En más de una ocasión, sus abuelos le han sorprendido hablando solo frente a un espejo, algo que achacan a algún trastorno psicológico por el trauma sufrido. Han consultado al bueno del doctor Puigcorbé pero éste les ha asegurado que no tienen por qué preocuparse, que sólo es cuestión de tiempo, que los niños superan los traumas con más facilidad que los adultos. Pero, claro, Marcos ya no es un niño y han pasado ya dos años desde la última experiencia.
Últimamente, Marcos duerme mal, sobresaltándose por cualquier cosa, un crujido, un trueno, el sonido de la lluvia o incluso el ladrido de un perro. Sus ojeras tienen preocupados a sus abuelos que ven, impotentes, cómo el chico no se recupera aunque les diga que se encuentra bien. Pero lo que más les intriga es lo que suele responder cuando se preocupan por su salud: “dentro de poco todo cambiará, no os preocupéis”. Y después de esto, se cierra en banda y ya no vuelve a abrir la boca.
Hoy se ha acostado tarde. Deben haber pasado dos o tres horas y todavía no puede dormir. La casa está en silencio, un silencio que nunca antes había percibido. Ni siquiera el viejo reloj de pared del pasillo, esa joya de familia, hace la menor señal de funcionar y ahora se da cuenta, extrañado, que no ha tocado ni los cuartos ni las horas. Y de repente cree oír algo, una voz, un susurro más bien. Se incorpora y, sentado en la cama, escucha con atención. Es una voz, desconocida y metálica, que parece decir: ma… cos, maaacos, maaarcos. ¡Marcos!, ¡dice su nombre! Y esa voz, o lo que sea, procede de la puerta.
Se levanta con sigilo para no despertar a sus abuelos que duermen en la habitación contigua. Se acerca a la puerta, intenta abrirla pero no puede y entonces ve, de soslayo, que del espejo que hizo instalar junto a su escritorio sale un tenue resplandor y que es de él de donde procede esa voz tenue y lejana. Cuando contempla su imagen reflejada en el espejo, ésta se hace borrosa y va adoptando formas extrañas hasta que aparece una nueva imagen, poco nítida, confusa. Marcos, instintivamente, se acerca para ver mejor de qué se trata y cuando su cara está a un palmo de la superficie bruñida, la imagen que ésta le devuelve, ahora mucho más diáfana, es la del salón de la casa de la montaña y la voz, también mucho más clara, sigue llamándolo: Marcos, Marcos, Marcos.
De repente, algo le atrae, le empuja hacia el espejo, sus pies resbalan por el parqué, siente como si unas manos fuertes y enormes le empujaran contra su voluntad. Marcos comprende que el esperado momento ha llegado aunque mucho antes y de un modo distinto a como lo tenía previsto. Entonces le asaltan las dudas y los temores. ¿Lo que está sucediendo es lo que cree? ¿Cómo es que está sucediendo si todavía no es el momento? ¿Y si no es lo que esperaba? ¿Y si no son sus padres quienes le están llamando? ¿Y si no vuelve? ¿Y si…? Pero ya es tarde para tantas preguntas.
Tienen que ser sus padres, claro que sí, quiénes sino, se tranquiliza. Le están llamando, reclamando su atención. No se lo piensa más y cede a esa presión cada vez mayor que le empuja hacia el espejo cuando recuerda que no ha dejado la nota para sus abuelos. No sabe qué hacer, si dejarse llevar y dejar a sus abuelos en la más absoluta desesperación o intentar, con todas sus fuerzas, recuperar la nota que ha mantenido hasta ahora oculta. Justo cuando está pensando en resistirse, la presión cede de inmediato, haciéndole perder el equilibrio, como si le diera un momento de tregua para que pueda cumplir con su deseo. Tras haberla recuperado, lanza la nota apresuradamente sobre la colcha revuelta y entonces esa fuerza vuelve a aparecer con más ímpetu, si cabe, para lanzarlo violentamente contra el espejo.
Durante unos segundos, que se le hacen eternos, tiene la sensación de estar volando a través del tiempo y del espacio y multitud de imágenes, que a su cerebro le resulta imposible procesar, se proyectan en su retina, hasta que se siente desvanecer.
No sabe cuánto tiempo ha pasado cuando se recupera, poco a poco, del tremendo impacto que lo ha dejado inconsciente. Cuando acomoda la vista a la semioscuridad, comprueba que está tumbado en el suelo del salón de la casa de montaña de sus padres, donde también reina el más absoluto de los silencios.
Marcos oye, sin embargo, que ese silencio sepulcral se rompe, de vez en cuando, por efecto de unos golpes que suenan lejanos, como si alguien llamara con los nudillos, unos golpecitos rítmicos que parecen proceder del piso de arriba. La luz no funciona o está desconectada así que sube a oscuras y a medida que avanza esos golpes se oyen cada vez más cercanos.
