viernes, 24 de diciembre de 2021

Volar

 


Siempre había deseado volar. Desde que era un niño, soñaba que se elevaba hasta tocar las nubes y planeaba como la más ligera y libre de las aves.

De adolescente, quería emular a los hombres-pájaro, que surcaban el aire a la velocidad de un proyectil, pero un desgraciado accidente cortó de raíz toda esperanza de ver cumplido su deseo.

Con el paso del tiempo, viendo que la ansiada recuperación no llegaba, tuvo que aceptar que las posibilidades de ver realizado su sueño eran cada vez más remotas. Sus ilusiones fueron a parar al saco de los imposibles.

De joven tuvo que resignarse a ser tratado como un objeto delicado y a contemplar la libertad ajena.

De mayor recuperó parcialmente el movimiento, pero ya era demasiado tarde para poner en práctica su sueño. El futuro no le reservaba ninguna proeza que tuviera lugar a más de dos palmos del suelo. Su único consuelo era que en la otra vida se sentiría, sin duda, más ligero que un pájaro.

Habría querido alzar el vuelo en la tierra, pero marcharía de este mundo sin haber podido cumplir su gran ilusión: sobrevolar montañas y valles, tal como había visto hacer a otros más afortunados que él.

Pero todavía le quedaba una posibilidad, todo no estaba perdido. Sus hijos lo harían por él. Lo dejaría escrito. Sería su última voluntad.

Cuando le llegó la hora del adiós definitivo, esparcieron sus cenizas a más de dos mil metros de altura. Por fin lo había conseguido. Por fin pudo volar.


***** 

Esta es la versión traducida al castellano del relato original en catalán presentado al concurso de microrrelatos organizado por la entidad Castellar per les llibertats, de Castellar del Vallés (Barcelona), cuyos requisitos eran que el texto contuviera la palabra futuro y no superara las 250 palabras. Aunque no gané ninguno de los tres premios, el relato se ha publicado en una antología titulada MICRORELATS amb FUTUR, cuya presentación, a la que asistí, tuvo lugar el pasado día 23 de diciembre en el auditorio municipal de esta población. A continuación, os muestro la portada del libro, mi texto publicado y la bellísima imagen con la que ha sido ilustrado por una artista local.





FELICES FIESTAS!!!


viernes, 3 de diciembre de 2021

Un cuento de Navidad

He recuperado un cuento navideño que escribí hace ya ocho años y que había quedado en el baúl de los recuerdos. Tras pasar por la pulidora y después de unos ligeros retoques, ha quedado como lo publico a continuación, con objeto de participar en la XXIX edición del concurso de relatos de El Tintero de Oro, dedicada a la figura de Charles Dickens y su famosísimo Cuento de Navidad. 


Es la primera Nochebuena que María pasará sola. Hace ya dos años que Mario, su marido durante más de cuarenta años, la dejó tras una larga enfermedad y hace tan sólo unas semanas que Luna, su vieja Dálmata, tuvo que ser sacrificada.

También echa mucho de menos a Salvador. Sigue sin tener noticias suyas, desde el día que se marchó, decidido a no volver.

Si pudiera retroceder en el tiempo, haría cualquier cosa por retenerle o, al menos, por tenerle cerca y saber de él. Pero su único hijo desapareció para siempre de su vida.

Tiene a Rosalía, de asuntos sociales, que viene a verla de vez en cuando, y a Ana, la chica voluntaria que pasa con ella dos o tres horas al día para hacerle compañía y la compra. Y su vecina, la buena de Sagrario. Así que no está sola del todo, al menos tiene a alguien por si le ocurre algo.

A pesar de todo, María se siente muy sola. La televisión, los álbumes de fotos y la lectura son toda su distracción. Pero su biblioteca es muy exigua. Tiene que releer las mismas novelas una y otra vez, pero no le importa.

