Ya
he perdido la cuenta del tiempo que llevo sin apenas ver la luz del sol. Ya
nadie se digna a descorrer las cortinas. Creía que me habituaría al olvido, a la
soledad, pero cada vez me siento más triste e inútil.
─Pues yo llevo el mismo tiempo que tú y
me siento igual que cuando entré por primera vez en esta casa.
─Perdona, pero quién te ha dado vela en
este entierro. ¿Acaso hablaba contigo?
─Uy, perdone, su señoría, pero sepa usted
que aquí también estoy yo. Creí que hablabas conmigo.
─Pensaba en voz alta. Eso era lo que
hacía.
─Oye, oye, qué es eso de que también
estás tú. ¿Y yo qué? ¿Acaso yo no soy nadie?
─Ay, sí, perdona, pero es que ya no me
acordaba de ti. Como pasas tan desapercibido y no haces nada, es como si no
existieras.
─¿Cómo que no hago nada?
─A ver ¿qué haces exactamente, si se
puede saber?
─Que ahora mismo no sea de mucha
utilidad, no significa que no sirva para nada. En mis tiempos, prestaba un buen
servicio.
─Ya lo dices bien, en tus tiempos.
─Bueno, ya vale, ¿no? ¿A qué estáis
jugando?, ¿a ver quién es más importante? ¿No os da vergüenza?
─Yo solo reivindicaba mi utilidad, los
servicios prestados durante largo tiempo. He hablado por alusiones. ¿Qué culpa
tengo yo de que el amo prescinda de mí? Y también de vosotros, puestos a
hablar. A fin de cuentas, tú, que has sido el primero en quejarte, acabas de
decir que te sientes inútil.
─De acuerdo, pero una cosa es sentirse
inútil y otra menospreciado por el amo, simplemente pretendía expresar mi malestar
porque mi vida ha cambiado mucho últimamente y no me siento realizado.
─Ay, qué tiempos aquellos, cuando éramos
requeridos constantemente, cuando el amo venía a diario, mientras que ahora
apenas le vemos ni se preocupa por nosotros.
─A ver, a ver, aclaremos una cuestión. A
quienes venía a ver era a nosotros. Vosotros solo erais un adorno, por decirlo
de un modo suave.
─¡Vaya, el que faltaba! Y a ti ¿qué
mosca te ha picado? ¿A qué viene eso? Además, ¿quién eres tú para opinar?
Estabas mejor calladito.
─Por ser el más viejo, mis compañeros me
han pedido que hable en nombre de todos nosotros. Hasta ahora hemos permanecido
callados, pero en vista de vuestro evidente menosprecio hacia nosotros, que
somos los realmente importantes aquí, no nos ha quedado más remedio que expresar
nuestra opinión. Vosotros solo sois un soporte, algo útil pero auxiliar. El amo
venía aquí por nosotros. Era a NOSOTROS a quienes quería de verdad.
─Vaya, mira con qué sale este ahora. Tendréis
el valor que queráis, pero qué seríais sin nosotros ¿eh?, un montón de antiguallas
sin orden ni concierto. Siempre fuimos de gran utilidad para el amo. Muestra de
ello es cómo se preocupaban en esta casa por nuestro estado.
─No os equivoquéis. De quienes más se
preocupaba el amo era de nosotros. Nos trataba con una delicadeza exquisita. De
quien deberíais estar agradecidos es de la señora, que Dios la tenga en su
gloria, que fue quien os trajo para que le prestarais un servicio a su marido. En
realidad, era ella la que procuraba que estuvierais presentables.
─Cierto, pero ha pasado tanto tiempo
desde entonces… Desde que murió la señora, él ya no es el mismo, ya no viene
por aquí. Y cuando lo hace, solo permanece unos pocos minutos y no cesa de murmurar.
Apenas nos mira, y cuando lo hace, de soslayo, parece como si quisiera
fulminarnos con la mirada. ¿No os habéis percatado?
─Ya lo creo que nos hemos percatado. ¿Y
a nosotros qué? ¿Acaso no veis en qué estado nos tiene? Estamos prácticamente los unos sobre los otros. Eso antes habría sido impensable. Así que no os quejéis
tanto. Si a vosotros os ignora, a nosotros nos maltrata.