Los golpes le llevan hasta la habitación de su padre, aquélla en la que desapareció. Cuando empuña el pomo de la puerta, ésta se abre sin la menor resistencia. Marcos ya sabe que el siguiente paso es ir hacia el baño, y cuando se halla frente a su puerta, comprueba que es allí de donde proceden esos golpes que ahora suenan con mayor intensidad. Por debajo de la puerta se escapa un haz de luz que sube y baja de intensidad a la vez que continúan esos rítmicos golpes. Ya ha llegado el momento crucial tanto tiempo esperado, ahora ya no puede volverse atrás, sólo le queda dar el último paso. La puerta parece vibrar, como si estuviera esperando que alguien la abriera. Y Marcos la abre sin dificultad.
Entra en el baño tropezando con sus propios pies, con la respiración agitada y el corazón latiéndole a doscientas pulsaciones por minuto, por lo que no tiene tiempo de ver con claridad qué es lo que está ocurriendo dentro de esas cuatro paredes que parecen temblar por efecto de un seísmo. La luz parpadea a un ritmo frenético, todo vibra con una frecuencia endemoniada, el golpeteo que antes parecía rítmico y suave, ahora es constante, rápido y ensordecedor. Marcos casi no se sostiene en pie pues parece más bien que esté plantado sobre una superficie giratoria. Todo da vueltas a su alrededor, el ruido es cada vez más ensordecedor y parece que le va a estallar la cabeza. Y de pronto, es como si una gran explosión lo hubiera lanzado por los aires y un torbellino lo estuviera succionando. No ve nada, todo se ha vuelto oscuro y, de pronto, algo le golpea fuertemente en la cabeza y pierde el sentido.
Cuando vuelve en sí, los acufenos le taladran los oídos, le duele la cabeza y le cuesta respirar. Luego, nuevamente el silencio.
Cuando se incorpora, aun un poco mareado, intentando orientarse, ve que está en una amplia estancia en la que casi no hay luz. Hace mucho frio. Llama a sus padres y sólo le responde el eco de su voz. Insiste una y otra vez y nada. No hay nadie, está completamente solo. De repente, percibe una presencia, una respiración pausada y profunda y se gira, asustado y expectante. Pero lo único que ve a sus espaldas, a lo lejos, es un túnel, un túnel como el que ha visto en sueños muchas veces. Sabe que ese es el camino que debe tomar. Y emprende la marcha hacia ese largo y oscuro corredor que parece como si le llamara, como si le pidiera que fuera. Y va.
A medida que se interna en ese largo y angosto túnel, comprueba que ya no está solo, vislumbra unas sombras, unas siluetas humanas andantes que pasan junto a él sin prestarle atención, como almas en pena, como zombis, como atraídos por una llamada muda. ¿Quiénes serán? ¿Adónde irán? ¿Será todo un maldito sueño?, piensa. Y cuando más confiado se siente, algo bajo sus pies le engulle y cae de repente en un pozo y mientras va cayendo, a una velocidad vertiginosa, la voz que antes le llamaba, ahora le grita, grita su nombre pero ahora la reconoce, es la voz de su padre. Papá, papá, ¿dónde estás?, grita a su vez. Y cuando cree que va a acabar perdido en un abismo sin fin, una mano fuerte, rotunda, lo agarra y tira de él con fuerza, dolorosamente, hasta el punto que parece que le va a arrancar el brazo.
Como si de un ancla se tratara, Marcos queda suspendido de ese brazo salvador que le rescata y le salva de perderse en el vació infinito del más allá, y al levantar la vista para ver quién es su salvador, ve la cara sonriente de su padre que, flotando, se lo lleva a una zona segura donde se tienden, derrotados por el tremendo esfuerzo y la tensión acumulada, al amparo de todo peligro. Y entonces, Alberto empieza su relato.
-Mamá es un ser especial. Aunque nunca ha querido admitirlo, tiene grandes cualidades paranormales. Su fobia por las puertas cerradas se debía a que creía que los espíritus se concentraban en los espacios cerrados o que en ellos poseían un mayor poder.
Alberto le cuenta a su hijo cómo, en su periplo en busca de Rosa, ha podido averiguar cosas que nunca hubiera creído factibles.
-Al parecer, mamá no andaba muy equivocada. Lo que no sabía era que los espejos tienen la capacidad de capturar las almas, especialmente si éstas están atormentadas o bien ocupan un cuerpo enfermo. Aunque mamá no estaba enferma, su terrible ansiedad y el tormento de verse encerrada durante horas en nuestra habitación, actuó de efecto llamada.
Y así, Alberto le refiere a su hijo cómo sucedió aquello que siempre quisieron saber. Le cuenta que Rosa, tras desvestirse, intentando demorar al máximo el momento de acostarse, fue al baño y se miró, angustiada, al espejo preguntándose si sería capaz de resistir esa terrible prueba. Y entonces fue cuando sucedió.
