Me sabe mal disgustar de este modo a mi
familia, pero cada uno es como es, qué le vamos a hacer, o es que, por ser
familia tenemos que seguir los pasos de nuestros predecesores y antepasados. Pues
no, cada uno debe trazarse su propio camino en esta vida.
Agradezco a mis
padres que, aun siendo como soy, me hayan tratado con una cierta benevolencia. A diferencia de mis hermanos, yo he podido ir
a la escuela y al instituto, y ahora, si quisiera, podría ir a la Universidad.
Pero una cosa es el agradecimiento y el cariño que siento por ellos y otra muy
distinta es seguir sus pasos, sus dictados, hacer lo que ellos quieren que haga
y ser lo que ellos quieren que sea.
Soy un ser
libre y siempre lo seré y no me importa lo que digan los demás de mí. Bueno, un
poco sí que me importa, pero cada vez menos pues ya soy lo suficientemente
mayorcito como para saber lo que más me conviene. Nunca, hasta ahora, había
tenido las ideas tan claras.
Gracias a mi
esfuerzo personal, me he librado de los complejos y ya no me importa tanto como
antes el hecho de ser diferente. Cuando mis parientes y amigos más íntimos me
miraban de esa forma tan peculiar, desdeñosa, me sentía fatal. Ser distinto me
resultaba insoportable, casi doloroso. Pero eso ha cambiado radicalmente, y desde
que conocí a Andrea, todavía me siento con más fuerzas para superar el menosprecio
al que me someten, pues somos almas gemelas y con ella me siento normal por
primera vez en mi vida.
Mi familia no
acepta a Andrea, como era de esperar, y no porque sea mayor que yo, sino por el
mismo motivo que recelan de mí, pero lo que más me duele no es el trato que le
dispensan, sino cómo la miran, que si no fuera porque sé que aún me quieren,
casi temería por ella, que le pudieran hacer algún daño para apartarla
definitivamente de mí. Pero no se atreverán a mover un dedo contra ella, al
menos estando yo delante para protegerla. Pero si realmente me quieren, tienen
que acabar aceptándome como soy y, si me aceptan a mí, tienen que aceptarla a
ella. Pero no todo es así de simple.
Dentro de dos
semanas cumpliré la mayoría de edad y podré liberarme definitivamente de estas ataduras.
Lo tengo decidido, me marcharé y no volverán a saber de mí, por mucho que me
duela y me consideren un mal hijo, un traidor a la familia y a las tradiciones.
Para ser feliz sólo la necesito a ella. Con lo que me ha costado ser aceptado
por una chica así, no la voy a dejar escapar. Es el sueño de mi vida. Es lo
mejor que me ha podido pasar, conocer a la única persona que, sabiendo la
condición de mi familia, me quiere sin tapujos e iría conmigo hasta el fin del
mundo. El amor que nos profesamos, que parecía imposible al principio, se ha
convertido en algo sólido e incombustible y estamos dispuestos a luchar por él.
Andrea siempre se
ha querido marchar de este país tan frío, huir de sus atávicas costumbres y su
cerrada cultura. Pues ahora ha llegado el momento. Está decidido. Iremos al
sur. Nos escaparemos juntos y no nos encontrarán.
Como ella vive
sola, no le resultará complicado. Para mí, en cambio, no será tan sencillo
escapar. Aun así, ya lo tengo todo planeado. Sólo debo esperar a que estén
todos dormidos.
En principio debería
ser de día, pero no es del todo seguro, pues este caserón tiene ojos en todas
partes, no en balde somos familia numerosa, siempre hay alguien dormitando en
algún rincón. De noche imposible, claro, aunque no andan mucho por casa. Lo
mejor será esperar al amanecer, cuando estén de vuelta y se hayan retirado a
dormir.
Espero que sus
ataúdes estén lo suficientemente bien insonorizados y no me oigan marchar.
En cuanto tenga
suficiente dinero, iré a una clínica dental para que me extirpen los implantes caninos
que mis padres me han obligado a llevar. Y encima pretendían que le hincara el
diente a la pobre Andrea.
Pronto seremos
libres.
