Mientras tanto, a varios
kilómetros de la sede de Ediciones Valverde, S.L., nuestro querido PMG (Pedro
Martínez López para quien ya no se acuerde) andaba alicaído, creyendo que ese
silencio editorial quería decir, irremisiblemente (y dale con el -mente) que
nadie daba un céntimo por su magnífica novela. Pero a él, cuanto más la leía ─y
llevaba ya la friolera de veinte lecturas─, más le gustaba. Por mucho que
jurara que lo había hecho desapasionadamente (¿otra vez?, y ya van dos en un
mismo párrafo, qué horror), nadie parecía creerle, excepto su fiel amigo
Genaro. Todos ponían cara de circunstancias, algunos incluso de conmiseración,
ante sus quejumbrosas diatribas y soflamas contra la incomprensión de las
editoriales, que solo se mueven con ánimo de lucro a corto plazo, pero en su
ausencia ponían los ojos en blanco, dando con ello a entender que todo eran
imaginaciones suyas, sueños de ingenuo, lamentos de quien, creyéndose por
encima del bien y del mal, da la culpa a los demás de su falta de éxito cuando
en realidad el problema reside en su inflamada autoestima frente a una mediocre
calidad. Si no le publican es porque no es un buen escritor. Esa era la opinión
de sus conocidos, unos ignorantes, como los habría calificado PMG de haberla
conocido.
Pero lo que más exasperaba a
PMG era que. mientras él, con una obra tan original, ingeniosa, bien escrita y
… merecedora de grandes alabanzas, seguía en el dique seco literario, otras de
escasísima calidad ─según su buen criterio y ecuánime juicio─, se vendían muy
bien ─por lo menos según la opinión de sus autores─. Como esa antigua compañera
del taller de escritura, a la que le compró, más por curiosidad que por
verdadero interés, su libro de relatos por el módico precio de 18 euros, el
dinero peor empleado de su vida porque su lectura le dejó con la peor mala
leche que un humano es capaz de sentir. ¡¿Cómo de algo tan malo, tan
incoherente, tan absurdo tan, tan, tan… (bueno, vale, para ya) podía haberse
vendido, según la interfecta, más de dos mil ejemplares en solo dos meses?! ¡Y
por la vía de la auto-publicación! Ninguna editorial de por medio. Ella solita,
como Juan Palomo, movía todos los hilos para darse a conocer y vender su
librito. Presentaciones, contactos, redes sociales. Hasta había ─siempre según
su versión de los hechos─ un editor francés interesado en publicar su libro en
el país galo. Todo ello se lo dijo, en un encuentro casual, con el tono más
pomposo posible.
PMG estaba desolado,
frustrado, se sentía inútil. Sintió ─por qué no admitirlo─ celos. No una
envidia sana ─¿acaso eso existe?─, sino puros celos. Incluso rabia, por lo que
él consideraba una terrible injusticia. Pero quizá tuviera que tomar ejemplo de
esa mujer, y no solo de su autoestima, sino de su iniciativa y diligencia. Pero
él no se veía “vendiendo” su libro a diestro y siniestro, dando la lata o
publicitándose por las redes sociales. Él no tenía contactos y era demasiado
introvertido como para ir por el mundo hablando de su novela.
Tras meditarlo
concienzudamente (lo siento, pero era imprescindible), decidió que si en un
lapso de unos dos meses no recibía respuesta alguna de una editorial, se
decantaría por la auto-publicación. Por lo menos, vería su libro publicado.
Cómo promocionarlo y venderlo ya sería otra historia. Y si por este medio no
lograba ganar ni para pipas, pues renunciaría a su brillante futuro y se
dedicaría a otra cosa, mariposa.
Por las noches, al acostarse,
no podía evitar hacer volar sus fantasías, como si de globos se trataran, y
pensaba en cómo sería su vida si, por fin, recibía una llamada anunciándole que
su novela había gustado, y mucho, y que las editoriales se disputaban el
derecho a publicársela. Aunque le impusieran duras condiciones, como la de
cambiar el título, su nombre, recortar por aquí y por allá (ochocientas eran
muchas páginas y el coste del libro excedería lo razonable para la primera obra
de un escritor novel), estaba dispuesto a aceptarlas todas, incluso a
deshacerse de algún personaje secundario, cualquier cosa con tal de ver en las
librerías su Opera prima, a la que
consideraba como un hijo amado nacido de sus entrañas.
