martes, 27 de junio de 2017

El tattoo (y IV)


Cuando me presenté en la morgue, Antoine ya llevaba tres días muerto y su cuerpo conservado en el refrigerador, esperando a ser identificado por alguien de su familia. A la policía le costó un poco dar conmigo pues no hacía mucho que me había mudado a un piso algo más espacioso, soleado y más cercano a mi lugar de trabajo. 

Era él, no cabía la menor duda. Pero cuando replegaron la sábana, que cubría su cuerpo desnudo, hasta la altura de la cintura, observé que tenía una gran laceración en su hombro derecho, donde había tenido ese horrible tatuaje que, por cierto, había desaparecido. Según me contó el auxiliar que me mostró el cadáver, el forense le había extirpado la piel de esa zona porque Antoine le había vendido su tatuaje a un coleccionista excéntrico y muy rico.

Al poco, me llamaron de una notaría, aliviados por haber podido dar conmigo, para anunciarme que era la beneficiaria de un testamento. 

El testador, Antoine Bisonó-Chevalier, en plenas facultades mentales, nombraba como beneficiaria a su esposa, doña Paola Messeguer Viñales, a quien le correspondía, en concepto de herencia, doscientos cincuenta mil euros, sujetos, eso sí, a la retención fiscal correspondiente. Aun así, un buen pellizco.

¿De dónde había sacado Antoine esa cantidad de dinero? Quizá ese coleccionista se la había pagado por su tatuaje si, como me había dicho el auxiliar del forense, era un hombre muy rico. Pero un cuarto de millón de euros era una cantidad desorbitada. A no ser que ese hombre creyera en el poder que se le atribuía a ese dichoso Bacá. La policía me había dicho que ese hombre, que se identificó como Roberto Ballesteros, un afamado hombre de negocios barcelonés, se había definido como amigo de Antoine. ¿Un rico empresario amigo de Antoine? Eso no me cuadraba. Pensé que quizá debería hacerle una visita. A ver qué podía contarme. 

Estuve dudando largo tiempo sobre la conveniencia de presentarme en el domicilio de Ballesteros en calidad de viuda de Antoine. ¿Con qué pretexto? ¿Preguntarle sobre el tatuaje que le habían extirpado? ¿El motivo por el cual le había pagado una pequeña fortuna?

Andaba cavilando en torno a esa posibilidad cuando, en la sección de necrológicas del periódico, me sorprendió una esquela: la de Roberto Ballesteros Sarmiento, fallecido a la edad de sesenta y dos años. Mi visita se había ido al traste, pero mi curiosidad no. Busqué todo lo referente a ese individuo coleccionista de obras de arte y artilugios extraños. Nada relevante, excepto que, al no tener herederos, su fortuna pasaba a una fundación que él mismo había creado y que sus obras de arte habían sido cedidas al ayuntamiento de la ciudad, que pronto espera poder montar una exposición de alguna de sus colecciones menos conocidas. 

Cada día, sin excepción, leía el periódico en busca de alguna noticia relativa a esa posible exposición. ¿Expondrían la colección de tatuajes de la que había tenido noticias por la prensa? 

Tuvieron que pasar unos cuantos meses, pero, por fin, llegó la noticia que había estado esperando: el museo de ciencias naturales de la ciudad inauguraba una exposición de tatuajes de piel humana procedentes de la colección particular del filántropo, mecenas y amante del arte Roberto Ballesteros, una colección excepcionalmente original, a la par que misteriosa, rezaba el anuncio.

Me las ingenié para poder asistir a la inauguración de esa exposición singular. Aunque me daba un poco de reparo, sentía curiosidad por ver de nuevo aquel horrible tatuaje, esta vez expuesto en un museo.

