Yo soy, lo reconozco, un impaciente irredento por mucho que se diga que la paciencia es la madre de todas las ciencias. Pero creo que a todos nos ocurre lo mismo: cuanto más queremos que corra el tiempo, más lento discurre. Y al contrario: cuanto más lento deseamos que vaya, más veloz pasa. Ya sé que esa variabilidad temporal es una percepción totalmente subjetiva. No hay nada científico, ni siquiera paranormal, en ello. Lo que sí está comprobado es que quien espera desespera. Y yo he estado esperando más de tres meses a que acabe el año, o mejor dicho, a que empiece el nuevo.
A mí me gustan los refranes, no sé si lo habéis notado. Uno de mis preferidos es el que decimos siempre cuando se acaba el año: año nuevo, vida nueva. Y más en esta ocasión. El año próximo veré cumplida esta máxima al cien por cien.
Todo está atado y bien atado. Ya sé que esto no es un refrán sino una frase que acuñó el dictador en un momento de máxima prepotencia. Pero, en mi caso, es así. Solo una catástrofe podría dar al traste con los planes que ya han sido fijados y bendecidos por los únicos que pueden alterarlos. La suerte está echada. Alea jacta est.
¿A qué viene todo esto?, os preguntaréis. Pues viene a cuento de que el día cuatro de enero de dos mil dieciséis, este año que estamos a punto de estrenar, a las ocho en punto –aunque sé que llegaré antes, como siempre me ocurre cuando estoy nervioso-, tendrá lugar el acto de mi presentación como nuevo miembro del Comité de Dirección de la filial española de Worldwide Plastic Car Devices Manufacturing and Supply Corporation.
¿Y tan importante es eso?, os volveréis a preguntar. Y yo os digo: no es importante, es importantísimo. Y entonces me preguntaréis el motivo. Pero dejémonos de preguntas y respuestas, o como se dice en inglés, de Questions and Answers, y vayamos al grano.
La WOPLACADEMASUCO, que es el acrónimo de la empresa, está en la primera posición en el ranking mundial de fabricantes y suministradoras de elementos de plástico para coches, por si no habíais entendido de qué iba el asunto, por eso del inglés flojillo, que en este país da pena el nivel que algunos tienen, empezando por el presidente del Gobierno.
Pues bien, el caso es que tras un larguísimo proceso de selección, primero a través de un Head Hunter, una oficina de caza-talentos, por si tampoco lo habíais pillado, y luego mediante entrevistas con todos los cargos directivos de la empresa –mis futuros colegas-, fui el elegido para ocupar la dirección de un departamento de nueva creación. Yo, de entre más de trescientos candidatos, según me informaron. No entro en detalles porque, con toda probabilidad, no lo entenderíais. Durante los seis meses que duró el proceso, nunca perdí la esperanza de ser el ganador. La esperanza es lo último que se pierde. Pero que sepáis que tengo sobrados méritos para ello. Mis años de formación y de esfuerzo me ha costado. No es fácil alcanzar el nivel del que puedo presumir y presumo.
Tengo dos carreras universitarias –Económicas y Derecho-, dos Masters –uno en Dirección de Empresas y el otro en Comercio Internacional para el Desarrollo Industrial-, para los que tuve que invertir cuatro años y otros tantos millones de las antiguas pesetas. En cuanto al inglés, tengo el Certificate of Proficiency.in English por la Universidad de Cambridge. Así pues, me lo he currado de sobras, creo yo.
Y del sueldo, ya ni os cuento. Pero como es de mal gusto hablar de dinero –propio de advenedizos-, solo os diré que ganaré al año más que el Presidente de la Generalitat, que no es moco de pavo, y eso sin contar con los fringe benefits o complementos salariales, por si no estáis familiarizados con esta terminología.
Pero lo más importante de este cargo que ocuparé, Dios mediante, dentro de cinco días, de ciento veinte horas y no sé cuántos minutos, es que, por fin, veré mi mayor ilusión cumplida: dirigir un departamento, ser el jefe, mandar. Eso es lo que siempre me ha gustado. Ya lo dice el refrán: el mandar no tiene par.
Vaya, perdonad, me llaman al móvil. Alguien, sin duda, que quiere felicitarme las fiestas y, de paso, mi buena suerte. Las noticias vuelan.
―¿Diga? Sí, soy yo. Ah sí, claro que me acuerdo de usted. Sí, sí, dígame.
―(…….)
―¿Qué? ¿Cómo dice? ¿Mañana? Pero… Sí, sí, estaré allí, por supuesto, a las nueve en punto.
Era “Blancanieves”, la secretaria del Consejero Delegado, el mandamás. Una belleza que me dejó sin palabras cuando apareció en recepción para acompañarme hasta el despacho de su jefe. Me miró con aquellos ojos azul cielo y aquella sonrisa que me hicieron estremecer. Desde aquel instante decidí apodarla como la princesa del cuento de los hermanos Grimm. Con su voz dulce y melodiosa me ha dicho que mañana esté sin falta en la empresa, que su jefe quiere hablar conmigo. ¿Qué querrá? ¿Tan importante será lo que tiene que decirme que me cita el día de fin de año?
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Ya lo decía mi abuela: piensa mal y acertarás. Pero como yo solo soy impaciente, no malpensado... El caso es que tenía razón cuando dije que solo una catástrofe podía dar al traste con mis ilusiones y ha tenido que ser hoy, el último día del año.
