Hay días que parece que te has levantado con el
pie izquierdo y otros en los que, por el contrario, la suerte te sonríe. Y
también hay situaciones en las que una desgracia te trae una fortuna y
viceversa. Como lo que me ocurrió hace poco más de cuatro años.
Me disponía a ir al
trabajo, iba con mucha prisa pues se me habían pegado las sábanas. Tenía el coche
aparcado a dos manzanas. Estaba a punto de abrir la puerta de mi Renault Clío cuando,
con las prisas, las llaves se me escurrieron de las manos yendo a parar a la
alcantarilla que había justo a mis pies.
─¡Mierda, mierda,
mierda! ─exclamé en voz alta, presa de la desesperación─. ¿Y ahora, qué coño
hago?
─¿Le ocurre algo,
señorita? ─oí que alguien me decía a mi espalda. Di un brinco, pues no me había
percatado de que tenía compañía.
─¿Qué? ¿Cómo? Es, es
que se me han caído las llaves del coche por la alcantarilla ─me apresuré a
decir un poco abochornada.
─No se preocupe, mujer,
que yo tengo con lo que resolverle el problema ─aseguró con aplomo, mientras
sacaba de una mochila una serie de herramientas─. Soy fontanero y ahora me
dirigía a un domicilio a hacer un servicio. Aquí tengo de todo, bueno, de casi
todo, je, je.
Y, efectivamente, en un
plis plas, apartó la rejilla que taponaba la boca de la alcantarilla.
─¿Ve qué fácil? Ahora
solo hay que alargar el brazo lo más posible hasta dar con ellas. Eso si antes
no me muerde una rata, ja, ja, ja. Es broma, mujer, no ponga esa cara.
La verdad es que no
tuvo que esforzarse demasiado porque al cabo de unos segundos esbozó una gran
sonrisa y sacó el llavero al que se le había pegado algo.
─Ahí va, se puede decir
que he cazado dos pájaros de un tiro. ¿Qué es ese papel de colorines?
No tuve que hacer un
gran esfuerzo para ver que se trataba de un boleto del Cuponazo de la ONCE.
─Vaya, vaya, ¡pero si
es un número de lotería! A alguien se le debió caer.
No sé cómo ni por qué,
pero, de forma un tanto irreflexiva dije:
─Es mío. Es que lo
llevaba en la mano y se me cayó junto a las llaves ─lo dije con una soltura que
a mí misma me sorprendió. Aun así, noté que el hombre me miraba de una forma
que daba a entender que no acababa de creérselo. Pero, tras unos segundos de
duda, me tendió el billete y, sin más, se despidió, aunque durante un buen
trecho se fue girando como si quisiera observar mis movimientos.
─¡Muchas gracias!
─grité desde la distancia, a lo cual el hombre respondió levantando un brazo.
Antes de arrancar, miré
el boleto como quien descubre un tesoro dentro de un cofre, pero enseguida
pensé que lo más probable es que fuera un boleto caducado o bien no agraciado
con ningún premio. Pero estaba equivocada. La fecha era del viernes anterior y
estábamos a lunes. Consulté el número premiado con el móvil. No se trataba del
primer premio. Entonces introduje las cifras en la casilla para comprobar los
números adicionales premiados y apareció en pantalla “El número 42031 y serie
040 tiene un premio de 100.000 €”. Miré y remiré diez veces la fecha y la
numeración y eran correctos. ¡Tenía en mis manos un boleto agraciado con cien
mil euros! Quién lo había perdido me importaba un bledo. Allá él o ella por ser
tan despistado o despistada ─pensé─, aunque de repente sentí un ligero
remordimiento que se fue debilitando a medida que me acercaba a la oficina.
─Lo siento mucho, señor
Peña, pero es que he tenido un pinchazo y hasta que un buen samaritano no se ha
brindado a cambiarme la rueda no he podido venir ─mentí a mi jefe, quien se lo
creyó a pies juntillas. ¿Cómo iba a engañarle su tan apreciada y eficiente
secretaria?
Estuve dando vueltas sobre
qué podía hacer con ese dinero. Bueno, en realidad solo le di una vuelta, pues
hacía tiempo que quería hacerlo, pero no me llegaba la pasta ni de lejos: dejar
el viejo piso de alquiler y adquirir uno de propiedad. Ese dinero me serviría
para pagar la entrada de un piso de segunda mano y el resto lo haría la
hipoteca. Pero antes tenía que cobrar el billete. ¿A ver si quien lo había
extraviado lo había denunciado y me pillaban con las manos en la masa? Bueno,
siempre podía decir que me lo había encontrado y que, como no sabía a quién
pertenecía, pues me lo había quedado.