La colección era más amplia de lo que esperaba. ¿Cómo aquel coleccionista podía haberse hecho con tal cantidad de retazos de piel humana tatuada? Me obligué a no pensar que se trataba de epidermis humanas, que solo eran dibujos, algunos realmente impresionantes, de todos los tamaños y colores. Debían haber más de cincuenta, pero no daba con el que buscaba. Por fin lo encontré. Estaba en un rincón y junto al cuadro que lo contenía había una leyenda explicativa de su significado, que era el que yo ya conocía. No lo había visto antes porque lo ocultaba un grupo curiosos que lo observaban con detalle. Cuando se hubieron marchado, me acerqué con cuidado, como si temiera que saliera del cuadro y se me lanzara encima. ¡Me trajo tan malos recuerdos! Estaba, pues, absorta contemplando aquel engendro y pensando en el pobre Antoine cuando me pareció que se había movido e incluso había abierto ligeramente sus fauces. Instintivamente pegué un salto hacia atrás, tropezando con un individuo que, sin haberme percatado, estaba situado justo detrás de mí, contemplando el mismo cuadro. Me disculpé, azorada por el traspiés y avergonzada por mi ridícula reacción. Pero, contrariamente a lo que podía pensar, me sorprendió diciéndome, en voz baja: “lo ha visto ¿verdad?”

Julián Cifuentes era abogado y amigo íntimo de Roberto Ballesteros. Sabía quién era yo y adivinaba mi interés por esa exposición. Su amigo y ex propietario de la colección le había hablado de Antoine y le había pedido que investigara qué había de cierto con que tuviera mujer e hija. Era un hombre muy curioso y precavido y siempre quería saber con quién hacía negocios. Así había dado conmigo.

Me dijo que nuestro encuentro no era casual. Esperaba encontrarme. Suponía que un día u otro acudiría a la exposición pues, siendo yo la mujer de Antoine, no podría sustraerme a la curiosidad de ver su tatuaje expuesto al público. De ser necesario, habría acudido a diario al museo con tal de verme. Quería tratar conmigo de un asunto muy delicado y no le pareció adecuado abordarme en mi propio domicilio. Pero tampoco podía ser allí, donde cualquier extraño pudiera oírnos.

Sentados, unos minutos más tarde, en una cafetería cercana, se dispuso a contarme lo que tanto le inquietaba.

Su amigo, tras adquirir ese extraño tatuaje, empezó a comportarse de un modo extraño. No era el mismo. Hasta que un día se sinceró con él. Le contó la leyenda, o historia real, del Bacá, y cómo, desde hacía un tiempo, vivía asustado, temiendo por su vida. Le contó que la bestia que se hallaba en el tatuaje cobraba vida por la noche y que parecía querer salir del cuadro donde estaba alojada. Finalmente, intentó deshacerse de él pero no logró descolgarlo de la pared. Cada vez que lo intentaba, adquiría un peso extraordinario que incluso le impedía moverlo.

El abogado Cifuentes sospechaba que la muerte de su amigo no se había debido a una caída accidental que le había producido el traumatismo cerebral que, según el informe médico, se lo había llevado por delante. Debió caerse, de eso no había duda, pues quedaron evidencias del fuerte impacto en la mesa de mármol que había frente al cuadro. “Esa cosa debió empujarle contra la mesa con tanta brutalidad que quedaron restos de masa encefálica en la zona del impacto. Un traspiés no ocasiona un golpe de esa magnitud”, argumentó Cifuentes.

Así que ese hombre también creía que aquella “cosa”, como la había definido, tenía tal poder que era capaz de matar. Pero, aunque toda la disparatada historia acerca del Bacá fuera cierta, tanto yo como Arianna seguíamos indemnes.

Fue entonces cuando me contó todo lo que el difunto coleccionista había podido averiguar en torno al maleficio del Bacá. Su amigo estaba convencido de que la muerte de Antoine se había producido mientras llevaba a cabo un ritual para anular el poder maléfico del Bacá y que, de algún modo, lo había logrado; de ahí que no se hubiera cobrado la vida de ninguna de nosotras, excepto la del propio Antoine, como venganza. O quizá sí que le fallara el corazón durante una lucha encarnizada contra el maligno. Yo le escuchaba sin saber qué cara poner ante lo que me estaba refiriendo aquel hombre culto y aparentemente sensato. En lo único que estuve de acuerdo con él fue que donde mejor podía estar ese tatuaje era en un museo y fuera del alcance de todos los que, directa o indirectamente, habíamos estado en contacto con él.

