Ariel
acaba de llegar. Charlie, en cambio, lleva más tiempo, no sabría decir cuánto. Ariel
todavía no se ha acomodado a la nueva situación y no deja de preguntar al
compañero que le han asignado y a quien acaba de conocer.
─¿Y tú
cuánto tiempo llevas aquí?
─Pues
no sabría decirte. No mucho, pero eso es lo de menos. Aquí uno enseguida le
coge el tranquillo a todo esto. Te acostumbrarás enseguida, ya lo verás ─le
responde Charlie, adoptando la típica actitud del veterano.
Ariel asiente
y dirige la vista hacia lo que sea que Charlie está observando a lo lejos.
─¿Quién es? ─le pregunta, curioso.
─Mi mujer.
─¿Esa
de ahí es tu mujer? ¿Acaso la estás espiando?
─Yo no
diría que la estoy espiando, solo me estoy interesando por ella. ¿Acaso tú no
tienes una mujer o una familia por la que interesarte?
─Claro
que tengo familia. Pero ya me dirás qué puedo hacer yo desde aquí.
─Pues
lo único de provecho que uno puede hacer, ver cómo les va.
─O
sea, hacer de voyeur. ¡Vaya consuelo!
─responde Ariel, alicaído─. Si por lo menos pudiéramos intervenir o interactuar
de algún modo…
─Bueno,
amigo, si quieres que te sea sincero, estoy empezando a dudar de que podamos
hacer algo así, aunque no he perdido la esperanza. Cuando llegué me dijeron que
con el tiempo aprendería a comunicarme con ellos. Pero, por desgracia, hasta el
momento no lo he logrado. Quizá es que todavía no estoy lo suficientemente
preparado.
─Quizá
sea cuestión de paciencia y de entrenamiento ─argumenta Ariel.
─Probablemente,
pero no descarto la posibilidad de que también influya la capacidad innata de
cada uno ─y dicho esto, Charlie se levanta, no sin esfuerzo, pues la nueva vida
sedentaria no ayuda a perder peso, y abandona su puesto de vigilancia para
retirarse a sus aposentos.
Una
vez solo, Ariel decide emprender la búsqueda de su familia hasta que, por fin, también consigue dar con su mujer. Pero lo que ve le deja horrorizado. En lugar de hallarla
sola y desconsolada, como era de esperar, se la encuentra en brazos de otro
hombre que, para mayor escarnio, es Robert, su mejor amigo. Cuando le desvela
su hallazgo a Charlie, este se echa a reír.
─Ay
amigo, pero qué te creías. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.
─Vale,
pero una cosa es que, con el tiempo, hubiera rehecho su vida, pero ¡tan pronto!
¡Y con mi mejor amigo!
─Pero
Ariel. ¿Te llamas Ariel verdad? ─y ante el asentimiento de su nuevo compañero
de fatigas, continúa─. No puedes saber cuánto tiempo ha transcurrido desde que
partiste. Acá el tiempo no existe. Para ti pueden haber pasado unas horas, o
días, pero para ellos ─señala con un movimiento de cabeza hacia abajo─ pueden
haber transcurrido meses, o incluso años.
─Ya,
pero… eso de haberse casado, juntado o lo que sea, con Robert… Vaya, que no me
parece correcto. Ella bien que criticaba a las mujeres que se enrollaban con
los ex de sus amigas. Además, ¿y si ya estaban liados antes de que yo me fuera?
─¿Y
qué importa eso ahora? A mí me ocurrió algo peor, la mía resultó que estaba
liada con mi jefe. Lo sospechaba, pero no lo pude confirmar hasta que llegué
aquí. Lo pude ver con mis propios… lo que sea que nos permite ver a los de
abajo.
─¿Y
qué podemos hacer, aparte de mirar? Si, como te dijeron, podemos aprender a
comunicarnos o incluso a hacer algo por nuestros seres queridos, podríamos, de
algún modo, influir o interferir en sus vidas.
─Posiblemente,
pero, como te dije, esa prerrogativa se adquiere con tiempo y esfuerzo. Así que
tendremos que ser pacientes y esperar.
─Pues eso
es desesperante. En cuanto adquiera esa habilidad, se van a enterar esos dos.
─¿Y
qué vas a hacer? Aquí está terminantemente prohibido actuar de forma deshonesta;
si incumples este requisito fundamental te envían al exilio ipso facto.
─¿Al
exilio? ¿Y adónde vas, entonces, si se puede saber?
─No se
sabe, pero me temo que a un lugar bastante más lúgubre que este. Al menos eso
he oído.
─¿Más
lúgubre todavía? ¡Qué horror!
─Es lo
que hay, chico. Y encima te venden esto como algo mágico, ideal, unas
vacaciones pagadas, un premio por haber sido una buena persona.
