jueves, 22 de mayo de 2014

Los recuerdos (La vuelta, 2ª parte)


Antes de proseguir su viaje hasta Bielsa, Andrés no pudo resistir la tentación de subir hasta el núcleo urbano original de L’Aínsa, declarado Conjunto Histórico-Artístico, para pasear por sus calles empedradas y por su bellísima plaza porticada. El recorrido por el casco histórico, con su castillo y murallas medievales, le transportó en cuestión de minutos a tiempos pretéritos, cuando las leyendas y supersticiones constituían una parte sustancial de la cultura del pueblo llano. Habían pasado solo dos días desde que salió de Zaragoza y ya parecía que había traspasado una barrera del tiempo, sintiéndose transportado a un pasado repleto de símbolos y misterios.

A media tarde llegó a su destino, el pequeño municipio de Bielsa, a mil metros de altitud y con vistas al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, que tan gratos recuerdos le traía, un lugar ideal para relajarse e inspirarse y que sería su centro de operaciones durante todo el tiempo que necesitara para reunir material suficiente para esa novela que estaba deseando empezar a escribir cuanto antes. Solo esperaba que, entre el medio millar habitantes, hubiera quienes estuvieran dispuestos a colaborar en sus pesquisas.

Una vez instalado, Andrés dedicó los primeros días a recorrer aquellos parajes que ejercían en él una atracción casi mística; ya encontraría las respuestas que buscaba más adelante, cuando estuviera mentalmente preparado. De momento, todavía tenía que acabar de leer aquel libro que le retrotraía hasta tiempos que no sabía si considerarlos realmente remotos.

A medida que avanzaba en su lectura, iba recordando haber visto de niño y en aquel mismo lugar algunos de los objetos que en aquella obra se describían y que él, en su ignorancia infantil, no había interpretado como lo que eran: amuletos protectores contra el mal. Y ahora, treinta años más tarde, paseando de nuevo por las calles del pueblo y por los campos colindantes, Andrés comprobó, con gran sorpresa, que todavía seguían en su lugar: espantabruxas en lo alto de las chamineras, para evitar que las brujas entraran en las casas, pezuñas de craba y garras de aliga, ramas de olivera o flores secas de cardo en el llamador de las puertas o simplemente una cruz grabada en la madera, todo ello para proteger la vivienda y sus ocupantes de todo mal. Vio también cómo en un establo había, colgada de una paridera, una piedra horadada en su centro, a la que se le atribuían poderes mágicos protectores del ganado. Y finalmente, en un campo de labranza, halló lo que se conocía como Piedras de Rayo (1), el mejor de los amuletos para, según el libro, “proteger a las cosechas y a los pastores contra la tormenta conjurada por el poder de la bruxa pirenaica”.

Si Andrés hubiera seguido buscando, quizá habría encontrado hachas, o astrales, en las ventanas, con el filo hacia arriba o tijeras en forma de cruz apuntando hacia el cielo, pero no necesitaba más pruebas para darse cuenta de lo arraigadas que todavía estaban esas supersticiones en aquel lugar. Y haciendo memoria, ahora que era conocedor de estas creencias y costumbres, entendía el significado de aquellas cruces marcadas sobre la ceniza de la brasa apagada que había visto más de una vez en la chimenea de algunas casas en las que había estado de niño con sus padres.

Andrés no necesitaba más evidencias para convencerse de que se hallaba en el lugar adecuado para desarrollar el hilo conductor de la historia que esperaba contar y de que su sospecha sobre la verdadera naturaleza de María Moreno Salazar tenía visos de ser cierta. Aquella mujer, que antes de morir extendió hacia él una mano crispada en forma de garra, no era una pobre anciana moribunda que le pedía auxilio, no; ahora comprendía lo que era y el verdadero significado de aquel gesto. Según acababa de leer en ese libro que tuvo el acierto de comprar, ”las bruxas moribundas sólo podían transmitir sus poderes a los niños y niñas pequeños, dándoles la mano justo antes de expirar”. Mira por dónde, su acto de cobardía, evitando todo contacto con ella, le había salvado de contagiarse de lo que fuera que aquella bruja le quería transmitir. Ahora entendía también por qué halló su tumba fuera del camposanto: porque sabían que María era una verdadera bruja y, como tal, no podía ser enterrada en lugar sagrado.

