú estás tonto o
enamorado, lo cual viene a ser lo mismo.
—Pero ¿qué dices, papá?
Ni loco.
—Teo, que te conozco
más que si te hubiera parido.
—Pues te equivocas.
—Bueno, si tú lo dices…
Y ahí terminó la cosa,
pero por poco tiempo, pues luego fue su madre quien le interrogó en la mesa,
mientras cenaban.
—Teo, a ti te ocurre
algo, estás en babia. Por dos veces has intentado cortar la carne con la
cuchara. Además, casi no comes.
—Es que está enamorado,
mujer.
—¿En
serio? ¿Y quién es ella, si se puede saber?
—¡Mira
que sois pesados!—. Y dicho esto, se levantó de la mesa con tal ímpetu que
derribó su silla, mientras su hermano pequeño no cesaba de repetir «Teo está
enamorado, Teo está enamorado»
Y lo estaba hasta las
trancas. Pero esta vez sí que era un amor imposible. ¡Mira que enamorarse de su
profesora de matemáticas! ¿Seria lo que llaman un amor platónico? El caso es
que lo que fuera que sentía por ella se transformó en una obsesión. No le
bastaba con verla en clase, tres días a la semana. Así pues, con la excusa de
alguna aclaración o duda, se personaba en el departamento preguntando por ella
casi cada día.
Tanto era el estado de
agitación del muchacho, que su padre, esta vez sí, logró hacerle desembuchar.
—¿Tu profesora de
matemáticas? ¡No me jodas! No se lo digas a tu madre, que le da un patatús, ya
sabes cómo es.
—No, no se lo diré. Ni
tan solo sé por qué te lo he dicho a ti.
—Pues porque los dos
somos hombres y yo te puedo aconsejar mejor. Te sucede algo parecido a lo que
me sucedió a mí cuando tenía tu edad. ¿A ver si resultarla que esto es
hereditario?, ja, ja, ja.
—Tú también te
enamoraste de tu profesora de matemáticas?
—De la de francés, en
segundo de bachillerato. Aun la recuerdo. La Casañas, no recuerdo su nombre de
pila. Estaba buenísima. Hubo una temporada que vestía con unas botas de esas
tan altas, que acababan por encima de la rodilla, por debajo de la minifalda.
Alguien, no recuerdo quién, se inventó una adivinanza. «¿En qué se parecen las
botas de la Casañas con Gibraltar? En que terminan en la línea de la concepción»,
ja, ja, ja. ¿Qué pasa, que no lo pillas? La Línea de la Concepción es una
población que limita con Gibraltar, chaval. Y “la línea de la concepción” también
significa…, bueno, dejémoslo correr. Parece mentira, ni sentido del humor
tienes, que te pareces a tu madre. O eso o no tienes ni idea de geografía.
Don Isidoro Montoro, al
principio no se tomó muy en serio el enamoramiento de Teo. Cosas de
adolescentes, pensó. Pero no le quitaba la vista de encima y veía cómo cada día
volvía alicaído de la Facultad. Entraba en casa y se encerraba en su cuarto
hasta la hora de comer y luego de vuelta a su dormitorio con cualquier excusa.
Ante esta situación, que le dolía en el alma —pues él también sufrió de amores
en su juventud—, no sabía qué hacer. Si le había enseñado a boxear para enfrentarse
a aquel energúmeno que dijo ser el novio de aquella jovencita, Ana no-sé-qué, ¿cómo
no iba a echarle una mano en esto?
Iban pasando los días y
ya eran dos en casa que no podían contener la zozobra. Y como las mujeres
tienen un sexto sentido para estas cosas, su querida esposa, que ya tenía la
mosca detrás de la oreja hacía tiempo, le obligó a confesar, so pena de no volver
a tener relaciones sexuales hasta que no desembuchara, qué estaba ocurriendo. Y
como la carne es débil...
—Lo que ocurre es que
nuestro Teo está enamorado.
—¿Y por qué esas caras
tan largas? ¿Acaso tampoco es correspondido en esta ocasión?
—Es que la chica o,
mejor dicho, la mujer de la que está enamorado es su profesora de matemáticas.
