Nunca había visto un tatuaje como aquél. No era la primera vez que recibía una oferta de este tipo. Pero ¿un tatuaje con poderes sobrenaturales? Sin duda aquel hombre no estaba en sus cabales. Pero cuando vi de qué se trataba, reconocí de inmediato su procedencia y significado. Si acepté el trato no fue, por supuesto, porque creyera en esas ridículas supersticiones caribeñas, sino simplemente para acrecentar mi colección con un espécimen tan exótico como aquel.
Cuando tuve a ese joven, que dijo llamarse Antoine, frente a mí, le noté muy turbado. Al ofrecerle cien mil euros ─nunca antes había pagado una cantidad así por un tatuaje─ puso los ojos como platos y asintió sin dudarlo. Estampó su firma con mano temblorosa. Lo achaqué a su enfermedad terminal y por lo que debía estar pasando el pobre infeliz. Fui yo quien le aconsejó que, en su testamento incluyera un apartado en el que especificara que me donaba voluntariamente su piel tatuada. A mí solo me interesaba la del hombro, la que tenía grabada el Bacá. No quería tener ningún contratiempo, como en alguna ocasión anterior, a la hora de dirigirme a los familiares del difunto para reclamarles el tejido corporal que había adquirido legítimamente. No quería volver a ver esa cara de desprecio y de asco que me habían dirigido cuando les mostré el acuerdo firmado en vida del fallecido. ¡Un coleccionista de piel! ¡Qué asco! No, señora, coleccionista de tatuajes, era indefectiblemente mi respuesta.
Una vez se hubo marchado aquel joven haitiano, me entretuve a leer todo lo que pude encontrar sobre el Bacá dominicano. Al principio no encontré gran cosa. Tonterías. Pero luego di con el artículo de un estudioso de las creencias populares en Cuba, Haití y la República Dominicana, que me llevó a otras publicaciones más detalladas. Necesité dos largos días para documentarme. No podía imaginar que algo aparentemente tan ridículo hubiera atraído la atención de sesudos especialistas en rituales ancestrales. Viniendo de quien venía esa información, no sabía si tomármela en serio o como una simple recopilación de sucesos anecdóticos dentro de un estudio antropológico de las creencias humanas.
No sé si fue ese arsenal de información o el whisky que me tomé mientras la leía, pero por un momento pensé que de haber algo de cierto en todo ello, podría llegar a tener todavía más fama y dinero. Aun a mi edad, no venían mal ambas cosas, me dije. Y, además, no tenía mujer ni hijos a quienes mi acto pudiera afectar, acabé reflexionando. Que una persona tan sensata como yo pudiera haber siquiera sospesado esa posibilidad me resultó, de pronto, vergonzoso, pero ¿quién no tiene fantasías inconfesables?
La curiosidad me picó de tal forma que estaba deseoso de que el funesto desenlace del pobre Antoine ocurriera cuanto antes. Otra cosa de la que avergonzarme, pero era, hasta cierto punto, humano. El pobre hombre iba a morirse de un momento a otro. ¿Qué mal había en esperar que ese momento fuera antes de lo previsto? Así pues, le llamaba frecuentemente, con la excusa de interesarme por su salud y por su familia. Yo imaginaba que él adivinaba el verdadero motivo de mis llamadas. Seguro que veía que estaba ansioso por la adquisición. Cuando colgaba, me arrepentía de haberlo hecho, pero era más fuerte que yo. No podía evitarlo. Por otra parte, ¿cómo iba a saber de su defunción si nadie me avisaba? Un día le pregunté por este detalle, pensando que me diría que alguien de su familia, su mujer quizás, me pondría en antecedentes. Pero no. Me confesó que vivía solo. Que su mujer le había dejado y que no sabía nada de nuestro acuerdo. Él mismo me sugirió que le fuera llamando regularmente. Si un día no contestaba, ello significaría que le habían ingresado de urgencias o se había producido el fatal desenlace.
Esa regularidad a la que se refería Antoine, se convirtió en una llamada diaria, a última hora de la tarde, siempre a la misma hora. Cuando volvía del trabajo, a eso de las ocho, me ponía cómodo, me servía un whisky y le llamaba. Charlábamos amigablemente de esto y aquello, nada trascendente, pues ya no me atrevía a tocar el tema de su salud. Hasta que una tarde no respondió a mi llamada. Ni a la siguiente. Alarmado, o debería decir excitado, decidí llamar al hospital donde podían haberle ingresado. Pero ¿qué hospital? Nunca se me ocurrió preguntarle a qué hospital le ingresarían en caso necesario. ¿Cómo se me había pasado por alto? Tuve que llamar a todos los hospitales de la ciudad preguntando por un tal Antoine Bisonó-Chevalier. Nada, nadie con ese nombre había sido ingresado. Al tercer día sin saber de él llamé a la policía, informándoles de mi sospecha de que algo malo le había podido ocurrir, dado su delicado estado.