Me despedí del abogado creyendo que ahí se acababa la historia del Bacá tatuado en la piel del pobre Antoine y que nunca más volvería a oír hablar de él. Pero me equivoqué.

Tan solo una semana más tarde, volví a tener noticias. Esta vez también era un hecho insólito. Y público. Leí en la prensa una escueta nota que decía que “un cuadro con una piel humana tatuada con un extraño símbolo, propio, según los expertos, de rituales paganos, ha desaparecido del museo de Ciencias Naturales de esta ciudad, donde estaba expuesto. No se han hallado señales de intrusismo y las cámaras de vigilancia no han revelado nada sospechoso. Se desconoce cómo ha podido ocurrir tan extraño suceso.”

Como toda aquella historia no me dejaba conciliar el sueño y hacía mucho tiempo, desde la muerte de Antoine, que quería viajar a Haití para conocer a su familia y presentarles a mi hija, que ya tenía un añito, hice las maletas y me presenté en Puerto Príncipe. 

Mi suegra, a la que contactaron a través de la Embajada de España en Haití para comunicarle la muerte de su hijo, quiso saber los detalles de su fallecimiento y cómo había sido su vida desde su regreso a Barcelona tras su última visita. Los de la embajada le habían dicho que Antoine había fallecido de un paro cardiaco y él era un chico muy fuerte y sano.

Le conté todos los pormenores de nuestra relación desde que llegó con el tatuaje del Bacá y las teorías en torno a la causa de su muerte y la del coleccionista que adquirió el tatuaje. Ella, a su vez, me puso al corriente de lo que su hijo le contó y el motivo por el cual este fue a visitar a Dominique, y su posterior llamada desesperada buscando una forma de deshacerse del maleficio en el que había caído por culpa de esa hechicera. También me contó su intercesión ante esa maldita bruja para que liberara a Antoine de aquel tormento y cuál fue su recomendación. 

Como mi mente fría y analítica no podía creer en toda esa sarta de estupideces ─protección, fortuna y riquezas a cambio de cobrarse la vida de personas queridas, un tatuaje que cobra vida y se rebela contra quien pretende eliminarle, un ser demoníaco que mata a quien se le antoja, y todo a partir de un símbolo, tatuado─, ni corta ni perezosa quise conocer a la tal Dominique y ver con mis propios ojos qué tipo de persona era y comprobar qué clase de poderes tenía realmente. Estaba decidida a hacerle frente sin ningún temor, a desenmascararla y echarle en cara sus malditas supersticiones y, si era necesario, denunciarla a las autoridades, aunque esta última opción me pareció una medida inútil dado el nivel de superstición reinante entre la población y la permisividad oficial ante esas prácticas.

Aquella mujer había arruinado mi vida, la de Antoine y seguramente la de muchas otras personas, valiéndose de su ascendencia sobre ellas como la gran curandera y hechicera que creían que era. Estaba dispuesta a todo con tal de vengarme de lo que consideraba una fechoría inadmisible. Mientras me dirigía a su casa, una planta baja en uno de los barrios más céntricos de la capital, iba barruntando qué le iba a decir exactamente. Cuando por fin entré en lo que era su “consultorio” y, siguiendo sus amables indicaciones, tomé asiento en un mullido sillón, rodeada de cojines, antes de que pudiera decir esta boca es mía, me quedé muda. No podía hablar. Dominique, con su mirada, me invitaba a hablar, pero no podía articular una sola palabra. Entonces adivinó lo que me ocurría y, siguiendo la trayectoria de mi mirada atónita, se giró para contemplar lo que yo había visto tras tomar asiento: un cuadro con un dibujo que representaba al Bacá, idéntico al que llevaba tatuado Antoine, lucía colgado de la pared. Y junto a ese cuadro había otros muchos muy parecidos. En unos se representaba a un toro, en otros a un gato, todo un repertorio de animales tatuados en lo que parecía piel humana. Y entonces la bruja, la hechicera, la curandera, la discípula del mismo diablo me dijo, sonriendo maliciosamente: “me pertenecen, yo los he creado y aquí es donde deben estar de vuelta, en su casa, como ha sido siempre, desde tiempos inmemoriales.”

