lunes, 14 de julio de 2014

El escritor abogado


Había olvidado aquel encuentro en las Ramblas cuando, una mañana, Manuel recibió la visita de aquella mujer enigmática y, probablemente, peligrosa.

Beatriz, su clienta y demandante del divorcio que él mismo tramitara cuatro años atrás, venía, según dijo, a cumplir la palabra dada en plena calle dos meses atrás. ¿No lo recordaba? Pues estaba allí para refrescarle la memoria.

Si había venido a verle era porque ya lo tenía todo listo para que él plasmara en papel lo que ella le iba a contar con palabras y como la historia que iba a contarle era demasiado larga para contársela en un solo encuentro, Beatriz le propuso reunirse, todas las tardes, en su casa, en la parte alta de Barcelona.

Cuando se hubo marchado, Manuel se preguntó por qué había aceptado, pues sabía que nada bueno podía salir de aquel plan pero su curiosidad pudo más que su prudencia y aquella mujer, lo reconocía, ejercía sobre él un influjo difícil de evitar. Si la cosa pintaba mal y había realmente algo delictivo en lo que iba a escuchar de labios de su, ahora socia, como ella se había autodefinido, abandonaba y punto.

Con solo una semana escasa de trabajo en común (ella le contaba los hechos y él tomaba debida nota para luego, en sus ratos libres, ponerlo todo en orden y dar cuerpo a esa segunda entrega que tenía que ser todo un bombazo), Manuel se convenció que estaba ante una asesina, una fría y despiadada asesina. Tras pormenorizarle cómo contactó y embaucó a su presa, aquel hombre relleno de dinero y grasa, en palabras de Beatriz, le relató el plan que puso en práctica para, primero, casarse con él y, luego, acabar con su vida y hacerse así con su fortuna, de modo que su muerte pareciera natural. Diabético insulinodependiente, con una insuficiencia cardiaca congestiva desde hacía años, hipertensión y colesterolemia, ¿quién iba a sospechar que había sido una muerte provocada lo que había acabado con él? Había resultado el crimen perfecto.

Pero ¿qué era lo que quería que contara en su novela? Aunque fuera un acto horrible, execrable, ¿qué tenía de especial la historia de un asesinato por parte de la esposa para hacerse con el patrimonio del marido? Eso ya estaba muy visto. En todo caso, sería una más de las típicas novelas negras.

Manuel no necesitó mucho más para comprender lo retorcido de la historia que tenía ante sí. Todo no acababa con la muerte de aquel infeliz, no, pues la “viuda negra” ya tenía a otra presa en sus garras. ¿Por qué no se hizo la autopsia del cadáver?, ¿por qué en el certificado de defunción del rico y obeso finado constaba como causa de la muerte una parada cardiorrespiratoria resultante de un fallo multiorgánico derivado de la multipatología del enfermo? Pues porque lo firmó el que fuera el médico de familia y amigo íntimo del fallecido durante años y actualmente el nuevo amante de Beatriz, reconocido médico especialista en la sociedad española de cardiología y acaudalado coleccionista de obras de arte.

Así pues, Beatriz era, ni más ni menos, que una asesina en serie, calificativo que aquélla aceptó de buen grado cuando Manuel se lo echó en cara, asintiendo satisfecha, y dándole a entender que si se portaba bien habría una tercera entrega de la novela y por qué no una cuarta y, en fin, toda una saga exitosa cuyo autor, ese joven escritor, ya se había convertido en un nuevo John Grisham, un escritor abogado.

¡Quién le iba a decir a Manuel, cuando entró como estudiante en la facultad de Derecho, que un día tiraría por la borda todos sus principios morales y que no tendría ningún escrúpulo en asociarse con una asesina en serie por mor de la fama y el dinero! En pocos años de ejercer de novelista, tras abandonar definitivamente la abogacía, había escrito cuatro novelas de gran éxito que le habían reportado unas ganancias millonarias. Era rico, muy rico, y famoso, ¿qué más podía pedir? ¿Qué se le podía reprochar? Al fin y al cabo, él solo escribía lo que le dictaba su socia. En todo caso, era un encubridor pero no un asesino, ni siquiera un cómplice, y eso le parecía suficiente para anestesiar cualquier tipo de remordimiento. Pero de pronto se sintió, por primera vez en su vida, asustado, atrapado, y no sabía cómo escapar de lo que se le venía encima.

Todo comenzó el día en que Beatriz le dijo que le amaba.
 
 

4 comentarios:

  1. Vaya, pues sí que se le venía encima el peligro al abogado escritor. Buena historia, Josep Mª. Un abrazo.

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    1. Quien a mal árbol se arrima, mala sombra le cobija, en versión negativa pero igualmente cierta.
      Un abrazo.

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  2. Me imaginaba que no iba a escribir la quinta novela, jajaja.
    Muy buenos los dos relato; cualquier día te harás novelista, pero ten cuidado con las viudas negras Josep.
    Me ha encantado.
    Un abrazo.

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  3. Querida Elda, quizá por eso no me decido a convertirme en novelista, no sea que me encuentre en un lío parecido, jaja.
    Te agradezco, una vez más, tu fidelidad como lectora y seguidora de mis blogs. Espero que no te sientas obligada a corresponder mis comentarios a los tuyos.
    Un abrazo.

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