—¡¿Su profesora de
matemáticas, dices?!
—Shhhh, baja la voz, mujer,
que te va a oír y no quiere que se sepa.
—No me extraña. Tienes
que sacarle esta tontería de la cabeza.
Tontería o no, Don
Isidoro se afanó en buscar una salida airosa.
—Y qué, hijo, ¿no hay
ninguna chica de tu edad que te haga tilín? Alguna habrá, digo yo, entre tantas
compañeras que tienes en clase.
—Ninguna me hace caso
—dijo Teo, después de un largo silencio.
—Tienes que procurar
que alguna se fije en ti, caramba. La clave está en el humor. Conquístalas
haciéndolas reír. Yo tuve un compañero feo, feo, con una napia que ni la de
Cyrano, que con sus bromas siempre tenía a unas cuantas a su alrededor.
—¿Y acabó ligándose a
alguna o solo lo tomaban como un bufón?
—Pues…, no sé, ahora
que lo dices, creo que…
Aunque pareció que Teo no había escuchado el
consejo de su padre, en realidad sí lo hizo. Lo primero que hizo fue comprarse
un libro de chistes, “Los mejores chistes”, que tenía un capítulo dedicado a
los chistes cortos, los mejores, según su criterio, para entrarle a una chica.
Pero ¿cómo iba a contarle chistes a Catalina, tan seria como era?
Desde entonces,
“Catalina La Grande”, como la llamaban los chicos de la clase, se convirtió en el
centro alrededor del que giraba la vida de Teo. Cuando iba a verla a su
despacho, no sabía muy bien qué preguntarle, pues no entendía ni jota de lo que
ella escribía en la pizarra y que él copiaba al pie de la letra en sus apuntes.
Era tal el aturullamiento del alumno, como la confusión de la profesora, que
esta decidió cortar por lo sano.
—Oye, Teodoro, creo que
lo que tú necesitas son clases de refuerzo. Si te interesa, yo doy clases a un
reducido número de alumnos, aquí, muy cerca, en un piso que tenemos alquilado
entre unos cuantos profesores para impartir clases vespertinas a quienes lo
necesitan. Piénsatelo.
—Papá, mi profe de
matemáticas me ha propuesto clases particulares.
—¿Ah sí? Y ¿cómo de
particulares? ¿Tú y ella a solas? ¿Eso es lo que quieres, granuja?
—Pero ¿qué dices? Ella
da clases por la tarde a quienes necesitan un refuerzo. Son tres días a la
semana.
El lunes siguiente, Teo estaba haciendo tiempo
para subir al piso donde se impartían esas clases. Había llegado con media hora
de antelación. Siempre le ocurría lo mismo. Cuando estaba nervioso y temía
llegar tarde a algún lugar, se anticipaba tanto que tenía que dar vueltas y más
vueltas hasta la hora convenida.
En esta ocasión, sin
embargo, no se alejó del lugar, sino que permaneció al acecho en la acera de
enfrente. Quería verla llegar contoneándose de aquella forma tan sensual que le
volvía loco, la observarla de lejos, a una distancia prudencial. E hizo bien,
pues cuando faltaban diez minutos para la clase, apareció. La cara de Teo viró
de la alegría a la perplejidad en solo un segundo. Catalina no iba sola. La
acompañaba un tipo muy bien parecido —hay que reconocerlo por mucho que duela—
con el que conversaba muy animadamente. «Será un compañero, uno de los
profesores con los que comparte el piso donde imparten las clases de refuerzo», pensó,
aliviado. Pero cuando Teo se disponía a cruzar la calle y Catalina a entrar por
el portal, esta se detuvo, se giró hacia su acompañante y lo despidió dándole
un beso en la boca, de esos de tornillo, como los llamaba su padre. Teo se
quedó tan paralizado, que a punto estuvo de ser atropellado. El bocinazo que
profirió el conductor del vehículo que casi se lo lleva por delante hizo que
todos los transeúntes se giraran a mirar, incluida esa parejita de enamorados
que se estaba morreando. Cuando llegó, sano y salvo, a la altura del portal,
Catalina corrió hacia él para interesarse.