Cuando la policía entró en su domicilio, encontró el cuerpo de Antoine en la bañera, una bañera llena hasta los bordes de sangre que, según comprobaron, no era suya. Litros y litros de sangre. Un cuerpo humano no contiene tal cantidad de ese humor vital. ¿De quién era, entonces, esa sangre? Y ¿qué le había producido la muerte?
La autopsia reveló que había fallecido de un ataque al corazón y el análisis de la sangre que bañaba su cuerpo sumergido era de perro. Por lo demás, Antoine gozaba de una buena salud. Cuando pregunté al médico que me atendió en la morgue ─me presenté como un amigo, pues no sabía cómo contactar con su mujer─ por el estado de su cáncer, me miró asombrado y, por toda respuesta solo pronunció dos palabras: “¿Qué cáncer?” El hombre debió pensar que no estaba muy enterado lo que le ocurría a mi supuesto amigo, sobre todo por la cara que debí poner cuando me informó que en su organismo habían encontrado grandes cantidades de alcohol y heroína. “Su cuerpo no lo resistió. Su corazón debió decir basta”, remató el médico, que resultó ser el forense que le había practicado la autopsia.
Otro capítulo aparte fue mi petición de extraerle la piel del hombro derecho donde tenía el preciado tatuaje. El forense me observó de arriba abajo como si tuviera ante sí a un extraterrestre que le pidiera llevarse el cadáver a su planeta para investigarlo. A pesar de mostrarle el documento por el que Antoine me donaba su piel, el médico puso serios reparos. Debió pensar que formaba parte de una secta que practicaba ritos satánicos o qué sé yo. Solo faltaba que sospechase que yo le había asesinado para hacerme con su piel.
Afortunadamente, la policía, sin saberlo, vino en mi ayuda. Encontraron sobre la mesa del comedor de Antoine un sobre rotulado a mano con la palabra “testamento”. Habida cuenta de que nadie reclamaba el cadáver, que su mujer estaba en paradero desconocido y que su familia vivía en Haití, se procedió, ante mi insistencia, a leer el testamento sin más presencia que la mía, la del notario, a quien pidieron que se personara en el hospital a la mayor brevedad posible, y la del comisario de policía de la zona.
Tras ese desagradable trance, al cabo de setenta y dos horas tenía el que se había convertido, de pronto, en mi tatuaje favorito, perfectamente enmarcado, en un lugar prominente del salón de mi casa.
En breve haría una exposición en la que daría a conocer al público lo que muchos calificaban como la colección más extraña y de peor gusto de la historia.
CONTINUARÁ...
No te tardes con la segunda parte...
ResponderEliminarBienvenido literatonovato a este rincón de la fantasía.
EliminarEsta es, en realidad, la tercera y penúltima parte de esta historia. No sé si habrás leído las dos anteriores. Si no lo has hecho, te lo recomiendo si deseas meterte de lleno en el relato.
Me he pasado por tu blog "Literato novato a la búsqueda de lectores", que ya he archivado entre mis "marcadores o favoritos", y te he dejado un comentario en "El héroe",
Un abrazo.
¡Hola!
ResponderEliminarMe encanta que cada tramo lo narre un protagonista, me recuerda a mi libro preferido de Agatha Christie, Cinco cerditos.
Como siempre me he quedado con ganas de más.
Un abrazo y feliz finde.
Hola Gemma,
EliminarSí, ahora le tocará el turno de nuevo a Paola, quien cerrará la historia. O no, jajaja
Muchas gracias por tu seguimiento y tus comentarios.
Un abrazo y que pases también un feliz finde.
Has introducido muy bien este nuevo personaje Josep Maria, pero este coleccionista de tatuajes pone los pelos de punta, ¡qué espeluznante!
ResponderEliminarAntoine finalmente no sobrevivió a él mismo o a sus creencias, eso ya depende de los ojos que miren, (el alcohol y las drogas) mala combinación.
Muy bueno, :)
Un abrazo y ¡feliç revetlla de Sant Joan!
Hay gente muy pero que muy rara en este mundo, capaz de coleccionar las cosas más extrañas y asquerosas.
EliminarAntoine pagó cara su equivocación, la pagó con su vida. Veremos si la maldición murió con él o no.
Muchas gracias por leer, compartir y comentar.
Una abraçada, Irene, i feliç revetlla de Sant Joan també per a tu!!
Esta técnica de contar una misma historia a través de varios personajes me parece genial. Dan puntos de vista muy diferentes y la composición de lugar es más rica.
