Luke era feliz pues tenía todo lo que más deseaba en este mundo: una familia. Bueno, en realidad, tres familias, pero es que era de esos hombres que cuando se enamoran tienen que culminar ese lazo de unión compartiéndolo todo, la vida y el hogar. Sabía que la sociedad no entendía que alguien pudiera estar enamorado de más de una mujer a la vez y, mucho menos, que estuviera casado con todas ellas, y como temía que sus parejas tampoco lo entendieran, había decidido guardar silencio. Las quería a las tres por igual, como un padre quiere por igual a todos sus hijos, como así era con cada uno de los que había tenido con ellas. Tres esposas, tres hijos, hermanastros entre sí. Lástima que no pudieran llegar a conocerse.
Aunque era complicado vivir como él lo hacía, por fortuna, su profesión le permitía ausentarse semanas enteras sin levantar sospechas. Lo realmente duro era no poder reunirse con todos y todas a la vez por Acción de Gracias, Navidad y Año Nuevo o bien no poder compartir juntos todo el periodo de vacaciones. Hasta ahora, la situación se había hecho llevadera gracias a su inagotable imaginación, inventando historias y excusas de lo más creativas y rocambolescas, y a la increíble ingenuidad de sus parejas.
Llevaba cuatro años saltando de ciudad en ciudad y de Estado en Estado: de Sant Luis, Missouri, a Louisville, Kentucky, y de ésta a Nashville, Tennessee, y vuelta a empezar. Así pues, la situación se estaba haciendo agotadora, a pesar de ser Estados vecinos y localidades no muy distantes entre sí, pero sobre todo difícil y peligrosa al tener que cambiar cada vez de papel de esposo y de padre (en más de una ocasión se había equivocado en el nombre de los críos y no sería de extrañar que algún día también le sucediera con el de ellas), por lo que comprendió que no podría mantener ese estatus indefinidamente.
¿Qué podía hacer para deshacer ese galimatías? ¿Pedir el divorcio? ¿De quién se divorciaría? ¿Con cuál de ellas se quedaría? No se sentía capaz de hacer tal cosa, las amaba a todas por igual, seguía enamorado de ellas como el primer día. Entre las tres formaban un conjunto maravilloso. Se complementaban a las mil maravillas. Lo que le faltaba a una, lo tenía otra. Amy era rubia, Eveline de pelo azabache y Nora pelirroja. Pero el físico, aunque fuera muy agraciado, era lo de menos. Entre las tres se repartían todas las virtudes que siempre había apreciado en una mujer: inteligencia, ternura, sentido del humor, comprensión, sinceridad… Sinceridad. ¿Acaso él había sido sincero con ellas? Para nada. Pero ¿qué podía hacer?
Cuando estaba con una, extrañaba a las otras dos y ese sentimiento se hacía extensible a sus vástagos. “Si pudiera tenerlas a todas y a todos conmigo, juntos bajo el mismo techo” –se decía una y otra vez. ¿Por qué no? Siempre se habían mostrado muy liberales en lo que se refería a las relaciones de pareja entre personas de un mismo sexo o de edades y culturas muy distintas pero, claro, esto no era lo mismo porque ¿qué mujer occidental, por muy moderna que sea, aceptaría compartir su marido con otras mujeres, como en un harén?
Quizá luego se arrepentiría pero estaba decidido a arriesgarse. Les confesaría la verdad a las tres a la vez. ¿Cómo? Podía parecer una locura o una broma de mal gusto pero las citaría, el mismo día y a la misma hora, en aquel hotelito en Henderson, a orillas del río Ohio, donde habían ido a pasar su luna de miel. Era un lugar precioso, muy romántico, con vistas al Shawnee National Forest, e idóneo para el encuentro pues estaba prácticamente equidistante de las tres ciudades de residencia.
Se sentía atemorizado y esperanzado a la vez. Un escenario tan romántico y el recuerdo del pasado, les haría ver las cosas de una forma más sosegada y benevolente. Como excusa, les diría que tenía una noticia tan importante que darles, que la ocasión bien merecía ese pequeño derroche y que le esperaran en la Suite Nupcial, la misma que compartieron años atrás, que habría reservado para la ocasión. Él se reuniría con ellas a la vuelta de uno de sus “habituales” viajes. Seguro que les haría ilusión y, además, les encantaba los misterios.
Ya se imaginaba la cara de sorpresa, quizá de estupor, cuando se conocieran y se contaran quienes eran y qué hacían allí. Temía una reacción airada e incluso violenta, pero la decisión ya estaba tomada y asumiría las consecuencias. Confiaba que el amor que le profesaban estuviera por encima de cualquier otra consideración y lograran llegar a un acuerdo civilizado.
Así pues, el día D, a la hora H, Luke entraba en el hall del hotel y se dirigía, hecho un manojo de nervios, a la Suite donde ya le debían estar esperando.
Parado ante la puerta, antes de dar el gran paso que lo cambiaría todo, le pareció oír voces femeninas e incluso alguna risa sofocada. Esto le infundió ánimo pues era un indicativo de que el ambiente era cordial. Buena señal.
Cuando por fin abrió la puerta y entró, no podía creer lo que veían sus ojos: una docena de personas, hombres y mujeres, entre las que se hallaban Eveline, Nora y Amy, le dirigían una franca sonrisa de bienvenida. Parecía como si le hubieran organizado una fiesta sorpresa pero sin que nadie gritara SORPREEESAA!!!!, Se limitaron a rodearle y mientras los hombres, tres contó, le daban un fuerte apretón de manos y unas palmaditas en la espalda, las mujeres desconocidas, seis en total, le daban un cariñoso beso en la mejilla.
Tras ese revuelo inicial, todo el mundo dio unos pasos atrás, mientras Nora, Amy y Eveline avanzaban hacia él con cara de circunstancias y, Amy, su primera mujer, aclarándose la garganta, dijo hablar en nombre de todos los allí presentes.
Cuando todos se hubieron marchado, dejándole solo, trastornado y meditabundo, Luke se tendió en la gran cama, la que había previsto compartir esa noche con sus tres amadas, sin siquiera desvestirse, e hizo un repaso mental a todo lo que acababa de oír de boca de Amy hacía escasos minutos.
Así que, después de todo, no era el único en haber guardado ese gran secreto, no era el único que mantenía ese tipo de vida. Hacía tiempo que conocían su situación pero mantuvieron silencio esperando a que diera el paso. Se alegraban mucho de que, por fin, se hubiera decidido. Ahora sí que formarían una gran familia, le había dicho, y se llevarían estupendamente.
Todavía tenía que asimilar la nueva situación. Amy también tenía a Richard como pareja, Eveline a Robert y Nora a Michael. A su vez, Richard tenía a Rebecca y Mary, ¿o era Rose Mary?, Robert también tenía otras dos compañeras, Natalie y… Lisa, eso es, y Michael a Holly y a esa tan alta… ¿cómo dijo que se llamaba? Qué más da.
Desde luego, formarían una gran familia, pero ahora que sabía que debería compartir a Eveline, a Amy y a Nora con otro hombre que, a su vez, tenía otras dos mujeres, como él, y entre todos, un montón de críos, eso de la gran familia ya no le gustaba tanto. Amy, Eveline y Nora tenían que ser suyas y de nadie más. Y si no era así, que se buscaran a otro cornudo. Pero las quería tanto… Por cierto, los hijos que había tenido con ellas, ¿eran realmente suyos?
Eso no se lo esperaba, no era lo que pretendía. Sus planes se habían ido al garete. Si se hubiera callado… A fin de cuentas, ojos que no ven…