¿Qué era lo que decía el libro al respecto de esas mujeres? Decía que existieron mujeres, conocidas como bruxas, que eran, en realidad, sanadoras y parteras, conocedoras de las propiedades medicinales de plantas y animales, a las que la gente acudía para obtener un remedio a una enfermedad y recibir consejo o ayuda por medios, eso sí, más o menos sobrenaturales. Pero también se afirmaba que en el antiguo Aragón existieron bruxas “auténticas” perseguidas y condenadas como tales por los tribunales de la Inquisición y de la justicia ordinaria. ¿En cuál de esos dos grupos encajaba María? ¿Era una bruxa sanadora o auténtica? Andrés cada vez estaba convencido de los segundo, por extraño que resultara.

Así pues, lo que había comenzado como una simple intuición, una idea un tanto alocada, se estaba convirtiendo en algo sólido. Pero todavía faltaban algunas respuestas, las más importantes, para que su novela adquiriera cuerpo: Si María era en verdad una bruja y fue asesinada por ello, ¿quién lo hizo?, y si no lo era, ¿qué mal había podido hacerle al asesino una simple curandera que preparaba sus pócimas con las plantas que ella misma recolectaba? ¿Conocía alguien la identidad del asesino?, y de ser así, ¿por qué no lo habían denunciado? ¿Era correcto el informe oficial sobre la causa de la muerte o fue falseado? Por alguna parte tendría Andrés que empezar para resolver todas estas incógnitas.

Llegado a este punto, Andrés decidió iniciar sus pesquisas sobre terreno seguro: hablar con las gentes del lugar para conocer su opinión sobre lo ocurrido allí muchos años atrás. Pero nadie sabía, o decía no saber, lo que ocurrió en realidad, pues parecía que a muchos la memoria les traicionaba por culpa de la edad y a otros no les parecía importar lo ocurrido treinta años atrás. Lo que sí estaba claro era que, aunque no lo admitieran abiertamente, la mayoría de los habitantes con los que habló creían en la existencia de poderes ocultos, ya fuera en forma de bruxa, bruxón o, peor aún, de Diaple.

Pero Andrés no pretendía escribir un compendio sobre las creencias o supersticiones ancestrales de la zona, para ello ya habían otros mucho mejor preparados; su propósito era plasmar en su novela la historia de una bruja que fue ajusticiada por uno o varios de sus vecinos y cuya muerte fue oficialmente calificada como accidental. Descubrir los hechos y, sobretodo, al culpable o culpables de aquella muerte era lo que ahora más le interesaba a Andrés y suponía que no sería tarea fácil pues si alguien conocía lo que realmente ocurrió, lo más probable era que guardara silencio y se llevara el secreto a la tumba. Ahí estaba el reto de Andrés si quería basarse en hechos reales: buscar una fuente fiable y colaboradora, quizá algún arrepentido, y obtener respuestas.

Pasaban las semanas y nadie decía saber qué le había ocurrido a María, aparte de la versión oficial, y algunos, incluso, aseguraban no saber de quién se trataba. ¿Quién, entre los habitantes de aquel pueblo, podía serle de utilidad? ¿A quién más podía recurrir que fuera una persona seria, cabal y, sobre todo, sincera? De pronto aparecieron en la mente de Andrés dos personas, quizá las únicas, que podían serle de utilidad, ¡cómo no se le había ocurrido antes! ¿Qué había sido de aquel suspicaz cabo de la Guardia Civil que le interrogó en aquel lúgubre cuartel y que ahora debía andar por los setenta años? Sí, quizá ese hombre podría arrojar un poco de luz a ese turbio asunto, quizá podría sonsacarle algún indicio que en su momento no hubiera trascendido y estuviera dispuesto a confesarle la verdad, dado el tiempo transcurrido. Y luego, claro está, estaba el párroco, aquel hombre bonachón que veía en la misa de los domingos, el padre Ángel, creía recordar que se llamaba, con aquella sotana un tanto raída y aquellas manos grandes y rugosas más propias de un hombre de campo. Pero aquel cura ya debería contar con ochenta años o más si sus cálculos y la imagen que conservaba de él no le fallaban. Ahora la cuestión era saber si ambos seguían vivos y, de ser así, dónde podía encontrarlos, pues se habían convertido en piezas claves en su investigación y, por lo tanto, tenía que dar con ellos como fuera.