Esta noche volverá a leer Un Cuento de Navidad. Siempre le ha gustado Charles Dickens y esta obra fue su primera lectura. Además, ¿qué otra lectura podría ser más apropiada para estas fechas?

Mientras lee, al dar las doce, no puede evitar rememorar cuando, con Mario y Salvador, iban a la Misa del Gallo. ¡Qué felices eran por aquel entonces! Y cuando un suspiro de resignación se le escapa de los labios, alguien llama a la puerta.

¿Quién podrá ser a esas horas y en Nochebuena? Tal vez sea Sagrario, que viene a interesarse por ella o a traerle un pedacito de turrón. Se levanta quejumbrosa para ir a abrir. La artrosis hace que el trayecto le resulte doloroso e interminable. Cuando ya tiene la mano en el pomo, oye una voz que dice muy bajito: «María, abre, soy yo».

¿Mario? No puede ser. No se lo puede creer. El corazón parece que se le va a salir del pecho y al abrir la puerta contempla la figura de su marido que le sonríe con dulzura.

Mario, sin moverse del umbral, le dice que ha venido para que sepa que está bien, aunque sigue atormentado por la incomprensión con la que trató a su hijo y lamenta no haberse reconciliado con él a tiempo. Pero añade que todo no está perdido, pues allí donde está le han concedido un deseo, ese por el que tanto ha rezado María: que ella, víctima inocente de la discordia entre padre e hijo, que tanto ha sufrido por la ausencia de éste, podrá ver satisfecho lo que tanto anhela. Le comunica que Salvador está al llegar y que, después de tantos años de separación, podrá abrazarlo nuevamente.

Ahora que Mario ha cumplido con su misión, debe volver. María quiere retenerle, quiere que se quede un poco más, pero una fuerza superior tira de él y ella no puede resistirse a dejarlo marchar.

Tanta emoción ha agotado a María, que decide acostarse pensando que mañana se lo contará a Sagrario, y luego a Rosalía, y a Ana, y a todo el vecindario.

Pero al día siguiente, cuando se despierta y recuerda lo sucedido, tiene serias dudas de que haya sido real.  Habrá sido su imaginación que le ha gastado una broma pesada. ¿Una aparición? ¡Qué tontería! Ella nunca ha creído en ese tipo de cosas. Habrá sido un sueño. Se está haciendo vieja y ya no distingue la realidad de la fantasía.

Desilusionada, se levanta, y cuando se dirige a la cocina para prepararse el desayuno, ve que por debajo de la puerta del recibidor asoma un sobre. ¿Quién habrá echado ese sobre el día de Navidad?

Cuando lo abre, ve que se trata de una carta escrita a mano, una carta firmada por Salvador que les dice que les extraña mucho, que vuelve a España tras muchos años de ausencia, que desea reconciliarse con su padre y volver a ser parte de esa familia que lo fue todo para él. Se casó y quiere que conozcan a su mujer y a su hijito. ¡Un nieto! Les promete que antes de que acabe el año vendrán a verlos y celebrarán juntos la Nochevieja y el Año Nuevo.

El sueño de María se ha hecho realidad. Volverán a estar juntos. Harán planes de futuro, un futuro que para ella será seguramente muy breve pero el mejor que nunca haya podido imaginar.

A María, que todavía no entiende cómo ha podido suceder ese milagro, le resbalan las lágrimas de felicidad. Sólo le entristece una cosa: la desilusión y tristeza de Salvador cuando le diga que su padre ya no está para abrazarle.

Esa noche, la noche del día de Navidad que nunca olvidará, María sale al balcón y, mirando al cielo, claro y estrellado como hacía años que no veía, ve en lo más alto una estrella fugaz y, cerrando los ojos, formula un deseo. Desea que Mario, esté donde esté, pueda verlos reunidos y felices.

Mientras tanto, en la mesita que hay junto a la estufa, descansa ese sobre milagroso que le ha cambiado el semblante y la vida a María, un sobre que —María no ha reparado en ello— no lleva sello y cuya carta no está fechada.