─¡¿Buena
persona?! ¡Anda ya! Yo lo que he sido es un ingenuo, un imbécil. No sé cómo no
pude darme cuenta de lo que ocurría a mis espaldas. Esos dos seguro que ya
llevaban tiempo liados. Y yo, mientras, en Babia.
─Seguro
que eras uno de esos que se pasaba la vida en la oficina y no llegaba a casa hasta
la hora de cenar.
─Pues
sí. Me habían ascendido y tenía que dar el callo, confirmar mi valía, de lo
contrario…
─Un pringao,
vamos.
─¡¿Cómo
que un pringao?! ¿Pero tú de qué vas? ¿De qué trabajabas, si se puede saber?
─Yo hacía
el taxi.
─Así
que eras taxista. ¿No participarías, por casualidad, en esa huelga salvaje que
tuvo al país en ascuas y con la que jorobasteis a miles y miles de ciudadanos
inocentes?
─No,
no, qué va. Eso sucedió después de que yo llegara. ¡De la que me libré! Si hubiera
participado en eso, quizá no estaría aquí ahora, sino en ese otro lugar tan
lúgubre, vete tú a saber.
─¿Y el
hecho de trabajar de taxista, tuvo algo que ver con la infidelidad de tu mujer?
─¿Qué
si tuvo algo que ver? Oswaldo, el dueño de la flota de taxis, porque yo solo
era un simple conductor asalariado, me ofreció la posibilidad de ampliar mi
jornada laboral conduciendo más de un taxi en distintas franjas horarias. Así
cobraría mucho más. No sabes lo que nos explotan los propietarios de las
licencias. No me quedó más remedio que aceptar. Acabábamos de firmar una
hipoteca y teníamos que hacer frente a unas cuotas mensuales de casi
ochocientos euros.
─¡Vaya
por Dios! Y claro, tantas horas fuera de casa…
─Que
el cabrón de Oswaldo las aprovechaba para hacer unas visitas de cortesía a mi
mujer. Ya me entiendes.
─¿Y resulta
que soy yo el pringao? No me jodas.
─Bueno…
sí claro, yo también lo fui, pero seguro que mi situación laboral era mucho más
precaria que la tuya.
─¿Y tú
qué sabrás? Mi empresa estaba al borde de la suspensión de pagos y me acababan
de nombrar director financiero con la única y exclusiva responsabilidad de
salvar la empresa y el puesto de trabajo de doscientos cincuenta trabajadores.
Doscientas cincuenta familias pasaron a depender de mí. ¿Acaso no era
suficiente responsabilidad como para trabajar las horas que fueran necesarias?
Y así me lo ha pagado mi mujer. Y encima debe haber cobrado el seguro del
accidente.
─¿Accidente?
¿Qué accidente?
─Pues
el que tuve con el coche. El que me ha enviado hasta aquí.
─¿Tu
muerte fue por un accidente de automóvil? ─pregunta Charlie, interesado.
─Pues
sí, de vuelta del trabajo. Aquel día había trabajado hasta muy tarde. Tenía
mucha prisa por llegar a casa. Me salté un semáforo que acababa de ponerse en
rojo. Choqué contra otro vehículo. Te juro que no le vi. Debió arrancar justo antes
de ponerse su semáforo en verde. Así que también tuvo su parte de culpa.
─¿Y
qué fue del otro conductor?
─Tengo
entendido que falleció en el acto. Yo, en cambio, no sé cuánto tiempo estuve en la
UCI.
─ Yo
también tuve un accidente con el taxi. Aquel día estaba agotado. Tantas horas
al volante me había embotado los sentidos. El caso es que un tío me embistió en
un cruce. Por fortuna para mí, no sentí nada. Todo fue tan rápido…
─¡Ostras,
qué casualidad!
─Pues
sí. Pero, dime, ¿dónde tuviste exactamente ese accidente?
─En el
cruce de la calle Balmes con Vía Augusta. ¿Por qué?
─¿Y no
sería a eso de las once de la noche del martes 13 de marzo de 2108?
─Pues
sí. Quieres decir que…
─¡Maldito
hijo de la gran p…!
En ese preciso instante, una
voz lejana retumba en el vacío, cortando a Charlie antes de que este termine la
frase.
─¡Eh!
Aquí no se permiten expresiones de ese tipo. Que no lo tenga que repetir. Si no
os comportáis como es debido, ya podéis ir haciendo las maletas. Ya me
entendéis. O si no, os lo explico más clarito. ¿Vale?
Tras
unos breves instantes de un silencio sepulcral, Ariel vuelve a tomar la palabra,
ahora más bajito.
─Pero,
oye Charlie, ¿qué hacemos con lo de nuestras mujeres?
─¡Me
cago en tu pu…!
─Shhhh.
¡Esa boca! ¡A la siguiente, por mis alas que quedáis expulsados!