sábado, 12 de diciembre de 2015

El incunable (II)


Casi no pude pegar ojo en toda la noche, dándole vueltas a lo que me dijo mi padre durante la cena. Sus palabras volvían una y otra vez a mi cabeza: Hijo, tengo ese libro por no contradecir el deseo de tu bisabuelo, que fue quien lo encontró. Todos sus descendientes varones han ido cumpliendo su voluntad y yo no puedo ser una excepción. Lo que encierra ese libro es preferible que no lo sepas, te lo aseguro. El día que yo falte haz lo que te parezca. Mientras tanto, mantente alejado de él.

La curiosidad me reconcomía, al igual que el remordimiento que sentía por haber quebrantado su confianza. ¿Qué diría si supiera lo que había hecho? Pero ya no había vuelta atrás. Una vez abierta la puerta de lo desconocido, no había nadie capaz de persuadirme en contra de mis propósitos. Supongo que mi padre conocía muy bien esta faceta mía -a fin de cuentas éramos tal para cual-, por lo que, temiendo que aun así fisgoneara en el incunable, convirtió desde entonces la biblioteca en su bunker particular.

Tuvieron que pasar meses para que mi progenitor bajara la guardia y relajara sus precauciones. Tarde o temprano tenía que ocurrir. Y ocurrió.

Era sábado, de ello me acordaré toda mi vida. Mis padres debían asistir a un concierto en el Liceo. Mi padre, cuya puntualidad es ley, no cesaba de atosigar a mi madre para que se diera prisa. Mientras esperaba, se encerró en la biblioteca, “su biblioteca”, pues parecía de su entera propiedad desde que decidiera mantener fuera de mi alcance al objeto de mi deseo. Tan pronto como mi madre le anunció que ya podían marchar, mi padre, con las prisas, dejó la llave de la biblioteca sobre la mesilla que hay junto al ropero del recibidor. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. El propio guardián me entregaba, sin percatarse, las llaves del Sancta Sanctorum, llaves que también serían objeto de copia.

Cuando, de nuevo en mis manos, eché un vistazo al contenido del incunable, me hizo el efecto de que éste se estremecía. Fue algo imposible de definir. Al principio pensé que eran mis manos temblorosas la causa de aquella sensación. Pero cuando fijé la vista en la escritura, con esos caracteres tan extraños e idénticos a los de la cubierta, observé que se volvían borrosos e iban cambiando de forma. Creí que ello era producto de un simple mareo, por la emoción. Pero lo que ocurría en realidad era que algunos de esos grafismos indescifrables iban mutando lentamente a caracteres latinos, formando palabras en castellano. En menos de un minuto, entre aquel galimatías ininteligible, sobresalió, refulgente, la siguiente frase:

Aléjate de la oscuridad y de la música, pues éstas traerán la muerte. Muchos serán los que se ahogarán al compás de una danza de cuerpos retorcidos.

Pensé que estaba soñando o que me había trastornado. Cerré el libro de golpe. Pero cada vez que lo abría de nuevo, fuera por la página que fuese, aparecían, en cuestión de segundos, esas malditas palabras. Volví a cerrar el libro con un estruendo que a mí mismo me sobresaltó. Lo devolví a su lugar. Cerré con llave vitrina y biblioteca y me refugié en mi cuarto. Me tumbé en la cama. Necesitaba sosegarme y pensar. ¿Qué significado podían tener aquellas palabras?

De pronto, un pálpito me hizo saltar de la cama. Esa noche había quedado con unos amigos. Teníamos pensado ir a la macro-discoteca Quantum. Música, oscuridad, pero ¿muerte? Muerte en la discoteca. Ese era el significado. No sería la primera vez que ocurría algo así. No obstante, deseché al instante esa premonición o lo que fuera por absurda.

Pero, absurda o no, el caso es que fui incapaz de salir esa noche. ¿Ni siquiera a tomar unas copas?, me preguntó mi amigo Quique por teléfono.

No sé si me creyó. La socorrida gastroenteritis para no salir de casa. Vale tío, pues que te mejores. Esas serían las últimas palabras que oiría de mi amigo.

A la mañana siguiente, mi madre me lo contó con voz entrecortada.

―Menos mal que no fuiste a esa discoteca. Cuando volvimos ayer noche y vi que había luz en tu cuarto, me extrañó que no hubieras salido. Pero esta mañana, al ver las noticias por televisión y enterarme de lo de la discoteca, no sabes qué alivio he sentido. Por Dios, ¡qué desgracia!