-Los espejos son unos portales a otras dimensiones. Los espíritus acumuladores de energía negativa atraviesan con frecuencia esos portales en busca de energía positiva debilitada de la que alimentarse y mamá fue la fuente de energía que buscaban. Una vez capturada, el único modo que vio de liberarse fue atrayendo una energía positiva del exterior, y por eso me atrajo a mí, para que la ayudara a escapar de esa red energética en la que se encuentra atrapada.
-¿Y cómo sabes tú lo que le ocurrió? –le pregunta Marcos intrigado.
-Pues porque me lo ha contado ella –le responde su padre.
-¿Mamá? ¿Has visto a mamá? ¿Y has hablado con ella? ¿Cómo? ¿Y por qué no está aquí? ¿Está bien? –le pregunta su hijo atropelladamente, con los ojos como platos, sin apenas darle tiempo a contestar.
-Tranquilo hijo. Mamá está bien dentro de lo que cabe. Anduvo un tiempo perdida, vagando por este lado oscuro hasta que la atraparon y la encerraron donde ahora la tienen retenida. Podemos hablar con ella con la mente pero nada más. Pero la rescataremos, ya lo verás.
-Pero, ¿qué podemos hacer?, ¿quién la tiene retenida?, ¿dónde está?
Y Alberto, le cuenta su plan, que no sabe si funcionará pero que no hay más remedio que probar si no quieren quedarse ahí para siempre y separados de Rosa.
Si quieren recuperar a Rosa, tienen que unir sus fuerzas o, mejor dicho, sus energías, pues la de Alberto sola no parece suficiente. Por eso necesita a Marcos y por eso le ha hecho venir, arriesgándose a perderle a él también en el intento.
El plan es arriesgado pero hay que intentarlo. Alberto ha tenido tiempo más que suficiente (dos años en el mundo material, según le dice Marcos) para conocer ese submundo y pergeñar un plan de rescate. Y tras contarle a su hijo lo que lleva tanto tiempo planeando, se ponen manos a la obra.
Lo más difícil será evitar a las fuerzas que la tienen cautiva pero Alberto sabe lo que tiene que hacer. Gracias a las enseñanzas del “Maestro” o “guía espiritual” que ha hallado en su deambular por ese lado desconocido, Alberto sabe ahora cómo burlar a los “guardianes de la energía negativa”.
Ahora sabe que el mal se mantiene gracias a toda la energía que roba a los espíritus puros de corazón, o almas buenas, como el Maestro les llama, pero cuya energía positiva flaquea. “Es por eso que cada vez hay en el mundo menos energía positiva y domina el mal”, le ha dicho. Afortunadamente para Alberto, la conversión de la energía positiva en negativa tiene una evolución muy lenta, lo que le da tiempo para evitar que Rosa acabe sucumbiendo a ese proceso.
Si Alberto se ha mantenido a salvo de ser atrapado es porque, atraído por la llamada de auxilio de Rosa, entró por una puerta secundaria sin ser detectado por los guardianes. Así, ha podido ver cómo éstos mantienen a las almas cautivas dentro de una inmensa bolsa donde se produce esa perversa conversión bajo la protección de los centinelas. El modo de acercarse y burlar la vigilancia es realmente incierto, como lo son las probabilidades de éxito.
-Al parecer, la energía negativa es silenciosa, pasa desapercibida –le explica a su hijo-, así que deberemos comportarnos como si estuviéramos exentos de energía, vacíos, como si fuéramos cuerpos sin alma, y así nos podremos acercar hasta donde tienen retenida a toda esa energía positiva que han ido capturando, a todas esas pobres almas cautivas, y a mamá.
Es algo que requiere un tremendo esfuerzo pues, según ha dicho el Maestro, para conseguir ese vacío energético hay que anular todo tipo de sentimientos humanos, algo que resulta extraordinariamente difícil para las almas buenas.
-Una vez estemos junto a esa gran bolsa, con sólo activar nuevamente nuestra energía, volver a ser humanos, aquélla se debilitará y explotará en mil pedazos, liberando su contenido. Así que debemos ser cautelosos y rezar para que todo salga bien –le dice a su hijo-, de lo contrario, todo habrá sido inútil.
-¿Y cómo la encontraremos entre tantas almas? –le pregunta Marcos.
-Ella nos encontrará a nosotros, no te preocupes –le contesta.
Marcos tiene una fe ciega en su padre pero éste, en cambio, tiene serias dudas sobre el éxito del plan aunque intenta aparentar ante su hijo todo lo contrario. No está seguro de que sean capaces de lograrlo pues él nunca ha sido especialmente fuerte y valiente y Marcos es sólo un niño.
-Tu hijo tiene mucha energía positiva, como su madre, y tú tienes más de lo que crees; ten fe y lo lograréis, pues la fe y el amor lo pueden todo –le ha dicho el Maestro.
Y padre e hijo, cogidos fuertemente de la mano, se adentran, con paso decidido, en la oscuridad de ese submundo hostil, para lograr lo que tanto ansían: el reencuentro.