Hola,
amigos. Este mes, El Tintero de Oro nos invita a participar en el reto “De la
escena... ¡al micro!, que consiste en escribir y describir una escena de una
película sin sobrepasar las 250 palabras.
Yo
he elegido una película de 1959 y que vi de estreno a mis nueve años, y que he
vuelto a ver incontables veces, y sigo pensando que es la mejor versión
cinematográfica de la novela homónima de Julio Verne. Se trata, cómo no, de Viaje
al centro de la tierra, protagonizada por James Mason en el papel del
Profesor Lidenbrook.
Podríais
pensar que lo que he hecho es una adaptación de una novela y no de una
película, pero dadas las diferencias entre la obra original de Julio Verne y la
producción para la gran pantalla de Charles Brakett, creo que mi versión
escrita cumple con el requisito estipulado en las bases del microrreto. Juzgad
por vosotros mismos.
La piedra volcánica
Un buen día le regalé al Profesor Lidenbrook una piedra volcánica. Con ello pretendía ganarme su afecto y afianzar así mi relación con Jenny, su hermosísima sobrina de la que estaba locamente enamorado.
Como muestra de
agradecimiento, me invitó a cenar, ocasión que yo aprovecharía para pedirle la
mano de Jenny.
Cuando llegué a la cita,
el profesor estaba recluido en su laboratorio. Mientras le esperábamos, a Jenny
y a mí nos invadió un gran nerviosismo, deseando y temiendo a la vez el
preciado momento de la pedida. Yo era un alumno de bajo nivel social, por lo
que mis esperanzas de éxito eran más bien escasas.
Pasaban los minutos y
el profesor no aparecía. Hasta que una explosión nos alarmó. Apareció con el
rostro tiznado y la ropa hecha trizas, pero con una cara de satisfacción como
si hubiera descubierto un tesoro.
La elevada temperatura
a la que había sometido mi obsequio fue el motivo de la explosión y de que de
su interior apareciera una plomada con una inscripción de un tal Arne
Saknussem, desaparecido años atrás, que aseguraba haber llegado al centro de la
Tierra.
Mientras el profesor afirmaba
querer seguir los pasos de su colega, yo intentaba por todos los medios hablar
con él.
—Es importante —le dije.
—¿Qué quieres? —preguntó
por fin.
—Ir con usted —le
espeté.
Entonces oímos un gran estrépito.
Jenny se había caído de lo alto de una escalera, a la que se había encaramado
para oír disimuladamente mi pedida de mano.