miércoles, 29 de noviembre de 2017

Recuerdos paralelos



Si es ella, la vida la ha tratado muy bien. Desde aquí no puedo oír su voz, pero sus ademanes, su sonrisa, y sobre todo sus ojos, o debería decir su mirada, la delatan.

Han transcurrido veinticinco años desde que nos vimos por primera vez, un caluroso mes de agosto de mil novecientos noventa y uno. El escenario vuelve a ser el mismo, pero el decorado ha cambiado. La sección de música estaba en la quinta planta y ocupaba una superficie mayor. Pero, claro, ahora los jóvenes se bajan la música de internet y ya no se venden tantos discos. Entonces veníamos y nos pasábamos la tarde escuchando un montón de CD antes de decidirnos por alguno, si es que llegábamos a decidirnos. 

Recuerdo que nuestras miradas se cruzaron mientras, con los auriculares puestos, nos movíamos al ritmo de la música. Su sonrisa, franca y espontánea, me dejó sin aliento. La música se apagó en mi cerebro a la vez que se encendía mi atracción por aquella chica desconocida de ojos risueños.

Al cabo de unos días salíamos juntos y yo dejaba plantados a mis inseparables amigos, Juan y Santiago, que no acababan de entender lo que me ocurría. No contestaba a sus llamadas telefónicas, apenas si daba señales de vida en toda una semana, cuando hasta la fecha habíamos sido inseparables, compartiendo tiempo y confidencias. No comprendían mi comportamiento porque no me atrevía a confesarles que me había enamorado.

Conocer a Elena fue lo más importante que me había ocurrido en toda mi vida adolescente. Desde entonces, dejé relegados a mis amigos al baúl de los recuerdos. Fui tan injusto con ellos como ella lo sería después conmigo. Pero, tras dos años de abandono, volvieron a ocupar el hueco que aquélla dejó tras su marcha. Ellos fueron quienes me obligaron a hacer aquel viaje, creyendo, en vano, que así olvidaría el tiempo pasado junto a Elena.

No sé cómo me dejé convencer. Yo no estaba para viajes y, además, no me apetecía pasar más de siete horas en un autocar. Pero las dotes de persuasión y, sobre todo, la perseverancia de mis dos amigos, no tenían parangón. Reconozco que peor hubiera sido hacer todo el trayecto a pie, como verdaderos peregrinos. Así que los casi ochocientos kilómetros en autocar era una compensación razonable.

Yo hubiera preferido hacer todo el Camino de Santiago con mi viejo Citröen, pero mis amigos no compartían mi fe en aquel solícito y dócil compañero de viajes. Cuando conocí a Elena, dos meses después de licenciarme, lo acababa de estrenar. Era de segunda mano, pero tenía relativamente pocos kilómetros teniendo en cuenta el año de matriculación. La de excursiones que hicimos con él y los juegos a los que nos entregamos en su asiento trasero. Lo único malo de aquellos escarceos amorosos sobre ruedas era la incomodidad del cubículo y la blanda y ruidosa suspensión, más propia de la cama de mi abuela. 

Si bien la tormenta siempre precede a la calma, en mi caso fue todo lo contrario. Tras dos años de feliz relación vino el abrupto declive y la ruptura. Elena me dejó por Carlos, un arquitecto diez años mayor que ella. No sé qué vio en Carlos aparte de la cuenta bancaria, el cochazo, el dúplex en el centro, el chalé en la playa y su generosidad a la hora de agasajarla con obsequios de lo más exclusivo. Al poco de salir con él, le consiguió un buen empleo en una constructora con la que solía colaborar. Todo esto lo supe de boca de Laura, una de las mejores amigas de Elena. Cada vez que me encontraba con ella, que era más a menudo de lo que deseaba, me lo echaba en cara. Creo que disfrutaba con cada pellizco de información que me regalaba sin que se la pidiera. Debía de ser su forma de vengarse por haberla rechazado. Estaba de escándalo, pero no era mi tipo. Aunque no sabría decir cuál era mi tipo, el caso es que Laura no lo era. Hubiera hecho mejor pareja con Carlos, el arquitecto roba-novias, que conmigo. 

