Llevo ya treinta años, tantos como tenía cuando entré a trabajar en esta empresa, transportando viajeros de un extremo a otro de la península y, por raro que parezca, no me he cansado de este oficio. Para nada. Es un privilegio poder visitar tantos lugares en tan poco tiempo. Claro que he repetido muchas veces las mismas rutas, pero aunque el paisaje no cambie, la gente y las anécdotas sí.
El viaje de hoy es, sin embargo, especial. Haré el mismo recorrido que quisieron hacer mis padres hace sesenta años. Aunque pueda parecer extraño, en todo este tiempo no había tenido ocasión de realizarlo. No como pasajero.
Este año, la Semana Santa también ha caído a mediados de abril, y hoy es mi cumpleaños. No es casualidad, pues, que esté de camino a Sevilla. Lo había planificado de este modo. Se me ocurrió de repente. Pensé que sería una buena forma de celebrar mi cumpleaños y, a la vez, de hacer este viaje en memoria de mis padres, que no tuvieron ocasión de llegar a su destino por mi culpa. Solo he necesitado un permiso especial para permutar las vacaciones de verano por las de Semana Santa.
Hoy no voy sentado en el asiento del conductor. Hoy estoy acomodado en la última fila. He pagado billete para toda la hilera de asientos. No quería compartirla con nadie, solo con mi mujer. Me habría gustado que me acompañaran en este viaje mis dos hijas, con sus maridos y mis dos nietas, pero trabajan y solo pueden disponer de los días estrictamente festivos. Les he contado tantas veces cuándo, dónde y cómo nací, que me ilusionaba la idea de que hicieran el mismo trayecto que quisieron hacer mis padres en aquella ocasión.
He hablado con Alberto, el conductor, y, como es compañero mío desde hace muchos años, me ha prometido que parará en la misma estación de servicio, donde tomaremos un refrigerio o lo que se tercie. Quiero que mi mujer conozca el lugar y, de paso, le presentaré al hijo de Don Enrique, aunque, claro, ya no es lo mismo. Al él le trae sin cuidado la historia de mi nacimiento. A fin de cuentas, solo la conoce de oídas. Todavía no había nacido cuando mis padres recalaron en el que ahora es su establecimiento con un recién nacido en los brazos, sucio y envuelto en una manta. Por cierto, nunca le he preguntado su nombre. No me extrañaría que se llamara Enrique, como su padre. Hoy tendré ocasión de saberlo. Tendrá unos diez años menos que yo, aunque aparenta ser mayor. Será porque tiene poco pelo. Quizá ahora ya lo haya perdido por completo. Hace tanto tiempo que no le veo. Los años no pasan en balde.
Ya falta poco para llegar. Acabamos de pasar la señal informativa de estación de servicio. Me parece ver a lo lejos la torreta identificativa de la gasolinera con ese logo tan extraño de la empresa de carburantes. Tras la próxima curva aparecerá todo el complejo.
¡Qué extraño! Deberíamos estar aminorando la marcha. Ya casi hemos llegado. A esta velocidad no podremos entrar en el área de servicio. ¡Pero qué haces, Alberto! ¡Que te pasas! ¡Alberto, para! ¿Pero qué te ocurre? ¡Me has prometido que pararías! ¿Acaso no te acuerdas? ¡Alberto, Alberto, por Dios, para!
─Enfermera, enfermera, venga, ¡deprisa!
─¿Qué ocurre, señora?
─Pues que parece que está volviendo en sí. Ha movido los labios.
─Voy a llamar al doctor.
─Luis, Luis, ¿me oyes?
─¿Qué, qué pasa? ¿Por qué gritas de ese modo? ¿Y por qué lloras? ¿Dónde estoy?
─¿No te acuerdas? Perdiste el conocimiento. Has tenido un infarto cerebral, cariño. Pero te pondrás bien, ya lo verás.
─¡¿Un infarto cerebral?! Vaya por Dios. Te habré dado un susto de muerte.
─Ahora eso es lo de menos, Luis. Lo importante es que te recuperes.
─Saldré de esta, no te preocupes, mujer.
─Pues claro que sí, pero ¿cómo te sientes? ¿Te duele algo?
─Estoy bien, de verdad. Pero qué curioso.
─¿El qué, cariño?
─Lo que estaba soñando, justo antes de despertarme.
─¿Soñando, dices? ¿Y en qué soñabas?
─Pues soñaba que íbamos tu y yo de viaje a Sevilla en autocar, para pasar allí la Semana Santa.
─Pero eso no ha sido un sueño, Luis. Eso es lo que estábamos haciendo cuando has sufrido el infarto cerebral. ¿No lo recuerdas? Íbamos sentados en la última fila y de pronto te tumbaste. Te pregunté qué te pasaba, si tenías sueño o te encontrabas mal y ya no me contestaste. Menos mal que Alberto, el conductor, ha llamado de inmediato a urgencias y le dijeron que te trajera hasta aquí. Era lo más rápido.
─¿Hasta aquí? ¿Adónde?
─En el Hospital La Fe, de Valencia. Alberto, el pobre hombre, se ha quedado muy preocupado. Le llamaré luego al móvil para decirle que estás bien.
─Ni se te ocurra. Mándale un WhatsApp. Ya lo leerá cuando pueda. ¿No ves que si le llamas podrías provocar un accidente? Y, por cierto, ¿dónde me ocurrió exactamente lo del infarto?
─Pues justo cuando nos acercábamos a la gasolinera en la que teníamos que parar, esa de la que siempre nos has hablado. Pero como le dijeron a Alberto que no perdiera ni un minuto y te trajera hasta aquí… No veas lo que ha corrido el hombre. Y la que se ha armado en el autocar. Todos querían ayudar, pero nadie sabía cómo.
─Bueno, pero qué veo. Si hace usted muy buena cara, Luis.
─Este es el doctor Benavides, cariño. El responsable de la UCI.
─Mucho gusto, doctor.
─¡Nos ha dado un buen susto! Pero parece que la cosa pinta bien. El TAC no ha revelado ninguna lesión adyacente a la zona infartada. Además, la isquemia no ha sido, por fortuna, severa. Tiene la tensión arterial muy alta, eso sí. Le subiremos a planta, le instauraremos un tratamiento y le haremos algunas pruebas más. Si todo va bien, tras un par de días en observación, le daremos el alta.
─Pero ¿podré seguir con el viaje, doctor? Todavía nos daría tiempo a llegar a Sevilla para…
─Pero, ¡qué dice hombre! Ni hablar. De momento reposo y a cuidarse. Ya tendrá otra ocasión para hacer este viaje.
─Sí, claro. Pero ya no será lo mismo…
─Ahora lo que importa es que se ponga bien. ¿Y esa sonrisa?
─No, nada, cosas mías, doctor.
─Pues lo dicho. Dentro de un rato le subirán a planta. Más tarde pasará a verle el neurólogo. Cuídese.
─Muchas gracias, doctor.
─¿Qué has querido decir con eso de que eran cosas tuyas cuando el doctor te ha preguntado por qué sonreías?
─Pensaba que en la vida hay coincidencias curiosas. Hoy he vuelto a nacer. Y también tras un accidente de la naturaleza y con un autocar de por medio. Dicen que no hay dos sin tres, pero espero no tener más accidentes en mucho tiempo.
FIN