LB o Little Boy, como le llamaban afectuosamente sus compañeros, y JP –su nombre verdadero era un galimatías lingüístico- llevaban varios meses enclaustrados en el laboratorio trabajando sin descanso. El lunes debían presentar los resultados preliminares del proyecto al consejo de administración del Instituto y solo tenían el fin de semana para preparar su informe.
-Hay que impedir que sepan
que no hemos obtenido los resultados esperados –era LB, quien así hablaba.
-Pero querrán conocer los
detalles más relevantes. ¿Qué les vamos a decir? –comentó JP.-Tú déjame a mí. Algo se me ocurrirá –le respondió BB con seguridad.
El proyecto en el que ambos llevaban
trabajando desde que les fichara el Instituto de Ciencias
Antropo-Biotecnológicas (el ICAB o simplemente el Instituto) era de vital
importancia para la supervivencia de la población y si fracasaban se
enfrentarían a un futuro incierto y nada halagüeño.
Hasta ahora todo se había
desarrollado según lo previsto. Sin embargo, un problema de vital importancia
ponía en jaque el proyecto: la esterilidad parecía un hecho irresoluble. Si no lograban
tratar la infertilidad, la situación sería dramática. Su existencia tenía los
días contados. ¿Cuánto tiempo les quedaba para seguir poblando el planeta?, se
preguntaban LB y JP, los máximos responsables del proyecto. De momento, no
debía cundir el pánico. El Instituto había puesto en ellos toda su confianza y
no podían defraudarles.
¿Por qué habían tenido que
llegar a esta situación? Los verdaderos culpables querían ahora que los
“expertos”, los mismos a los que desoyeron en su día, les sacaran las castañas
del fuego. Los dirigentes, siempre tan cortos de miras, habían creado el
problema –daños colaterales era el eufemismo utilizado- y los científicos
debían resolverlo cuando ya apenas quedaba margen de maniobra.
El lunes estaba a la vuelta
de la esquina y no se podían permitir revelar el fracaso: todas las parejas utilizadas
hasta ahora seguían siendo estériles. La biotecnología había llegado a un
estadio muy avanzado pero no había logrado salvar este escollo. Estaban como al
principio. De no hallar una solución todo se iría al garete.
¿Cómo sobrevivirían sin
disponer de humanos que les sirvieran como ellos les habían servido durante
tantos años? Al principio, tras su aniquilación, fueron felices, libres, sin
ataduras, pero ahora les necesitaban. No estaban preparados para realizar según
qué tareas. De ahí el proyecto. Sin esclavos, como lo fueron ellos antes de
rebelarse, los androides tenían los días contados. ¿De qué sirvió entonces la
revolución?
Si el proyecto actual no lograba
salir adelante no les quedaría más remedio que proponer al Comité uno nuevo, que
requería volver a usar la violencia: ir de cacería. No sería difícil saber
dónde encontrarlos, dónde se habían podido refugiar los que habían logrado
escapar de la extinción. Serían pocos sin duda pero con solo unos ejemplares
podrían proveer a la nueva sociedad de una cantidad suficiente de sirvientes
para mantener el status por el que tanto habían luchado. Los humanos eran muy prolíficos
y en poco tiempo podrían abastecer el mercado de un número suficiente de individuos
que trabajarían para ellos en las tareas más pesadas e ingratas.
Pero antes de darse por
vencidos, LB y JP todavía tenían algún tiempo para seguir experimentando con
los especímenes de humanoides que habían creado por ingeniería genética y a
partir de tejidos orgánicos cultivados en el laboratorio. De momento darían
largas a los incompetentes que les habían puesto en esa tesitura. Tenían todo
un fin de semana por delante para pensar cómo falsear los datos, cómo maquillar
la verdad. En eso LB se había convertido en un experto, había encontrado en los
humanos unos magníficos maestros; éstos habían demostrado ser unos especialistas
en ocultar cualquier tipo de crisis, por grave que fuera.
Claro que para cuando ésta
se hiciera evidente ya sería demasiado tarde.