Este relato lo escribí hace
hoy dos años. He modificado el título y he introducido algunos cambios en el
texto. Pero, en el fondo, todo es igual, como lo es el propósito que me ha
llevado a publicarlo de nuevo: que los buenos deseos para el próximo año no
queden en simples palabras y buenas intenciones, sino que los hagamos realidad,
sin esperar otro milagro que el de nuestro propio esfuerzo. ¿Tenéis ya
preparada vuestras lista de propósitos para el 2018? ¿Estáis dispuestos a
cumplirlos? Sea como sea, feliz año nuevo.
A José, la tonadilla de los
niños del colegio San Ildefonso ya no le suena igual que cuando era pequeño.
Tampoco le produce la misma emoción. Entonces esa cantinela infantil anunciaba
el inicio de las vacaciones navideñas, tan esperadas, y ahora le produce una
profunda nostalgia.
Ya lleva unos cuantos años, no
quiere ni contarlos, viviendo solo y trabajando doce horas diarias para llenar
el vacío que habita en su existencia. Apenas sale, por mucho que su hijo le
insista para que haga alguna actividad. No es sana la vida enclaustrada que
lleva. Le anima a trabajar menos y a divertirse más.
Llegadas estas fechas, José
toma una hoja de papel y escribe sus propósitos para el año nuevo, pero tras el
tercero ya se le terminan las ideas. Hay uno, sin embargo, que cada año
encabeza la lista y esta vez se compromete a llevarlo a cabo: hacer ejercicio.
A su edad la salud es lo que
más le preocupa. A la vista de los resultados de los últimos análisis, el
médico le ha recomendado ponerse a dieta y, sobre todo, caminar. Lo de la dieta
va en segundo lugar en su lista de propósitos, seguido de dejar de fumar. El
cuarto lo ha olvidado, ya lo pensará luego. Ahora tiene mucho trabajo que
hacer, el que se ha llevado a casa, pues prefiere el ambiente de su piso que el
de las frías oficinas. Además, puede trabajar más tranquilo, sin interrupciones
de las señoras de la limpieza o del vigilante jurado que no paran de
preguntarle si tardará mucho en marcharse.
Salvo la Nochebuena, que la pasará
con su hijo, su nuera y sus dos nietos, los pocos días de vacaciones que tiene se
quedará en casa, trabajando. Siempre tiene cosas que hacer.
A medida que se acerca el fin
de año, a José la sensación de soledad se le va intensificando y recapacita. Se
convence de que tiene que poner fin a este tipo de vida. Y vuelve a tomar esa
hoja de papel que dejó a medias y empieza a añadir buenos propósitos: beber
menos, ese era el cuarto que había olvidado; estudiar inglés; apuntarse a ese
curso de pintura; dedicar más tiempo a los amigos y a la familia; viajar; darse
algún capricho de vez en cuando y… ¿por qué no?, podría intentar salir con
alguien. Podría proponérselo a Rocío, su compañera de trabajo, viuda como él,
que ya va siendo hora de que vuelva a vivir la vida, que total son dos días y
él todavía tiene cuerda para rato. En definitiva, tiene que cambiar de vida y
eso es lo que va a hacer.
Cada día, antes de acostarse,
relee, uno a uno, esos propósitos que le tienen que sacar de la monotonía a la
que lleva tanto tiempo entregado.
El primer día del año nuevo
saldrá a pasear. Ese será el primer propósito a cumplir. Los excesos
alimenticios se acabarán tan pronto se acueste la noche de fin de año. El resto
de propósitos los irá cumpliendo uno a uno, sin prisa, pero sin pausa.
En la cena de Navidad de la
empresa, todos sus compañeros comentaron, entre copa y copa, sus deseos para el
nuevo año. También tenían su lista de buenos propósitos, pero con una
diferencia: él sí sería capaz de cumplirlos. Al despedirse, deseándose
mutuamente un feliz año, sabe que, cuando los vuelva a ver, será un hombre
nuevo.
La melancolía que le embarga
en la Nochevieja toca a su fin. Solo quedan unos minutos para estrenar un nuevo
calendario. Año nuevo vida nueva; eso es lo que se dice y así será. Mañana será
el primer día de su nueva vida ─piensa José. Hoy será el último de su aburrida
existencia, la de todos estos años tan vacíos. Y pensando en esos buenos
augurios, se acuesta poco después de medianoche, tras haberse tomado las
doce uvas en solitario como preludio de lo que está a punto de iniciar. Medio
adormecido por el último exceso de alcohol y con el bullicio del vecindario
como telón de fondo, se sumerge en un sueño profundo, el sueño que será la
frontera entre el antes y el después.
*********
El primer día del año amanece
frío y gris, tal como predijeron los meteorólogos. Enciende la calefacción y
mientras se toma la primera taza de café, contempla la calle desde la ventana
de la cocina. Todo está desierto y lóbrego a las ocho de la mañana. Él se
acostó inusualmente temprano, pero los demás debieron celebrar el Año Nuevo
hasta el amanecer.
El cielo, de un gris plomizo,
transpira tristeza e inspira apatía, abandono y melancolía. Pesa como una losa.
Hoy no saldrá a pasear, hace demasiado
frío y puede que nieve. Mañana será otro día. Ahora que lo recuerda, al día
siguiente, en la oficina, le espera un follón de mil demonios.
Siente apetito, abre la nevera
y desayuna algo con las sobras de la noche anterior. Cuando se acaben, comeré
más sano ─se dice─. Toma otro café cargado y lo acompaña con un cigarrillo. Y
luego otro. Cuando acabe este paquete dejaré de fumar ─piensa─. Entonces repara
en la hoja de papel que se dejó sobre la mesa, en la que escribió los diez
buenos propósitos para el año que acaba de empezar. La toma con cierta aprensión, lee lo que hay escrito de su puño y letra y la arroja a la papelera aun sintiendo un leve remordimiento. No necesito ninguna lista que me recuerde lo que
debo hacer, ya sé lo que me conviene ─exclama en voz alta─. Y puesto que le
quedan muchas horas por delante, abre el portátil y se dispone a aprovechar el
tiempo libre para adelantar el trabajo pendiente.
Cuando al día siguiente, la
mujer de la limpieza vacíe la papelera, destruirá, sin saberlo, todos los
propósitos de enmienda de José y, con ellos, su nueva vida. Hasta el próximo
fin de año.