Se imaginaba también a un
corrector o revisor de manuscritos de una prestigiosa editorial leyendo,
fascinado, su “Tierra de locos” o como quisiera bautizarla de nuevo. Todo por
el éxito, por la gloria. Se imaginaba incluso la cara del susodicho revisor,
con unos quevedos en la punta de la nariz, leyendo su pulcramente (ya no diré
nada más, lo juro) encuadernado manuscrito. Porque la presentación también
cuenta, que lo había leído en esas publicaciones de ayuda a nuevos escritores.
******
Don Manuel Fonseca, el
lector-revisor-critico de confianza de don Julián Maldonado y, por ende, de
Ediciones Valverde, S.L., está, efectivamente (he jurado no decir nada más
sobre estos malditos adverbios), leyendo ese pulcro manuscrito que le pasó su
jefe para revisar y evaluar, y cuyo veredicto se ha comprometido a entregarle
el próximo lunes. Hoy es domingo y va por la página 619 ¡Vaya coñazo de
lectura! ¡Qué dolor de cabeza! Don Manuel ha decidido que, llegado a ese punto,
va a leer en diagonal y se saltará párrafos enteros, esos llenos de paja que
nada aportan y que aburren hasta lo indecible. A ver si puede dar por concluido
su trabajo antes de que empiece el partido Real Madrid-Barça, que junto al
Derbi Real-Atleti, son los únicos que ve durante la liga. Madridista de toda la
vida, no quiere perderse este partido que tanto promete, pues dos de los
jugadores estrella del Barça, el niñato brasileño y el “dientes”, no jugarán
por estar lesionados. Un partido prácticamente “chupado”, pero, aun así, no se
lo perdería por nada en el mundo. Le quedan, pues, tres horas para terminar de
leer las casi doscientas páginas que le quedan. Al ritmo que va, le sobrará
tiempo. El informe lo preparará después del partido. De hecho, ya lo tiene en
la mente, ya sabe lo que va a decir, solo es cuestión de adornarlo con las
palabras adecuadas.
Pero, llegado el momento, no
le salen las palabras. Sufre una especie de indigestión mental. Y todo por
culpa de ese maldito partido. El Real Madrid ha sufrido una derrota humillante
ante su peor enemigo. Algo inaudito. Está furibundo. Apenas ha cenado. La pizza
se le ha atragantado al principio de la segunda parte, cuando, con el tercer
gol del argentino, ese enano, el partido ha quedado sentenciado. No sabe qué le
ha ocurrido al maldito portugués, tan seguro de sí mismo y hoy ha hecho el
ridículo. Maldita sea. Y, encima, el lunes tendrá que soportar la burla de
Contreras, ese fanático colchonero de Carabanchel, siempre tan deslenguado.
Seguro que no ha olvidado la última ocasión en que, ante la máquina de café y
una absoluta mayoría madridista, le echó en cara, de la forma más sarcástica
posible, la goleada que les metieron los merengues. No perderá la oportunidad
de desquitarse.
Y encima tiene que ponerse a
escribir un informe sobre esa maldita novela que, a mala hora, aceptó leer. El
tema no está mal, la idea es buena, pero… los diálogos, bueno, no es que estén
mal, de hecho se adaptan bastante bien al lenguaje normal que usarían los
personajes ─porque hay cada uno que no tiene ni idea de cómo darle vida a los
diálogos, haciéndolos tan artificiosos que no resultan creíbles─, el ritmo, pues
qué quieres que te diga, es bastante ágil, aunque se detiene demasiado en
pequeños detalles que son completamente superfluos. Seiscientas páginas serían
más que suficientes para desarrollar la historia. El vocabulario es bastante
rico, sin excederse, y nada redundante ni ostentoso, propio del escritor novel
que quiere aparentar lo que no es. Pero podría mejorarse, se nota que le faltan
tablas. Además, todo se resuelve demasiado rápido. Introducción, nudo y desenlace.