Aun hoy, pasados dos años desde aquella horrible y amarga experiencia, cuando veo un tatuaje sigo sin poder evitar un escalofrío y miro a Arianna que, ajena a todo lo ocurrido, juega con su muñeca favorita, la que le compré en Haití antes de volver a casa y de la que no se separa ni un instante. No sé que tendrá esa muñeca de trapo que la tiene subyugada.


23 comentarios:

  1. ¿Es el final Josep Maria? Yo quiero y necesito saber que pasa con esa muñeca de trapo, (que por cierto) siempre me han dado pavor, jeje
    Muy buena historia, engancha y me gusta como lo has enfocado a través de los personajes abriendo y cerrando con el mismo. En este caso ella, que sigue crédula hacia todo lo que ha acontecido.
    Enhorabuena, :)

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues sí, es el final, Irene. Que cada uno piense lo que quiera. Ahí queda una puerta abierta a la imaginación, en este caso la vuestra, jaja.
      ¿Realismo mágico? ¿Una faena del subconsciente? Vete tú a saber... La mente es muy poderosa, a veces más que un Bacá. Del mismo modo que existe el llamado "efecto placebo", la superstición puede sugestionar tanto al crédulo en esos ritos, que este puede ver y sufrir las consecuencias. Claro que, en este caso en concreto, no sé yo dónde acaba la fantasía y comienza la realidad.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Bueno qué gran final Josep. A pesar de que muchos han sido víctimas del Bacá y de esa hechicera Dominique, parece que la familia de Antoine se puede salvar, aunque al final nos dejas muchas dudas, ¿qué pasa con esa muñeca? Ya me espero lo peor. Pero, en fin, eso será otra historia, jeje.
    Ha sido un placer leerte Josep, una historia que me ha tenido realmente enganchada.
    Un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Veo que has llegado al final sana y salva, jeje.
      Por lo menos Paola y Arianna no se han visto afectadas por la maldición de ese Bacá. Hizo bien Paola en mantener a Antoine alejado de ellas. Sin pretenderlo, las hubiera implicado y, quizás, arrastrado en la desgracia. El pobre hombre se redimió pagando con su vida y dejándolas apañadas con esa herencia. Nada de eso hubiera ocurrido de haber prevalecido la sensatez.
      Muchas gracias, Ziortza, por leerme y comentar.
      Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  3. ¡¡Hola!!! Qué buen final, menos mal que ellas se han librado de toso lo malo. Bueno, todo...esa muñeca me da miedito.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues sí, no todo acabó mal. De hecho, Paola y la niña fueron los más inocentes, quedando finalmente al margen del maleficio.
      Un abrazo, Gemma.

      Eliminar
  4. Pobre criatura, miedo me da la muñeca, en fin, espero y deseo que sea cariño y nada mas, ains.
    Me has enganchado desde el principio hasta el final y desde luego es un gran relato, en fin me quedo con la duda de la muñeca de trapo pero es un gran final para un gran texto.
    Me encanta leerte Josep Mª y esperando me quedo con el siguiente relato. Un abrazo. TERE.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hay muñecas que siempre han dado miedo. No sé qué tendrá esta que subyuga tanto a la niña. Ahí queda eso...jeje.
      Muchas gracias, Tere, por tu comentario y yo también espero que el siguiente relato te atraiga tanto como este.
      Un abrazo.

      Eliminar
  5. Hay quien, por muchas señales inexplicables que perciba, se mantiene en su escepticismo sin siquiera desear aclarar qué hay detrás de todo ello. Paola ve lo que ve y se mantiene firme en sus creencias hasta el final, un final un tanto incierto.