Todavía aturdido por una extraña somnolencia y por lo que acababa de oír, solo atiné a decir:

―Pero ¿de qué discoteca y de qué desgracia estás hablando, mamá?
―Pues de esa discoteca a la que dijiste que ibas a ir con tus amigos. Las noticias todavía son muy confusas pero, al parecer, hubo un connato de incendio y el pánico provocó una avalancha de chicos y chicas que querían escapar por la puerta de emergencia. Ha habido bastantes muertos por asfixia y aplastamiento. ¡Qué horror! Menos mal que no fuiste, menos mal. Pero… ¿te encuentras bien, hijo? Tienes mala cara.

La cabeza me daba vueltas y unos horribles acufenos me taladraban los oídos. Pero ¿qué me estaba contando mi madre? Tenía que llamar de inmediato a Quique. Tenía que saber.

Y supe lo que no quería saber. Quique, Juanjo e Inés se contaban entre los fallecidos. Solo Juanma y Ricardo se habían salvado de morir aplastados, aunque no salieron indemnes. Pronóstico reservado, me dijeron sus padres. Por fortuna, ellos dos salvaron la vida. Como yo. Pero yo había jugado con ventaja. Yo fui advertido. Ellos no. No les dije nada. La vergüenza me lo impidió. El incunable me había salvado la vida.

Dejé que mis padres creyeran que había sido una cuestión de suerte. Decidí callar, una vez más. ¿Qué les podía decir?

Solo me decidí a confesarles lo ocurrido tras las segunda experiencia.

Habían pasado varios meses desde aquel aciago día. Se acercaba el viaje de fin de curso. Iríamos a Menorca. Me hacía ilusión vivir en persona las famosas fiestas de Sant Joan y asistir al espectáculo del jinete que, a lomos de un brioso caballo, atraviesa una muchedumbre que le rodea impidiéndole el paso. 

Después de lo ocurrido en la discoteca me había resistido a abrir el libro de nuevo. Fue mi madre y sus agoreros comentarios –algún día pasará alguna desgracia y entonces todo serán lamentos- al ver unas imágenes de este espectáculo en un documental sobre tradiciones y fiestas populares, lo que me decidió.

Tuve que esperar a medianoche para, cual ladrón, adentrarme en la oscuridad del largo pasillo hasta introducirme sigilosamente en la biblioteca. Por fortuna, el camino estaba expedito y nadie vino a interrumpir mi intrusión.

Tras intentar serenarme, tomé el libro, lo abrí por la página que el azar dispuso y observé atentamente lo que aparecía esta vez ante mis ojos.

De nuevo, los extraños y abigarrados signos empezaron a danzar y a mudar hasta que formaron el siguiente texto:

A salvo estarás hasta el próximo solsticio. Una vez éste llegado, la bestia bailará. Si cruzas el mar para con ella estar, la vida te quitará.

Esta vez el significado también era evidente. La bestia era al caballo que, guiado por su jinete, baila –o salta- entre la muchedumbre. Y cruzaríamos el mar. La advertencia no podía ser más clara: no debía ir a Menorca a menos que quisiera  morir pateado por el caballo.

Así pues, con mil excusas que ni yo mismo supe cómo plantear, ni a mis padres ni a mis compañeros de clase, rechacé ir a Menorca el veintidós de junio, dos días después del último examen final. Y otra vez callé. Y de nuevo la voz quejumbrosa de mi madre se haría sentir, esta vez alabando y agradeciendo –según ella- al ángel de la guarda que me protegía.

La vigilia de la festividad de San Juan, el acto conocido como caragol des born, acabó con varios heridos, algunos con traumatismo craneoencefálico grave. Días después fallecerían tres jóvenes. Uno de ellos era mi amigo Ricardo. El caballo te había aplastado la cabeza.

Llegado a este punto, decidí hablar con mi padre, contándole todo lo concerniente al incunable, desde el día en que lo tomé para llevarlo a aquella librería de viejo hasta las dos predicciones que me habían salvado la vida.

Mi padre, contrariamente a lo que esperaba, quedó mudo ante la evidencia. Solo movía la cabeza en señal de desaprobación y me miraba de una forma que nunca había visto en él. Era una mirada dolida, supongo que por la decepción que le supuso mi traición, y dubitativa, como no sabiendo qué palabras usar. Transcurridos unos instantes se decidió a hablar.

Y lo que me contó fue motivo de muchas noches de insomnio.
 
 
CONTINUARÁ
 
 

18 comentarios:

  1. Bien mantenida la tensión narrativa, el ritmo es fluido, el castellano que utilizas plástico y expresivo, sin especiales complicaciones. El lector se mantiene encandilado. He decidido esperar a que tú lo termines de contar antes de leer el que me enviaste. Esta espera a las entregas le da suspensión a la lectura. No suelo leer relatos de ficción en los blogs. Muchos expresan prosas muy personales y alambicadas. Tu estilo es la sencillez y la eficacia. El lector no se demora en exhibiciones de brillantez barroca y lee con placer la historia. Me recuerda a algún narrador inglés del XIX. Espero con interés el próximo capítulo. Vas a tener difícil darle salida o desenlace a esta tensa historia fantástica que pasaré a mis alumnos.