Estas tres partes no están suficientemente bien equilibradas. Se ha extendido
demasiado en la introducción. Siendo una novela con una base histórica hay que
poner en antecedentes al lector, pero no tanto, vamos que se ha pasado un
pelín, y que…, bueno, necesitaría unos retoques y algunos recortes. Pero, qué
se han creído estos jóvenes de hoy día, ¿Qué se lo tenemos que poner todo en
bandeja? Ja, y qué más. Bueno, no sé si es muy joven o no. La secretaria de don
Julián me envió el viernes por la tarde, por correo electrónico, una biografía
del autor que ella le pidió por sugerencia de su jefe.
A ver, a ver. Pedro Martínez
López, natural de Vallformosa del Penedès. ¿Y dónde coño estará esto? ¡Y vaya
nombre! Entiendo que se haya puesto este pseudónimo tan ridículo: Peter
McGregor. Esto demuestra falta de imaginación. Puestos a encontrar un
sobrenombre artístico, podría haber optado por, por ejemplo… Peter (porque lo
de Peter tiene un pase, ya que se llama Pedro), Peter…, ¡Peter McQueen! eso es.
Mucho mejor que McGregor, digo yo. Me recuerda a mi admirado Steve McQueen. A
ver, ¿qué más? ¡Cuarenta y seis años tiene el tipo! Casi nada. Si se descuida,
se pone a escribir a la edad de la jubilación. Hombre, sí que ha habido autores
que iniciaron su carrera literaria ya maduritos, ahora no los recuerdo, pero de
haberlos hailos. Pero escribían mucho mejor que este hombre de Dios, si no, de
qué habrían llegado tan lejos.
Vamos, vamos, que se está
haciendo muy tarde y quiero sacarme de encima este peso cuanto antes y
olvidarme de él. Tengo sueño y últimamente duermo poco y mal. A ver, cómo
podría empezar el informe para que dé la impresión de objetividad y de haberlo
estudiado a fondo…
Ya está. Me ha llevado más
tiempo del que pensaba. Esto de elegir cuidadosamente el vocabulario no es moco
de pavo. Creo que ha quedado bastante bien. Mis informes suelen ser últimamente
bastante repetitivos, lo reconozco, pero es que todo lo que me pasan para
revisar de un tiempo a esta parte es tremendamente anodino (a Don Manuel se le
puede disculpar el excesivo empleo de adverbios terminados en -mente, ya que
eso es solo para que lo tengan en cuenta los escritores principiantes). Estos informes cada vez me recuerdan más a mis exámenes de literatura
en bachillerato. Cuando tenía que escribir sobre un autor, ya fuese Galdós, Juan
Ramón Jiménez o Blasco Ibáñez, siempre ponía lo mismo. Salvo algo que fuera muy
distintivo del autor en cuestión, que era lo único que me aprendía de memoria,
el resto eran banalidades, vaguedades: que si representaba fielmente la sociedad de su época, que si tenía un lenguaje claro y sencillo, que si sus
obras tenían pinceladas costumbristas, bla, bla, bla. ¡Y sacaba notables y
hasta algún sobresaliente! Creo que yo hubiera sido un gran político, jajaja.
Bueno, listos. Ahora a dormir,
que mañana hay que madrugar.
******
─Buenos días, señor Maldonado,
sí que ha madrugado. ¿Qué le trae por aquí tan temprano, siendo lunes?
─Buenos días, Marisa (vaya, sí
que va recatada hoy la chica). Pues es que no he podido pegar ojo en toda la
noche. Los nervios, ya sabe.
─¿Y eso? ─pregunta, curiosa,
la buena secretaria (o la secretaria buena, como la conocen en la planta).
─Pues que estoy en vilo por
conocer el informe de don Manuel. Conociéndolo, no me espero nada bueno. Solo
si por esta vez hubiera sido un poco magnánimo, menos exigente que de costumbre,
si su informe fuera solo regular, quizá tendríamos una oportunidad de publicar
algo nuevo. Mire que habíamos llegado a tener hasta hace bien poco una cola de
manuscritos esperando respuesta y cuando más los necesitamos no aparecen. Si
por lo menos este fuera mínimamente aceptable a ojos de nuestro vetusto
crítico…
─¿Cómo le ha llamado? ¿Ve…
qué?