ResponderEliminarPor cierto, este último personaje, el coleccionista de tatuajes me parece el más siniestro, casi prefiero al Bacá. Ese señor me da mucho repelús.
Un abrazo, Josep Mª.
Ciertamente, cada protagonista y espectador tiene su punto de vista, pues ha vivido la historia desde un ángulo distinto. Me alegro que te haya gustado la técnica y la historia en sí.
EliminarEl coleccionista no deja de ser un personaje de lo más extraño. ¿Pagará cara su afición?
Un abrazo, Paloma.
Una colección macabra, sin duda. No sé por qué tengo la sensación de que va a lamentar haberla incrementado con ese último tatuaje... Ya nos contarás :))
ResponderEliminarEspero que después del sacrificio que ha hecho Antoine su mujer y su hija puedan beneficiarse. Me da mal rollo que no las hayan encontrado inmediatamente. ¡Necesito saber más! ¿Así cómo me voy a ir de vacaciones? :(
Sigo enganchadísima, Josep. Te está quedando un relato genial.
¡Un abrazo enorme!
Yo también espero que alguien salga indemne de tanta locura y, a ser posible, que sean los más inocentes.
EliminarMe alegro haberte enganchado y que el desenlace merezca vuestro beneplácito, jeje
Un abrazo!!
Muchas gracias, Julio David. Como siempre digo en estos casos, espero que el cierre no sea en falso.
ResponderEliminarUn abrazo.
El juego que te está dando un simple tatuaje de un cancerbero. El vudú, o algo que parece serlo siempre me ha dado escalofríos, esos misteriosos ritos en los que no podían faltar los sacrificios animales y humanos.
ResponderEliminarAntoine es la primera víctima, pero ¿Habrá alguna más? Bueno no conté los innumerables canes que se cruzaron por el camino...
Ansioso de la última entrega.
Abrazo.
Sería hacer "spoiler", como ahora le llaman a destripar el argumento de una novela o película, si contestara a tu pregunta, jeje. Así que dejo en el aire la respuesta. Ésta la hallarás en la siguiente y última entrega.
EliminarUn abrazo.
Ay qué tremebundo y emocionante se ha puesto esto, Josep Mª. En el fondo me ha gustado que no termine aquí porque te leo con auténtica avidez. ¿Cómo pudo pasársele al coleccionista el preguntarle el hospital? Por suerte lo encontró en casa...
ResponderEliminarMe temo que ese tatuaje, una vez enmarcado, va a dar mucha guerra.
Apasionante historia.
Un beso
¡Qué rapidez, Chelo! Acabo de responder a tu comentario al segundo episodio y ya me encuentro con este, jajaja.
EliminarYo también creo que este tatuaje no se va a quedar quieto. Una vez iniciado el juego, quiere llegar hasta el final. Pero ¿qué final?
Un beso.
Me ha dado pena Antoine, pensaba que al final se iba a salvar y sería feliz con su familia..., muy ingenua sí. Por otra parte este nuevo personaje tan perturbador y extravagante añade un poco más de locura a una historia en la que nadie parece salir indemne.
ResponderEliminar¡Me voy a por el final que ya veo que lo has publicado, Josep! A ver como termina esto...
Hola Ziortza!
EliminarAunque sea esta una historia fantástica, no está exenta de dramatismo. Si dicen que el juego de la ouija es peligroso, pues puede abrir una puerta (¿mental?) a lo desconocido, imagínate jugar con pactos diabólicos...
En efecto, ese nuevo personaje que ha entrado en escena tiene mucho de perturbador, jeje
Gracias por tu interés y me alegro que este se "obligue" a correr hacia la meta,
Un abrazo.
Una misma historia narrada por varios personajes, cada uno con su punto de vista, es algo delicioso. Se consigue esa profundidad, esas distintas caras de la misma moneda que le dan al relato otra dimensión a cada uno de los hechos del mismo. Desde luego este personaje es espeluznantemente encantador. Vamos al cierre! Un abrazo
ResponderEliminarDiferentes versiones, vistas desde ángulos distintos, que se complementan para completar la historia y dejar que el lector saque conclusiones. No sé si la próxima y última entrega será el cierre definitivo, jeje
EliminarMuchas gracias, David, por tu lectura y tu comentario.
Un abrazo!
Un giro interesante con este nuevo protagonista que sin duda viene a aportar un tanto más de intriga en la historia. Muy buen capítulo, Josep.
ResponderEliminarAbrazo!!!
Un elemento más para aderezar la intriga, jeje
EliminarMe alegro que te guste, Mª Jesús. Ya solo te queda el final.
Un abrazo.