—Pero, Teodoro, ¿qué te
ha pasado? ¿Es que no miras al cruzar? —le espetó, realmente preocupada, mientras
que su acompañante esperaba a unos metros de distancia— ¡Qué susto, por Dios!
¿A quién se le ocurre cruzar esta calle fuera del paso de peatones? Anda,
empieza a pasar, que me despido de mi marido y subo enseguida.
Y Teo subió las
escaleras a trompicones, pero no por el susto al ver que lo iban a atropellar,
sino por el tremendo disgusto que le había ocasionado su amada al decirle que
estaba casada. Quería morirse. ¿Qué haría ahora allí, los lunes, miércoles y
viernes, sentado frente a Catalina, viéndola moverse de aquel modo tan sensual
y oyéndola hablar con esa voz tan dulce, sabiendo que nunca llegaría a tener
con ella siquiera algo parecido a la amistad?
Esa noche se acostó sin
cenar, dejando a sus padres sentados a la mesa e intrigados. Y esta vez fue su
madre quién se interesó por él. Y con las artes de una madre cariñosa y
comprensiva le sonsacó lo que le atormentaba.
—¡Pobre Teo! Ahora
resulta que la profesora de la que se había enamorado está casada.
—Pues mejor, así se la
quitará de la cabeza de una vez. Este estofado está de rechupete, pero luego...
¿Tenemos Sal de frutas?
Como la frustración de
Teo iba de mal en peor, su padre intentó desviar su atención hacia otras chicas
más acordes a su edad e insistió en que agudizara el ingenio e intensificara su
sentido del humor, de modo que el chaval se puso a estudiar, pero no solo
matemáticas, para quedar bien ante su querida señorita, sino todo tipo de
chistes que pudieran serle de utilidad según la ocasión.
«¿Sabéis
por qué soy un chico saludable? Porque todo el mundo me saluda»,
o:
«Un
tío mío tenía un gato con 16 vidas, lo aplastó un 4x4 y se murió»,
o ese otro:
«Están dos tomates en
la nevera y uno le dice al otro “qué frío hace, hermano”. Este, aterrado, dice
“¡Aaahhh!, ¡un tomate que habla!”»
—¿Qué os parecen? A que
son una idiotez.
—Pues sí, hijo, sí. No
le hagas caso a tu padre. Tú lo que tienes que hacer es estudiar mucho. Ahora
te puede parecer que a las chicas solo les interesa los chicos altos y guapos,
pero a la hora de la verdad, con quien se acaban casando es con el más listo de
la clase.
—En eso también tiene
razón tu madre. En mi clase había una chica muy pero que muy guapa, Isabel no sé
qué, a la que todos intentaban ligarse. Pues acabó con el empollón, un chico
muy majo de carácter, eso sí, pero de físico…
Desde aquella conversación, Teo empezó a
empollar de lo lindo, tanto que hasta su padre se preocupó.
—A
ver si le va a dar algo.
—¿Qué
quieres que le dé?
—No
sé, un derrame cerebral.
—No
me seas bruto, Isidoro.
Teo no llegó a destacar
en matemáticas, pero se defendía, con lo cual fue sosegándose y aceptando que
su vida no discurriría junto a Catalina. Sus compañeros de la clase de
refuerzo, que habían notado esa atracción tan especial por la guapa profesora,
dejaron de importunarlo. Y, de este modo, se acercó el fin del primer trimestre
y los exámenes antes de Semana Santa.
Teo sacó un seis en el
examen de matemáticas, lo cual significó para él todo un triunfo. Iba por bien
camino. Así pues, se fue de vacaciones con la tranquilidad de ver que su vida
había vuelto a su cauce normal, sin amores, desamores ni sobresaltos. A la vuelta,
retomaría los estudios todavía con más ansia. Quería llegar a ser, sino el
primero, sí uno de los primeros de la clase. A ver si, de este modo, podía
darle la razón a su madre.
Tras las vacaciones, el primer lunes de clase de
refuerzo, Catalina les dijo:
—Hoy tenemos a una
nueva alumna, a la que las matemáticas también se le han atravesado —comentó
sonriendo a la interpelada, que se había sentado en la última fila—. ¿Quieres
presentarte a tus compañeros?