Nunca he podido quitarme a Elena de la cabeza. Durante todos estos años me he estado haciendo las mismas preguntas: si seguiría siendo tan atractiva y simpática como cuando la conocí, si sería feliz, si se acordaría de mí… Con el tiempo todos cambiamos, y no solo físicamente. El carácter también cambia, en función de cómo te haya tratado la vida. Yo, con cuarenta y ocho tacos, aun conservándome bastante bien, el paso del tiempo me ha dejado algunos surcos en la frente y unas, todavía discretas, bolsas bajo los ojos. Y en cuanto a mi forma de ser, me he vuelto un poco huraño e intransigente, lo reconozco. Quizá por eso sigo soltero y sin compromiso y, lo que es peor, más solo que la una.

Elena, en cambio, se ve estupenda. En una ocasión en la que me encontré con la arpía de Laura y me interesé por ella, me dijo que vivía a cuerpo de rey. Ignoro si en ese momento era cierto o lo dijo, una vez más, para fastidiarme. El caso es que poco después unos amigos me contaron que lo único que sabían de ella era que las cosas se torcieron y no le iban tan bien como Laura me había hecho creer. De haber sabido su paradero, habría ido a verla. Pero Laura dijo haber perdido el contacto e ignorar por dónde andaba.

Me ha mirado. Qué poco se imagina que soy aquel chico, recién licenciado en Biológicas, delgaducho y melenudo, del que se enamoró. No creo que me haya reconocido. Lo más probable es que se haya olvidado de mí. Yo, en cambio, no he podido. Juan y Santiago, con sus buenas intenciones, creyeron que llevándome de viaje con ellos me la quitarían de la cabeza. Nunca me he olvidado de ella ni de aquel viaje.

**

El viaje de ida fue incomodísimo y de una lentitud exasperante. No pude pegar ojo en todo el trayecto. Juan y Santiago dormían, en cambio. como marmotas, la cabeza de uno apoyada en el hombro del otro. Desde mi asiento no distinguía quién era quién. Los dos lucían una calvicie prematura impropia de su edad. Hoy día la alopecia no produce tanto complejo en un joven como en aquel entonces. La estética también ha cambiado en esto. Ahora son muchos los que parecen enorgullecerse de su cráneo rapado.  

Pero volviendo al viaje, hacía tan solo seis meses que Elena me había dejado por el guaperas de Carlos y esos dos pretendían que pasara de ella. Un amor así no se olvida en seis meses, en seis años, ni en toda una vida. Aquel viaje no me atraía en absoluto, pues no se me había perdido nada en Santiago de Compostela. Si accedí a acompañarles fue para que dejaran de apabullarme con sus consejos y para no quedarme encerrado en casa, mortificándome. De día procuraría distraerme, pero sabía que de noche volverían los ensueños, imaginando cómo habría sido mi vida si ella no hubiera decidido dejarme.

No me lo dijo, pero sabía que me dejaba por otro. Más tarde supe que era arquitecto, “guapísimo y con mucha pasta”, como me dijo textualmente Laura. Nunca supe ni quise saber cómo se conocieron. Debí parecerle poca cosa. A fin de cuentas, yo solo había logrado ser un pobre becario en un laboratorio municipal y él, a sus treinta y cinco años, ya tenía un estudio propio. Claro que su padre era muy rico y, al parecer, estaba muy bien relacionado. El dinero para el estudio lo debió de poner él y los clientes debieron llegarle a su hijo a base de recomendaciones. Así es como funcionaban, y siguen funcionando, las cosas en este país.

Todo fueron excusas. Que te aprecio mucho, pero lo nuestro no funcionaría, que en realidad somos muy distintos, que eres muy divertido pero que no todo en la vida va en broma, que tienes que madurar, y cosas por el estilo. Después de dos años descubrió que no estábamos hechos el uno para el otro. Y encima Laura metiendo el dedo en la llaga contándome todo lo que hacían, adónde iban, con quién salían. Y por si todo eso fuera poco, empezó a hacerme ojitos y a insinuarse. Que si tú y yo sí que haríamos una buena pareja, que si tal, que si cual. Y yo haciéndome el loco para no mandarla a freír espárragos. Pero al final no me quedó más remedio. Hubiera tenido que cortar de raíz y mucho menos debí haber aceptado su proposición. “Sólo una copa. Relájate, hombre, te vendrá bien desahogarte. ¿Acaso no somos amigos?” Y tuve que sacármela literalmente de encima. Aunque fuera cierto que siempre había estado enamorada de mí, yo era el ex de su mejor amiga. Tenía entendido que las mujeres valoran mucho este tipo de cosas. Pues ella no. Se lo tomó muy mal. Dejó de hablarme por un tiempo, pero casi mejor porque para calentarme la cabeza ya me tenía a mí mismo.

