jueves, 16 de abril de 2015

La casa



Hacía tiempo que andaba buscando una ocasión como aquélla. Aunque tuviera que efectuar algunas reformas, el precio era razonable y, según el vendedor, aunque se trataba de una casa antigua, era de una construcción sólida, “como las de antes” –había dicho. Lo que no podía saber era la sorpresa que el destino me tenía preparada.

Cuando me encontré frente a la casa, mi memoria pareció despertarse después de un largo sueño. Me sentí saturado de emociones. Dolor, resentimiento y pena se enfrentaban violentamente con amor, juegos infantiles y caricias maternales. De repente, me invadió una congoja indescifrable. Lo que sentía no era un déjà vu. Era revivir el pasado, todo lo que creía haber olvidado.

Estuve tentado de huir, pero decidí seguir los consejos de mi terapeuta: hacer siempre frente a los temores en lugar de optar por el escapismo.

Cuando el hombre de la inmobiliaria, con el que había concertado la cita por teléfono, abrió una ventana para que pudiera contemplar la estancia, comprobé que estaba en lo cierto. Intentando disimular la emoción que me embargaba, respiré hondo y contemplé con detenimiento lo que tenía ante mí.

Lo primero que vi fue una foto color sepia, en un envejecido marco de madera, que descansaba sobre la repisa de la chimenea. La visión de aquella vieja fotografía me retrotrajo a mi niñez. Un hombre y una mujer, sentados, miraban a la cámara, él con actitud desafiante y ella con cara de profunda tristeza. Entre los dos, de pie, un niño de unos siete años, miraba de reojo a la mujer con lo que parecía ser una mirada de súplica.

Solo esa imagen bastó para revivirlo todo: los maltratos y abusos físicos de aquel hombre, mi padrastro; la enfermedad y muerte de mi pusilánime madre; el abandono, el orfanato y más maltratos; las casas de acogida, más abusos y mis repetidas fugas; y por fin la libertad y, con ella, una felicidad secuestrada por la soledad, la añoranza y los temores ante la incertidumbre.

No sé qué fue lo que me hizo reparar en aquel anuncio. Quizá el destino quería que me reencontrara con mi pasado y pudiera, de este modo, liberarme de los fantasmas que me han acompañado durante tantos años. Siempre sospeché que algo de mi niñez, un trauma infantil que mi cerebro había censurado, no me dejaba ser feliz. Y ahí donde mi voluntad y la de mi terapeuta habían fracasado, aquel anuncio y aquella casa vinieron en mi ayuda.

Al ver la vieja casona, recordé quien fui y ahora sé quién soy y quién quiero ser. Estoy por fin preparado para vivir libre de esas ataduras que me han mantenido sujeto al oscuro pasado que mi subconsciente me impedía recordar.

Cuando dije que me quedaba con la casa, aquel hombre sonrió enigmáticamente. Me dijo que acababa de tomar una sabia decisión, pero me extrañó lo que, tuteándome súbitamente, añadió a continuación: “Te mereces esta casa y mucho más. Espero que encuentras la paz y que tengas suerte en la nueva vida que en ella vas a empezar”. Dicho eso, se marchó dejándome absorto. No entendí qué significaban aquellas palabras. Ahora sí. A nadie se lo he contado porque no me creería. 

Al día siguiente llamé a la inmobiliaria para formalizar la compra-venta pero nadie supo decirme quién era el hombre por el que preguntaba, no sabían de qué casa les hablaba ni a qué anuncio me refería.

Mis indagaciones en el registro de la propiedad me llevaron tras la pista del propietario hasta la notaría más cercana. Al principio, la única información que pudieron, o quisieron, facilitarme fue que la casa por la que estaba interesado había pertenecido a un hombre viudo que, al fallecer -hacía de eso unas dos semanas-, la había dejado en herencia, junto a una gran suma de dinero, a un hijastro a quien todavía no habían podido localizar.

Hoy vivo en la casa donde pasé unos pocos años de mi infancia y, aunque todavía no he podido perdonar a mi benefactor, por fin soy feliz. La fotografía en sepia sigue en su sitio. Cuando la miro, parece como si mi madre me sonriera. Él sigue con el semblante adusto, pero -serán también figuraciones mías-, en sus ojos aprecio un atisbo de arrepentimiento.
 
 
 

10 comentarios:

  1. Ojalá todos los que tienen un pasado tormentoso pudieran reconciliarse con él como el protagonista de tu relato. Original forma de conseguirlo después del paso de los años, pero muy justa :)
    Estupendo relato, Josep, me ha parecido muy original.
    Un abrazo, que tengas feliz finde!!

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    1. Muchas gracias, Julia, por tu aportación siempre tan amable.
      Me alegra mucho que le hayas encontrado una originalidad a este historia. A veces los fantasmas no dan miedo sino sorpresas.
      Un abrazo.

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  2. Fantástico Josep, un cuento muy interesante que he leído con avidez.
    Que sorpresa más encantadora después de los malos años que pasó, al final se vio recompensado por el hacedor de sus penurias.
    Realmente me ha encantado este relato que con tanta soltura escribes... siempre.
    Un abrazo.

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    1. A veces, las penurias se ven recompensadas y así he querido que fuera en esta historia con final feliz.
      Muchas gracias por tu comentario y me alegro que lo pasaras bien leyendo este relato.
      Un abrazo.

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  3. La vida con sus vueltas, a veces resulta muy extraña. Ese constante ir y venir, huidas, reencuentros. Fantástico relato Josep.
    Un abrazo!!!

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    1. La vida puede ser tan extraña, que resulte difícil distinguir entre la realidad y la ficción.
      Muchas gracias, Skuld, por tu visita y por dejar este comentario.
      Un abrazo.

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  4. ¡Josep! ;)
    Hay dos frases respecto al Miedo a las que suelo acudir cuante este me atenaza... Una es que "Yo también tengo mis Miedos, pero Ellos no me tiene a mí...", la segunda... "El verdadero valor consiste en hacer uno sin testigos lo que sería capaz de hacer ante todo el mundo..."
    Creo que a los Miedos hay que enfrentarse cuando uno está preparado, no se puede vivir atenazado por ellos, porque esto no es la Vida...
    ¡Me ha encantado!
    ¡Besines! ;)

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  5. El miedo está dentro de nosotros, la cuestión es saber cómo deshacernos de él.
    Muchas gracias, Campanilla, por venir a leerme y por dejar tu amable comentario.
    Besos.

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  6. Lo que parecía un drama familiar, de un pasado oscuro lleno de maltratos y abusos, se convierte sutilmente en una historia con fantasmas. Bueno, ya había fantasmas, los del pasado que no dejaban tranquilo al personaje, pero uno de ellos se materializa sin que él lo sepa y le ofrece la casa y la felicidad que buscaba. Esta sutileza es lo que la hace sentir cercana y real a la historia. Un hombre arrepentido que trata de enmendar su error una vez fallecido, ¿tal vez para poder avanzar?
    Un abrazo, Josep.

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    1. Muchas gracias, Ricardo, por tu pormenorizado comentario. Has dado con el alma del relato. Quizá sí sea posible enmendar los errores una vez desaparecido nuestro cuerpo material aunque siempre es mucho mejor intentar no cometerlos en vida.
      Un abrazo, compañero.

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