Hoy le he vuelto a ver. De hecho, le estaba esperando. La primera vez fue hace dos meses. Desde entonces, cada vez me lo encontraba más a menudo. Pero hasta hoy no he sabido quién era. Él sí sabía quién era yo pero no me lo dijo. Supongo que esperaba a que yo lo descubriera. Y ahora que sé quién es, nos hemos hecho amigos.
Dos meses atrás, yo estaba atravesando por una depresión, era un hombre derrotado y sin apenas esperanzas de poder salir del pozo en el que me encontraba. Había perdido mi trabajo y a mi edad se me antojaba muy difícil, sino imposible, encontrar otro que me permitiera vivir dignamente. Estaba resentido contra quienes me habían empujado a esa situación. La sed de venganza, algo desconocido hasta entonces en mí, me corroía las entrañas. La negación de la evidencia, primero, y la impotencia, después, me llevaron a un estado de parálisis que nunca hubiera imaginado que pudiera adueñarse de un cuerpo tan sano y de una mente hasta entonces tan productiva como la mía.
Consciente de que algo en mi psique no andaba bien, puse todo mi empeño en restablecerme. Y fue en ese estado de enfermedad consciente, de aceptación de que tenía un serio problema, cuando me crucé con él. Primero fue en la calle, luego se me aparecía en cualquier lugar. Al principio se limitaba a observarme y su mirada denotaba aprecio y lástima. Siempre iba solo y se mantenía a una distancia prudencial. Era un niño de unos cinco o seis años. ¿Cómo un niño tan pequeño podía estar solo? ¿Querría algo de mí? Creí que era una alucinación y así se lo dije a mi terapeuta, el cual me sometió a un tratamiento con un anti-psicótico. Pero el niño seguía apareciéndoseme, cada vez con más frecuencia.
¿Por qué no me hablaba? –me preguntaba. ¿Cómo va a hablarme si no existe más que en mi imaginación? –me contestaba. Pero en los sueños hablamos, incluso con personas fallecidas –me replicaba. Hasta que decidí tomar la iniciativa. Y hoy hemos hablado. Y por fin he sabido quién era y qué quería.
Ese niño era yo, era mi “yo” niño. Venía a salvarme de mí mismo, a consolarme, a animarme. Cuando me ha visto llorar, se ha sentado en mi regazo y acurrucado en mis brazos. Yo le he acunado y abrazado como si de un hijo se tratara. Ha sido algo balsámico, catártico. Me ha pedido perdón por haber sido como fue y haberme convertido en lo que yo era.
―Si hubiera sabido hacer las cosas de otro modo y no hubiera sido tan débil.... –me ha dicho.
―Tú no tuviste la culpa de ser como eras. Así te hicieron los demás –le he contestado, sin demasiada convicción.
―Pero ahora sufres por mi causa –ha añadido, apesadumbrado.
―Ahora sufro por cómo me han tratado –le he aclarado.
―Pero todo lo achacas a tu personalidad dócil, sumisa, tal como yo era de pequeño y seguí siendo a medida que me hacía mayor. Así que yo soy el culpable de que seas así.
El otro niño y yo hemos compartido pesares, hemos recordado nuestra vida en común, cuando yo era un niño demasiado maduro para mi edad, y cuando era un adulto con temores infantiles, vestigios de una infancia llena de inseguridades.
Hoy nos hemos confesado y absuelto. Mi yo actual se ha reconciliado con mi yo pasado. Aquel niño, con sus limitaciones, sus miedos y su soledad, creció sin poder ni saber desprenderse de ese lastre. Ese niño se convirtió en un adulto frágil ante los desmanes de una sociedad competitiva e injusta, ante el trato despótico de sus superiores, ante los engaños y traiciones de sus iguales, soportando con tenacidad los agravios con los que ha tenido que convivir hasta que la estocada final lo ha vencido.
Pero ahora, mirándome a mí mismo en ese niño que fui, el único que me comprende y al único a quien perdono, por su inocencia, me doy cuenta que la felicidad no puede estar en manos de los demás sino que habita en nuestro interior, muchas veces dormida, y que solo hay que despertarla para sentirla.
