martes, 10 de junio de 2025

Detrás de la puerta

 


La puerta crujió levemente. Absorto como estaba en la lectura del informe, Matías ni se inmutó. Si firmaba el documento que tenía en sus manos, dejaría en la calle a cientos de familias. No era la primera vez que se veía en esa tesitura. Había hecho mucho dinero con la especulación urbanística pero aquel proyecto era el mejor de su vida y no podía dejar escapar la oportunidad. Cuando estaba a punto de estampar su firma, volvió a oír el dichoso crujido. Por el sonido, parecía ser la puerta de la biblioteca. Había hecho engrasar los goznes de esa maldita puerta cientos de veces y, aun así, seguía crujiendo cada dos por tres. Estaba harto de esa vieja casona familiar que más bien parecía un castillo medieval. Algún día se mudaría a una casa moderna. Si no lo había hecho todavía no era por motivos sentimentales, sino porque no hallaba a nadie dispuesto a pagar lo que pedía.

Matías dejó los papeles sobre la mesa y se dirigió hacia el que había sido el Sancta Sanctorum de su padre, esa biblioteca que contenía miles de volúmenes y millones de ácaros del polvo. La lluvia arreciaba por momentos. El viento soplaba con fuerza. Pero la puerta estaba cerrada. Qué raro. Juraría que el ruido procedía de allí. Cuando se disponía a abrirla, le sorprendió el ya habitual apagón de los días de tormenta, dejándolo sumido en la oscuridad más absoluta. Aun así, entró. No vio nada extraño, todo parecía en orden, aunque era difícil saberlo con certeza pues solo iluminaba aquel espacio el resplandor de los relámpagos. El viento, furioso, se colaba por los resquicios de los ventanales. Las ramas de los árboles del jardín, con su vaivén frenético, parecían haber enloquecido. Mientras observaba el exterior de aquella fortaleza, oyó otro crujido, esta vez a sus espaldas. Se dio la vuelta. Una oscura silueta le cerraba el paso. Intentó tumbar de un puñetazo al supuesto intruso, pero antes de que pudiera levantar el brazo, un fuerte golpe en la frente le dejó sin sentido.

Cuando volvió en sí, se hallaba sentado en el viejo sillón orejero que tanto le gustaba a su difunto padre y, frente a él, una figura, a la que no lograba verle la cara, le observaba. Con un leve quejido, se incorporó para verla mejor. Lo que fuera que estaba parado a escasos metros de él, se acercó e inclinó su cuerpo hasta que sus caras estuvieron a la misma altura. Matías no podía creer lo que estaba viendo. La visión de aquel engendro le puso los pelos de punta. Parecía un ser humano, pero tenía, a la vez, el aspecto de una bestia. Tras unos instantes de vacilación, Matías se atrevió a preguntarle: ¿Quién eres y qué quieres de mí? A lo que aquella criatura, tras emitir una risita cavernosa, contestó: ¿No me reconoces? Y ante la cara de ignorancia de su interpelado, añadió: Mírame bien, Matías, porque yo soy tú o, mejor dicho, tu conciencia. Mira en lo que me has convertido.

Nadie en la empresa pudo explicar aquel repentino cambio de opinión ante un proyecto de tal envergadura, pero siendo el socio mayoritario, no tuvieron más remedio que acatar su decisión. Matías alegó, sin más explicaciones, que aquel negocio no le inspiraba confianza y que, en lo sucesivo, dirigirían sus esfuerzos hacia asuntos menos turbios.

Matías duerme ahora más tranquilo, al igual que su conciencia, pero, por si acaso, mantiene cerrada, a cal y canto, la puerta de la biblioteca.


14 comentarios:

  1. La verdad es que se duerme estupendamente cuando no tienes nada pendiente aunque sea sacarte una muela, así que un tema de envergadura y encima con malas artes, tiene que ser una maravilla.
    A cuantos le vendría bien tener delante su propio yo endemoniado para que se arrepintieran de lo mal hecho.
    Muy bueno tú relato Josep.
    Un placer como siempre la lectura.
    Un abrazo.

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    1. Hola, Elda.
      Al menos mi protagonita rectificó su forma de ver las cosas y de hacer negocios y recondujo su vida por un camino mucho mejor y más justo, pero los hay que duermen la mar de tranquilos a pesar de comportarse de una forma totalmente inmoral.
      Muchas gracias por tu lectura.
      Un abrazo.

