Siempre pensando, siempre cavilando y siempre con la duda en el horizonte. Dudamos, luego existimos, pero una existencia tan generosa en dudas, recelos e incertidumbres no es más que un amasijo de angustias y temores.
¿Quién no se ha sentido angustiado alguna vez por algo inquietante y de solución incierta? ¿Quién no ha dudado alguna vez ante una decisión que podría hacer trastabillar su futuro? ¿Quién, en definitiva, no ha reflexionado horas y horas sobre lo que le deparará la vida? Yo sí, muchas veces.
Desde que nos abrimos paso en este mundo, nuestra existencia ha ido evolucionando gracias a un constante aluvión de cambios a cuál más abrumador e ignoto, una disyuntiva entre azar y necesidad, entre casualidad y causalidad, entre esos dos polos que dirigen todos los días de nuestra vida.
Cuántas veces no habremos oído o leído que no debemos malgastar el tiempo pensando en el pasado ni en el futuro, entelequias que sólo existen en nuestra mente, como recuerdos el uno y como proyección de nuestros deseos y temores el otro, sino sólo en vivir en y para el presente, Carpe Diem, vivir el hoy y el ahora y dejar que todo siga su curso natural.
Pero ¿existe un curso natural de las cosas? Y si existe, ¿en qué consiste? Acaso no somos nosotros quienes, con nuestras obras de hoy provocamos las de mañana? ¿No estamos, sin querer, tejiendo nuestro propio futuro? ¿Somos, pues, lo que nos merecemos? ¿Somos, en definitiva, el resultado de nuestros actos? Estoy convencido de ello.
No vale la pena malgastar ese tiempo precioso de nuestra vida presente recriminándonos nada de lo que dejamos atrás si ello no sirve para corregir una mala praxis que, de repetirla, nos conducirá una y otra vez a cometer los mismos errores. Eso sería mirar hacia atrás, con la experiencia del presente, para reconducir nuestra vida hacia caminos más satisfactorios.
Del mismo modo, tampoco merece la pena dedicar muchas horas a diseñar nuestro futuro ni en vaticinar lo que éste nos deparará pues multitud de variables ajenas a nuestro control entrarán en juego y todo esfuerzo por evitarlo será en vano. El hombre propone y el medio dispone. Ello no significa que debamos cruzarnos de brazos y nos lancemos en brazos de la indiferencia, ni excluye que tengamos ideales y deseemos que estos se hagan realidad. Sólo debemos prepararnos hoy para lo que queremos que sea nuestro mañana y, día a día, esforzarnos para que la realidad no se desvíe en demasía de nuestro ideal.
Es curioso que sea yo quien haga tal afirmación, cuando he sido hasta hace poco un obseso del control y de la adivinación, del arrepentimiento y de los reproches, pero precisamente en eso reside el mérito de mi reflexión tardía. ¡Cuánto tiempo no habré perdido elucubrando y anticipando catástrofes que nunca llegaron a ocurrir! Claro que mucho peor hubiera sido vaticinar finales felices que no llegaran a materializarse pues el desencanto hubiera sido morrocotudo. Con esa actitud, al menos tuve ocasión de alegrarme, al final, de que mis vaticinios fueran erróneos. Pero ¿y mientras tanto? ¡Cuán inútilmente sufrí temiendo lo peor! Y a la siguiente ocasión, vuelta a empezar.
Como perfeccionista irredento, no he sido amante de la improvisación, por lo que no he sido capaz de dejar al azar ni el más mínimo detalle. En las entrevistas de trabajo, por ejemplo, llevaba siempre el guion aprendido, practicando horas y horas el diálogo que mi prodigiosa imaginación me presentaba como más factible. Y todo para nada, o para casi nada, pues la entrevista acababa transcurriendo casi siempre por derroteros distintos al que había presagiado. Pero al menos, me decía, la sensación de tenerlo todo bajo control me da una mayor seguridad que ir a pecho descubierto, a lo que la suerte me depare, a lo que salga.
¿De qué sirve dedicar tiempo y esfuerzo en perfilar algo tan etéreo como el futuro y más si es a largo plazo? Hay que vivir y pensar en positivo pero sin obsesionarnos en cómo debe ser o será nuestra vida. Si se es optimista, actuamos con una actitud positiva y es esa actitud la que favorece que el resultado de nuestro esfuerzo sea también positivo. La mente funciona muchísimo mejor si es energía positiva la que la alimenta y trabajar con la mente abierta da muchos mejores resultados.
Reconozco que he sido un tipo raro pues, sin ser optimista y temiendo visceralmente al fracaso (el efecto de un solo fracaso no lo compensaban ni diez éxitos consecutivos y de mayor relevancia), siempre he hecho las cosas con tesón y pensando en salir airoso por mucho que creyera que la espada de Damocles se cernía sobre mi cabeza.
¿Adónde quiero ir a parar con todas estas disquisiciones? Pues a que lo más provechoso no es planificar nuestra vida tal y como desearíamos que fuera sino vivir intensamente el día a día forjándonos una actitud positiva y robusteciendo nuestras aptitudes para la supervivencia en un ambiente siempre cambiante y mayoritariamente hostil. Es como abonar y regar la tierra donde hemos plantado ese árbol que queremos ver sano y robusto y al que prodigamos todo tipo de cuidados para que nos dé buenos frutos cuando llegue el momento pero sin preocuparnos, y mucho menos angustiarnos, por si el granizo acabará con ellos antes de recolectarlos, si un incendio convertirá el árbol en cenizas o si un viento huracanado lo arrancará de raíz. Si tenemos que vivir sufriendo constantemente por los posibles daños que puedan sobrevenirle, más vale no plantar la semilla que, tan pronto como germine, nos inundará de desasosiego.
Plantemos, pues, nuestro árbol con la mejor de las intenciones y cuidémoslo para que tenga los nutrientes necesarios, para que crezca fuerte y saludable y para que el día de mañana esté suficientemente desarrollado para hacer frente, si no a todas, sí a la mayoría de adversidades a las que le expondrá el medio ambiente y ante las que de otro modo sucumbiría al primer embate.
Pongamos hoy los medios para que mañana tengamos muchas probabilidades de éxito pero no perdamos ni un minuto en temer, antes de tiempo, un posible fracaso. Y esta premisa vale para esas tres cosas tan importantes en la vida que hasta fueron objeto de una canción: salud, dinero (o trabajo) y amor. ¿Y qué decir del amor? ¿Preferimos vivir con el constante temor a perderlo o disfrutar ahora de su compañía y cuidarlo para que no nos abandone?
En lugar de pensar tanto en lo que no es pero podría ser o en lo que es pero podría dejar de ser, vivamos y disfrutemos el ahora y dejémonos de zarandajas porque mañana será otro día.