    Es posible que me haya permitido una cierta "licencia literaria" cargando las tintas en la superstición reinante entre la población haitiana. Si no se ciñe a la realidad, lo lamento, pero me he basado en lo que he hallado en internet al respecto: que el vudú es la religión más antigua y predominante en Haití, que se practica tanto la magia blanca como la magia negra y que la mayoría de los haitianos son supersticiosos. Admito que puede ser una exageración y una generalización que, si no se corresponde con la realidad, resulte desacertada e injusta. Si se percibe así en este relato, entono mi "mea culpa". Solo he pretendido haceros pasar un rato agradable con una historia de fantasía. Y para nada me lo tomo a mal. Todas las críticas merecen ser puestas de relieve. Ya ves que en mi blog no existe la censura ni autorización previa para que se publiquen los comentarios de mis lectores.
    Te agradezco, pues, tu comentario y contribución.
    Un abrazo, Julio David.

    ResponderEliminar
  6. Un final que nos deja el cuerpo lleno de angustia presintiendo que esto no va a acabar tan fácilmente. ¿Una muñeca de vudú? En cuanto la nena tenga agujas a mano seguro se las clava en puntos vitales.
    Un relato que nos ha mantenido en vilo hasta el final. de nuevo lo has conseguido.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si algún día su madre le cuenta la historia en torno a la muerte de su padre, quizá sí que la niña se interese por el vudú. Aunque me temo (y eso es solo una suposición) que esa muñeca de trapo de adelantará a los acontecimientos y le revelará su verdadera naturaleza. Quién sabe, quizá se hagan buenas amigas. O ya lo son sin que su madre lo sepa.
      Muchas gracias, Francisco, por tu comentario.
      Un abrazo sin agujas de por medio :)

      Eliminar
  7. ¡Ay, madre! Esa muñeca me da muy mal rollo. Qué manera de terminar un relato ya de por sí escalofriante.Me ha encantado.
    Yo no creo en rituales ni en maldiciones pero, por si acaso, prefiero no jugar con fuego, no sea que vaya a haber algo de cierto en esas cosas y la liemos.
    Estupendo relato. Eres único creando una atmósfera de suspense y dando un final inquietante.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Será una muñeca diabólica? Espero que no, pero siempre cabe la posibilidad...
      Como yo no creo en esas historias, quiero pensar que la niña estará a salvo, pero no pondría la mano en el fuego, jeje
      Muchas gracias, Paloma, por tu amable comentario.
      Un abrazo.

      Eliminar
  8. Hola Jose Mª no me había leído este relato con sus tres personajes y sus tres historias. Me ha parecido muy curioso, qué imaginación compañero. Me he quedado con esta frase:
    “La persona que lo obtiene hace un pacto mediante el cual, a cambio de recibir prosperidad económica, entregará al diablo el hijo más pequeño o la esposa, quienes morirán antes de los cinco años de iniciado el acuerdo”. El bacá
    La hechicera Dominique recuperando el bacá tatuado, qué barbaridad...
    Paola, Antoine, el coleccionista de tatuajes, Roberto, esa historia contada por cada uno me ha enganchado muchísimo. Ese delicuente de perros, baños de sangre, y ese tatuaje atacándole y después donándole como capricho de coleccionista, que quiere más dinero y fama y qué macabro el tatuaje en un marco. Y la muerte del mecenas excéntrico, tan repentina... Y ahora la muñeca... budú claro, pero qué fluidez; una narrativa limpia, en su punto de expresión y con el grado para intrigarte. Felicidades y gracias por compartirlo. Se lee las cuatro partes del tirón. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues vaya lectura maratoniana que has tenido que hacer, Eme, jeje.
      Me alegro, pues, que ye haya complacido pues es una trama que mezcla realismo y magia, creencias en rituales e incredulidad. Del mismo modo que cada personaje explica y valora la historia desde su punto de vista, los lectores también pueden darle la interpretación que más se ajuste a su creencia e interpretación.
      Yo ya he dicho repetidamente que no creo en esos poderes cultos. El único poder manifiestamente comprobable es el de la mente y esta puede jugarnos muchas malas pasadas.
      Agradecido quedo por tus palabras.
      Un abrazo.