Nunca he entendido esa absurda fragilidad de la bolsa. Esos vaivenes al son de cualquier amenaza por ilusoria y fantasiosa que sea. No me lo puedo creer. Todavía resuenan en mi cabeza las palabras del Consejero Delegado:
―Se espera una crisis económica sin precedentes. La bolsa de Nueva York se está desplomando y arece que esta situación irá para largo. Y todo por culpa de la nueva devaluación del yuan -otra vez los condenados chinos-, la caída drástica del precio del petróleo -a ver si se agotan de una puñetera vez los malditos yacimientos y pasamos a los motores eléctricos, que el planeta se va al carajo- y, encima, el nuevo candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Libertario, ese cuya popularidad va subiendo como la espuma, pues resulta que es de origen musulmán.
―¿Y todo eso qué tiene que ver conmigo? -le he preguntado, más perdido que turco en la neblina (ya os contaré en otra ocasión el significado de este refrán, que ahora no estoy de humor para instruiros).
―Pues es evidente, mi querido amigo –me ha contestado con un tono demasiado condescendiente para mi gusto y sensibilidad-. La WOPLACADEMASUCO, nuestra gran Corporación, ha decidido paralizar todo tipo de inversiones en todo el mundo, incluyendo la contratación de nuevo personal, del tipo y rango que sea. Estamos ante un nuevo periodo de austeridad y hay que apretarse el cinturón, amigo mío. Así que, sintiéndolo mucho, tendremos que prescindir de usted. No es nada personal, entiéndalo –aquí parecía sincero-. Son órdenes de muy arriba. Lo siento. Otra vez será. Cuando la tormenta amaine, que algún día amainará, ya le llamaremos. Y gracias por todo.
He salido del despacho de aquel hombre como un zombi. No sabía ni por dónde pisaba. Estaba alelado. Hasta que la aterciopelada voz de “Blancanieves” me ha devuelto a la realidad. Si no hubiera sido por su tono de voz y su mirada, no me hubiera repuesto del shock emocional en el que me hallaba. Mi princesa debía estar al corriente de la noticia que me acababa de dar su jefe, pues sus ojos me transmitían verdadera pena, amor diría yo.
Su imagen virginal, de pie ante mí, diciéndome adiós con su mano de muñeca de porcelana, y su sonrisa angelical, han sido lo último que han visto mis ojos unos segundos antes de que las puertas del ascensor se cerraran. Y me ha parecido leer en sus labios tres palabras: “lo siento mucho”. Y he sentido que lo sentía. Alguien en este mundo siente algo por mí. Y es ella.
En la calle lloviznaba pero no notaba las gotas que resbalaban por mi cara ni el frío de diciembre. En mi corazón anidaba la calidez de la primavera. A pesar de la terrible noticia que acababan de darme, me sentía bien, muy bien. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Me he sentado en un banco que hay justo enfrente del edificio de la monstruosa corporación que hace no sé ya cuantas cosas de plástico en todo el maldito planeta que se está yendo al carajo. Solo pensaba en ella y en un futuro junto a mi princesa.
Todavía era temprano. Faltaban más de tres horas para que saliera a almorzar y pudiera abordarla. Qué mejor que invitarla a comer y así, entre plato y plato, contarle mi vida, y que ella me cuente la suya. ¿Tendrá algún plan para esta noche? Si no, le propondré una cita romántica en un buen restaurante y luego podemos ir a bailar, o a tomar unas copas, o dar un paseo. No, un paseo no, que hace mucho frío y la pobrecita podría acatarrarse. Y se enamorará de mí, si es que ya no lo está. A fin de cuentas, antes de que tuviera que acompañarme al despacho de su jefe, me habrá visto un montón de veces por las oficinas. Seguro que ya se ha fijó en mí el primer día en que aparecí por la décima planta, la de los ejecutivos. Soy un tipo muy bien parecido y elegante. Siempre he atraído a las mujeres y he salido con muchas, pero todavía no había conocido a una como ella. Siento que estamos hechos el uno para el otro, que somos almas gemelas.
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El traje que llevaba esta mañana es uno de los mejores que tengo pero demasiado serio para la ocasión. Cuando me vea frente a la entrada principal, con un ramito de flores –tampoco hay que pasarse-, seguro que el corazón le da un brinco. ¡Vaya sorpresa se va a llevar! “¿Te apetece que almorcemos juntos?”, le preguntaré con la mejor de mis sonrisas. “Toma, esto es para ti, como muestra de agradecimiento, por tu amabilidad y comprensión, algo que escasea hoy en día”. No va a poder resistirse.
Yo que, hasta hacía unas horas, contaba los días para el gran cambio en mi vida profesional y, en un instante, todo se ha trastocado. Pero no hay mal que por bien no venga. Algo magnífico ha sido sustituido por algo maravilloso. Una cosa ha llevado a la otra. He salido ganando con el cambio. Ya decía yo que este año dos mil dieciséis sería un gran año, el mejor y más feliz de mi vida. Me declararé a mi “Blancanieves” -en unas horas ya sabré su verdadero nombre, que seguro será precioso, como ella- y me dirá que sí. Debo reconocer que soy un hombre con suerte. Ya lo dijo no sé quién: Buen amor y buena muerte, no hay mejor suerte. ¿Qué más puedo esperar del año nuevo?
Vamos allá, que se hace tarde y quien llega tarde, ni oye misa ni come carne.
Solo espero que no se llame Amanda, por aquello de que “en casa de Amanda, ella es la que manda”. Y a mí me gusta mandar. Pero ya se sabe: no hay amor sin sacrificio.
Supongo que ya habréis notado pero me gustan los refranes. Y me reafirmo en que mi favorito, el mejor, el number one, es: “Año nuevo, vida nueva”. Todo un clásico que, en esta ocasión, no me va a fallar. Viva la vida, viva el amor. Adiós 2015, bienvenido 2016.