domingo, 21 de noviembre de 2021

El renacido

Se dice que en el mundo hay unas dos mil personas que quieren ser criogenizadas cuando mueran y cerca de trescientas cincuenta que ya lo han hecho, esperado ser revividas en unos años.

Durante mucho tiempo corrió la leyenda urbana de que Walt Disney está criogenizado y a la espera de ser resucitado, lo cual es mentira, pues este famoso personaje murió en 1966 a causa de un cáncer de pulmón, fue incinerado y sus cenizas reposan en el panteón familiar en Los Ángeles.

Sea como sea, la criogenización es un método que se ha convertido en la opción para miles de personas. Pero la ciencia todavía no está actualmente tan avanzada. La pregunta es ¿cuándo lo estará? Y sobre todo, ¿cómo volverán a la vida? Esa es la cuestión.

En este microrrelato, que he recuperado del pasado y retocado en el presente, he viajado a un futuro en el que ello es posible y he dado mi respuesta particular a esa cuestión.



El dinero otorga ciertas prebendas que no están al alcance de cualquiera. Gregorio lo había preparado todo desde el día que supo que sólo le quedaba un año de vida. Se puso en contacto con KrioRus, una empresa rusa especializada en criónica. Sus expertos le aseguraron que tan pronto existiera una cura para su enfermedad, lo descongelarían y le devolverían a la vida. De ese modo, renacería, probablemente al cabo de varias décadas, con una larga esperanza de vida. Para que ello surtiera efecto, debían practicarle la eutanasia antes de que su deterioro orgánico impidiera su posterior resucitación y tratamiento.  

El plan se llevó a cabo según lo previsto. Con lo que nadie contaba era que, tras treinta años de hibernación, el suministro eléctrico que mantenía activa la batería del criogenizador empezara a debilitarse de forma inesperada. No hubo nadie que se percatara de ello y, como resultado, el programa de seguridad de la cápsula en la que reposaba el cuerpo inerme de Gregorio activó su apertura automática.

Contrariamente a lo que podría esperarse, su cuerpo volvió a la vida. Gregorio, aturdido y desorientado, acabó recuperando la memoria. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde su muerte programada. Extrañado por la ausencia de personal, alcanzó la salida por sus propios medios. Una vez en el exterior de aquel almacén de cadáveres, observó, horrorizado, la devastación reinante a su alrededor. Tras largos años de espera, se había convertido en la única vida humana en un planeta inhóspito.

Sintió que su vida se extinguía, pero esta vez no habría nada ni nadie que le ofreciera una nueva oportunidad.


martes, 9 de noviembre de 2021

El perro y el loro

 ¿Realidad o leyenda urbana?, quién lo sabe. Esta historia me llegó por boca de un amigo a quien un compañero de trabajo se la contó asegurando que le había ocurrido a un amigo suyo que se acababa de mudar con su mujer a una urbanización en la que sus vecinos tenían un loro. Me imagino que la cadena boca-oído debe ser todavía más larga, de modo que su origen se habrá perdido en el tiempo. Hay quien me ha asegurado saber de una historia parecida y de una fuente también incierta. Y hay quien me ha dicho haberlo leído hace años en un libro de relatos cuyo título no recuerda. ¿Verdad o mentira? Ahí lo dejo.



Los García y los Pardo habían trabado una buena amistad desde que estos se habían instalado en el adosado contiguo. Los García tenían un loro desde hacía muchos años y los Pardo un Pastor Alemán.  

Un viernes por la tarde, los García les comunicaron que se iban a pasar el fin de semana a la costa. Todo transcurría con normalidad hasta que al día siguiente los Pardo vieron aparecer a su perro con el loro en la boca. Horrorizados, creyeron que este le había dado caza. ¿Cómo podía haber ocurrido? Los García debían haberse olvidado cerrar la puerta de la jaula, que solían dejar en el jardín cuando hacía buen tiempo.

A los Pardo no se les ocurrió otra idea que ir a la pajarería más cercana y comprar un loro idéntico al occiso e introducirlo en la jaula de donde debía haberse escapado. Así pues, saltaron el muro de separación y culminaron su proeza, esperando que los García no notaran la diferencia.

Cuando sus vecinos regresaron a casa, la mujer empezó a proferir unos gritos desgarradores. Alertados y temerosos, los Pardo se apresuraron a acudir en su ayuda. Al abrir la puerta y ser interrogado, Julio García dijo que a su mujer le había dado un ataque de histeria al comprobar que el loro, al que habían enterrado en el jardín días atrás, volvía a estar vivo y coleando en su jaula.

Los Pardo nunca confesaron su intervención y la mujer de Julio estuvo, durante años, en tratamiento psiquiátrico.

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