Su
mirada amable, sus ojos claros y su sonrisa fue lo primero que vi al despertar. Era su
forma de darme la bienvenida a este mundo. Ha vuelto usted a nacer, me dijo. Yo
no recordaba nada. Amnesia retrógrada, la llamó. No sabía dónde estaba ni por
qué. Es normal, es cuestión de días, añadió. Me pronosticó una rápida recuperación.
Solo debía tener paciencia. Dicho esto, giró sobre sus talones, con aire
militar, y se marchó dejándome solo entre estas cuatro paredes. Hoy se cumple
una semana.
En
este tiempo he recibido muy pocas visitas. Todas con palabras de ánimo y
consuelo, pronunciadas en voz baja, como si no se atrevieran a levantar la voz
para no oír lo falsas que sonaban. Me daba la impresión de que todos callaban
algo. Su mirada de aprensión les delataba.
Por
mucho que me esforzaba, no lograba reconocer a nadie y eso les contrariaba. Lo
notaba a pesar de que intentaban disimularlo. Una mujer joven y muy atractiva
dijo ser mi exmujer. Pegados a su lado, dos niños, su viva imagen, me
observaban con ojos como platos, no sabría decir si por el temor o la incredulidad
que sentían ante alguien que decía no saber quiénes eran. Dos perfectos
extraños. Igual que ella.
─Hola
─fue todo lo que salió de mi boca.
─Hola
─respondieron al unísono con un hilillo de voz.
─Venga,
dadle un beso a vuestro padre ─les animó ella, pero no se movieron de donde
estaban, algo que, en cierto modo, agradecí.
Pero
sus ojos me decían algo, parecían reclamar un cariño que no era capaz de
darles. ¿Cómo no podía recordarles? Tenía que recuperar la memoria.
Cuando
se marcharon me sentí más solo que nunca.
Nadie quería
decirme qué me había ocurrido para haber estado en coma, solo que sufrí un
desgraciado accidente. Los detalles no importan ahora, debe relajarse y dejar
que la naturaleza haga su trabajo, afirmaban.
Los
primeros días, tras recuperar la consciencia, estuve en un continuo estado de duermevela,
creo que por los calmantes. Al menos no sentía dolor. En realidad, no sentía
nada. Apenas podía moverme. Las piernas no respondían a ningún estímulo.
El
médico por fin se decidió a darme la mala noticia. Finalmente se sinceró
conmigo. Probablemente no volveré a andar. Tengo seriamente dañada la médula
espinal a nivel de la octava vértebra dorsal. Punto y final.
Al
poco volvió quien dice ser mi exmujer. Seguía sin recordar nada de mi vida con
ella, ni la boda ni el divorcio. En esta ocasión vino sola. Debieron haberle
dado la noticia. Me miraba con expresión compungida pero extrañamente serena, dadas las circunstancias.
Pregunté por los niños. Solo me dijo que estaban bien y que me extrañaban.
Sentí, inexplicablemente, una punzada de ternura por unos niños a los que no
recordaba. ¿Algún día lo haría?, me pregunté.
Ayer empecé,
por fin, a tener algunos recuerdos, fogonazos, imágenes inconexas, aunque no
logré reconstruir el rompecabezas. Retazos de imágenes y sensaciones se mezclaban
en un espeso e inexpugnable galimatías. Recuerdo gritos, dolor, sangre, mucha
sangre, un coche, ¡un coche! Eso es, tuve un accidente de automóvil. Pero ¿por
qué no me lo decían abiertamente? Si choqué contra otro vehículo, ¿qué habrá
sido de sus ocupantes? Si atropellé a alguien, ¿qué fue de él? Quizá hayan
resultado malheridos como yo o quizá hayan fallecido. Debe ser eso. Yo me he
salvado y él, ella o ellos han perecido en el accidente, pensé. Pero, de ser
así, se habría presentado la policía. Claro que en mi estado no deben
considerarlo prudente o bien lo tienen momentáneamente prohibido. Todo incertidumbre.