      Eliminar
  9. Fantástico final, Josep. Como las mejores historias de terror no tiene un final feliz en el que todo se solucione. No hay vuelta atrás, el mal consigue su presa y, además, se insinúa que amenaza con quedarse. Una excelente historia que al ser contada desde distintos puntos de vista asistimos a una exposición de personajes, de anhelos, de miedos y obsesiones. Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola David. En el supuesto cierre de esta historia he querido dejar una rendija abierta a la imaginación de cada cual. He pretendido jugar con la fantasía, en forma de creencias supersticiosas ancestrales, usando personajes "oscuros" y con el realismo de quienes dicen tener los pies en el suelo.
      Me alegro que te haya gustado el final, la parte más "delicada" de toda narración.
      Un abrazo.

      Eliminar
  10. Lo prometido es deuda y, de vacaciones o no, he venido para conocer el final de la historia. No sé si tienes pensado contarnos más sobre esa muñeca, que ya intuyo con ciertos poderes, o si piensas dejarlo a nuestra imaginación, pero en cualquier caso debo decir que el relato quedó de lujo. Vamos, que ha merecido la pena dejar la tumbona al sol y pasarse por tu casa :))

    El argumento me ha parecido muy original y la superstición sobre el Bacá, interesantísima. No sé si es fruto de tu imaginación o si realmente tiene algún fundamento, pero la forma en que tú la has utilizado es solo mérito tuyo. ¡Enhorabuena! Respecto a la maldición, creo que la única que sale ganando de forma clara es Dominique; todos los demás, de un modo u otro, han salido perjudicados. La moraleja es que es mejor no jugar con ciertas cosas...

    Gracias por los ratos de entretenimiento que nos has proporcionado, ¡ha sido un gusto leerte!

    Un fuerte abrazo de verano, compañero. Me vuelvo a mi tumbona :P

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Vaya, Julia, me dejas anonadado, jajaja
      Si no fuera por la distancia física y cibernética que nos separa, te invitaba a una cervecita bien fría. Te lo mereces después de ese detallazo.
      Me alegro que consideres que ha valido la pena abandonar, aunque sea momentáneamente, tu tumbona y tu baño de sol y mar, para acercarte a leer el final de esta historia sin par, jeje.
      Efectivamente, la verdadera ganadora es Dominique, pues sale totalmente indemne del maleficio que ella contribuyó a crear.
      El gusto es mío, por tener lectores tan incondicionales e interesados en mis fantasías.
      Un fuerte abrazo y disfruta del descanso veraniego.
      A mí me quedan todavía unos días de andar por casa. Tengo previsto publicar otra historieta antes de irme de vacaciones y poner la mente en blanco de vez en cuando.

      Eliminar
  11. Un final que cierra resolutivo el enigma del tatuaje, aunque esa última imagen de la muñeca de trapo resulta un tanto inquietante. Muy bueno, Josep.
    Abrazo!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las muñecas de trapo siempre me han resultado inquietantes, y más en esta historia de sortilegios y brujería, jeje
      Muchas gracias, Mª Jesús, por pasarte a leer y comentar.
      Un abrazo.

      Eliminar
  12. Me ha gustado mucho el relato compañero. Que inquietante fantasía...y uf que tatuaje más maligno, además de feo y hortero...y que mal rollo da. Me gusta mucho como mantienes el suspense y lo bien que usas siempre las diferentes perspectivas/versiones de los personajes. Y por supuesto me encantan tus cuidados finales ;) esa muñeca tiene muy mala pinta ;) Si yo fuera la madre... hubiera mandado rápido a la muñeca allí donde se mandaban a los novatos grumetes ;) Un abrazo dominical.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, compañera de letras y teclas! Muchas gracias por haber viajado en el tiempo y venir hasta aquí para leer esta historia fantástica, que me alegro que te haya gustado y te haya resultado entretenida. Y en cuanto a la muñeca, después de lo vivido yo no me hubiera atrevido a comprarle una a la niña, jajaja
      Un abrazo.

      Eliminar