Yo soy yo y mi circunstancia, dijo el filósofo. Yo tuve el infortunio de vivir en un medio que, aunque no fuera enteramente hostil, tampoco resultó amigable para formarme como persona dueña por completo de sus actos, libre de complejos y con una elevada autoestima. Mi inseguridad me hizo una persona dócil y reservada, cuya vida ha estado dominada por la necesidad de complacer a los demás y evitar el conflicto. Por muy brillante que alguien sea en un campo determinado, esta conducta socialmente errónea le abocará a una frustración. No se congratulará de sus éxitos y, en cambio, se sentirá un fracasado ante sus fracasos. Ese he sido yo desde niño y ese otro niño me lo ha hecho ver, desprendiéndome de todo sentimiento de culpabilidad. No le culpo a él como él no me culpa a mí de cómo soy. No es momento para las recriminaciones, en todo caso para las justificaciones. Hoy ese niño me ha hecho comprender que no hay que sufrir por culpa de los demás.
Nos hemos despedido como quien dice adiós a un ser querido al que no volverá a ver. Aun recuerdo sus últimas palabras antes de marcharse:
―No le des más vueltas. Lo pasado, pasado está. No te culpes por tus errores. Piensa que errar te hace más humano. Nadie es perfecto. Pero, sobre todo, expulsa el rencor, destierra el odio de tu mente y de tu corazón. Quiérete y perdona a quien no te ha querido bien. Solo así lograrás ser feliz.
Desde que se ha marchado, hace tan solo un momento, ya me siento mucho mejor. ¿Por qué no se me aparecería antes?
Busquemos, amemos y cuidemos al niño que todos llevamos dentro porque, como niño que es, no entiende de maldades, es inocente e ingenuo, y si algo hace mal, lo hace porque no sabe hacerlo mejor.
Una historia preciosa que lleva a la reflexión. Los comienzos de una persona son los más importantes de la vida, según haya sido esa niñez influirá para siempre; de ahí que hayas tantos psicópatas con diferentes aptitudes, seguramente influencia de una niñez con problemas por parte de los padres, o bien como tu relatas, por crecer en un medio no muy amigable o lleno de incertidumbre.
ResponderEliminarQue bien escribes Josep, tan claro que da gusto leerte.
Un abrazo.
Efectivamente, Elda; somos el resultado de las experiencias e influencias recibidas en nuestra niñez. Somos la suma de miles de vivencias que, junto a la educación recibida, conforma nuestra personalidad.
EliminarEl pasado no se puede cambiar, desgraciadamente, pero conociendo nuestras limitaciones y su origen, podemos redirigir nuestra vida y ser dueños de nuestros actos de forma consciente.
Muchas gracias por visitarme. Es un placer tenerte entre mis más fieles seguidores.
Un abrazo.
Un pensamiento precioso y un consejo en forma de relato. Yo coincido con el otro niño, no hay que culparse de los errores, son producto de nuestra humanidad. No culparse y aprender de ellos es la opción más sana.
ResponderEliminarMe ha encantado, Josep, es un relato estupendo.
Besos
Me alegra que te haya gustado, Chari. Este relato llevaba tiempo en el fondo del cajón y no me acababa de decidir publicarlo. Por fin, dándole vueltas y retocándolo un poco, ha emergido de las profundidades del archivo y del alma.
EliminarTodos deberíamos perdonarnos los errores del pasado y reconciliarnos con nosotros mismos.
Un fuerte abrazo.
Hoy no me ha gustado este encuentro entre el niño y el hombre. Me parece interpretado desde el punto de vista, por supuesto, del adulto y no desde el pensamiento salvaje del niño. Me resulta una búsqueda de un lecho confortable donde se halla eso de perdonarse los yerros, aceptarse y demás. No he visto una profunda dialéctica entre las dos visiones y sí una búsqueda de cierta zona de confort alejada de lo problemático, mansa, justificatoria en la época, en las circunstancias, en el carácter. ¿Dónde están los demonios? Sin demonios no existe la literatura. No todo se puede resolver en un encuentro tan pacífico y consensuado. Le ha faltado dinamita. Veo un texto de rendición al entorno y de falta de fe en lo onírico y en lo imaginativo. No me ha gustado nada. Quiero ser sincero contigo hasta el final porque cuando me leas un elogio sabrás que es totalmente voluntario y no para quedar bien contigo, un hombre al que conozco recientemente pero que me ha dado motivos suficientes para admirarme con algunos de sus relatos y razonamientos.