―Despierta, Enrique, que ya hemos llegado a León ─recuerdo que me dijo Juan, creyéndome dormido. León era nuestro destino en autocar y el punto de partida hasta Santiago de Compostela a pie. 

―Vamos, anímate, que solo nos faltan trescientos dieciocho kilómetros ─añadió Santiago─. Si todo va bien, a veinticinco kilómetros diarios, en trece días habremos llegado ─apostilló─. Justo el día veinticinco.

A Santiago le hacía muchísima ilusión ese viaje. Llegar a Santiago de Compostela el veinticinco de julio, el día de su santo, y en ese año santo compostelano, era para él todo un hito. Era muy religioso, todo lo contrario que Juan y yo. Aun así, los tres éramos muy buenos amigos. Cada uno tenía sus creencias y no nos metíamos con las del otro. Solo reñíamos por política y por alguna pequeña discrepancia futbolística ─aunque los tres éramos hinchas del Barça─, nunca por religión. 

En León pasamos la noche en una pensión de mala muerte donde las chinches campaban a sus anchas. Juan y Santiago ocuparon una habitación doble y yo una individual. Al parecer solo yo fui el objetivo de esas alimañas. Estaba leyendo “La montaña mágica”, de Thomas Mann, y algo cayó sobre el libro, algo que resultó tener patas. Por muy ecologista que fuera, no me quedó más remedio que aplastarlo entre las dos páginas por las que tenía abierta la novela. Cuando alcé la vista para ver de dónde había caído, descubrí una hilera de esas cosas andantes ─todavía no había identificado que eran chinches─ que, desde una esquina del techo, caminaban en fila hasta un punto, justo encima de mi cama, desde el que se lanzaban sin paracaídas, atraídas sin duda por el calor de mi cuerpo. Apenas pude pegar ojo, por la aprensión y por el calor que me producía el cobertor con el que me protegí de los ataques de esos parásitos.

El resto de las noches que pasamos a lo largo del Camino de Santiago desde León no fueron mucho más placenteras. Dormimos en albergues, y aunque no hubo más chinches, sí mosquitos, arañas y alguna que otra cucaracha. Pero todo un boy scout como yo, que había hecho vivac en multitud de ocasiones, no podía mostrar signos de contrariedad ante tal diversidad faunística. 

Nuestra primera noche en Santiago no auguraba nada bueno a tenor del miserable aspecto del lugar ─el único que encontramos con habitaciones disponibles─ en el que debíamos alojarnos. Las manchas de humedad, el desconchado de las paredes de nuestras habitaciones y el baño comunitario, no nos dieron muy buenas vibraciones. Y eso sin saber si también deberíamos compartir el habitáculo con huéspedes con antenas y tres pares de patas. Si no hubiera sido por las chicas que conocimos al poco de llegar, no habríamos disfrutado de unos cómodos dormitorios con baño completo. Y todo gracias a Juan, nuestro guitarrista particular. 

CONTINUARÁ...

Relato con el que participé en el XXXIV concurso de cuentos Gabriel Aresti (Bilbao)

32 comentarios:

  1. Hay madre, y así me dejas... jajaja Me está gustando, sólo una cosita, a veces repites cosas que ya has explicado antes, en varios sitios a lo largo del relato, ;) Por lo demás, oye, para cuándo la continuación??? Un beso amigo!