─Algo grave le debe ocurrir.
─Echa en falta a la señora, eso es lo
que le ocurre.
─Si fuera eso, querría estar en nuestra compañía; le traeríamos gratos recuerdos. Con lo que la quería...
─Yo no estaría tan seguro. ¿Ya no os
acordáis de los gritos y las constantes discusiones que tenían últimamente?
─Sí que nos acordamos. Luego venía a
refugiarse aquí. Así que no veo por qué ahora no hace lo mismo.
Nosotros siempre le distrajimos y le dimos consuelo.
─Sois unos engreídos. ¿Acaso nosotros
no?
─Yo sigo pensando que su conducta tiene
algo que ver con aquellas discusiones. Quizá lo que le ocurre es que, ahora que la señora ya no está entre nosotros, se arrepiente de aquellas disputas de las que vete
tú a saber los motivos.
─Yo me atrevería a decir que era por
celos. Y os lo dice alguien que está muy versado en este tema, gracias a
Shakespeare.
─Pues
yo más bien creo que discutían por dinero. No hace mucho oí de boca de ese
empleado que siempre está con él, que está arruinado.
─Quizá también sea la edad. ¿Cuántos
años debe tener ya?
─Pues no sé, a mí se me da muy mal eso
de adivinar la edad. Además, los años pesan más para ellos. Nosotros podríamos
vivir siglos y estar prácticamente como el primer día. A vosotros, y perdona
que te lo recuerde, el tiempo también os trata muy mal. Si hasta se os tiene que tocar con guantes para que no os deterioréis todavía más.
─Tampoco hay que exagerar. Se nos
protege de la contaminación y se nos trata con el mimo que merecemos, dado
nuestro valor.
─Sea como sea, en esta casa ya nadie se
toma la molestia de preocuparse por ninguno de nosotros.
─Algún día tendremos un disgusto, os lo
digo yo.
─¿Qué quieres decir? No me asustes.
─Callad, callad. Oigo pasos.
─Me parece oír su voz.
─Shhh, ¡silencio!
*****
─Álvaro, hágame el favor de llamar a ese
chico que vino el mes pasado, el que estaba tan interesado por mis
antigüedades. ¿Cómo se llamaba?
─¿Se refiere usted a Gustavo Alonso
Almeida, el que al final le compró el jarrón chino y el cuadro de Ramón Casas?
─Ese, ese.
─Bueno, pues eso de “chico” será un
decir, porque ya debe rondar los sesenta años, tirando por lo bajo.
─Para mí todavía es un chico, qué
caramba. Ay, ustedes los jóvenes creen que todos los hombres maduros somos unos
carcamales. Bueno, el caso es que ¿no dijo ese tal Gustavo que, si algún día
quería deshacerme de algunos de mis libros, me los compraría a buen precio?
─Sí, recuerdo que eso fue lo que dijo
cuando entró en su despacho.
─Pues llámele y que venga a tasar toda
mi biblioteca.
─¿Toda su biblioteca? ¿Está usted
seguro?
─Totalmente. Ya no hago uso de ella, ni
me apetece. Además, la venta me reportará un buen dinero, que buena falta me
hace. Así que será mejor que todos estos libros los disfrute alguien que sepa
apreciarlos.
─Lo más seguro es que le dé por ellos
una miseria en comparación con lo que realmente valen.
─Si me ofrece una miseria, como usted
dice, antes de malvenderlos a un particular estoy dispuesto a vendérselos a la Biblioteca
Nacional. Esos libros tienen un valor incalculable y seguro que me hacen una
oferta razonable.
─Será muy triste ver su despacho con los
muebles tan vacíos.
─Creo que también los venderé. El
armario empotrado ya no lo uso como archivador desde hace mucho tiempo, la mesa-escritorio
todavía la utilizaba para escribir alguna que otra carta, pero ahora ya ni eso,
y las estanterías quedarán sin utilidad alguna. A lo mejor ese tal Gustavo
pueda estar interesado en comprarme todo el lote, libros y mobiliario. O sepa
de alguien.
─No creo que pueda estar interesado por
los muebles. Son de muy buena calidad, pero no lo suficientemente antiguos. Y
eso de buscar a un posible comprador, hoy en día casi nadie compra muebles de
segunda mano.