El desánimo que había empezado a hacer mella en Andrés se esfumó de inmediato al pensar que iba por buen camino. Tenía ya un esbozo hecho de su novela y en el mes transcurrido desde su llegada, tenía ya escritas más de cien páginas, pero todo podía quedar en papel mojado si no lograba su objetivo primordial: conocer los hechos tal como ocurrieron. De lo contrario, tendría que recurrir a la invención pero ya no sería lo mismo y él quería dar la máxima credibilidad a su historia.

En el ayuntamiento le informaron que Morales, el cabo y comandante del puesto de la Guardia Civil en 1984, se fue a vivir a Biescas, donde había comprado, poco antes de su jubilación, una casita en la Rambla de San Pedro, junto al río Gállego, y que a Don Ángel, el cura párroco en aquel entonces, la Diócesis de Huesca le había trasladado a la residencia sacerdotal de Jaca, en la plaza de la catedral, para que terminara allí sus días. Desde que ambos abandonaron el pueblo, no habían sabido nada más de ellos, así que no podían confirmarle que siguieran vivos, especialmente el cura, por su avanzada edad, pero, que si quería salir de dudas, no tenía más que desplazarse hasta aquellas direcciones y comprobarlo por sí mismo.

Desde el punto de vista práctico y logístico, no era esa una tarea muy complicada teniendo en cuenta que ambas poblaciones solo están a unos 30 Km de distancia entre sí y a una hora y media aproximadamente en coche desde Bielsa.

Así pues, Andrés trasladaría, por unos días, su centro de operaciones a la ciudad pirenaica de Jaca y, sin perder ni un minuto más, se dispuso a preparar un ligero equipaje de mano y hacer una reserva en un hotel de aquella población. Tras una consulta rápida por internet, el Hotel Ramiro I, modesto pero muy próximo a la plaza de la catedral, fue su elección.

Aquella misma noche, Andrés estaría muy cerca de sus necesarios colaboradores para poder conocer la verdad, si es que estos estaban vivos y localizables, y, lo más importante, si estaban dispuestos a contarla.
 
 
CONTINUARÁ
 
 
(1) Conocidas también como ceraunias, es el nombre que se les da a ciertas piedras, con forma puntiaguda, consideradas por diversas culturas como objetos de origen celeste y con propiedades mágicas, recibiendo este nombre por la creencia de que eran producidas por los rayos al caer a la tierra.




4 comentarios:

  1. Me has recordado algunos parajes de esa zona: El Valle de Ordessa, sobre todo, del que tengo un buen recuerdo.
    Consigues, con las detalladas descripciones, dar un tono de misterio, al evocar esos símbolos y costumbres ancestrales que se conservaron en pequeñas zonas rurales. Cuando se regresa después de algún tiempo en busca de alguien y de las propias raíces, esos viajes son misteriosos por la incertidumbre de lo que se va a encontrar. Y esto lo trasmites muy bien. Tu prosa es amena y consigues dejarme intrigada con lo que Andrés descubrirá en Jaca.

    Un abrazo.

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  2. Esos parajes tienen también un gran atractivo para mí pues, como creo haber dicho, los he frecuentado. Por otra parte, los mitos y supersticiones en las zonas rurales siempre me han cautivado e intrigado. Me alegro que mi relato te resulte ameno, es de lo que se trata. Veremos qué descubrirá Andrés en su nueva búsqueda de respuestas.
    Muchas gracias por tus comentarios.
    Un abrazo.

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  3. Que bien Josep, me encanta la historia con ese cierto misterio que el protagonista trata de desentrañar como si fuera un detective, con lo cual pienso que se te dan muy bien las investigaciones detectivescas. Tiene mucha imaginación y una forma de escribir muy clara y estupenda.
    Volveré a por la siguiente con mucho gusto.
    Un abrazo y feliz domingo.

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    1. Qué bien que te guste! Siempre me ha gustado el misterio. A Andrés todavía le quedan unos cabos sueltos que tratará de atar en la próxima (y creo que penúltima entrega). Vuelve siempre que quieras, aquí me encontrarás a mí y a mis historias. Muchas gracias por seguirme.
      Un abrazo.

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