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  2. Hola Maite. Sí, reconozco que hay una cierta reiteración, aunque, y sin pretender que sirva de excusa (pues quizá me haya pasado un pelín), es intencionada. Enrique no deja de dar vueltas a lo que significó perder a Elena y su mente va y vuelve, una y otra vez, de su experiencia sentimental con su ex al dichoso viaje, que también dejó su huella.
    Posiblemente (ahora no lo tengo claro) siga habiendo alguna reiteración (pues no deja de pensar en ello) a lo largo del relato.
    Espero que, a pesar de los pesares, no te resulte demasiado cargante. Lo que le pasó a Enrique, y dada su particular idiosincrasia, quizá te resulte (tanto el relato como el individuo) un tanto plomizo. Quizá fuera ese el sentir del jurado y acabó echando el relato a la papelera, jajaja.
    En cuanto a su continuación, esta vez no pienso dejar pasar más de tres días para seguir con cada una de las tres siguientes entregas.
    Muchas gracias por acercarte a leerme y por tu comentario, sincero y bienvenido.
    Un abrazo.

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  3. Hola Betty. Al parecer, has dejado tu comentario mientras contestaba al de Maite. Por tal motivo, mi respuesta aparece detrás.
    Espero que las aventuras y desventuras del protagonista no defraude esa primera impresión.
    Muchas gracias y una abrazo.

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  4. Empiezo a pensar compañero... que para ti las ElenaS son mujeres "abandonahombres" ;) También pienso que, con ese sugerente y sospechoso título, seguro que la historia gira en cualquier momento... :D así que me quedo por aquí cerquita esperando con ganas la continuación. Me encantan tus giros compañero :D ¡Un abrazo!

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    1. Jajaja. No había pensado en ello. De hecho, este relato lo escribí hace meses, pero no lo he podido publicar hasta finalizado el concurso en el que participaba. El de la máquina de café lo escribí hace tan solo una semana, más o menos. ¿Coincidencia o me traicionó el subconsciente? Una Elena hubo en mi corazón cuando andaba por la Universidad, jeje.
      Pues no vas desencaminada, ya que más adelante saldrá otra voz que contará la historia desde su perspectiva.
      Muchas gracias por tu lectura y tus comentarios.
      Un abrazo.

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  5. Los consejos están muy bien, y el cariño de los amigos, y las distracciones de cualquier tipo, pero los "berrinches amorosos" se pasan cuando se tienen que pasar :))

    El viaje no parece que sea a todo lujo y confort, pero seguro que resulta una experiencia enriquecedora para los tres amigos. ¿Quién sabe? La mancha de mora, con mora verde se quita ;)

    Muy buen comienzo para tu relato, Josep. ¡Ya tengo ganas de seguir leyendo! :))

    Un abrazo y buen día.

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    1. También se dice aquello de que un clavo saca a otro, pero no sé yo si Enrique será capaz de sacarse a Elena de la cabeza y del corazón. A ese chico la herida le duele todavía mucho, así que un bálsamo cicatrizante le iría muy bien. No sé lo que le deparará su estancia en la ciudad compostelana, pero algo le ocurrirá sin duda para que no haya podido olvidar ese viaje.
      Muchas gracias, Julia por tu interés, que espero saber corresponder en su justa medida, jeje
      Un abrazo y hasta la próxima entrega.

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  6. Hola. Ay por dios siempre me dejas con una intriga...
    A mí si me gusta que repitas esas explicaciones pro lo que dices, cuando alguien da vueltas y vueltas a las cosas lo hace más o menos como tú lo haces, es una forma de revivir.
    Un abrazo y a ver como sigue.

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    1. Hola Gemma. Siento volverte a dejar con la intriga, pero en este caso no he tenido más remedio, pues el relato es bastante largo como para publicarlo de un tirón. Así pues, he preferido dividirlo en cuatro episodios cortitos y publicarlos sin mucha demora, no se os vaya a olvidar la trama.
      Casi todos los relatos que escribo contienen algo de mí. En este caso, yo también soy de darle muchas vueltas a los problemas y, de adolescente, a los desengaños amorosos, jeje.
      Muchas gracias por tu lectura.
      Un abrazo.

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  7. Hola, Josep Mª. Un relato romántico de amores que dejan el corazón con una cicatriz bien profunda, aunque esa Elena no se merecía tal sufrimiento en Enrique. Me ha gustado.