—Hola, me llamo Ana y
estoy en primer curso de Químicas.
Esa voz… No podía ser. Cuando
Teo se giró para ver a la nueva compañera se le heló la sangre. Era, ni más ni
menos, que Ana Quintana. Cuando sus miradas se encontraron, ella le devolvió
una sonrisa tan encantadora que le hizo estremecer.
¡Ay que risa me ha dado cuando el padre dice!: no sé, un derrame cerebral, jajaja, créeme que me he reído en alto.
ResponderEliminarLe has puesto un papel simpatiquísimo a Teodoro padre. Me ha gustado mucho esta parte, y también te podría contar otra anécdota parecida que me ocurrió, pero lo dejaré porque ya te conté una en la primera de lo cual ya no me acordaba. Ha venido muy bien repasar las anteriores partes porque es que todas son geniales.
Tienes una imaginación brillante, y según termina esta, podrías seguir, aunque como fin está genial-
Me ha encantado y me he divertido mucho leyéndolo todo.
Felicitaciones Josep, un abrazo.
Es que Don Isidoro es tanto o más especial que su hijo Teodoro, cada uno con su estilo propio, je,je.
EliminarMe alegro que lo hayas pasado bien con la lectura de las peripacias de este pobre chaval, al que intentaré seguirle la pista.
Muchas gracias, Elda, por tu simpático comentario y la próxima vez no te cortes y cuenta alguna de tus anécdotas, ja,ja,ja.
Un beso.
Pues hay que dejar espacio al amor, aunque los hijos adolescentes no llamen la atención, parecen no entender que hay que dejar abiertas las puertas siempre, pero mejor con personas de nuestra edad :-), como es el caso de Teo y catalina.
ResponderEliminarUn abrazo y sigue, que esta novela se pone interesante.
Yo nunca sentí una atracción, ni sexual ni platónica, por ninguna profesora, ni en el bachillerato ni en la Facultad, pero entiendo que el pobre Teo, después de sus fracasos amorosos, viera en esa profesora la imagen de la mujer amada. Otra cosa es que esa relación estuviera condenada al fracaso.
EliminarUn abrazo.
ja ja. Eso es lo que un amigo mío diría "tanto remar para acabar en la orilla". Como haya continuación, lo veo casado con Ana Quintana. Y yo que pensaba que le iba más Arnaldo Montalvo. Estos personajes hacen lo que les da la gana.
ResponderEliminarMuy buena historia. Espero más.
Un beso.
La vida da muchas vueltas y a veces de 360 grados, y acabamos volviendo al principio, je,je.
EliminarArnaldo Montalvo fue una pasadilla para el pobre Teo, pero Ana sigue siendo la espinita clavada en su corazón adolescente.
Veremos qué le depara volver a coincidir con ella.
Un beso.
Hola Josep! Nos dejas siempre en vilo, espero el desenlace mejor para Teo ¿Será Ana Quintana la que comparta su futuro?.
ResponderEliminarAbrazos.
Hola, Conchi. Tendremos que deshojar la margarita para ver qué le puede deparar la nueva relación con su antigua enamorada.
EliminarUn abrazo.
No hay descanso amatorio para Teodorio Montorio. Como esto tiene pinta de seguir, tendré que releerme lo de la Quintana, para recuperar matices.
ResponderEliminarMuy buen y ameno relato.
Un abrazo.
Es que Teo es un enamoradizo recalcitrante, y por mucho que se lo proponga, siempre acaba enamorándose. Y como, además, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra...
EliminarUn abrazo.
¡Quién no se ha enamorado de algún profesor o profesora en la adolescencia? ja, ja, ja ¡Pobre muchacho!Al final va a parar siempre a lo mismo. ¿terminará ahí la cosa o seguirán sus delirios amorosos? Bueno, pues deseando ver como acaba esto estoy. Me ha entretenido mucho la historia contada siempre de forma tan amena.
ResponderEliminarUn abrazo, Josep
Yo, como fui a un colegio religioso solo para chicos, solo tuve una profesora en bachillerato superior que, al igual que el padre de Teo, nos daba la asignatura de francés. Pero no tenía unos atributos físicos como para enamorar a un chico de nuestra edad, je,je.