─Pues tendré que pensar en algo. No
quiero conservarlos.
─Pues si quiere deshacerse de ellos,
tendrá que llevarlos a un vertedero municipal o a un punto de recogida. Si lo
desea, puedo llamar al Ayuntamiento para que los pasen a recoger. Pero alguien
deberá desmontarlos primero. No obstante, si me lo permite, ¿qué problema hay
en que se queden dónde están? No se ofenda por lo que le voy a decir, pero
algún día, que espero tarde mucho en llegar, cuando usted falte, esta casa se
pondrá a la venta. ¿No es así? Pues entonces ya se encargará el nuevo
propietario de hacer lo que quiera con ellos. ¿No le parece?
─No sé, no sé. Fue mi difunta mujer quien
me los regaló por nuestro primer aniversario de bodas. Ya entonces no sabía
dónde poner tanto libro. Una vez me haya deshecho de los libros, no tiene
ningún sentido conservar el mobiliario. Además, solo será un mal recuerdo. Solo con verlo pensaré en ella y en lo que, después de tantos años de vida en común,
me hizo sufrir esa ingrata, esa pécora, esa…
─Pero ¿qué culpa tienen unos muebles de
que su esposa le fuera infiel? Y disculpe mi atrevimiento.
─Mire, Álvaro, yo sé lo que me digo. A
usted le parecerá una majadería, pero para mí no lo es. ¿Acaso no le molestaría
ver constantemente un objeto en su casa que le recordara a una persona a la que
acabó odiando? ¿No se deshace uno del anillo de matrimonio después del
divorcio? Y, si tanta pena le dan, quédeselos usted, caramba.
─¿Yo? No, No. No sabría dónde ponerlos.
Pero, ahora que lo pienso. ¿Por qué no contacta con quien los fabricó? ¿No me dijo
usted en una ocasión que era un famoso ebanista amigo de la familia? A lo mejor se los recompra.
─¡A ese desgraciado ni mentarlo, Álvaro!
¡Haga el favor! A ese malnacido hace ya mucho tiempo que no le dirijo la
palabra. No quiero saber nada de él. Nunca le perdonaré lo que me hizo.
─Pero qué le...
─¡Ni una palabra más!
─De acuerdo, de acuerdo, no se altere.
Entonces, ¿qué hacemos con los muebles?
─¿Sabe que le digo?
─¿Qué?
─Dentro de unos días será la verbena de San Juan.
─Pues sí. No querrá decir que…
─Pues sí quiero decir. ¡A la hoguera con
todos ellos!
*****
─¡¡¡Nooooo!!!
─Os lo dije, os lo dije.
─Nunca habría maginado que ese viejo
chocho hiciera esto con nosotros. ¡Desagradecido!
─¡Asesino!
─Ojalá se muera antes de que lleve a
cabo esta terrible fechoría.
─¿Veis ahora como nosotros somos más
importantes? Por lo menos iremos a parar a otras manos, que volverán a
cuidarnos, incluso a tratarnos mejor. Pero vosotros acabaréis pasto de las llamas
─Miles de risas resonaron por toda la estancia.
─¡Malnacidos! He estado soportando
vuestro peso durante tantos años y ahora me lo pagáis así.
─A mí, siendo un simple armario
archivador empotrado, quizá me perdone la vida.
─Y yo puedo seguir siendo una mesa de
utilidad en cualquier parte de la casa.
─Ni lo soñéis. No tendrá compasión con
ninguno de vosotros. ¿No veis que se ha trastornado? Si es capaz de
desprenderse de nosotros, sus preciados libros, ¿qué no hará con unos simples
muebles?
*****
─Álvaro, ¿no ha oído usted unos susurros
detrás de la puerta de mi despacho?
─No señor, no he oído nada.
─¡Qué raro!, me había parecido… Pero
vaya, vaya a llamar a ese chico. Y vaya pensando en quién podría desguazar esos
viejos muebles.
─Como usted mande.
*****
─El viejo eres tú, carcamal de mierda.
¡Así ardas en el infierno! ─gritaron unas voces ocultas detrás de la puerta.