ResponderEliminarNo he querido verter una opinión tranquilizadora. No me hubiera costado nada expresar algo tenue y vago (o halagador). Esta es mi muestra de aprecio.
Un cordial saludo.
Querido José Luis,
EliminarSupongo que toda reflexión lleva la huella digital de quien la formula. Un espíritu impetuoso y luchador seguramente hubiera expuesto este "encuentro" mucho más productivo y no tan complaciente. Quizá debería aclarar que no es, en realidad, un relato fruto exclusivo de la imaginación sino una (admito que sea pobre) reflexión de una vivencia personal que me he permitido distorsionar en el tiempo y en la forma.
Mi carácter es y ha sido el que describo en el adulto que protagoniza este encuentro imaginario.
Probablemente el fallo resida en no haber podido, sabido o querido hacer un auto-psicoanálisis profundo y haber convertido unos sentimientos y experiencias personales en un simple relato.
Este texto lo escribí hace mucho tiempo, cuando atravesaba una difícil situación personal muy parecida a la de la historia aquí planteada y no me atrevía a hacerlo público porque no lo veía suficientemente consistente o digno de atención, pero finalmente decidí publicarlo como un recuerdo a lo que pasó, dándole un toque de reflexión.
De todos modos, te agradezco el grado de sinceridad que has utilizado en tu crítica. Debo reconocer que, por mi carácter, me afectan las criticas especialmente duras como la tuya pero las acepto como lo que son si están hechas con la mejor de las intenciones y, además, con toda probabilidad lleves razón en tu razonamiento.
Un abrazo.
Dices que el niño que llevamos dentro no entiende de maldades y que es inocente e ingenuo. No sé si es esa la experiencia que guardo de mi terrible infancia. Por eso guardo una comunicación directa con aquel niño que fui hasta los seis años. No estoy lejos de él. Cada día lo vivo, creo que soy aquel que fui. No como adolescente sino como niño antes de la primera comunión (que hice a los seis años). En aquel tiempo yo era un niño callejero, desquiciado, malhablado, absentista, que odiaba a los viejos a los que les recogía las colillas que fumaban y les disparaba con escopetas tierra a la cara. Yo no hablo con aquel niño, soy aquel niño con un aspecto físico diferente. Unas monjitas me dieron afecto y me convertí en otra cosa que interiorizó más que exteriorizó. La niñez es una etapa extraordinaria, pero para mí no fue inocente, fue salvaje, libre, solitaria. Cuando necesito fuerza para vivir acudo a aquel que todavía soy en mi interior. Me mantiene vivo, me enorgullezco de él.
EliminarPuedo entender más el sentido de tu relato, cada uno fue (o es) un niño distinto. El tuyo lo es de otra forma y te has encontrado con él en momentos de profunda melancolía (el otro nombre de la depresión que yo también he sufrido por más de una década).
A mí la niñez me evoca la rebeldía, nunca el apaciguamiento. Me ha costado entenderlo muchos años de mi vida.
Y perdona por mi rotundidad, soy aragonés y a veces somos muy brutos. Mi mujer dice que soy muy extremista. Me gustas mucho commo narrador.
Un abrazo.
Obviamente, tu niño y el mío son casi casi opuestos y, por lo tanto, se enfrentan a un adulto muy distinto. A mí adulto le resulta más fácil reconciliarse con su pasado.
ResponderEliminarA mí la niñez, e incluso la adolescencia, me evoca más bien frustración. Como dice el refrán: cada uno cuenta la feria según le va.
Pues menos mal que no eres vasco. Si hay que hacer caso a los clichés, dicen que todavía son más brutos.
Un abrazo.