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    1. El mal de amores, Carmen, es de lo peor que hay para los jóvenes sensibles y enamoradizos como Enrique. Elena actuó, a mi modo de ver, de forma egoísta y materialista, dejándose deslumbrar por el bienestar económico que le ofrecía un hombre mayor que ella y de buena posición económica y social. Veremos si su vida junto a él resultó como esperaba. Habrá que esperar para saberlo.
      Me alegro que te haya gustado.
      Un abrazo.

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  8. ¡¡Qué ganas de que siga el relato11. Yo también soy bióloga como tu personaje, y además, soy de León, con lo que la narración me resulta muy atractiva.
    ¿Y dice que no sabe lo que le vio a Carlos? ¿Qué más quería que tuviera? Si es que con especímenes así, a dónde va a ir un biólogo desarrapado y ecologista...
    Mucha curiosidad me queda por ver cómo avanza.
    ¿Ya se falló el resultado del concurso?
    Un beso.

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    1. Lo bueno no suele abundar, pero tratándose de biólogos la cosa cambia. Y lo puedo garantizar, pues, al igual que mi personaje, yo también lo soy, o debería decir lo fui, jeje.
      Carlos tenía, sin duda, muchos atractivos, pero veremos hasta qué punto hicieron feliz a Elena.
      El fallo del concurso fue el pasado día 22 y, por desgracia o como ya es habitual, yo no estuve entre los galardonados. Tendré que hacer un viaje para olvidar mis penas, jajaja.
      Espero que mi relato sea capaz de mantenerte interesada hasta el final.
      Muchas gracias, Rosa, y un beso.

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    2. O sea que somos colegas. No tenía ni idea.

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    3. Pues sí, Rosa, solo que yo, vista la miseria a la que me veía abocado como Biólogo (me licencié en 1974), acabé abjurando de esta bonita profesión y pasé a licenciarme (10 años más tarde) en Farmacia, que es lo que me ha dado de comer. Una cosa es la vocación y otra la obligación. La historia es mucho más larga, para contarla en un relato, pero esta es la versión corta :))

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  9. Hola Josep, sino recuerdo mal, me parece que la protagonista de otra de tus historias se llamaba lo mismo, mucho te gusta el nombre, jajaja.
    Tiene buena pinta y deseando estoy leer más.
    Siempre un gusto leer tus relatos.
    Un abrazo.

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    1. Hola, Elda. Pues como le decía, más arriba, a otra compañera lectora que me ha hecho el mismo comentario, pienso que es algo fortuito el hecho de haber usado el mismo nombre en dos historias distintas, pues las escribí con bastantes meses de diferencia. Pero quizá algo debió quedar en mi subconsciente de una lejana y joven Elena que conocí en mi época de Universidad, jeje.
      Me alegro que te parezca una historia lo suficientemente atractiva como para desear continuar leyéndola. Creo que es algo muy distinto a lo que escribo habitualmente. En un principio pretendí que fuera una caja china, es decir un relato dentro de otro, pero al final me salió, como podrás comprobar más adelante, dos relatos en uno, de ahí el título.
      Un abrazo.

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  10. Nos dejas en ascuas, esperando cómo termina lo cosa.
    Un abrazo.

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    1. Hola Macondo. Eso es bueno, que tengas ganas de conocer el desenlace, pero me temo que se hará esperar, pues hay tres episodios más para poder conocer el final.
      Mantente al acecho, jeje
      Un abrazo.

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  11. Un desengaño amoroso, en este caso un abandono por parte de la novia, es una de las experiencias más dolorosas que uno puede experimentar a nivel emocional. Te lo digo por experiencia, pues a causa de uno de ellos estuve a puntito de enrolarme en la legión. Ja,ja,ja, y no es broma. Después gracias a los amigos o la familia vuelves a retornar a la realidad y a tomar las riendas de tu corazón, sobre todo cuando conoces a la pareja que sí te acompañará en el periplo vital.
    Un relato que me está gustando por lo cercano del tema que toca.
    Ya veremos las sorpresas que nos tienes reservadas.
    Un abrazo, compañero.

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    1. Bueno, yo también sufrí mal de amores pero no llegué a tanto, jeje
      Quien ha vivido esta amarga experiencia, sabe que por mucho que intente distraerse con actividades varias, la mente siempre te "obliga" a recordar el mal trago. Ciertamente, amigos y familiares ayudan en ese empeño por olvidar, pero solo el tiempo dicta sentencia.
      Nuestro joven enamorado tendrá que pasar por ello a su manera.
      Muchas gracias, Francisco, por el interés y, como siempre digo cuando de un relato por entregas se trata, espero no defraudaros.
      Un abrazo.