Esta tarde
se lo he preguntado nuevamente a mi médico, pero no ha querido soltar prenda
con la excusa de que debo descansar y relajarme. Que es lo mejor para que vaya
recuperando la memoria. Que sea yo mismo quien recuerde lo sucedido. Que no hay
prisa. Pero no puedo esperar. Cuando vuelva mi exmujer, si es que vuelve, se lo
preguntaré. Ella debe saberlo. No veo por qué tanto secretismo.
El
médico tenía razón. La naturaleza hace su trabajo, aunque de una forma un tanto
extraña. Esta noche he tenido un sueño muy revelador. Creo que empiezo a estar
en condiciones para ordenar las piezas del puzle. Nada sucedió como sospechaba.
No tuve un accidente. Alguien quiso asesinarme. Le he visto la cara. Me resulta
familiar pero no logro recordar quién es. Hubo una fuerte discusión, gritos, un
forcejeo, una pistola, sangre, mucha sangre.
Sigue
el mutismo de todos los que me rodean. Nadie quiere decirme nada. Debo esperar,
me dicen, pero esperar ¿a qué? ¿A que me vuelva loco?
Hoy ha
vuelto mi exmujer. Ni siquiera ella ha querido desvelarme lo sucedido y sé que
lo sabe. Cuando le me mencionado mi sueño, no ha podido evitar un rictus de amargura. Todo resulta muy extraño.
Una
vez de nuevo a solas, he pedido que me administraran un tranquilizante. No podía
soportar esta tensión. Me han dado un ansiolítico. Me he sentido mucho mejor,
más lúcido. En la relajante penumbra y quietud de la habitación, he podido vislumbrar,
con mayor claridad, lo ocurrido. Debo haberme dormido o quizá ha sido el efecto
de la sedación. He visto de nuevo un coche. He visto el mismo hombre. Su cara
me sigue resultando familiar. En mi ensoñación me insultaba, pero no podía
entender lo que me decía. Estaba claro que me odiaba. Me amenazaba. He vuelto a
ver un arma de fuego, había un disparo, no, dos. Mi ropa estaba manchada de
sangre. Sentía angustia, pero no dolor. Veía su cara de sorpresa, de estupor. El
coche se movía. Mis manos estaban al volante. Debía estar dentro de él. Me he visto
cayendo al vacío, estampándome contra unas rocas. Y luego oscuridad. ¡Oh Dios
mío! Alguien quiso matarme. Me disparó y me despeñó por un barranco. Pero ¿quién?
¿Quién es ese individuo que me viene una y otra vez a la memoria? ¿Y si vuelve
a por mí al saber que sigo con vida? Pero si me disparó, ¿por qué no tengo
ninguna herida de bala?
Cuando
vuelva mi médico le contaré todo lo que he recordado. No tendrá más remedio que
decirme la verdad. Si no, seré yo quien pida hablar con la policía.
Oigo
pasos en el pasillo. Debe ser él. Me incorporo para que vea que estoy
despierto. Se abre la puerta. Son dos desconocidos. Se paran a los pies de la
cama y me escrutan de forma amenazante. No dicen nada. A continuación, aparece
mi médico, que se mantiene unos pasos por detrás de esos dos que, al unísono, como
si fueran unos autómatas, introducen una mano en el bolsillo izquierdo interior
de su americana y extraen algo que no logro ver con claridad. Acciono el mando
de la luz y veo que lo que sostienen en sus manos es una credencial de policía.
Se presentan como agentes de la brigada de homicidios. Suspiro aliviado. Por
fin se aclarará la verdad. El que parece mayor toma la palabra. Lo que me dice
trastoca todas mis suposiciones. Mientras escucho lo que me cuenta, siento que
preferiría no haber sobrevivido.
─Se le
acusa de haber asesinado a Jaime Alcázar Sanjuán.
─¿Quién?
