jueves, 27 de julio de 2023

Un breve descanso

 


No es que esté cansado, pero sí un poco bajo de calorías escritoras, no sé si por culpa del calor, de un bajón inspirador o ambas cosas. El caso es que me voy de vacaciones y dejo los bártulos de escribir en casa y no los retomaré hasta septiembre o quien sabe cuándo.

Esta entrada es común para mis dos blogs: Retales de una vida y Cuaderno de bitácora, y repasando su historial a fecha de hoy, resulta que el primero ha sufrido un descenso en la productividad, pues si por estas fechas, en 2022, había publicado 13 relatos, ahora el cómputo es de 9; y en cuanto al segundo, en cambio, ha habido un ligero aumento, ya que de 13 posts publicados en julio de 2022 he pasado a 16 a día de hoy sin contar este, por supuesto. Esto debe ser como en las elecciones, que hay aumentos y descensos en los resultados muchas veces inexplicables.

Sea como sea, mi intención es seguir adelante, siempre en función de cómo evolucione mi inspiración y mis intereses sociales.

Así pues, es esta una despedida breve y espero que nos volvamos a encontrar una vez superado este periodo canicular que estamos sufriendo.

¡Un abrazo!


jueves, 13 de julio de 2023

La planta exótica

 


El problema principal residió en que mi mujer no quiso hacerme caso. Últimamente me llevaba la contraria en casi todo lo que le decía. Después de tantos años de convivencia ya me había resignado a que así fuera, pues a pesar de ese inconveniente en nuestra relación, por lo demás todo fluía con normalidad. Y yo la seguía queriendo como el primer día.

Todo empezó un día en que descubrió una planta desconocida en nuestro jardín. Yo dije de inmediato que se trataba de una mala hierba, pero ella adujo que, fuese lo que fuese, era bella y tenía unas flores hermosísimas con forma de rosa, de varios colores y tonalidades, que daban un aspecto exótico a nuestro jardín. Desde entonces, yo me refería a ella como “la planta exótica”.

Al principio todo iba bien, pero la dedicación que le prodigaba mi mujer no me pareció normal. No solo le hablaba —algo que ya solía hacer con todas nuestras plantas, tanto de exterior como de interior, pues aducía que eso las estimulaba— sino que también le cantaba canciones de amor. Según ella, desde que lo hacía, “su planta” —como así la llamaba— crecía lozana y cada vez más hermosa.

Con el tiempo, adquirió unas dimensiones considerables y causaba el deterioro, primero, y la muerte después de las que crecían y vivían a su alrededor. Eso me puso en guardia y le dije que podía ser una planta parásita que vivía a expensas de sus vecinas. Obviamente, haciendo gala de su tozudez y contradiciendo todo lo que yo le decía, como que se deshiciera de ella o la trasladase a otro lugar del jardín donde estuviera aislada del resto de plantas, insistió en dejarla donde había aparecido, argumentando que si había crecido allí se debía a que era un lugar idóneo para su desarrollo.

Mi preocupación fue en aumento cuando vi que mi mujer pasaba con ella gran parte del día e incluso la visitaba por la noche, antes de acostarse. Ese vínculo me resultó antinatural y digno de ser estudiado y tratado por un psiquiatra. ¿Podía ser que esa planta exótica ejerciera una influencia malsana sobre mi mujer? Por mucho que intenté persuadirla de que aquello no era normal y hacerle ver que por muy bella que fuese, solo era una maldita planta ornamental, no hubo forma de convencerla. Llegó a culparme de sentir celos por su dedicación al cuidado de una planta fuera de lo común, pues no llegamos a poder identificarla, por muchos libros y páginas web de botánica que consultamos.

Un día decidí que ya no podía soportar más ese dislate, que deterioraba cada vez más nuestra relación, ya un tanto deteriorada, pues mi mujer se volvió agresiva, no perdiendo la ocasión de acusarme en todo momento de mi animadversión hacia su planta, a la que prodigaba mimos como si se tratase de una criatura. Y su agresividad fue en aumento desde que descubrí, una noche, que discutía acaloradamente con ella, metiéndose luego en la cama muy malhumorada, sin querer contarme el motivo.

Así pues, hice las maletas y me largué, no sin antes advertirla que aquello no podía terminar bien, aconsejándole que consultara a un terapeuta si no quería que empeorara su estado mental. Cómo no, se burló se mí y me invitó a abandonar de inmediato el que había sido nuestro hogar por más de veinte años. «Y cierra la puerta después de salir». Esas fueron sus últimas palabras. Y esa fue la última vez que la vi.

A pesar del resentimiento que sentía hacia ella, no podía dejar de preocuparme y la llamaba de vez en cuando, sin ningún resultado, pues me colgaba el teléfono tan pronto como oía mi voz.

Hasta que un día me encontré con una amiga común y se interesó por mi mujer, bastante alarmada, pues tampoco respondía a sus llamadas ni a sus mensajes de voz. Cuando le conté lo ocurrido, insistió en que debíamos ir a verla, por si se había agravado su estado mental y se había recluido padeciendo algún síndrome extraño.

Le hice caso y, haciendo uso de mi juego de llaves, entramos en el piso dado voces para reclamar su atención. Por toda respuesta, un silencio sepulcral llenó la estancia. Temeroso de lo que podía hallar, me dirigí, seguido por nuestra amiga, al jardín. Lo que vi me llenó de angustia y terror. La planta exótica había alcanzado una altura de más de tres metros y junto a ella descubrimos algunos enseres de mi mujer: pedazos de ropa desgarrada, sus zapatos, su reloj y sus gafas. Pero ni rastro de ella. Incluso me pareció percibir algunas gotas de sangre seca a los pies de aquella planta que parecía que nos miraba con regocijo.

Aun hoy la policía no ha logrado esclarecer lo ocurrido y, por mucho que mi amiga ha insistido en que lo haga, yo no me he atrevido a dar mi opinión, para que no me tacharan de demente. Cuando me sienta con fuerzas, volveré al jardín para arrancar de cuajo esa planta exótica que nunca debió aparecer en nuestra casa. Debo reconocer, sin embargo, que lo voy demorando por miedo de lo que pueda ocurrir.


Ilustración: Rosa arco iris, que no reviste ningunza peligrosidad, a diferencia de "la planta exótica" de este relato de ficción.