EliminarMe alegro que esta historieta te haya entretenido.
UN abrazo, Rita.
El niño, el joven, y como sigamos Teodoro va a acabar como el anciano torturado por sus amoríos :). Este personaje, acaba en el cine. Por cierto, casi me sobresalto al leer lo de La línea. Teniendo en cuenta que mis padres, hermanos y tíos nacieron allí, el relato me ha llegado al alma ja, ja, ja. Este verano cuando esté allí en la playita, con permiso del coronavirus, les pasaré el relato a algunos amigos y familiares. Seguiremos pendientes de las tribulaciones del pobre Teodoro. Dale un desahogo Josep, que va explotar ;)
ResponderEliminarUn abrazo.
Espero, por su bien, que las cosas del amor mejoren con la edad, ja,ja,ja.
EliminarTe confesaré que esa adivinanza comparando las botas de la atractiva profesora de matemáticas con Gibraltal es auténtica y procede de los años 67-68, cuando, en primero de Biológicas, tuve a una joven profesora de matemáticas, cuyo nombre no recuerdo, pero que estaba de muy buen ver. Llevaba unas botas como las que describo y por eso corrió esa broma entre los alumnos y cuya autoría tampoco recuerdo. Así que ya ves como, una vez más, una historia de ficción puede contener hechos reales, je,je. Cierto es , también, lo del piso donde se daban clases de repaso de matemáticas, a las que yo asistí (al igual que Teo era un negado para esta asignatura), pero quien las daba era un tío mayor y calvo, ja,ja,ja.
Un abrazo, amigo.
Ja, ja, ja... ¡qué bueno! Me ha gustado todo. Lo primero el tono cómico que has sabido utilizar para una historia así, en ningún momento bajas la tensión humorística. ¡Ni cuando reseñas esos chistes de Los 1000 mejores chistes! Los padres son un aporte maravilloso también. En cuanto a la historia está fantástica, inicio, nudo y desenlace. Cada párrafo que termina es una invitación a la lectura del siguiente. Desde luego que si acumulas algunos relatos más ya tienes aquí un nuevo libro para publicar.
ResponderEliminarY nada menos que de humor, algo tan y tan difícil. Un fuerte abrazo!!
En primer lugar, muchas gracias, David, por tan estupensa opinión sobre esta tragicomedia que parece no tener fin. Pero lo tendrá, aunque todavía no sé cuándo ni cómo, je,je.
EliminarY bueno, de hecho, Teo todavía es muy joven y le quedan muchos años y experiencias por delante, así que su biografía amorosa bien podría dar para una novela corta, je,je.
Un fuerte abrazo.
La trama la manejas de maravilla, tanto con el personaje de Teo Montoro (un romántico empedernido), como con los personajes secundarios, que le imprimen mucho juego al relato, entre ellos, la encontradiza chica de sus sueños: Ana Quintana.
ResponderEliminarComo juguetón que eres, amigo Josep, nos has estado mareando la perdiz con la profesora "Catalina La Grande", cuando en realidad nos tenías guardada la sorpresa para el final.
Me imagino que nos tienes preparado otro capítulo con otro giro de tuerca y lo mismo esta parejita feliz acaba tirándose de los pelos... ¡Tiempo al tiempo!
Un beso.
La vida amorosa de Teodoro Montoro todavía puede dar más de sí, aunque yo espero de verdad que el chico acabe teniendo suerte en el amor, pues se lo merece, caramba.
EliminarNo sé lo que le deparará el reencuentro con su antiguo amor, esa Ana Quintana. Si dicen que nunca segundas partes fueron buenas, si en su caso la primera ya fue todo un fracaso, no se yo..., ja,ja,ja.
Un beso.