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  12. Bravo por esos amig@s que intentan con sus gestos algo que es imposible y es, no ya que se apague esa música que escuchaba en sus buenos tiempos en aquellos auriculares sino su atacción por "aquella chica desconocida de ojos risueños".
    Como es habitual, me has hecho sonreir como cuando has comparado la suspensión del coche con la cama de la abuela o ese no saber que vio Elena en Carlos que no fuera "su cuenta bancaria, el cochazo, el dúplex en el centro, el chalé en la playa y su generosidad a la hora de agasajarla con obsequios"
    Por suerte, somos muchas las que miramos más allá, y sí, los ex de las amigas mejor mantenerlos lejos
    ;-)
    Genial historia, esperaré con ganas la continuación.
    Un beso, Josep Mª.

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    1. Juventud, divino tesoro, jeje
      Me alegro de que hayas reparado y disfrutado de esos pequeños detalles con los que he pretendido darle al relato un toque desenfadado y de humor. La vida contiene mucha ironía y este relato no podía ser menos.
      Muchas gracias, Chelo, por seguir las peripecias de ese joven enamorado.
      Un beso.

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  13. Una herida de amor, el inicio de un viaje inciático como es el Camino de Santiago, recuerdos paralelos... Te prometo que ahora mismo no barrunto por dónde nos vas a salir, je, je, je... Pero seguro que vas a conseguir dibujarnos un Oh en la cara. Un fuerte abrazo!

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    1. Hola David. Esta no es una historia de intriga, ni de grandes sorpresas, con giros inesperados. Se trata. más bien, de un relato sobre los altibajos amorosos de un joven y sus recuerdos a lo largo de ese viaje iniciático que debería salvarle del desasosiego y, en cambio, le deparará alguna que otro contratiempo. Es un relato, en definitiva, de los avatares de la vida de dos personas (la segunda todavía no ha hecho su aparición) separadas por algo en común: el amor y el desamor.
      Un abrazo!

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  14. Supongo que a tu protagonista le dará igual mi opinión, pero Elena era una trepa y alguien así, que valora más el estatus social y económico que la personalidad de alguien... no merece la pena.
    A ver en qué acaba ese camino de Santiago.
    Un abrazo.

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    1. Hola Paloma. Si el refranero castellano dice de la juventud que es un divino tesoro, el catalán es mucho menos halagüeño, pues dice "Jovent i enteniment, no hi és tot a un temps", que viene a significar que juventud y sensatez no son compatibles, jeje.
      Elena zse equivocó, y mucho, priorizando la superficialidad y la estabilidad económica a valores mucho más valiosos. ¿Pagará por ello? ¿Se arrepentirá? ¿Que será de su vida junto al acomodado arquitecto? ¿Y qué será de la vida de Enrique sin su adorada Elena?
      Dentro de nada la segunda parte.
      Un abrazo.

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  15. Ya he leído este capítulo y ahora si que espero que no se me escape el siguiente. Un abrazo

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    1. Jajaja. Para que no se te escape el siguiente capítulo, ya te digo que mañana saldrá a la venta, digo saldrá publicado, jeje
      Un abrazo.

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  16. Qué difícil decir adiós ante la incomprensión de no saber la razón por la que lo han dejado. Pero yo como lectora y desde fuera solo puedo decir que menos mal que esa mujer lo abandonó, porque tarde o temprano iba a sustituirlo. Y los malos tragos cuanto antes mejor.
    A parte estar con personas así, pfff... no digo lo que pienso, ;)
    Un beso.

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    1. No es por justificar a la niñata de Elena, pero todos hemos hecho locuras de juventud de las que luego nos hemos arrepentido. Pienso que no estaba preparada para una relación amorosa estable y su superficialidad le hizo tomar una decisión equivocada y lo pagó caro. Yo también pienso que, de haber seguido con Enrique, siendo tan voluble, la cosa probablemente no habría ido sobre ruedas.
      Un beso.

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