A mí este tipo de reflexiones siempre me lleva a plantearme cuestiones que no tienen respuesta unívoca o que satisfaga a todos por igual. Cada cual tiene su experiencia y sus recursos. A mí buscar justificaciones se me antoja un recurso poco válido porque conlleva cierta complacencia, sobre todo con lo que sí podemos cambiar. Rebelarse está bien, siempre que no se arremeta contra todo y todos. Aislarse es necesario a veces, sobre todo en momentos en los que vemos nuestros valores atacados. En cualquier caso, tener la capacidad de canalizar la “sensibilidad” de forma creativa es una muy buena terapia y una manera de vencer esas frustraciones por lo que no podemos cambiar.
ResponderEliminarUn abrazo, estimado compañero de letras!!!!
Muy buena reflexión la tuya, Mª Jesús. En esta vida, las justificaciones son, a veces, necesarias, incluso imprescindibles, cuando nuestros hechos afectan a un tercero. Otras, en cambio, son innecesarias y superfluas. En la mía, yo he pecado por exceso más que por defecto.
EliminarMuchas gracias por pasarte y opinar.
Un abrazo, compañera.
Qué interesante tu relato, Josep. Siempre andamos tratando de llevarnos bien con los demás y a veces sucede que todavía no hemos aprendido a llevarnos bien con nosotros mismos y con nuestro pasado. Ese niño no tenía opciones de ser de otro modo según el entorno que le tocó vivir; solo los adultos pueden elegir cómo quieren ser, y creo que se eso trata la historia, de elegir.
ResponderEliminarPreciosa y necesaria reconciliación, me ha parecido una metáfora muy inteligente.
Un abrazo!
No podemos elegir si la familia ni el entorno en el que nacemos y nos criamos y ambos, sin duda, cincelan nuestra personalidad. En la edad adulta, e incluso en la madurez, podemos, no sin esfuerzo, modificar los malos hábitos adquiridos y las malas influencias, pero siempre, creo yo, nos domina lo que fuimos de pequeños.
EliminarMuchas gracias, Julia, por visitarme y dejar tu comentario.
Un abrazo.
Un relato interesante, casi siempre aflora el niño que tenemos dentro en el recuerdo. Me ha encantado el dialogo que has tenido con tu yo niño. Una reflexión que yo me he hecho muchas veces entre como era de niña y como soy ahora. Mi familia que es la que me ha conocido desde niña, Bueno mi tía que era mi madrina siempre me decía Mª Carmen eres la única sobrina que siempre te preocupas de todo y nunca cambies siempre eres la misma.cMi otra tía que me quedaba por que no tengo padres, me dijo hace poco; Mª Carmen siempre has sido así como eres, nunca has cambiado, desde que naciste eres como una niña que nunca has perdido la inocencia. A pesar de tus logros siempre tienes los pies en el suelo. Te quiero como eres, no cambies nunca ¡hija! me dio un abrazo y se echo a llorar. Un abrazo
ResponderEliminarQuerida María del Carmen. Yo siempre he creído que la gente no cambia en lo sustancial. Se pueden cambiar gustos, hábitos, ideas, por influencia del entorno y porque uno va madurando y acumulando experiencia. Pero en lo fundamental, eso con lo que nacemos, llámale carácter o forma de ser, eso se mantiene a lo largo de la vida. Si uno es sensato, fiel, serio, formal, sufridor, alegre, o nervioso, cabezón, etc., etc., salvo que una desgracia o un trauma acabe con alguna de esas virtudes y defectos, seguirá siendo sustancialmente el mismo.
EliminarLo más doloroso -y es lo que he pretendido plasmar en este relato- es cuando de niño e ambiente que te rodea te crea unos temores e inseguridades (porque eres especialmente vulnerable de nacimiento) y nadie es capaz de darse cuenta y ayudarte a salvar este escollo y, con los años, en lugar de mitigar tus deficiencias y tus complejos, estos se van acentuando hasta que de mayor acabas sufriendo las consecuencias.
Una vez leí en un libro de autoayuda un ejercicio como este. Imaginarte a ti mismo como un niño desvalido, sentártelo en tu regazo, acunarlo y quererlo, como un método para perdonarte a ti mismo tus defectos y reconciliarte con el niño que todos llevamos dentro y al que, en más de una ocasión, has culpado de tus limitaciones actuales.
Te agradezco tu interés por conocer mis relatos precedentes y que me dejes tus comentarios.
Un abrazo.