miércoles, 23 de octubre de 2013
Los espejos
Últimamente no podía evitar mirarse al espejo, a todas horas, mañana, tarde y noche. De una extraordinaria belleza, Esther siempre había sido una mujer coqueta y vanidosa. Ya de niña, su madre la tenía que regañar por pasarse horas enteras ante el espejo de su habitación, uno de esos de cuerpo entero. Sólo faltaba que le preguntara quién era la niña más bella del mundo.
Y de pronto, parecía como si todos se hubieran confabulado contra ella para que no pudiera seguir admirando su hermosura que, a pesar de los años, mantenía todavía a muchos hombres hechizados. Primero fueron esos paños que cubrían todos los espejos de la casa, luego su guardarropa y ahora esto.
No podía entender lo que ocurría y nadie le contestaba por mucho que les preguntara, pero desde hacía algún tiempo, no sabría decir cuánto, los espejos ya no le devolvían su imagen.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Delicioso y triste, Josep.
ResponderEliminarUn abrazo
Me siento halagado viniendo de ti. Gracias por leerme. Otro abrazo.
EliminarBueno Josep, lo primero quiero darte las gracias por aparcar en mi blog y dejar tu comentario, y después que este relato me ha encantado, porque realmente con el paso de los años es bien cierto, que los espejos no te devuelven la misma imagen, aunque los mires con mucho cariño, jajaja.
ResponderEliminarFue un placer estar entre tus letras.
Un saludo.
Te agradezco que me hayas devuelto la visita, sé bienvenida. Sin duda nuestras letras volverán a cruzarse. Un abrazo.
ResponderEliminar