    Un cordial saludo.

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    1. La historia va progresando poco a poco. Al principio creí poder escribirla en un par de capítulos pero la historia va tirando de mí más que yo de ella.
      Muchas gracias, José Luis, por querer seguirla a pesar de que no sea tu género preferido y, sobre todo, por tus comentarios que, más que halagadores (que lo son), me resultan muy alentadores.
      Un abrazo.

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  2. un relato de esos que no se olvida
    gracias
    por compartir
    lo hermoso que escribes

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    1. Quien no olvidará este relato es el joven protagonista, que es quien me lo va contando poco a poco. Yo solo voy transcribiendo lo que él me dicta al oído, jaja.
      Muchas gracias, MuCha, por leerme y compartir conmigo tu opinión.
      Un abrazo.

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  3. Me encanta la mezcla de realidad y ficción que has plasmado en tu relato. Y esos avisos tipo premoniciones me tienen en vilo. Un cierre espectácular, enganche asegurado. ;) Se me ocurren mil maneras de como continuarlo pero estoy segura de que me vas a sorprender muchísimo. Genial. ;)
    Un abrazo. =)

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    1. Desde ahora creo que no volveré a entrar en una librería de viejo, no sea que me encuentre con un libro como ese.
      Poco a poco voy viendo la luz al final del túnel pero todavía no sé si lo que queda de viaje es mucho o poco.
      No me cuentes tus finales, que quiero sorprenderme a mí mismo, jeje
      Un abrazo, Soledad.

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    2. Claro que no te digo nada, es tu historia, pero como a ti también te pasará, cuando lees otros textos de compañeros, te imaginas en tu cabecita posibles finales. jeje Yo calladita, qué dice mi madre que estoy más mona, jeje Además, yo quiero ver tu final, que seguro que va a sorprendernos a ambos. ;)
      Un besote.

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  4. Que bien llevas esa intriga, estoy deseando leer como sigue esta historia tan magnifica, creada y escrita por un gran narrador.
    Un abrazo Josep.

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    1. Yo soy el primer intrigado con esta historia que me tira y tira de la mano (o debería decir de teclado) y no sé hasta dónde me va a llevar, jajaja.
      Muchas gracias, Elda, por tus siempre amables palabras.
      Un abrazo.

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  5. Apasionante tu relato, Josep. Una no puede evitar deslizarse con avidez por los renglones para conocer más de la historia.

    Impecablemente narrado, como siempre. Es un delicioso placer leerte!!

    Un abrazo, quedo pendiente de nuevas entregas :)

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    1. Muchas gracias, Julia, por estar detrás de mis letras.
      Espero que ésta no se convierta en la historia interminable. El incunable tiene mucha a sus espaldas y va saliendo a la luz poco a poco.
      Un abrazo.

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  6. Pues no vas errado, Julio David. Este incunable oculta secretos familiares. Veremos qué hará nuestro protagonista para enfrentarse a ellos.
    Muchas gracias por tu interés.
    UN abrazo.

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  7. Muy bien, Josep, la tensión se mantiene y la intriga te hace seguir

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    1. Hola Paola (suena a redundancia, jaja). Te agradezco tu seguimiento a esta historia sobre un incunable con poderes. muchos pagarían una fortuna por él, hasta que descubrieran sus verdaderas intenciones.
      Un abrazo.

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  8. Podre saber el final, estoy muy intrigada!!!!Un abrazo

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    1. Claro que podrás, Marta. Si me sigues en Facebook irás viendo las publicaciones que comparto. Supongo que es por ahí que has dado con ésta.
      Tras esta segunda parte, hay una tercera ya publicada y la última en preparación.
      Un abrazo.

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  9. ¡¡Da pánico el incunable!! Lo has descrito de una forma soberbia, y haces que la tensión se mantenga y desees leer más para saber más... Me ha encantado. Mil besos, Josep

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    1. Me encanta transmitir el pánico a través de las letras pues me da a entender que el suspense y el miedo no se pierde por el camino desde mi cerebro calenturiento al de mis lectores, jaja.
      Si tuviéramos en casa un libro así, no sé qué haríamos. Seguro que os ocurriría como a los desgraciados que lo tuvieron en sus manos.
      La cuestión es qué hacer una vez se conocen sus malas intenciones.
      Muchas gracias, Chari, por tus palabras de elogio.
      Un abrazo.

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