El caso es que entregué
el billete al banco para que lo cobraran en mi nombre y al cabo de un mes ya
tenía los cien mil euros ingresados en la cuenta corriente.
─Pues has tenido
suerte, chica, de que nadie lo haya reclamado.
─Sí, ya lo creo. No lo
tenía muy claro hasta que vi el dinero en mi cuenta.
─¿Y ya has decidido qué
vas a hacer?
─Todavía estoy dudando.
─Carla, no le des más
vueltas. Decídete ya. He visto no muy lejos de aquí un piso en venta que está
muy bien. Es antiguo pero reformado. Tiene unos 60 metros cuadrados y piden
190.000 euros.
─¿Y cómo sabes tú todo
eso?
─Pues porque he llamado
preguntando.
─Desde luego, Mónica,
siempre tan decidida.
─Lo hago por ti, mujer.
¿Acaso no era eso lo que querías? Pues ahí tienes tu oportunidad. Das noventa
mil euros de entrada y haces una hipoteca para los cien mil restantes. ¡Si hoy
en día los bancos se pelean para conceder hipotecas y a un interés fijo bastante
bueno! Por esa cantidad te la conceden al momento. Y encima te quedarán diez
mil euros para tus caprichos. Ya verás. Y cien mil euros en treinta años te
sale a una mensualidad menor que el alquiler que estás pagando. Y, con la
inflación, dentro de un tiempo todavía te resultará más económico.
─¿Me das el teléfono al
que llamaste?
***
Al cabo de tres meses,
ya estaba instalada en el nuevo piso con vistas al paseo del Born, una zona que
estaba siendo remodelada y que iba convirtiéndose en una atracción turística,
especialmente para bohemios noctámbulos y jóvenes de todas las clases sociales.
Por fin tenía un piso
de propiedad. Ya no tenía que temer un aumento abusivo del alquiler ni que
ningún especulador comprara el edificio para luego echar a los inquilinos que
no podrían hacer frente a las nuevas condiciones económicas, como empezaba a
ocurrir en aquel barrio.
El piso estaba bastante
bien pero no tanto como me había dicho Mónica. Tuve que hacer algunas reformas.
Pero para eso estaban los diez mil eurillos que me habían sobrado. Y esas
reformas volvieron a favorecer mi suerte, pues en un armario empotrado descubrí
un tesoro. El altillo se negaba a abrirse de lo oxidados que estaba los goznes.
Con una palanca lo conseguí. Dentro, junto a unas mantas que olían a naftalina,
había una caja de madera y dentro de ella un objeto que al principio no supe
identificar. Cuando lo observé a la luz del día, vi que era como un duende
tocando la flauta. Era realmente bello, pero ¿qué iba a hacer yo con aquella estatuilla
que parecía de yeso? Lo primero que pensé fue que algo que estaba tan
celosamente guardado debía tener bastante valor. Otra vez me encontraba con la
disyuntiva de quedarme con un objeto ajeno o intentar devolvérselo a su
propietario. Pero en este caso el antiguo propietario del piso había fallecido
y fue su heredero quien firmó la compra-venta. Era de suponer que antes de la
venta, se había cerciorado de que no dejaba nada de valor. De hecho, no dejó ni
una cortina, ni una bombilla, nada de nada. Así pues, deduje que no sabía de la
existencia del duendecillo flautista.
***
─Vaya, vaya, eres una
mujer afortunada. Ahora resulta que igual has descubierto una obra de arte de
gran valor y, de la noche a la mañana, te conviertes en millonaria. Ya veo a
esa figurita en una subasta de Christie’s.
─Desde luego, Mónica,
eres muy imaginativa.
─Y tú, Carla, una
incrédula. ¿Por qué no intentas averiguar su valor aproximado en el anticuario
que hay al final de la calle?
Cuando el anticuario le
echó un vistazo, noté que su expresión cambiaba de repente y me observó como
quien tiene delante a un ladrón de guante blanco que se ha hecho con una obra
de arte y pretende venderla en el mercado negro. Me preguntó de dónde la había
sacado y le dije otra de mis mentiras: que mi padre había fallecido y me la
había dejado en herencia, pero que como estaba necesitada de dinero, quería
saber su valor, por si me interesaba venderla.
─¿No tiene usted
factura? ¿No le dijo nunca su padre dónde la consiguió?
─Pues no, mi padre y yo
hacía años que no nos hablábamos ─¿por qué me liaba de esa manera? Solo
faltaría que ese hombre llamara a la policía creyendo que tenía ante sí a una estafadora.
─Mire, vuelva mañana y
podré darle una valoración exacta. Antes tengo que hacer unas consultas. Pero
déjeme hacerle una fotografía a la estatuilla, si no tiene inconveniente.