¡Muy bueno, Josep! Pobre Teo. Y eso que el apellido Montoro lleva consiguo cierta pillería, je, je, je. Qué divertido, con lo del tomate me has pillado por sorpresa, y lo del derrame casi me provoca uno a mí,vaya que sí. Muy bien contada la angustia de Teo, muy visual y detallada, no se si habrá ahí algún recuerdo del que te hayas valido, Josep, en cualquier caso, me alegro que todo haya acabado bien. Esos amores de la infancia y esos padres que intentan ser comprensivos hasta llegar a ponerse en su piel me ha parecido de lo más cómico, y es que a veces, y parafraseando alegorías matemáticas que vengan al caso de doña Catalina, dos y dos sí que son cuatro
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Hola, Pepe. Lo de Montoro me salió así, sin más, para que rimara con Teodoro. ¿O le llamé Teodoro para que rimara con Montoro?, ahora no me acuerdo, ja,ja,ja.
EliminarSí me he valido de algún recuerdo de mi época de estudiante universitario. Yo tampoco tuve mucho éxito con las chicas a esa edad, je,je. Y esa profesora de matemáticas, con su vestuario de los años sesenta y muchos y el correspondiente chascarrillo en forma de adivinanza también es real, con la salvedad de que, aunque estaba muy buena, no llegué a enamorarme de ella ni me dio clases particulares. Vamos, que Teo no es mi alter ego, pero sí que arrastra alguna de mis decepciones amorosas debidamente adornadas, je,je.
Un abrazo.
Bueno, el pobre Teo sigue teniendo tanta mala suerte en la universidad como en el bachillerato. O puede que no, quizás ahora Ana esté más receptiva... Tengo ganas de que le salgan bien las cosas al pobrecillo.
ResponderEliminarEso de buscar chistes en un libro para hacerse el gracioso... como que no lo veo. Creo que cada cual debe sujetarse a los dones que le han caído en suerte, aunque a Teo parece que muchos no le han tocado, no.
Me ha encantado volver a saber de este personaje (¿hace ocho meses de la última publicación? jo, cómo pasa el tiempo)
Un beso.
Me he identificado tanto con él que siento como mías las penurias amatorias del pobre chico, je,je.
EliminarLo que tiene que hacer Teo es soltarse un poco y abandonar esa rigidez que le confiere su timidez e inseguridad (lo uno es consecuencia de lo otro, y hablo por experiencia propia, ja,ja,ja) y recobrará ese sentido del humor que ahora le falta. No hay libros que enseñen a ser simpático, a hacer reír y mucho menos a ligar.
Sí, Paloma, el tiempo vuela que da miedo.
Un beso.
Bueno, parece que al final la vida amorosa de Teodoro va a reconducirse de nuevo con la aparición de esa antigua compañera. Lo que hace falta es que no siga con el manazas y que Teodoro, habiéndose aplicado con las matemáticas, se ofrezca a darle algunas clases particulares.
ResponderEliminar¿Lo veremos en próximas entregas?
Un abrazo.
No sé si Teo estará lo suficientemnete avanzado en matemáticas como para darle clases particulares a la recién reaparecida Ana Quintana, ni sé si estará de humor como para intentar ligársela por segunda vez, y menos si está el manazas por los alrededores. Veremos si su corazoncito volverá a caer en las redes del amor. De Teo me lo espero todo, je,je.
EliminarUn abrazo.
Que alegría saber de nuevo de Teodoro, ya está en la universidad ¡cómo pasa el tiempo! Me ha gustado mucho su nueva aventura-desventura... el pobre se merece una alegría, ahora nos dejas en vilo... no sabremos que pasa con Quintana. Me he reído mucho con las botas y Gibraltar :) pese a ser de Algeciras nunca había escuchado ese infundio tan ocurrente jejeje y por lo que leo en la respuesta tuya es un dicho verídico jejeje. También me he reído con ese derrame cerebral jajaja
ResponderEliminarPues creo que todos nos quedamos con ganas de conocer más de la vida amorosa de Teodoro,... es joven y todavía le quedan experiencias para rato...espero que nos mantengas informados de su suerte... al menos de ese reencuentro con Ana.
Gracias por compartir compañero. Un abrazo y buen finde.
Teodoro va creciendo, pero el pobre todavía no ha alcanzado el equilibrio emocional, je,je. Como le he tomado cariño, le deseo lo mejor, pero me temo que le va a costar hallar la felicidad. Pero no adelantemos acontecimientos, todavía es muy joven y pueden ocurrir muchas cosas.
EliminarUn abrazo y buen finde.