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  2. El relato aborda temas universales como la culpa, la moralidad y la lucha interna entre el egoísmo y la redención. Matías, como especulador urbanístico, representa un arquetipo del empresario sin escrúpulos, cuya riqueza se basa en el sufrimiento de otros. Y por supuesto ese final me ha encantado porque ofrece un mensaje esperanzador sobre la redención.
    Un abrazo, Josep.

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    1. Hola, Miguel.
      Estos son ciertamente temas universales y muy actuales, por desgracia. Gente sin escrúpulos que se enriquecen a costa de la desgracia ajena y sin remordimiento alguno. En mi relato he querido romper una lanza por aquellos que toman conciencia de lo que son y de lo que hacen mal y dan marcha atrás, algo, en realidad, extraordinario, pero no imposible.
      Un abrazo.

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  3. «La conciencia es, a la vez, testigo, fiscal y juez» (Refrán español).
    Un abrazo.

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    1. Pues sin duda es un muy buen refrán, que desconocía.
      Un abrazo.

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  4. Ojalá muchos (y muchas) tuvieran una conciencia tan latosa y tan concienciada. pero por desgracia se ve que ese atributo no se entrega de serie al nacer. Solo unos pocos lo tienen y como esos no llegan nunca a tener poder, su conciencia tampoco sirve de mucho. Magnífico relato. Me ha recordado El retrato de Dorian Gray.
    Un beso.

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    1. A tí te ha recordado El retrato de Dorian Gray y a mí me inspiró este relato, je, je.
      Ojalá la (buena) conciencia se hiciera más presente entre los humanos, especialmente en los que se aprovechan de las debilidades de otros. Cuando veo los desahucios de quienes han vivido toda su vida en un piso que ha sido comprado por un fondo buitre se me remueve el alma y pienso cómo pueden hacer tal cosa solo por el afán de enriquecimiento y sin pensar en las penalidades de los que dejarán en la calle. No tienen conciencia. Pero al menos en mi relato esta se le presenta a quien parece no tenerla.
      Un beso.

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  5. Qué pena que la puerta de algunos esté tan bien cerrada que no puedan entrar sus conciencias porque yo conozco a unos cuantos que necesitan que los visiten, pero ya.
    Muy buen relato, mezcla de fantasía y fábula.
    Un beso.

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    1. Pues sí, hay quien debería dejar entrar a su conciencia. Lo malo es que quienes la tienen más sucia son los que la tienen encerrada a cal y canto para no verse las caras.
      Un beso.

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  6. Hola Josep. Has elaborado con buen ojo un thriller psicológico con tintes sobrenaturales que explora la culpa y la redención. La atmósfera, creada por la casona gótica, la tormenta y los crujidos, resulta inquietante, evocando un escenario de tensión que refleja el conflicto interno de Matías. Me han encantado detalles como los “millones de ácaros del polvo” y el “sillón orejero”. La figura de la conciencia, descrita como un “engendro” entre humano y bestia, funciona como un símbolo poderoso de autorreflexión. La transformación de Matías, de especulador sin escrúpulos a alguien que reconsidera sus actos, es creíble, aunque creo que si hubiera más contexto sobre su pasado reforzaría el impacto de su cambio. El final, con la puerta cerrada “a cal y canto”, sugiere un cierre emocional, pero deja abierta la posibilidad de que la conciencia siga acechando, añadiendo un toque de ambigüedad intrigante. Es un texto sólido, con una narrativa compacta que combina suspense y moralidad y lo he disfrutado.
    Un abrazo.

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    1. Hola, Marcos. Me satisface que este relato te haya hecho disfrutar a lo largo de su lectura y hayas podido extraer tus tan oportunas conclusiones. Yo no lo habría hecho mejor, je, je.
      Un fuerte abrazo.

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  7. Josep. ¡En qué buena atmósfera nos sumergiste! Aquí la consciencia lejos de aparecer en su hombro vestido de diablo y en su otro hombro vestido de angelito, es un algo, una criatura, una forma que se le enfrenta, que lo hace mirarlo a la cara, para que Matías reconozca en él, sus defectos y la fealdad que lleva por dentro. Una especie de espejo sobrenatural, en apariencia tenebroso, en el fondo virtuoso. Buena terapia. Mejor lección aprendida. Va otro abrazo.

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    1. También podía haberse manifestado como Pepito Grillo, la conciencia de Pinocho, je, je.
      Pero hombre serio como soy, preferí manifestarla como un engendro, que es lo en lo que se había convertido por culpa de las fechorías de su propietario. Quizá de este modo logró el objetivo de asustarle y hacerle reflexionar sobre su comportamiento inmoral.
      Un abrazo.

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