─Vetusto, mujer, que quiere
decir viejo, añoso, antiguo, carroza…
─Vale, vale, lo he pillado. Si
le oyera don Manuel, pobre hombre. Un poco chocho sí que está, pero ¿qué quiere
usted? Son ya setenta años, suficientes para haberse jubilado y, en cambio, ahí
está, al pie del cañón.
─Sí, sí, un cañón que hace
tiempo que se oxidó, pero qué le vamos a hacer, ya trabajaba aquí cuando yo
entré, fichado por el mismísimo señor Valverde padre y tanto este como su hijo
le tienen en gran estima. Pero, bueno, así es la vida. ¿Y qué es ese sobre que
tiene en la mano?
─Ay, sí, qué tonta. Hablando,
hablando, se me ha ido el Santo al cielo. Es un sobre que me acaba de dar
precisamente don Manuel para usted.
─Pero mujer, por Dios, por qué
no me lo ha dicho antes. Seguro que es el informe que espero. Démelo, démelo,
ande. Y puede retirarse ─y antes de que la joven salga de la oficina, no puede
evitar mirarle el trasero y emitir un largo y profundo suspiro.
Al poco rato, un impaciente
Julián Maldonado, pasea arriba y abajo por su espacioso despacho, esperando la
llegada de don Manuel, quien, para no ser menos, ha hecho una crítica bastante
desfavorable del manuscrito que le dio a revisar el pasado viernes. Antes de
hacerle llamar, no se ha resistido a la tentación de echar un vistazo a las
primeras páginas de la copia que se quedó. Siempre se ha dicho que tras la
lectura de la primera página ya puede saberse si lo que sigue valdrá o no la
pena. Un buen ojo crítico y avezado en literatura lo huele a la primera. Y no
solo la primera página sino todo el primer capítulo le ha parecido interesante
al ayudante del editor, señor Maldonado para sus colaboradores, Don Julián para
el decrépito de don Manuel. Así pues, tiene que hacerle reconsiderar su
opinión, pedirle que suavice su crítica, que presente la novela de ese Peter
no-sé-qué como algo vendible. La editorial necesita aumentar las ventas y un
nuevo lanzamiento les vendría muy bien para sortear este pequeño bache y
contentar al gran jefe. Tierra de no-sé-qué no parece ser tan mediocre como
consta en el informe. Ese viejo cada vez colabora menos. Hay que ser exigentes,
claro está, pero cuando las cosas van mal hay que tener un poco que manga
ancha. Si no hubiera sido así, ¿de qué habríamos batido el récord de ventas
hace tres años con aquella ridícula biografía de esa estrafalaria actriz porno
tan famosa? Por cierto, ¿qué habrá sido de ella? Vaya cuerpazo que tenía. Aún
me acuerdo cuando…
Esa picante remembranza de la
figura (física y social) de la tal Sara Vega, Sarita para los amigos, queda
desagradablemente interrumpida por unos suaves golpes en la puerta, que, acto
seguido, se abre con sigilo como si la empujara un fantasma.
─¡Hombre, don Manuel! Buenos
días tenga usted. Pero pase, pase, que tenemos que hablar de negocios.
De esa charla de negocios
nadie se enteró, como es lógico, de su contenido, Por lo menos del fondo de la
cuestión, aunque sí de la forma. Fue una reunión a gritos. Nunca en Ediciones
Valverde, S.L. se había vivido algo así. Don Julián y don Manuel discutiendo a
grito pelado. ¡Qué horror! Quién lo iba a decir. Dos caballeros en una
situación tan bochornosa.
El personal de la planta,
alertado, se arremolinó junto a la puerta ─que por fortuna para ellos no era de
cristal opaco, como en la mayoría de despachos nuevos─ para oír mejor lo que
allí dentro se decía. Pero, caramba, esa puerta de roble macizo solo dejaba
captar palabras sueltas. ¡Solo sobre mi cadáver! ¡Viejo carcamal! ¡Ignorante
redomado! ¡Enchufado! Y así toda una retahíla de improperios. Hasta que, al
cabo de más de media hora, se hizo el silencio.
Cuando la puerta del despacho
de don Julián volvió a abrirse, el personal, que había vuelto apresuradamente a
sus puestos de trabajo, observó la cara de satisfacción del ayudante del
editor, que contrastaba elocuentemente con la de gravedad del viejo corrector. Parecía
claro quien había ganado en la contienda.
CONTINUARÁ