─he dicho, intentando ponerle cara a ese nombre que, de pronto, me ha resultado
familiar.
─Venga hombre, ya sabe a quién me refiero, el
marido de su exmujer. Le disparó dos tiros a bocajarro, para luego despeñar su
vehículo por el talud frente al que lo tenía estacionado. Con lo que usted no
contaba es que uno de los faldones de su pelliza quedaría fortuitamente atrapado
al cerrar la puerta, arrastrándole hasta el fondo del barranco. Las pruebas son
concluyentes. Cuando le hemos hallado todavía tenía la pistola en su mano, el
pedazo de tela hallado en la puerta del vehículo coincide con el que le faltaba
a su pelliza desgarrada, sus huellas dactilares y sus pisadas estaban por todas
partes, el coche de su propiedad apareció camuflado a unos cincuenta metros del
lugar. Aunque su exmujer dijo no haberle reconocido, para rematar la evidencia
de su autoría tenemos a un testigo anónimo que nos ha facilitado unas
fotografías de su execrable acto. Queda usted, por lo tanto, detenido a la
espera del alta hospitalaria y …”
Llegado
a este punto, he desconectado. Ahora entiendo su cara de circunstancias, su
expresión equívoca. Ahora lo recuerdo todo.
─Tranquilo,
todo saldrá bien. Solo debes procurar que no te vea. Nos sigues a una distancia
prudencial.
─¿Y
cómo lo haré si vais juntos?
─Por
el camino encontraremos alguna zona de descanso, de esas con vistas panorámicas
donde la gente se detiene para hacer fotografías. Cuando veas que pone el
intermitente, te arrimas a la cuneta, ocultas el coche y te acercas andando
como si nada.
─A ti
te parece todo fácil. En cuanto me vea, sospechará.
─No te
reconocerá. Ponte esa pelliza que tanto te gusta. Te tomará por un
excursionista. Todo tiene que resultar natural. Una vez te hayas abalanzado
sobre él, será pan comido. Con lo gordo y mayor que está no podrá resistirse.
─¿Y a
la policía no le resultará extraño que alguien atraque a unos viajeros como si
de un bandolero de Sierra Morena se tratara?
─Encuentras
pegas a todo, joder. Tú déjame a mí. Ya me inventaré una historia creíble.
Alguien nos venía siguiendo desde el hotel. Seguramente pensó que, por el coche
de alta gama, su propietario estaba forrado, que llevaría mucha pasta encima.
¿No ves que hay delincuentes por todas partes?
Llevábamos
tiempo planeándolo. Lo teníamos todo calculado. El divorcio, la seducción, sus
segundas nupcias, la fortuna, el testamento, él muerto y ella viuda millonaria,
la reconciliación. Pero no tengo pruebas. Ellos dos de viaje por los Pirineos.
Yo al acecho, a la espera del lugar y momento adecuados. Él dentro del coche,
ella tomando fotografías del paisaje. El cara a cara, la trifulca y todo lo
demás. Ella con la cámara en las manos. El coche cayendo por el precipicio y yo
con él. Nadie me creerá. ¿Qué puedo hacer? Tenemos dos hijos. Debería pensar en
ellos. Debo sacrificarme. Yo acabaré en la cárcel y en silla de ruedas, y ella nadando en la
abundancia. ¡Maldita pelliza!
De
pronto todo ha empezado a dar vueltas a mi alrededor. Ojalá no hubiera
despertado del coma. Ojalá no hubiera recuperado la memoria. Ha sido entonces
cuando la he visto, junto a la puerta, ocultándose detrás del médico, mirándome
con cara de fingido pesar. Ha sido la última en abandonar la habitación. Por
toda despedida, solo ha pronunciado dos palabras: “lo siento”. Me ha parecido
ver en sus labios una sonrisa de satisfacción.
Ojalá
pudiera recuperar la paz que sentí ante aquella mirada amable, aquellos ojos
claros y aquella sonrisa que vi al despertar.