Le hizo, no una sino
diez fotografías por lo menos, desde todos los ángulos posibles. Nos despedimos
con un hasta mañana y volví a casa con un leve dolor de estómago. ¿Sería de
fiar ese individuo? Muchos anticuarios están metidos en negocios turbios o bien
son confidentes de la policía.
─Por lo que cuentas,
parece que ese objeto tiene bastante valor. Seguro que lo revende en el mercado
negro y te da una miseria.
─Ahora eres tú la
negativa. Menos conseguiré quedándome con ese lo que sea que toca la flauta.
─Eso es cierto, pero ve
con cuidado. No sé por qué, pero creo que ese tío no es de fiar.
─¿Por qué no me
acompañas mañana, a ver qué me dice?
─Vale, no problem.
***
─Lo he estudiado
detenidamente y lo he consultado con un colega y esta obra parece ser del siglo
XIX. En un principio pensé que sería más antigua. No hemos llegado a
identificarla, así que no sabemos quién fue el autor, cosa que es fundamental
para valorar una obra de arte. Está bastante bien conservada, eso sí, lo cual
corrobora que no es demasiado antigua.
─¿Y cuánto podría
valer? ─se me adelantó Mónica, pues yo permanecía sin saber qué decir.
─Pueees ─empezó a pensar
rascándose la perilla─, podría ofrecerle unos cinco mil euros, siendo muy
generoso. Tenga en cuenta que sin factura ni conocer su procedencia no resulta
fácil introducir una obra de arte en el mercado.
Mónica me miró con
expresión interrogativa y yo le respondí encogiéndome de hombros. No sabía qué
hacer, pero esa cantidad era superior a lo que esperaba.
─Si quiere consultar a
otro anticuario…
─No, no, da igual. Me
fio de usted. ¿Y podría abonarme esa cantidad en metálico y ahora?
─Pues claro. Espérese y
cerramos el trato.
Al cabo de quince
minutos estábamos de vuelta en el piso y yo contando una vez más los billetes.
─¡Cinco mil euros, tía!
─exclamé. Todavía no podía creérmelo.
─Um, no me extrañaría
que valiera diez veces más y ese viejo te ha tomado el pelo.
─No seas aguafiestas,
por favor. Teniendo en cuenta cómo he obtenido esa figurita, mejor eso que
nada, y mejor no ir armando jaleo. Esos cinco mil euros me servirán para
amortizar parte de la hipoteca. Ahora solo deberé noventa y cinco mil euros.
─Sí, claro.
***
Pero, como decía al
principio, del mismo modo que la suerte aparece cuando menos te lo esperas, las
desgracias también te atacan por sorpresa.
Solo habían
transcurrido dos años desde aquel hallazgo. Mi empresa llevaba tiempo haciendo
aguas y la crisis que asoló todo el país acabó por obligarla a cerrar. Me quedé
en la calle después de cinco años de trabajar en ella. Con mi sueldo me
correspondió una indemnización ridícula, pero al menos tenía dos años para ir
cobrando el paro e ir buscando un nuevo trabajo.
Mónica, como compañera
de trabajo, sufrió las mismas consecuencias. Nos pasábamos los días enviando
currículums sin resultado, solo la típica y escueta respuesta de “Gracias por
enviar su CV. La tendremos en cuenta en caso de que se produzca una vacante”.
Al cabo de otros dos
años, seguía igual. Mónica, en cambio, entró a trabajar como cajera en un
supermercado paquistaní del barrio. Aun así, tuvo que volver a vivir con sus
padres. Yo me quedé sin apenas ahorros y el pago de la hipoteca se me hizo cada
vez más cuesta arriba. Hasta que no pude seguir pagando las cuotas mensuales.
Y ahora, sin nadie a
quien recurrir, me han desahuciado, me he quedado en la puta calle y sobrevivo
gracias a los servicios sociales que me dan de comer y alojamiento donde
dormir.
Hoy, en el comedor
comunitario, una voz que me ha resultado familiar me ha llamado poderosamente
la atención.
─¡Señorita! ¿Cómo usted
por aquí? Cómo es la vida, ¿verdad?
Yo todavía no atinaba a
saber de quién se trataba. Él seguía hablando mientras sostenía una bandeja de
comida en las manos.
─No ha cambiado usted nada
desde que nos vimos hace… uf, ya ni me acuerdo ─y como viera que no me
inmutaba, siguió con su perorata─. ¿No se acuerda de mí? Claro, no es de
extrañar, solo nos vimos unos minutos. Soy aquel fontanero que la ayudó a
rescatar las llaves del coche. Bueno y un boleto de la lotería. Por cierto,
¿resultó premiado?